Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?
Aceituneros, Miguel Hernández.
En esta ponencia me propongo tratar el tema del cultivo de las aceitunas y la producción de aceite de oliva en Tacubaya durante el período colonial. Se ofrecerá una visión de conjunto ya que este material significa un avance de la investigación que actualmente se realiza acerca de esta actividad económica. Una de las principales interrogantes que plantea este trabajo es averiguar cómo repercutió entre los naturales de Tacubaya el hecho de que el cultivo original del maguey y su transformación en la bebida ritual del pulque fuera desplazado o complementado por otros de origen europeo como la vid y el olivo. Los supuestos de los que parto serían en primer lugar tratar de saber si los indios de Tacubaya se dedicaron al cultivo de los olivares y la producción de aceite de oliva como una actividad complementaria a la elaboración del pulque para resistir la competencia económica que significaba la presencia de los españoles en el pueblo. Y, por otra parte, si la actividad económica de la elaboración de aceite de oliva realizada por los indios de Tacubaya coadyuvó a la pérdida de su percepción del paisaje ritual al experimentar la transformación simbólica de los usos de su antiguo territorio y la imposición de una nueva religiosidad que redefinía la relación con dicho espacio sagrado, basándose en la centralidad de la evangelización. Entre los principales objetivos de esta investigación se encuentran el tratar de distinguir el período en que aparecen las primeras noticias sobre los olivares y la producción de aceite de oliva en Tacubaya. Determinar el grado de participación de los naturales en esta actividad económica. Comprobar si se daba algún tipo de especialización por barrio. Saber si los indios principales eran los dueños de los olivares y los molinos de aceituna para la producción de aceite de oliva y si, a su vez, eran los dueños de los magueyales. Conocer si los indígenas del común de Tacubaya dedicaban parte de las tierras comunales para la siembra de los olivares y si poseían algún molino de aceituna o, en su defecto, si exclusivamente se empleaban en estas tareas. Reconocer las contradicciones a nivel social que se dieron entre los indios del pueblo y las personas ajenas que se asentaron en sus inmediaciones relacionadas con el cultivo de aceituna. Saber cuál fue su mercado para ubicar la producción de aceituna y aceite de oliva. Indagar si los indios incorporaron las aceitunas y el aceite de oliva a su dieta. Advertir si la construcción de edificios y caminos vinculados con las nuevas formas de producción causó alguna reacción en particular entre los indígenas y así determinar cómo afectó esto su vida cotidiana y la percepción que de sí mismos y de su espacio simbólico. En suma, ¿se puede hablar de un proceso de apropiación cultural en el cultivo de los olivares y la producción de aceite de oliva que realizaban los naturales de Tacubaya?,[1] Es notorio cómo desde el inicio del período colonial, los españoles introdujeron cultivos de origen europeo que poco a poco se fueron enseñoreando sobre el territorio tacubayense y que, al mismo tiempo, invadían con sus construcciones los antiguos espacios vírgenes que formaban parte del paisaje ritual indígena.[2] El espacio ritual no es exclusivo de la tradición mesoamericana, todos los pueblos del mundo de una u otra manera se han apropiado de su entorno y lo han construido intelectualmente, un paisaje simbólico que les ayuda a pensarse en los planos temporal, espiritual y espacial. En este sentido vale la pena recordar que la mitología griega cuenta la historia del olivo y del aceite de oliva confiriéndoles un origen divino. Así como los griegos veneraban a Palas Atenea por haber obsequiado el olivo a los atenienses, los antiguos mexicanos tenían a Mayaguel como la divinidad del pulque[3]. Palas Atenea y Mayahuel, ambas deidades femeninas, protectoras, otorgadoras de beneficios para los mortales. Paisajes rituales que nos remiten a un origen mítico. Durante los tres siglos de dominio español, a pesar de ser considerada como pueblo de indios, Tacubaya fue prontamente ocupada por los españoles quienes se avecinaron y se convirtieron en dueños de haciendas, fincas y molinos. También se daba el caso de gente acaudalada que tenía su residencia en la ciudad de México, pero dejaba a sus administradores o capataces a cargo de las propiedades. Así, Tacubaya se distinguió durante el virreinato por sus molinos de harina de trigo y aceite de oliva, sus haciendas y fincas con árboles frutales. Las fértiles tierras de Tacubaya fueron utilizadas para sembrar maíz, trigo, cebada, frijol, vid, olivo, y diversos frutales como peras, duraznos, manzanas, ciruelas, chabacanos, granadas, membrillos, naranjas y limones. Las caídas de agua fueron aprovechadas como fuerza motriz en los molinos de trigo[4] que surtían grandes cantidades de harina a la ciudad de México (Gamiño, p. 56-57). En la relación de la visita de Gómez de Santillán aparecen referencias a los viñedos que había en Tacubaya a mediados del siglo XVI: los maceguales... van a labrar las viñas que tienen el gobernador don Toribio y don Pedro, principales y las de los regidores, sin que por ello se les pague cosa alguna, y que en ello no se ocupan más de un día, o día y medio, o dos días cuando más se tardan en ello... que el dicho don Toribio envió a este testigo a las minas de Zultepeque a vender ciertas uvas, las cuales este testigo llevó a cuestas y juntamente con él fue otro indio que se dice Pablo y vendieron las dichas uvas en sesenta tomines (CDC, p. 25, 50). De esta forma, evidenciamos que la introducción de estos cultivos de origen europeo no fueron para beneficio exclusivo de los españoles, según se desprende de la información ofrecida en este texto, el mismo cacique tenía viñedos y los indios maceguales trabajaban para él. Así, durante las primeras décadas del período colonial, según advierten Araceli García y María Martha Bustamante, en Tacubaya “se cultivaban olivos y se producía aceite, siendo éste uno de los productos principales de toda la jurisdicción[5] junto con los cereales y frutas variadas. Además, llegaron a establecerse varios obrajes de paño y molinos del propio Cortés” (García Parra y Bustamante Harfush, p. 24) . Al parecer, la venta de frutas significó una fuente de ingreso para los indígenas de Tacubaya, según se puede apreciar en los siguientes textos extraídos de dos expedientes del Ramo Indios del Archivo General de la Nación: En el dicho día, mes y año dicho /26 de noviembre de 1591/ se dio licencia a Catalina Tracapan, natural del pueblo de Tlacubaya para que pueda vender candelas y ocote y oxite[6] y todo género de fruta guardando la ordenanza sin que se le ponga impedimento. En el dicho día, mes y año dicho se dio licencia a Juana María, natural del pueblo de Tlacubaya para que libremente venda lo propio sin que le pongan impedimento (Ramo Indios, Vol. 6.2, Exps. 225 y 226, foja 50 anverso, AGN). Según la información que arrojan las fuentes consultadas, es evidente que el cultivo de los magueyes y la producción de pulque no desapareció en Tacubaya, sino que se convirtió junto con el cultivo de olivares y la elaboración de aceite de oliva en una actividad económica que redituaba muy probablemente buenos dividendos a los propietarios españoles e indígenas. De esta forma, Román Estrada y Ariño al hablar de la Casa de la Bola, “situada en una de las colinas de San José de Tacubaya” nos dice que ésta tiene una larga e interesante historia ya que: El primer propietario conocido fue el doctor Francisco Bazán y Albornoz, quien en 1616 desempeñó el cargo de inquisidor apostólico del Santo Oficio. En el siglo XVIII su nuevo dueño, don José Gómez Campos, invirtió parte de su fortuna en el negocio de minas, al parecer con pobres resultados, pues en 1788 no había recuperado su dinero y tal vez por eso solicitó a la Real Lotería que rifara la propiedad recién adquirida. Para realizar la rifa en 1801 se realizó un levantamiento e inventario del inmueble, sus características eran similares a las que conserva: "un patio principal; corredores sustentados por columnas de cantería; una escalera de dos tramos con dos arcos". La casa estaba rodeada de jardines, 420 olivos, 1 700 magueyes y árboles frutales de todas clases; tenía un centro productor de aceite de oliva en el patio principal; y en el segundo patio se encontraba "un molino de aceituna, de piedra de recinto" (Las haciendas en el Distrito Federal, p. s/n). Por su parte, J. Ubaldo Espinosa Díaz, al referirse a la Casa de la Bola, menciona que: La propiedad, además de ser vivienda campestre, fue un centro productor de aceite de oliva, cuyo cultivo floreció en Tacubaya, a pesar de las prohibiciones impuestas por España (La Casa de la Bola, algo más que un museo). En las habitaciones de la planta baja quedan vestigios del molino y las tinajas para la elaboración y almacenamiento del aceite. A su vez, Araceli García y María Martha Bustamante mencionan que: “Originalmente la casa estaba rodeada de huertos de olivos, debido a que durante los siglos XVII y XVIII era una finca productora de aceite de oliva; además contaba con magueyes y árboles frutales. En el siglo XIX la extensión del jardín se fue reduciendo de cuatro a una hectárea, que es la superficie actual, en la que sobreviven algunos árboles frutales de aquella época” (García Parra y Bustamante Harfush, p. 89). Es importante mencionar que estaba legalmente prohibida la competencia con los caldos de Castilla, esto es lo que ocasiona que Tacubaya sea un sitio de interés para el estudio de este cultivo de olivares y producción de aceite de oliva. Lucio Mijares y Ángel Sánz Tapia, en su texto “El virreinato de la Nueva España” dicen que “tanto la vid como el olivo también tuvieron inicialmente una buena acogida por parte de las autoridades y de los religiosos, que trataron de impulsar su cultivo. El olivo, sin embargo, tras unos comienzos prometedores decayó muy pronto, en tanto que la vid tuvo un mayor arraigo, aunque no logró expandirse por la competencia que suponía para la importación de los caldos españoles, por lo que a fines del siglo XVI se prohibió la plantación de nuevas cepas. Sólo en zonas alejadas, como Parras en el norte, debido a la distancia de la capital y a la demanda de las ciudades y centros mineros próximos, los viñedos lograron subsistir” (p. 427). Por su parte, Francisco R. Calderón, en su obra Historia económica de la Nueva España en tiempo de los Austrias, señala que “en 1531 el Consejo de Indias ordenó que cada maestre de navío llevara consigo cepas de vid y estacas de olivo para ser plantadas en las tierras recién conquistadas, pero como estos cultivos no tuvieron éxito, el aceite y el vino de Andalucía constituyeron dos de las más importantes exportaciones españolas porque los peninsulares que se trasladaban a América no podían prescindir de ellos (p. 547). Los olivares y los viñedos no estuvieron ausentes de las reivindicaciones del patriotismo criollo, de alguna manera ya Humboldt durante su viaje a la Nueva España a principios del siglo XIX lo había mencionado cuando consideraba poco prácticas y justas las restricciones que padecía la colonia para poder producir aceite y vino. Esto puede apreciarse de mejor manera en este escrito del padre fray Servando Teresa de Mier fechado el 25 de mayo de 1817: Obstinarse en contra de la emancipación es querer forzar la naturaleza. El orden natural de las cosas es que toda colonia se emancipe en llegando a bastarse por sí misma. Así ha sucedido a todas las colonias del mundo, y aun los hijos, en llegando a su virilidad, quedan emancipados de la sagrada dependencia de sus padres naturales. Demasiado tiempo ha estado la América en las fajas de una tutela opresora que monopoliza su comercio, y no le permite fábricas, ni viñas, ni olivares (citado por Estrada Michel, p. 95). No obstante todas estas consideraciones, observamos que el cultivo de las vides y de los olivares fue una práctica común en Tacubaya, particularmente el cultivo de la aceituna y la producción del aceite de oliva. De ahí que en Tacubaya fueran conocidos, -además de los ya mencionados que se ubicaban en la Casa de la Bola-, los olivares y los molinos de aceite como el del Olivar del Conde de Santiago de Calimaya y el del cacique indio Pablo Buenavista. Según refiere María del Carmen Reyna, Juan Gutiérrez Altamirano inició la formación del olivar y por su parentesco con Hernán Cortés y los servicios prestados a la Corona le fueron mercedadas el 31 de julio de 1528 dos aranzadas de tierra para árboles y viñas entre Tacubaya y Coyoacán; como luego estas tierras formaron parte del Marquesado del Valle, se tuvo que pagar un censo enfitéutico hasta la segunda mitad del siglo XIX a los descendientes de Cortés. En 1616 la familia Velasco Altamirano consiguió el título de condes de Santiago de Calimaya, en consecuencia, la propiedad se conoció como el Olivar del Conde (pp. 81-82). A través de la información contenida en un expediente del Ramo Vínculos del Archivo General de la Nación, es que la autora averigua que uno de los arrendatarios que tuvo este lugar, Diego Sáenz Manzo, hacia 1727: ...había limpiado y disfrutado las aceitunas de los olivos, obteniendo 500 arrobas que convirtió en aceite, con una ganancia de 500 ó 600 pesos. Después obtuvo 1 700 pesos por cortar 450 olivos vendiendo la leña a los indios, a los obrajes de Mixcoac y al molino de pólvora (Ramo Vínculos, Vol. 270, 1727, “Don Antonio Flores como tutor del conde de Santiago contra Diego Sáenz Manzo”, AGN, citado por Reyna, p. 85). Por su parte, la historiadora de Tacubaya, Celia Maldonado, especifica que durante el siglo XVIII, el cacique indio Pablo Buenavista era todo un empresario que vivía del pulque, de sus rentas y de su molino que producía “el mejor aceite de Tacubaya”. Todo parece indicar que el molino se encontraba en su propiedad ubicada en la ermita, en donde actualmente se haya el Edificio Ermita, antigua residencia de los señores Mier y Celis, intersección de las calles de Jalisco y Revolución (p. s/n). También el Palacio Arzobispal de Tacubaya, mandado construir por el arzobispo y virrey Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta entre 1734 y 1738, contó con extensas y espléndidas huertas frutales y olivares, según comenta Víctor Hernández Ortiz, citando la obra de Antonio García Cubas, Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos de 1891 (Hernández Ortiz, p. 12). A su vez, Araceli García y María Martha Bustamante aseguran que este palacio “contaba con una huerta muy grande y parte del terreno al norte se donó a los indios para el cultivo de olivo” (p. 91). En 1746, José Antonio Villaseñor y Sánchez escribía, en su obra Theatro Americano, que Tacubaya tenía: muchas casas de recreación y huertas donde abundaba el cultivo de olivos que producían bastante aceituna parecida a la española, por lo que se encontraban varios molinos de labrar aceite... y en toda la Jurisdicción se localizaban muchas haciendas de labor... y de sus huertas se comerciaba con la ciudad de México frutas de todas las especies de tierra fría (Villaseñor y Sánchez citado por Gamiño, p. 57). Jesús López Martínez y Margarita Delgado Córdoba, “De semillas y otras menudencias: Tacubaya y su relación con el mercado de la ciudad de México, 1840-1845”, aunque abordan particularmente la primera mitad del siglo XIX, ofrecen un panorama muy ilustrativo acerca de los vínculos comerciales de Tacubaya con la capital de la República: “Tacubaya perteneció a un circuito mercantil que respondió a una distribución geográfica regional de producción y abasto, cuyo centro era la ciudad de México” (p. 176). A su vez, con los datos que brindan se puede constatar la continuidad de ciertos cultivos a lo largo del tiempo: “de sus huertos se cosecharon frutas como durazno, ciruela, chabacano, higo, pera, plantíos de olivo, cuya producción se destinaba a la elaboración de aceite o su conserva en vinagre. También fue notoria la presencia del maguey en la mayoría de las fincas... Todas estas primeras noticias nos llevan a suponer que entre los productos que formaron parte del comercio de Tacubaya con su entorno figuraron la aceituna, el aceite de oliva, el pulque, las frutas y el ganado y sus derivados... ¿cuánto de esta producción participó en el comercio exterior de Tacubaya y cuánto en el local? Como primera impresión podemos suponer que parte de ella participó en el comercio local o que fue producción de autoconsumo. Pero en el caso de la harina y seguramente en el del aceite de oliva y la aceituna en vinagre, la situación pudo ser diferente. Por el momento sólo tenemos referencias sobre la harina” (p. 184). Al parecer, los olivares y el aceite de oliva de Tacubaya cubrieron las necesidades de los españoles de la ciudad de México. Un documento del siglo XVIII, ubicado en el Archivo General de la Nación, así lo demuestra, se trata del proceso en contra del teniente Manuel Guijarro seguido por los principales e indios del común de Tacubaya que se quejaban de sus continuos excesos y vejaciones en enero de 1764. Uno de los testigos, don Diego de Bengochea y Andoaga, español y vecino del lugar, declaraba que Miguel Guijarro, además de ser teniente y vecino de la villa, desde antes de ocupar su cargo se dedicaba al comercio en Tacubaya, "como que administraba la tienda del notario Lima, la que siguió administrando aun siendo teniente hasta que se la quitó Lima", y después administró una botica que, al momento de su declaración, todavía mantenía. Administrando la tienda y la botica, Guijarro pudo hacer negocios cuantiosos, pero nada éticos, como el de la compra-venta de aceitunas: con cuyo motivo y el de expender en esta ciudad /de México/ el aceite de olivo que se fabrica en ella /la villa de Tacubaya/ por algunos de los vecinos, ha tirado a estancar la aceituna precisando a los indios dueños de ella a que se las vendan y aun quitándoselas como sucedió con Lino Cruz, indio de aquella villa, en el tiempo que se encareció con el motivo de las guerras en que subió el precio el aceite de Castilla pagándoselos a menos del precio a que se acostumbraba vender en los años regulares que no había esta carestía, y se las quitó de los árboles sin llevar cuenta y razón, y aun sin embargo de varios decretos del presente señor juez, así para que no se las quitase como para que se las restituyese, lo que no tuvo más efecto que hacer maltratando al miserable indio como lo hizo con otros muchos indios sobre el mismo particular, despojándoles de la aceituna, no obstante las oportunas providencias que se despacharon a fin de embarazarle este género de tiránico comercio, para lo que le parece al que responde, solicitó el empleo pues menos que con la autoridad de la Real Justicia no le hubiera conseguido pues en esta ciudad y aun en aquella villa vendían los indios su aceituna y aceite por duplicado precio del que les pagara dicho teniente (Ramo Criminal, Vol. 137, Exp. 1, fojas 4 anverso y reverso, y 5 anverso, AGN). Quisiera mencionar las dificultades para la elaboración de un proyecto de esta naturaleza ya que los estudios sobre cultivo de olivares y producción de aceite de oliva durante el período novohispano son nulos o, por lo menos, muy difíciles de encontrar. En otros países como Chile se hallan trabajos de investigación como el de Productos y organización técnica del trabajo en Azapa durante el siglo XVIII: poniendo chacra de ají, cogiendo aceitunas de Francisco Henríquez. El autor analiza la producción de aceituna y aceite de oliva durante el siglo XVIII en el actual norte de Chile. De cualquier modo, él mismo destaca la problemática de encontrar documentos para conocer cómo se cultivaba este producto, estratégicamente utiliza como fuente de comparación un documento español de fines del siglo XIX para saber acerca de las técnicas empleadas: Según Gómez de Fuencarral, citado por Henríquez, las aceitunas producen entre un 10% a un 12% de su peso en aceite cuando se procesa para ese fin. Asimismo, dice que había que labrar la tierra una o dos veces al año, después de la temporada de heladas. Se debía podar a fines del invierno y desyemar a fines del verano. También se necesitaba abonar periódicamente. En cuanto a las fechas de las actividades, lamentablemente ninguno de los documentos que utiliza proporciona datos. Las fuentes notariales indican que los pagos de las deudas de las haciendas se efectuaban entre los meses de mayo y julio después de las cosechas /junio-septiembre, invierno austral/. En consecuencia, se cosechaba la aceituna, al igual que en España, por la época de invierno. Eso significa que en Tacubaya es muy probable que la cosecha se realizara en los meses de diciembre a marzo (invierno). Asimismo, Henríquez cita un documento que aporta datos sobre la producción de aceitunas en Azapa hacia 1780, el cual describe actividades de “recojo de la aceituna”, contratándose un mayordomo para su supervisión en los dos años en que se realizaron cosechas. En otro documento de la década de 1810 se da cuenta de las dos maneras de cosecha: vareándola y cogiéndola. La primera consistía en golpear el árbol para que cayeran los frutos, en la segunda se desprendían los frutos uno por uno del olivo. Era obviamente más costosa la segunda, pero daba aceitunas de mejor calidad. El autor, haciendo uso de documentos de fines del siglo XVIII del Archivo Nacional de Chile, Fondo Judicial de Arica, reconstruye el procedimiento de conservación de aceitunas y producción de aceite de oliva, el cual incluía los siguientes pasos:
1.
Se asoleaba la aceituna por dos días y medio. Henríquez, basándose en las descripciones dadas por algunos expedientes de archivo, afirma que para la tecnología empleada en la producción de aceite de oliva en el norte de Chile: funcionaba el molino de piedra, la glorieta, la prensa, el hornillo y las pailas para elaborar el aceite, además de las tinajas en las que se almacenaba el producto. En cuanto a la mano de obra, ésta era importante en las épocas de preparación del terreno y las cosechas, entonces se requerían más personas y muchas de ellas eran provenientes de las comunidades indígenas que se empleaban para ganar el dinero que les permitiría solventar sus obligaciones con las autoridades coloniales. En el norte de Chile y en la región de Cuyo[7], en Argentina, se cultiva la aceituna y se produce el aceite de oliva desde la época colonial hasta la fecha. En esos confines del Imperio español no se padecieron con tanto rigor las restricciones de la Corona para la producción de aceite de oliva y vino. Esta situación explica que existan trabajos de investigación como el recién citado. En el caso de Tacubaya, seguramente la investigación se apoyará bastante en el trabajo de archivo. Los acervos a consultar serán el del Archivo de Notarías, y el Ramo Indios y Tierras del Archivo General de la Nación. Tan sólo la reflexión acerca del suministro y uso de la sal en la conservación de las aceitunas es uno de los problemas inmediatos a resolver. Podría pensarse en algún estudio comparativo con la producción de aceite de oliva en Tulyehualco para tratar de recrear esta actividad en Tacubaya durante la colonia. Por lo pronto, hablar de los precios de la aceituna y del oro líquido, como llamara Homero al aceite de oliva, en ese período me resulta muy difícil, es por eso que quisiera terminar con un pasaje del Paso de las aceitunas del genial Lope de Rueda para que se aprecie que éste ha sido un punto de controversia hasta en la literatura española del siglo XVI: Aloxa.- Señor vezino, ¿qué son de las azeitunas? Sacaldas acá fuera, que yo las compraré, aunque sean veinte hanegas. Toruvio.- Que no, señor; que no es dessa manera que vuessa merced se piensa, que no están las aceitunas aquí en casa, sino en la heredad. Aloxa.- Pues traeldas aquí, que yo las compraré todas al precio que justo fuere. Mencigüela.- A dos reales quiere mi madre que se venda el celemín. Aloxa.- Cara cossa es éssa. Toruvio.- ¿No le paresce a vuessa merced? Mencigüela.- Y mi padre a quinze dineros. Aloxa.- Tenga yo una muestra dellas. Toruvio.- ¡Válame Dios, señor! Vuessa merced no me quiere entender. Hoy he yo plantado un renuevo de azeitunas, y dize mi muger que de aquí a seis o siete años llevará cuatro o cinco hanegas de azeituna, y quella la cogería, y que yo la acarrease y la mochacha la vendiesse, y que a fuerza de drecho havía de pedir a dos reales por cada celemín; yo que no, y ella que sí, y sobre esto ha sido la quistión. Aloxa.- ¡Oh, qué graciosa quistión; nunca tal se ha visto! Las azeitunas no están plantadas y ¡ha llevado la mochacha tarea sobre ellas! Mencigüela.- ¿Qué le parece, señor? Toruvio.- No llores, rapaza. La mochacha, señor, es como un oro. Ora andad, hija, y ponedme la mesa, que yos prometo de hazer un sayuelo de las primeras azeitunas que se vendieren. Aloxa.- Ahora andad, vezino, entraos allá adentro y tened paz con vuestra muger. Toruvio.- Adiós, señor. Aloxa.- Ora, por cierto, ¡qué cosas vemos en esta vida que ponen espanto! Las azeitunas no están plantadas, y ya las avemos visto reñidas. Razón será que dé fin a mi embaxada. (T. I, pp. 753-754).
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Anexo:
Citado por Francisco Henríquez, Productos y organización técnica del trabajo en Azapa durante el siglo XVIII: poniendo chacra de ají, cogiendo aceitunas, Chungará (Arica). [online]. ene. 2003, Vol. 35, no.1 [citado 28 Mayo 2004], p.125-140. Disponible en la World Wide Web: <http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-73562003000100006&lng=es&nrm=iso>. ISSN 0717-7356.
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Archivo:
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[1] En la actualidad se siguen cosechando aceitunas en Xochimilco, inclusive, existe una fiesta en torno a los olivares y el aceite de oliva que se produce en esta demarcación (Tulyehualco). Conviene recordar que los olivares fueron introducidos en Xochimilco por los franciscanos en los primeros años del período colonial. En los últimos años la producción de aceituna ha disminuido pero se sigue produciendo el aceite con las aceitunas traídas de la Baja California.
[2] Johanna Broda define este concepto como “una interpretación ideológica del espacio”, citada por Rivas Castro, Francisco y Trinidad Durán Anda en “Toponimia y cartografía antigua de Atlacuiguayan, Tacubaya, México”, p. 7.
[3] Esta información se ha obtenido de la traducción que hace Elisa Ramírez Castañeda de la obra Aztec and maya myths de Kart Taube que aparece publicada en el artículo “Los orígenes del pulque” en la Revista Arqueología Mexicana, Vol. IV, No. 20, julio-agosto, 1996, p. 71.
[4] Acerca de los molinos se puede consultar a Desentis y Ortega, Adolfo, Molino de Santo Domingo: relación histórica, (publicación en trámite), México; García Parra, Araceli y María Martha Bustamante Harfush, Tacubaya en la memoria, México, Coedición Universidad Iberoamericana, Gobierno de la Ciudad de México, 1999, en particular, las pp. 29 -33.
[5] Tacubaya pertenecía durante la época prehispánica al Huey Altépetl de Coyoacán, luego, durante el virreinato, formó parte del marquesado del Valle y seguía dependiendo jurídicamente del Corregimiento de Coyoacán bajo la autoridad del teniente de corregidor de la villa, aunque se supone que Tacubaya mantuvo la categoría de pueblo de indios durante todo el período colonial. Acerca del Huey altépetl y la dependencia de Tacubaya hacia Coyoacán, véase a Horn, Rebecca, “Coyoacán: aspectos de la organización sociopolítica y económica indígena en el centro de México (1550-1650)” en Revista Historias, No. 29, Oct.-1992-Mzo. 1993, México, DEH-INAH, pp. 31-55). Sobre Tacubaya y su relación con Coyoacán durante el período colonial, véase a Gibson, Charles, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810), México, Siglo XXI Editores, 1984, en particular, las pp. 43 y 65.
[6] Oxite, de “oxitl: Especie de ungüento hecho con trementina, que se dice fue inventado por la diosa Tzapotlatenan (Clav.)”, Rémi Siméon, Diccionario de la lengua nahuatl o mexicana, p. 367.
[7] La región cuyana comprende las actuales provincias de Mendoza, San Juan y San Luis.