Saber sobre la historia del té en Europa en estos momentos está muy lejos de las historias o cuentos chinos que muchos narran, ya sea por la falta de preparación de quien lo escribe, o lo que es mucho peor: la gran cantidad de insensatos que copian a destajo sin molestarse en saber si aquello que fusilan tiene visos de realidad y así nos encontramos un Internet lleno de informaciones que desinforman a quien busca saber de las cosas y para comprender de lo que hablo sólo hace falta, por ejemplo, buscar en Google y ver lo que hay.
De las primeras constancias ciertas en la época moderna sobre el cultivo del té son las que obran en el informe que escribió G. Stanton sobre el viaje que hizo la embajada inglesa, capitaneada por el irlandés George Macartney, en el año 1792 y que terminó en un estrepitoso fracaso, todo achacable a la soberbia de los ingleses y la reticencia del emperador chino , que al final resolvieron con la llamada Guerra del Opio, ya que, como todos sabemos, los sajones obtienen lo que desean ya sea por las buenas o por las malas, de ahí sus grandes imperios con sus vergonzosos pasados y presentes de saqueos.
Ciñéndome al cultivo del té creo importante transcribir o citar el primer párrafo de Stanton: «En todas partes se cultiva el té en la China: lo siembran en filas distantes entre sí cuatro pies, en tierra bien limpia de malas yerbas, y no en sitios llanos y pantanosos que reservan para el arroz; sino en países montuosos. No le dejan crecer mucho á fin de recoger su hoja con mas comodidad la primera vez en la primavera, y otras dos veces en el verano. Sus ramas largas y tiernas salen casi inmediatamente de la raíz sin tronco intermedio: forma una mata espesa como un rosal, y las hojas de su flor extendidas se parecen, algo á las dé la rosa. Su calidad depende del terreno en que crece de la época en que se deshoja, y de las manipulaciones que después hacen con ella«.
Tras la idea general de las plantaciones de té en China se adentra, ya que esa era su misión, la de investigar toda la riqueza con la que comerciar, en describir las distintas hojas y su uso y así comenta que las más grandes y viejas eran las menos estimadas y las que usaba el pueblo se solían vender con poca preparación, y tenían gusto a ‘verde’ o hierba, como casi todas las plantas frescas pero que ese sabor se disipaba al poco tiempo y queda un retrogusto que le caracterizaba en particular.
Por contra la cosa cambiaba a la hora de ponerlas en el comercio ya que, según cuenta, las mujeres arrollaban las hojas tiernas, una a una, para darles aproximadamente la forma que tenían en las yemas antes de abrirse, después las ponían sobre planchas de hierro o «baldosas sumamente delgadas que no podría hacer ningún artífice de Europa» y que colocaban sobre un fuego de carbón para que perdieran toda su humedad, lo que hacía que se encogieran y se secaran, aclarando que el color verde y el sabor astringente del té verde provenía de que cogían las hojas antes de tiempo, cuando aún no estaban en sazón.
El empaquetado lo hacían en cajones grandes forrados de plomo y de hojas secas de otros vegetales para continuar diciendo: «es muy cierto que allí se ataca ó aprieta pisándolo con los pies desnudos los labradores de la China, lo mismo que en algunas partes de Europa se pisa la uva. A pesar de esta práctica asquerosa hay en Inglaterra la mayor afición al té de China entre los ricos y los pobres, y usan de la. mayor escrupulosidad en la elección«.
El afán exportador de China hacía que el té de primera calidad fuera más caro en Pekín que en Londres, pese a que decía que se cultivaba en grandes cantidades en las montañas meridionales de China, sorprendiéndose al afirmar que aunque si de repente dejara de exportarse no bajaría el precio en aquel país y eso pese a que en Inglaterra consumían, junto a sus colonias, a principios del siglo XVIII unas 500.000 libras al año y que en el momento de escribir el informe, principios del XIX, era de veinte millones de libras.
Un dato histórico y anecdótico interesante a conocer de la historia del té es cuando escribe: «Los Olandeses fueron los primeros que trajeron á Europa este artículo. Habían visto que los Chinos tomaban generalmente la infusión de una planta, y procuraron cambiarla por otra planta europea conocida en la China por sus virtudes, cual era la salvia, celebrada por los antiguos por sus propiedades medicinales. El despacho de la planta europea no hizo, progresos en la China, y el consumo del té se aumentó extraordinariamente en Europa» y otra cuestión es cuando dice que «Los primeros derechos que se impusieron sobre el té y sobre el café suponen á uno y otro en estado líquido«.
Al final del informe elaborado, como ya he dicho, por G. Stanton, agrega una nota no menos interesante y que dice que un viajero ingles, se refería a Arthur William Costingam en su libro ‘Cartas de Portugal’, encontró en el jardín de un convento de Capuchinos el árbol del té «que vegetaba muy bien al aire libre y que un religioso lo había traído del Japón ó de la China algunos años antes, y que habiendo bebido la infusión de sus hojas que el guardián había recogido algunos días antes, halló que el té tenia el mejor perfume«.
La nota del final del informa que hemos citado no pasó inadvertida por los españoles, ya que el Semanario de Agricultura y Artes del mes de octubre de 1804, editó una advertencia haciendo la correspondiente cita y diciendo: «Parece que el té podría cultivarse en algunas de nuestras provincias de la península que están bajo los mismos paralelos que muchos países en que vegeta en Asia«, era mucho dinero el que se ganaba con el comercio del té y España en esos momentos pasaba difíciles momentos económicos con las arcas del estado casi vacías y había avidez por parte de los empresarios de negocios prósperos.
Aconsejo leer mi otro trabajo titulado: ‘Historia de un té que pudo cambiar el mundo, el de Bogotá’.