Historia de la alimentación de los monjes trapensesen la España del siglo XIX

Hay un hecho en la historia de España muy poco conocido y que merece especial atención, me refiero a la orden de los cistercienses que se afincaron en nuestro país una vez que fueron expulsados de Francia primero y de Suiza después.

La Orden de la Trapa, como se llamaron, pasó serias vicisitudes en España ya que les fue asignado un convento, el de Santa Inés en Murcia, para después decirles que era muy valioso y que le cedían otro, totalmente ruinoso, el de Escarpe, en las inmediaciones de las localidades de Maella y Fabra en Aragón, que fue fundado en el siglo VI por los monjes benedictinos, sin entrar en otros detalles que escaparían al contenido de este trabajo. 

Armando Rancé fundador de la orden de la Trapa

El monasterio que recibieron los monjes trapenses no era un lugar confortable, ni tan siquiera habitable, ya que según cuenta el vizconde de Chateaubriand: «Hallábase este antiquísimo edificio, grande sí, pero tan derrotado, que amenazaba ruina por todas partes, sin otra disposición de oficinas que un confuso bosquejo de su anterior existencia. La iglesia en el más deplorable estado; la sacristía desprovista de todos los ornamentos indispensables al culto divino; el claustro maltratado, sin suelos ni ventanas; los cuartos superiores llenos de paja y basura; la sala capitular, el refectorio, la cocina y hospedería estaban invertidas en cuadras de ganado; las puertas medio deshechas, sin seguridad ni cerraduras, los tejados maltratados por sus maderas podridas; las paredes con grietas y desniveladas en tal conformidad, que todo indicaba una inminente ruina«.

Pese al desánimo todos los frailes emprendieron camino, desde el monasterio de Poblet, el 4 de enero de 1796, llegando a su destino el 13 de enero del mismo año tras un recorrido a pie por las localidades de Lérida, Alacarraz, Escarpe, Mequinensa, Nonaspe y Fabara, padeciendo todo tipo de calamidades, acrecentadas por el intenso frío del invierno, eso sí, siendo recibidos en todas las poblaciones con admiración y respeto.

El trabajo para reconstruir lo que el tiempo había arruinado fue una labor titánica y que, en parte, fue subsanado por los donativos y ayudas de muchas personas, unas anónimas y otras no tanto, como el conde de Fuentes que los abasteció de trigo para un año, de rejas de arado y otros utensilios de labranza; los monasterios cistercienses de la congregación de Aragón ayudaron con dinero; los campesinos de Maëlla y Fabara aportaron, desinteresadamente, sus caballos, sus carros y mano de obra; el ayuntamiento de Fabara suministró el yeso necesario y jornaleros especialistas en amasarlo y así hasta que lo indispensable para vivir fue ultimado.

Algo sorprendente, en todo este entramado de voluntades y comprensiones por parte de todos, fue el saltarse las normas de las constituciones cistercienses al consentir o permitir a las mujeres, provisionalmente, el acceso a una parte del templo, fuera de la zona de clausura, para asistir a las misas, en concreto en el altar de Santa Susana.

Después de estas importantes obras corrió por parte del rey el ajuar de la sacristía, donando cuatro cálices y demás revestimientos del altar, etc.

Otro aspecto curioso, y ya centrándonos en la alimentación, fue que al no tener ultimado el horno para hacer pan los monjes debieron hacerlos en el del pueblo y para que no hubiera roces con las mujeres y tuvieran motivos de pensamientos pecaminosos, por lo que parece estaban en celo como los animales, se hicieron las amasadas de forma esporádicas, elaborando panes muy grandes, de modo que comían pan de tres o cuatro semanas, poniéndolos al sol para que no floreciesen.

La carencia de frutos de cosecha propia hizo que los monjes se alimentaran, hasta que pudieron valerse por si mismos, básicamente de maíz molido en farinetas o puches, alternando a veces con judías, sin más condimento que sal y agua.

Ocho años después, 1804, apareció un trabajo en la publicación del ‘Seminario de agricultura y artes dirigido a párrocos. De orden superior’, Tomo XV, bajo el título: ‘Noticias económicas del monasterio de la Trapa en Aragón’, que es un extracto de una carta de un fraile llamado Adelpho Autositos en la que se detallan todos los logros de esta congregación y que son valiosísimos tanto a nivel histórico como gastronómico. En dicho informe, en sus comienzos, alaba el trabajo de los monjes al decir que si la tierra producía cuatro por uno, en esos momentos se había llegado al diez, gracias a las labores y abonos de dichos religiosos, aclarando que el abonado de la tierra estaba compuesto en su mayor parte de despojos de vegetales mezclados con estiércol de los establos. La labranza la hacían con bueyes, dando cuatro rejas a las tierras antes de sembrarlas, en contraposición de los labradores vecino que sólo les daban dos y labraban con mulas. Todo este trabajo se traducía en que las tierras de los trapenses producían todo el año, mientras que la de los campesino sólo obtenían una cosecha.

Tras la siega del trigo inmediatamente sembraban zanahorias, chirivías, nabos, calabazas, cáñamo, maíz, judías, habas, guisantes, coles y patatas, de modo que llegaban a autoabastecerse, alimentando a setenta religiosos, e incluso tenían excedentes.

Merece especial atención el centrarse en el cultivo de la patata porque la información que ofrece dicho trabajo es crucial para conocer cuando se cultivaron patatas en la zona de Aragón, ya que pese al Real Decreto de 1 de mayo de 1784 cuando, a instancia del conde de Floridablanca, firma Carlos III, donde insta a todas las administraciones del país para que en el reino se planten patatas no en todos los lugares fue acatada dicha orden.

En el resumen de la carta del ya citado fraile Adelpho hace hincapié en la importancia de la patata con estas palabras: “Las patatas merecen su particular atención, con que encuentra en ellas la comunidad un alimento seguro para todo el año, comiéndolas preparadas de cuatro o cinco maneras distintas, y mezclándolas con partes iguales de harina de trigo y centeno sin cerner, para sacar un pan aún más sabroso que el que se hace sin patatas”.

El ingenio de los frailes trapenses les llevó a construir un aparato para moler las patatas, el cual viene perfectamente descrito en dicho informe, y que consistía en un banco fuerte con un agujero en el que afianzaba una boca de cañón de hierro que no llegaba a un palmo de diámetro; en dicho cañón, cerrado y lleno de agujeros de línea y media a dos líneas de diámetro, se metían las patatas y se le aplicaba un embolo que ajustaba perfectamente, apretado con una palanca, asegurada a un pie derecho de tres cuartas de alto, que estaba en la extremidad del banco, lo que obligaba a salir por los agujeros las patatas deshechas, de forma que parecían fideos.

Una vez obtenidas las virutas de patatas se introducían en el horno, después de sacar el pan, en unas chapas de hojalata en forma de bandejas, consiguiendo al cabo de tres horas que se secaran, siendo su textura parecida al arroz y “de esta manera se guardan todo el tiempo que se quiere”.

Cuando las necesitaban para comerlas sólo las tenían que introducir en agua caliente por espacio de hora y media, quedando blandas, y según dice, con mejor gusto que antes, pudiéndose mezclar con arroz, judías, etc.

Debió ser invento de los monjes esta forma de conservar las patatas porque aconseja lo siguiente: “Un medio tan fácil de conservar las patatas se pudiera adoptar en muchos países en que se hace cosecha de ellas a fin de asegurar este alimento para uno o muchos años; y también se pudieran llevar así en las embarcaciones con la ventaja de que abultan menos”.

 La producción anual de patatas o el gasto que tenían de ellas en el monasterio era de ochenta cargas, las cuales se recogían después del trigo sin merma para el grano, lo que hacía las tierras muy productivas.

Evidentemente no se cultivaban las patatas en aquellas tierras hasta la llegada de los monjes, enseñando y haciendo estos a los campesinos partícipes del cultivo, llegándolas a repartir y haciéndoles a los naturales degustar en diferentes guisos, para continuar diciendo: “Hoy las plantan muchos, y hay quien recoge veinticinco cargas con mucho beneficio de su familia; y se han desengañado no solo de que no esquilman la tierra, sino que ven que la benefician para el trigo, lo mismo que las habas, y se complacen en que las tierras que antes dejaban descansar sin utilidad les produzcan ahora una cosecha casi tan útil como la del trigo”.

Pese a que la orden religiosa prohibía usar aceite en las comidas plantaron bastantes olivares para la comercialización de sus frutos y sus derivados, aprovechando el orujo como combustible, ya que la zona era deficitaria de arbolado, y como eran sumamente ingeniosos economizaban hasta dicho combustible, haciendo bolas como el puño amasando dicho orujo con tierra arcillosa, que las secaban al sol. Estas bolas, según cuenta el informante, ardían perfectamente en los hornillos de hierro o estufas que tenían en su laboratorio, enfermería y calefactorio, y que “duran una docena de ellas seis o siete horas dando un fuego vivísimo, y ahorrando mucha leña, que no se encuentra en aquellos contornos”. Como nada desperdiciaban, las cenizas de dicho combustible la usaban como abono para el trigo.

El agua para beber y cocinar la sacaban con bombas aspirantes impelentes, algo muy moderno para la época y la cocina, al hogar para cocinar me refiero, era un invento, para entonces, de última generación, ya que se componía de una cocina económica inventada por Benjamín Thompson, más conocido como el conde Rumford (1753-1814).

Foto gentileza de José Roca

La producción de los campos queda reflejada en la obtenida en el año 1803 y que fue la siguiente:

 PRODUCTOS PLANTADOS

Pesos fuertes

Trigo 67 cahices y 6 hanegas, que a 12 pesos fuertes el cahiz valen

813

Centeno 13 cahices y 2 hanegas, a 10 pesos fuertes valen

132

Cebada 29 cahices y 3 hanegas, a 5 pesos fuertes

148

Judías 4 cahices y 4 hanegas, a 15 pesos fuertes

67

Habas 1 cahiz y 4 hanegas, a 8 pesos fuertes

12

Maíz 4 cahices y 4 hanegas a 7 pesos fuertes

31

Patatas 800 arrobas a medio peso fuerte

400

Cebolla 25 cargas a 2 pesos fuertes

50

Verduras y legumbres verdes, cuantas han sido necesarias en todo el año para setenta personas: poniéndolas a un precio ínfimo importarán.

110

Aceite 346 arrobas a 3 pesos fuertes cada una

1.038

Nueces 12 cahices a 4 ½ pesos fuertes

54

Higos 40 arrobas a 28

56

Calabazas 300 muy grandes que valdrían

40

Vino tinto y blanco mil cántaros a 5 reales

250

Que todo asciende a 3.201 pesos fuertes o 64.020 reales vellón

 

Termina el informe con estas palabras: “Es de advertir que no se incluyen en este computo varios artículos, como frutas, forrajes de alfalfa, maíz y paja, etc., los cuales no dejan de ser de alguna entidad al cabo del año.

Tal es el producto de unas tierras que apenas valdrán de capital 15.000 pesos fuertes, y que alimentan a setenta monjes que las trabajan. Si todos hiciéramos otro tanto !!!”.

Poco les duró el sosiego a la comunidad trapense, ya que en enero de 1809 las tropas francesas amenazaron el convento por lo que todos los monjes, excepto dos, tuvieron que huir en dirección a Córdoba en otro penoso viaje y desde allí a la diáspora por distintos conventos de Europa, siendo el monasterio devastado por las tropas napoleónicas.

Una vez que todo parecía que volvía a la normalidad, la desamortización de Mendizábal dejó sin efecto las propiedades de los trapenses por Real Orden de 29 de agosto de 1835.

En esos 39 años de existencia los monjes habían atesorado algunas riquezas, como queda demostrado en el inventario que hizo la Hacienda Real, pese al expolio de la tropas francesas, y que consistía, entre otros, de una biblioteca con 333 libros, sesenta y nueve cuadros en el claustro y otros seis en la sacristía, no figurando, al menos, una escultura de una virgen a tamaño natural y dos crucifijos. Respecto a las obras realizadas no parece quedar duda que la habían ultimado ya que en la descripción del edificio se hace constar que tenía construidos la portería, la hospedería, la biblioteca, el refectorio, el claustro, la torre que poseía dos campanas y un reloj, más edificios auxiliares como eran sala de estudio, enfermería, sastrería, lavadero, horno de cocer, laboratorio, bodega, establos, pajar, molino para el aceite, imprenta, carpintería y herrería. La zona de dormitorios se componía de un total de seis con 27, 6, 16, 10, 10 y 19 alcobas o habitaciones cada uno, aparte de las 20 camas que existían en la hospedería.

El edificio en realidad no estaba construido con excesivos lujos o materiales nobles, ya que las paredes estaban decoradas con yeso, pero era práctico y confortable, como se puede ver en las fotos que gentilmente nos cede José Roca (para ver sus fotos presione aquí).

El 11 de abril de 1844 se hizo pública la subasta de los terrenos ocupados por los olivares y viñedos del monasterio, que tenían una superficie de 19 cahíces y 6 hanegas,  algo más de dos hectáreas de terreno, saliendo con un precio de 48.000 rs vs.

Como consecuencia del Concordato de 1851 es devuelto al clero parte del convento, según obra en el legajo 4.305 de la Sección de Hacienda del Archivo Histórico Nacional, aunque no debió de surtir efecto porque el 11 de mayo de 1868 el Superior de la Trapa de Melleray (Francia), antiguo Superior de la Trapa de Santa Sunana, José María Nager, escribió a la reina Isabel II suplicando la devolución del monasterio y las tierras que tan bien habían sabido administrar, pero la reina en esos momentos no estaba para atender muchas suplicas ya que tuvo que exilarse en Francia. Desde entonces el monasterio permaneció abandonado hasta nuestros días, degradándose hasta aparecer como una figura fantasmagórica en el paisaje, quedando casi olvidado en la memoria colectiva esta importante fase de la historia de la gastronomía española.

Foto gentileza de José Roca

 Equivalencia de pesos, medidas y monedas.-

1 cahiz (Medida) eran 8 hanegadas y equivalían a 57 áreas y 21 centiáreas.

1 Cahiz (peso) = 3 cargas = 666 lts.

1 Hanegada equivalían a 7 áreas y 15 centiáreas. 

1 Cántaro = 16,133 lts.

1 Arroba = 12,536 lts. o 11,5 Kgs.

1 Carga = 222 lts.

 

Bibliografía:

 

Anónimo: Seminario de agricultura y artes dirigido a párrocos. Tomo XV, edición de 1804 

Carbonero y Sol, León: La Cruz. Revista religiosa de España y demás países católicos. Edición de 1868. 

Chateaubriand, Vizconde de: Vida de Rancé. Edición de 1846. 

Marteles López, Pascual: La desamortización de Mendizábal en la provincia de Zaragoza (1835-1851). Tesis doctoral de 1990 

Wikipedia: Monasterio de Santa María de la Trapa de Santa Susana. Documento en línea  

 

Un comentario en «Historia de la alimentación de los monjes trapensesen la España del siglo XIX»

  1. Es Importante cococer sobre los Trapenses hace mucho tiempo, siendo un adolescente en una revista espanola leí sobre un convento de los trapenses en SAN SEBASTIAN..saludos necesito más Información

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