Este trabajo es una actualización de otro de fecha Febrero de 2009
Dedicado a mi amigo Flavio Morganti.
Escribir sobre la historia de las castañas en la alimentación es también hacerlo sobre los desheredados de la tierra, esos seres humanos que pasaron por la vida sin dejar huella o recuerdo alguno, aquellos que, en época de escasez, apenas podían subsistir y que como norma tenían una alimentación tan monótona como sus propias existencias.
Para hacernos una idea, los más exacta posible, sobre el consumo de las castañas tendríamos que ubicarlas tanto geográficamente como en la historia conocida de la humanidad. En la actualidad éste árbol está presente en todos los países de la cuenca mediterránea, extendiéndose por el norte a Europa central y las Islas Británicas, así como, al este, en el sur de Rusia.
El origen del castaño es confuso y contradictorio, consecuencia de las referencias escritas que han llega hasta hoy, siendo la primera de ellas, al menos que yo sepa, la que nos dejó Jenofonte (431-354 a.C.), el cual en su obra ‘Anábasis’, libro V, 4-29, nos habla de los mosinecos, pueblo jaranero como pocos, como contaré más adelante, que vivían cerca del mar Negro, y del que nos dice que «En los graneros había muchas nueces lisas sin ninguna hendidura. Éste era su alimento principal, que hervían y cocían como pan«, por lo que se deduce que en Grecia no era conocida la castaña en esos momentos o al menos este hombre no las conocía. Al margen de esto, y hablando de los mosinecos, Jenofonte también nos cuenta que los soldados hacían el amor delante de todos con las putas que les acompañaban en un ‘aquí te pillo, aquí te mato‘ sin darles pudor, seguramente influidos por el gran poder energético que les daban las castañas, y para colmo algo que los griegos no entendían: estos soldados «hablaban consigo mismos, reían y se ponían a bailar en cualquier sitio que encontrasen como si alguien pudiese verlos«, lo que ya era el colmo, razón por la cual los consideraron bárbaros.
Por otra parte tenemos la etimología de nombre de la castaña (Castanea sativa) que proviene, según quien lo interprete, ya que en esto de la investigación hay para todos los gustos, de la ciudad griega de Kastania, donde parece ser que fue llevada desde alguna región del Cáucaso sobre el siglo V a.C., aunque los hay que defienden que la palabra tiene raíces indoeuropeas y donde ‘demuestran’ que viene de la palabra Kas, de pinchar, por los pelos de sus erizos. Sea como fuere, no vamos a estar todo el día dándole vueltas al nombre, todo hace indicar que el castaño bien pudo ser explotado como alimento, independientemente de la utilización de su madera, por los griegos hace de esto ya más de 2.500 años, pasando de ahí al resto del mundo latino, atribuyéndose a los romanos su expansión por todas las tierras conocidas hasta entonces, entre otros lugares España. Pero, siempre existe un pero, por estudios recientes palinológicos se sabe que ya existían en la península ibérica castaños, no se conoce de que especie, antes de la invasión romana, por lo que, de ser cierto, todas las teorías antes apuntadas se desmoronarían y donde llegaríamos a la conclusión que sobre el origen de la castaña nadie sabe nada de nada, como de casi todo.
Las castañas desde el mundo antiguo, hasta hace relativamente poco, por tener frutos de elevado valor energético, eran utilizadas ampliamente por la población rural, que las recolectaban directamente del monte para consumo inmediato o para conservarlas secas (pilongas); sin embargo no gozaron de la agricultura más avanzada, que vio principalmente en el castaño un soporte adecuado para maridar vides (José Ignacio Cubero y Pedro Sáez). De hecho Julio Moderato Columela en el siglo I estudia, en su libro IV, 33, de sus ‘Doce libros de agricultura’, la plantación de los castaños de forma extensa, sin hacer referencia al fruto, la castaña, como aprovechamiento alimenticio, por raro que nos pueda parecer y de donde sacamos conclusiones importantes sobre las técnicas y métodos de plantarlos, trascribiendo lo que dice: «El castaño, se acerca a la naturaleza de los robles; por lo tanto, es a propósito para proveer de apoyos a las viñas. La castaña sembrada en una tierra agostada, nace prontamente. Se corta la planta a los cinco años, se renueva como el sauce, y la estaca que se hace de ella dura casi hasta el corte siguiente. Necesita una tierra obscura y suelta, y no le es contraria la arena gruesa húmeda ni la toba deshecha; le acomodan las pendientes sombrías y septentrionales, pero teme el terreno denso y el rojo. La tierra seca y agostada hasta dos pies y medio de hondo se siempre por todo el invierno, desde el mes de noviembre. En el liño las castañas estarán a una distancia de medio pie una de otra, pero los liños (1) tendrán entre sí espacios de cinco pies. La castaña se pone en surcos cavados a nueve pulgadas de profundidad, y luego que están sembrados, antes de allanarlos, se clavan cañas al lado de cada castaño para que, sirviendo de señales, se pueda cavar y escardar a mano con más precaución. Así que tienen pies que poder trasplantar, lo cual ocurre a los dos años, se arrancan algunos de en medio de los liños, de manera que quede un espacio de dos pies entre cada arbolito para que la espesura no debilite las plantas.
El hecho de sembrarlas espesas es para prevenir diversos contratiempos que pueden sobrevenir, pues algunas veces se seca la castaña por falta de humedad, o se pudre por abundancia de aguas; otras veces son devastadas por loa animales subterráneos, como los ratones y los topos. Por este motivo se despueblan muchas veces los castañares nuevos, y cuando se han de repoblar vale más, si es posible, hacer bajar un varal de un árbol inmediato, a manera de mugrón, para propagarlos, es mejor que arrancarlo y plantarlo. Pues aquél, como no se ha movido de su lugar, arroja con fuerza; mientras que la que se ha arrancado de raíz y se ha plantado otra vez no se restablece hasta pasado dos años. Por lo cual es cosa sabida que semejantes bosques se forman mejor con castañas que con barbados. Sembrando las castañas a las distancias que se han descrito, caben en cada yugada dos mil ochocientos castaños, los cuales darán fácilmente, como dice Atico, doce mil apoyos. Porque los trozos cortados de la parte de la rama más inmediata al tronco suministran ordinariamente rodrigones que cada uno tiene la cuarta parte del trozo partido de alto a bajo, y los más retirados, que llaman segundos, dos que cada uno tiene la mitad. Esta especie de apoyo hendido dura más tiempo que la estaca cilíndrica. La tierra se cava igual que si se tratara de una viña. Se debe de escamondar cuando tenga dos años y aún cuando tenga tres; ya que se le debe aplicar dos veces el hierro al principio de la primavera«.
Gracias a Amalia Lejavitzer, que se tomó la molestia de traducirnos del latín una receta de Apicio (siglo I) y un pasaje del libro ‘Medicinae ex holeribus et pomis’ del agrónomo Quinto Gargilio Marcial (siglo III), el cual tiene todo un capítulo, el LVI, dedicado a la castaña, podemos enriquecer este artículo de forma significativa.
De Apicio, del cual es especialista Amalia Lejavitzer por ser el centro de su tesis doctoral en la Universidad de México, encontramos en su libro ‘De re coquinaria’ la receta para hacer lentejas con castaña (5 ,2 ,2 del libro), exótico plato como la mayoría de este autor, que dice: «Tomas una cazuela nueva, y echas bastantes castañas peladas. Agregas agua y un poco de sal de nitro, haces que se cocine. Una vez cocido, echas en el mortero pimienta, comino, semilla de cilantro, menta, ruda, raíz de laserpicio, poleo, mueles. Viertes vinagre, miel, garo; corriges el sabor (literalmente templas) con vinagre, y lo viertes sobre las castañas cocidas. Agregas aceite, haces que hierva. Cuando haya hervido bien, lo machacas (como si la majaras en el mortero). Lo pruebas, si algo le falta, lo agregas. Cuando lo sirvas en un plato hondo, le agregas aceite verde«.
De Quinto Gargilio Marcial, y enunciado anteriormente, nos llegó la siguiente información: «Las castañas son un alimento agradable, difíciles de digerir, verdes son dañinas, cocidas lo son menos. Asadas sobre la ceniza o en una vasija de barro, trituradas con miel, dadas en ayuno, ayudan a los que tienen tos. El agua en la que fueron cocidas, se da a los enfermos de celiaca, a los que padecen disentería y a los que escupen sangre«.
Del famoso médico griego Galeno de Pérgamo (siglo II) también nos llegaron hasta nuestros días sus recomendaciones sobre la castaña, según Pío Font Quer en su ‘Dioscórides renovado’, donde dice que»le dan al cuerpo mas nutrimento que ninguna otra fruta salvaje; pero engendran ventosidades, hinchan y dan estreñimiento, provocan al apetito venéreo y, comiendo en cantidad de ellas dan dolor de cabeza«, peligrosa combinación de bondades y maldades la de esta fruta ‘traicionera’, ya que está reñido, por convenciones puramente sociales y de gusto, el tener ganas de hacer el amor y estar reventando por echar gases, lo cual se agrava si se tiene dolor de cabeza, complicado lo tenían los amantes castañeros, de hecho el tirarse un pedo, desde siempre, se dijo que era tirarse una castaña y con razón según vemos.
No cambia la mentalidad y los gustos según pasan los años, ya que, en el siglo V, Casiano Baso en sus ‘Geopónicas’ hace casi el mismo estudio agronómico sobre el árbol como Columela, pero pasa de puntillas en lo referente a la utilización de las castañas como alimento, pese a hacer referencias a las experiencias de Dídimo, Damegeron o Bericio y que las denominaba bellotas de Zeus.
Que en el ‘mundo civilizado’ la castaña no tuviera predicamento no quiere decir que no fuera el alimento básico de los habitantes de las montañas, como ya he indicado, los cuales la tenían como imprescindibles en sus mesas, tomándolas, recién recolectadas o secas. La harina de castaña, por su dulzura de sabor, se utilizaba para hacer pasteles y gachas, así como sustituta de los cereales en la elaboración de un pan de mala calidad pero necesario para subsistir.
En el libro de agronomía de Abu Zacaria Iahia (siglo XII), traducido por Josef Antonio Banqueri en 1802, en su Parte Primera, escribe sobre las distintas clases de árboles de la Península Ibérica, en donde en el artículo IX se detiene en los que llama ‘Del plantío del árbol castál que es el chah-balúth y el mismo del castaño’ y donde decía que existían de varias especies, según el también agrónomo Abu-el-Jair, uno de castaña grande y ancha, conocida como amlisi, o la muy lisa, y otro de cuya castaña la cáscara interior, o película, pegada a la pulpa se mondaba sin fuego.
Dicho árbol se criaba en tierra delgada y alta, según Ebn-Hajáj, de forma que si se necesitara plantarlo en tierra llana aconsejaba que se hiciera en arenales, siendo los márgenes de los ríos los lugares idóneos, “por ser amantes de aires fríos”, continuando con los consejos de las distintas formas para plantarlos, terminando contando sus cualidades alimenticias con estas palabra: “Teniendo mucho tiempo en agua las castañas secas, pilongas, se humedecen y suavizan el buen temperamento y son de alimento sano. También lo son comidas frías con miel, o calientes con azúcar. Si queréis hacer, dice Anoch, pan de castañas fresca no es menester más que ponerlas quebrantadas al sol un día juntamente con un poco de panizo, de lo cual molido y amasado con levadura de harina de trigo se hace un pan muy bueno, y mejor que el de bellotas. Ebn-Hazém dice que las castañas son de mantenimiento”.
Se sabe que a mediados y finales de la Edad Media numerosas poblaciones de las montañas italianas, desde las zonas alpinas al macizo de la Amiata y desde las montañas de Liguria hasta los Apeninos, subsistían, durante gran parte del año, gracias las castañas, sobre todo en épocas de escasez de cereales, haciendo con ellas el llamado ‘pan de árbol‘. Los excedentes estaban destinados a abastecer a las ciudades, más como un producto de temporada que como alimento básico, y donde nos encontramos con el testimonio de Francesco Balducci Pegolotti (1310-1347), en su obra ‘La práctica del comercio’, donde nos indica que las ciudades de Nápoles, Mesina, Venecia y Génova son mercados de castañas. De igual forma el cronista Bonvesin de la Riva (1240-1315) nos cuenta de la importancia de este fruto en Milán.
En un libro escrito en Amberes en el año 1557 por Juan Xarava titulado ‘Historia de las yerbas y plantas, sacadas de Dioscórides de Anazarbeo y otros insignes autores, con los nombres griegos, latinos y españoles’ dice sobre el castaño y las castañas lo siguiente: “El castaño árbol quiere los montes, y las aguas le son contrarias, reverdece hacia el mes de mayo, y lleva fruto en otoño. Dioscórides dice que las castañas son astringentes y tienen igual virtud con las otras bellotas principalmente la mondadura que está debajo la corteza. La castaña es buena cocida, y útil a los que hubieren bebido la ponzoña que se dice ephemeron”.
En el más que curioso libro de los denominados raros que se le atribuyó al gran maestro Leonardo da Vinci y que es una falsificación conocido como el Códice Romanoff, nos cuenta sobre una receta incluida en lo que denomina ‘Otras tres sopas sencillas’, elaborada con castañas y cuya fórmula está escrita como sigue: «Golpead las castañas con un martillo para quebrarlas y hervidlas primero en agua sola. Luego de un rato las sacaréis del agua y pelaréis todas las pieles que aún queden sobre ellas. A continuación, las herviréis suavemente durante más largo rato en un caldo de gallina hasta que estén lo bastante blandas para pasar fácilmente por el cedazo. Entonces, calentadlas con aceite, miel, sal y pimienta, adornadlas con pequeñas hojas, y ya tendréis la sopa de castañas. Es beneficiosa contra las consecuencias de las mordeduras de arañas salvajes, y también para mantener unidas las páginas de los libros«. Esta receta nos da ejemplo, no de la versatilidad de la receta en sí, sino del engrudo que se formaba que lo mismo podía servir como alimento, más o menos deseable, como crema balsámica o, incluso, como pegamento del papel.
De mediados del siglo XVI nos llega hasta la cocina actual un postre de la región de la Toscana que es el emblema de esas tierras, me refiero al Castagnaccio, del que se tiene noticias por primera vez en el año 1553, cuando Ortensio Orlando escribe sobre esta receta, sólo citándola, en su libro ‘Commentario delle più notabili et mostruose cose d’Italia et altri luoghi», título que no le hace honores a la castaña. Ya en el siglo XIX se le añaden, para enriquecer este pastel pobre, otros componentes, como son piñones, pasas y romero.
En Francia los castañares, en esa misma época, formaban parte de los paisajes que poseían terrenos silíceos, sobre todo en las regiones del Périgord, Limousin, Auvergne y las montañas de Lyon, así como en Vivarais y Cévennes, siendo en éste último lugar donde, en el siglo XVI, las castañas representaban el principal recurso económico de la región (Alfio Cortones). Bruyerin Champier, médico de Enrique II de Francia, en el siglo XVI escribía: «Para muchos pueblos las castañas son como las cosechas, particularmente para los habitantes del Perigord y para las poblaciones que viven en las montañas Cevenas. Yo, de hecho, cuando viajaba allí, me enteré por los lugareños de que pocas familias hay allí, exceptuando la nobleza, que se alimente de pan, a no ser el séptimo día de la semana (domingo) o en las fiestas solemnes«, para continuar: «Para que se conserven durante largo tiempo se les monda la corteza flexible que se encuentra inmediatamente bajo el cáliz erizado de los pinchos; después se quita la membrana pegada al cuerpo, que estropea el sabor; a continuación procuran que estén completamente secas. Para ello las posan así sobre rejillas que luego cuelgan de las chimeneas; las conservan desecadas para utilizarlas: las cocinan por lo general con carne de cerdo en grandes calderos; y se las comen con mucho agrado a modo de guiso y de pan«.
En el año 1778, Faujas de Saint-Fond, habla sobre los habitantes de Thueyts de la siguiente forma: «no ponen nada de pan en su sopa porque venden sus cereales para procurarse sal o para pagar al señor; pero las castañas les hacen las veces de pan; comen por tanto en sus comidas alternativamente una cucharada de sopa de la cual he hablado y castañas cocidas en agua, que les gustan mucho, sobre todo cuando están hirviendo…«
Curioso nos puede resultar este documento de la Santa Inquisición de España donde se recoge la testificación de una criada llamada María Loriz, en el año 1486, sobre lo que se comieron unos judíos para festejar el fin del Kippur, en Zaragoza y que obra así: «… a noche cozieron dos dozenas de huevos en agua fasta que fueron duros, después picaron parte dellos y los otros por picar todos rebueltos los mesclaron con miel, almendras, pasas, pinyones, castanyas secas y salsas molidas, olio e otras cosas, e lo fizieron todo junto bollir en una caçuela dos o tres horas e al tiempo de comer se apartaron al estudio de Pere Navarro e con su madre e muger«.
Siguiendo en España he de decir que encontré un pequeño tesoro en el libro titulado ‘Tratado de Agricultura General’ escrito por el agrónomo Gabriel Alonso de Herrera en 1513 y que de su edición de 1790 tengo una copia. En este tratado, en su Libro tercero, capítulo XX, hace una amplísima referencia a los castaños y donde, al igual que los otros agrónomos ya mencionados, indica la forma, cuidado y tiempo para su siembra, así como, y aquí salta la sorpresa, las utilidades de las castañas y el provecho que pueden sacarse de ellas.
Nos cuenta Alonso de Herrera que «las castañas son de grande mantenimiento y subsistencia, y dan grande fuerza, aunque en muchas partes (como en el Delphinado) hacen pan de ellas, secandolas, y moliendolas como trigo, y su harina es muy sabrosa, y aun comida de mañana restriñe el flujo del vientre, guardanse muy bien al humo en zarzos, y si comen muchas de ellas, engendran gruesos humores y melancólicos en el estómago, y opilan las venas«. Continúa hablando de las castañas asadas para decir de ellas que se ablandan mucho, perdiendo todo lo malo que tienen, siendo muy buenas en la sobremesa, ya que asientan el vómito, reposan el estómago y ayudan a digerir los alimentos y también facilitan la orina, para continuar de la siguiente forma: «Ellas son recias de dixerir, y mas a los que son de complexion flemática, salvo comidas con miel o azucar antes de toda vianda«, indicando más adelante que crudas son malas para los que tienen tos.
También nos da Alonso de Herrera una fórmula magistral para su uso en medicina al decirnos que su harina mezclada (sin darnos la proporción) con vino o vinagre es buena para aplicar en la tetas (SIC) con el fin de aliviar los dolores producidos por la hinchazón, sin especificar de que tipo. Quemando las cortezas de las castañas, haciéndolas polvo, mezclándola con arrope y poniéndola en la cabeza de los niños, dice Herrera, que son buenas para que les crezca el pelo, al igual que si se hace con los erizos y las hojas del castaño; para terminar indicándonos que las cáscaras que están dentro, junto a la castaña, cocida con agua de lluvia o de fuente, hasta que se gaste, por evaporación, la tercera parte, bebida, hace que se restrinja el vientre, así que es buena contra las diarreas.
Tras estas recomendaciones, pseudo de farmacopea, termina su capítulo XX, dedicado a las castañas, hablando de las cualidades de la madera del castaño con estas palabras: «La madera del castaño es de grande dura, así para sotierra, como para encina, y nunca se carcome, ni tiene otros gusanillos, y es muy singular para maderamientos de casas, y aún para agua es buena, que dura mucho, y por eso se hacen de castaños buenas canales de molinos, y buenas cubas para vinos. Dice Paladio, que no tiene otra tacha, sino ser pesada madera. De los castaños se hacen buenos varales para varear otros árboles, como son nogales, olivos y encinas. El agua que pasa por las raíces de los castaños, es muy mala, y cruda, hace papos. Estos árboles se queman pocas veces del yelo, por eso son buenos para amparos de los que se suelen elar, poniéndolos aquella parte donde elar suelen«.
Pese a la vigencia de la obra de Alonso de Herrera durante casi tres siglos, es evidente que el crecimiento agrario hizo, salvo en las montañas, que cayeran en el olvido las castañas, las bellotas y otros comestibles alternativos, circunscribiéndose su uso y cultivo a las regiones más deprimidas de España, como pueden ser los montes de León, parte de Asturias y Galicia, así como en puntos aislados del Macizo Central y otras regiones montañosas.
Con la llegada de la patata y el maíz en el siglo XVI aún fue peor para la castaña, aunque hasta muy entrado el siglo XX fuera un alimento de supervivencia, sobre todo para la fabricación de pan, de ahí que desde el norte de Extremadura hasta Asturias la época de la recolección de la castaña se llegó a convertir en una fiesta, ya que aseguraba un invierno cómodo, alimenticiamente hablando. De estas fiestas, de origen celta, ha llegado hasta nuestros días la llamada del Magosto, que dependiendo del lugar varía su nombre, más adaptado a la lengua de cada sitio y la deformación por el tiempo que por otra razón; así en Portugal se llama Magusto, Magosta y Magëstu en Cantabria, variando en otros lugares, como en el País Vasco, que se llama Gaztainerre o Chaquetía en Extremadura.
Los celtas, a diferencia de los latinos, no tenían templos en los que adorar a sus dioses, un claro del bosque, del cual vivían, era un lugar de celebración, siempre en contacto con la naturaleza, siendo su alimentación, como bien dice Estrabón (Siglo I a.C.) en su ‘Geografía de Iberia’, para «los serranos dos terceras partes del año comen bellotas (también castañas), que secan, machacan, muelen, haciendo con ellas pan para tener provisiones«, de ahí quizá llegue la costumbre de celebrar al fiesta de la castaña, ya que como vemos era el alimento básico de todo un pueblo.
Las fiestas de Magosto se celebraban, y se celebran, a finales de octubre o principios de noviembre y donde el fuego y las castañas son los principales protagonistas, como de forma magistral cuenta el antropólogo Manuel Mandianes en su ‘Origen del Mangosto’: «El día 1 de noviembre, los celtas apaciguaban los poderes del otro mundo y propiciaban la abundancia de las cosechas con la celebración de la fiesta samahaim, la cual era, para unos, el comienzo del invierno y, para otros, el final de verano; en todo caso era el principio de una nueva gestación y de un periodo de intensa comunicación entre los habitantes de éste y del otro mundo. Se reunía una gran multitud porque era una fiesta obligatoria. Quien no asistía corría el peligro de perder la razón. La fiesta era para los celtas una concentración de lo sagrado en un tiempo y en un lugar determinados. Los mitos afirman que era el momento en el cual se habían producido grandes acontecimientos cósmicos, y cuando tenía lugar la muerte tanto ritual como simbólica del rey y su remplazamiento. Las ceremonias festivas actualizaban, celebraban y comentaban el origen mítico y la continuidad del mundo (J. de Vries, La religion des Celtes).
Por las mismas fechas, los romanos celebraban las saturnales. El mundo de los espíritus se entreabría y salían personajes de pesadilla, las almas tenues, los cuerpos que habían sido enterrados y las sombras. Todos se nutrían de los platos depositados sobre las tumbas. El día exacto de la celebración depende de la tradición oral. «¿Por qué buscas en el calendario una fiesta móvil?», le pregunta la musa a Ovidio. Pero si la fecha es variable, la época es inmutable: «Cuando la tierra es fecundada por las simientes que sobre ella se derraman» (Ovidio, Les fastes, lib. I, vv. 657-664 )«.
Más tarde la religión católica, siempre tan oportunista y dada a borrar todo vestigio del pasado de cualquier cultura, hizo suyo estos eventos, cuando el Papa Gregorio IV (siglo IX) instituyó el día dedicado a Todos los Santos, sacralizando esta fiesta pagana en provecho propio, política que utilizó también en América y otras partes del mundo.
Consciente de que sobre la historia de este fruto, la castaña, queda todavía mucho que contar, ya que fue alimento de la humanidad desde hace varios miles de años, doy por terminado este estudio, hasta ahora, haciendo mención de la industria del castaño en Tenerife o las repoblaciones forestales de Argentina y Chile con éste árbol o quedarme con el sabor en la boca de los ‘marrons glacés’ o los guisos de carne de cerdo con castañas, antes que desaparezcan de nuestros paisaje como consecuencia del chancro o ‘cáncer del castaño’, producido por hongo Cryphonectria parasitica.
Larga vida a los castaños que pueblan nuestros montes.
COMPOSICIÓN QUÍMICA
En 100 gr |
Fresca |
Asada |
Cocida |
Confitada (marron) |
Pilonga |
Agua |
57,3 % |
30,7 % |
65,45 % |
26,27 % |
12,5 % |
Grasa |
1,8 |
1,7 |
1 |
0,6 |
3 |
Proteínas |
3,7 |
6 |
2,6 |
2,7 |
5 |
Glúcidos. |
32,8 |
53,2 |
26,3 |
67 |
69 |
Fibra |
2,1 |
3,2 |
2 |
1,6 |
5,4 |
Calcio |
22,3 mg |
13,5 mg |
9 mg |
8 mg |
28,7mg |
Fósforo |
69 |
42,3 |
27 |
26 |
88 |
Vitamina B1 |
159,3 |
180 |
23 |
31 |
125,6 |
Vitamina C |
4,5 |
7,8 |
32 |
0,5 |
4 |
Valorenergético |
268 cal. |
174 cal. |
132 cal. |
300 cal. |
345 cal. |
Añadido en junio de 2009:
Nuestra compañera Amalia Lejavitzer nos pasó una traducción nueva que adjuntamos sobre la castaña de Plinio, Historia natural, 23, 78, 150
Castaneae vehementer sistunt stomachi et ventris fluctiones, alvum cient, sanguinem excreantibus prosunt, carnes alunt.
“Las castañas detienen con gran eficacia los retortijones del estómago y del vientre, estimulan el intestino, son provechosas para la expectoración de sangre, alimentan las carnes”.
(1). Liño.- Línea de árboles u otras plantas.
muchas grasias te quiero
Buenas tardes, me gusto su publicacion sobre las castañas, si me pudiera ayudar diciendome donde podria encontrar un arbol de castaña roja, o castaño rojo le agradeceria mucho ya que es para plantarlo en un jardin,por su atencion gracias atte antonio saced