Poco podían imaginar los sevillanos de finales del siglo XVIII, en concreto el 16 de enero de 1786, sobre el cambio radical que tendrían sus vidas tras una conferencia dictada a miles de kilómetros de su tierra, Turín (Italia), por el ‘protosocialista’ influenciado por Diderot, Coronel Capra, Segundo Director de la Sociedad Agraria de aquella ciudad, en la que ponía, quizá, los pilares de todo un cambio en las estructuras agrarias que desembocaron en la Revolución Francesa, que se produjo en 1789, y que ha perdurado hasta hoy por otros caminos y en otras revoluciones, porque hay que convencerse que nada, ni nadie, hace las cosas de forma espontánea, todo es consecuencia de antecedentes que lentamente van madurando en la mente de todos hasta llegar a materializarse.
Equivocado o no en mis apreciaciones, lo cierto es que en la conferencia a la que hago referencia del citado Coronel Capra, clamando en el desierto, tuvo la lucidez de proclamar una de las reformas agrarias, que de llevarse a efecto, habría frenado la ruptura entre el pueblo, la nobleza, la iglesia y los terratenientes en un mundo que cambiaba demasiado rápido como consecuencia del desarrollo y que intentaba romper con su pasado feudal poniendo las bases que llevarían al mundo a la Era Industrial, una de las épocas más apasionantes de la historia de la humanidad.
Para aquellos interesados adjunto extracto de dicha conferencia al final de este trabajo, aconsejando leerla pensando en el momento histórico en la que se dio y también, poniendo un poco de imaginación, en lo referente a la posible actualización que podríamos hacer sólo cambiando el nombre de terratenientes por la de bancos, para darnos idea que nunca hay nada nuevo bajo el sol.
Si algo sorprende en Andalucía, sitio plagado de terratenientes por la mala división de las tierras ganadas a los árabes durante la Reconquista, es el respeto por la Casa Ducal de Alba, precisamente de los que más tierras han disfrutado en toda nuestra historia, para llegar a la conclusión que algo en su talante para con el pueblo hizo que lo qué a otros los hacían despreciables, estos, por el contrario, fueron queridos y respetados en lugares tan complejos, por los conflictos sociales, como fue el sector agrario.
Todo este, para mí, largo preámbulo viene a cuento para situar al lector en un momento histórico de crucial importancia, y muy poco estudiado, para comprender la permeabilidad de las ideas revolucionarias francesas, que pese a la guerra que inmediatamente posterior se desarrolló, dejó marcado el camino hacia la socialización de los pueblos.
El texto que voy a comentar, ya estudiado por otros, apareció en el Semanario de Agricultura (ver Bibliografía) y donde un tal Eleuterio Vero, de profesión agricultor, envió una carta al director de dicha revista fechada el 10 de junio de 1800. En dicha misiva hacía partícipe a los lectores de la revolucionaria idea de la ya mencionada duquesa de Alba, que por cierto se llamaba María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, en lo referente al saneamiento de sus tierras en el término de Olivares, pueblo a 16 kilómetros de Sevilla (España) y en otras tierras de su propiedad.
En dicha carta al director de Eleuterio Vero hace referencia a la conferencia del coronel Capra y su adaptación a las tierras andaluzas y así, en su comienzo dice: “cuán importante sería la subdivisión de terrenos para la prosperidad del estado; y cuanto pierde éste, cuando se empeñan los poderosos en cultivar por sí sus grandes haciendas. Si la doctrina del Coronel Capra se adoptase en Andalucía, aumentando cuanto fuese posible el número de propietarios, y promoviendo las enajenaciones de haciendas de manos muertas, se convertiría nuestro feracísimo suelo andaluz en un dilatado jardín que produciría sobradas subsistencias para toda la península, y sería el pasmo del mundo; pero estos grandes mayorazgos, estos hacendados ricos multiplican el número de jornaleros que viven y mueren en la miseria, y no es difícil de comprender que convertida la patria de Adriano y de Teodosio en una posesión de Monjes Jerónimos, no es fácil que produzca ni aquellas almas grandes que fueron honor de España, ni que se aumente el número de propietarios y vasallos útiles á la agricultura, á la .industria, al Rey y á la patria”.
Lo interesante de dicha misiva es que trascribe un articulado o bando que dictó la duquesa de Alba para que fueran llevados a efecto en dichas tierras de su propiedad que, como mínimo, llegan a sorprender por su gran carga social y equidad para con sus colonos y que trascribo porque son una parte importante de la historia agraria andaluza.
Bando dictado por la Duquesa de Alba:
“1º Mi administración de Olivares, Villanueva del Río y demás pueblos dependientes de ella deberán dirigir todos sus procedimientos á procurar la felicidad de aquellos vecindarios, y me hará presentes cuantos medios juzgue oportunos para el aumento de su población, para establecer la más útil educación, y mejorar su agricultura é industria.
2º Evítense siempre en la recaudación de mis rentas, vejaciones injustas, ejecuciones opresoras, subidas excesivas de rentas; y procédase con los inquilinos, tributarios y colonos por los medios que dicta la humanidad y la beneficencia.
3º Hasta ahora se han dado á renta á los vecinos de las villas de Heliche (pueblo desparecido en 1843) y Olivares algunas tierras distantes de estos pueblos con dispendio de su tiempo y trabajo; pero de hoy en adelante se darán á renta á los labradores de ellos las tierras más inmediatas, aunque sean mejores que las que quedan para mi labor; la cual se ha de ir estrechando lentamente al paso que se vaya extendiendo la de mis renteros.
Cuando los pueblos labren por sí solos todas las tierras de su término, y mediante una acertada economía rural, hagan producir al terreno sin interrupción, suprimiendo los barbechos, estableciendo prados artificiales, alternando de cosechas, dando profundas labores y abonando bien los terrenos, estarán satisfechos mis deseos en esta parte.
4º La dehesa boyal que tengo concedida á la villa de Olivares á dos leguas de distancia, junto al rio Guadiamar, se trasladará á la Ventosilla, para que esté inmediata á las arboledas del pueblo, y que éste tenga sus ganados mas á mano, y pueda adelantar en su cultivo. Dése más extensión al término que destino para dehesa boyal, y abrevadero en la fuente de mi cortijo: y tenga el vecindario la facultad de introducir en ella no solo sus bueyes de labor, sino también las vacas con sus crías y demás ganado de tiro y carga.
Si en esta nueva dehesa se pueden hacer algunas plantaciones de árboles ó arbustos que sirvan para el mayor abrigo y más abundante pasto del ganado, se harán de mi cuenta con la posible brevedad.
5º Cuiden mis administradores de mantener en buen estado los caminos que van desde el pueblo á los campos de labor.
6º Mientras que el vecindario cobra con estos auxilios fuerzas para labrar el resto de mis tierras de Olivares y Heliche, se labrarán de mi cuenta, continuándose la cría de ganados, y repitiendo experimentos sobre los ramos más Importantes de la economía rural, cuyos resultados se publicarán, sean ó no ventajosos, para que sirvan de aviso á los demás. Con el mismo objeto se les .darán á conocer á los labradores las ventajas que se consigan del uso de los arados de ruedas que he mandado construir para la labor de mis cortijos, de los trillos de cilindros y demás instrumentos rurales que mandé introducir en mis labores.
7º Aunque con el ejemplo de estas lecciones prácticas se logra mejor la instrucción de los labradores que con las teorías, se suscribirá en mi nombre al Semanario de Agricultura y Artes, y se tomará de mi cuenta la traducción que se está publicando del Diccionario de agricultura de Rozier, y una y otra obra estarán de manifiesto en mi Contaduría de Olivares, para que las consulten en cualquiera ocasión los labradores y ganaderos aplicados, ya sea por sí, ó ya por medio de mis administradores á quienes encargo que les enseñen con la dulzura y afabilidad que exijo de ellos en el trato con aquellos honrados vecinos.
8º En las haciendas que corren de mi cuenta, se harán los desmontes, injertos, y trasplantes que he dispuesto á vista de los parajes, para mejorar mis posesionesy para que yo vea claramente los resultados, me presentarán mis administradores cuentas separadas de cada hacienda y especie de ganado que en ella se mantiene.
9º Para recompensar á mis sirvientes en dichas haciendas su buen servicio y diligencia, les concedo un diez por ciento desde el año de 1798 del producto líquido de ellas y de los ganados; y se repartirá esta cantidad en.la forma que tengo dispuesta”.
Sigue a dicho articulado una serie de disposiciones, según el informante, con otros “relativos al arreglo doméstico de sus criados y negocios particulares” para terminar ordenando, que sería despedido todo aquel que ofenda a alguno, tanto de palabra como de obra y si había abusos que no se tomara venganza sino que se actuara por los medios legales pertinentes ante los tribunales de justicia.
Hacía igualmente una prevención ante los años de escasez en beneficio de los colonos que estaban a su cargo con estas palabras: “No se suspenda la venta de mis frutos, cuando en los años estériles tengan que acudir los vecinos á comprarlos á otros pueblos distantes á precios más subidos, aumentándose así la miseria pública. En tales casos nunca se les dejarán de vender á los precios más equitativos”.
Creó un primer montepío de labradores en el apósito que estaba abandonado en el pueblo de Olivares, haciendo la prevención de que no se fomentara el socorro para aquellos que lo utilizaran para holgazanear y sí para “auxiliar con tanta mayor complacencia cuanto sus limosnas animarán á la perseverancia en el trabajo.”, lo que sin dudar dignificaba al ser humano y no lo degradaba.
Termina tan interesante carta, ya en una post data, con el siguiente añadido que aún nos deja más claro el gran cambio que se estaba produciendo en un lugar de España donde el abuso de poder de los terratenientes llegó casi a situaciones insostenibles y a la miseria y esclavitud de todo el pueblo: “No he de omitir lo que acabo de saber de la misma Señora, sobre el arreglo de sus posesiones en el Carpio, por un testigo ocular que me escribe en los términos siguientes: «Parece increíble, dice, el cuidado y prolijidad con que se ha enterado del modo de administrar sus haciendas, y sus importantes reflexiones sobre los medios de beneficiar á este vecindario. Decía que las tierras cultivadas por cuenta de los labradores producirían más, por el esmero y diligencia con que las cuidarían con mucho beneficio de ellos y del pueblo; y que manteniendo su casa tanto ganado se aprovechaba éste de todos los pastos comunes después de consumir los propios, y así no podrían los vecinos mantener sus reses, y quedaban reducidos á la clase de jornaleros: fundada en un principio tan constante, suprimió las tres cuartas partes de las yuntas con que se labraban de su cuenta aquellas haciendas, dejando solo las precisas para el cultivo de los olivares: se deshizo de la vacada, necesaria para mantener en pie más de 200 bueyes de labor; disminuyó el número de yeguas, de ganado lanar, de cerda &c. y finalmente dispuso que se arrendasen los cortijos, y que para ello se sacasen á pública subasta (1): también suprimió mucho ganado y labores que se hacían de su cuenta en el término de Baeza, con las mismas benéficas ideas de que las cultiven de cuenta propia los labradores, y de hacer bien a los que sudan porque yo ande en coche que son sus palabras.
(1) Cuando se estaban subastando, llegó á su noticia que las pujas extraordinarias que se hacían para conseguirlos perjudicaban á los postores, y dio inmediatamente orden de que se rematasen precisamente en el último postor que hubiese al recibo de ella”.
A modo de anécdota no me resisto a citar una parte de la carta que rezuma un machismo que casi causa risa hoy: “Todo esto manifiesta que esta grande Señora no ha venido á la Bética á pasar el tiempo en las frivolidades tan propias de su sexo…”.
Creo que con esto puede quedar bastante desdibujado el perfil que se podía tener de la duquesa de Alba, que ni tan siquiera es la que durante tanto tiempo se tuvo como la Maja Desnuda o la Vestida de Goya, ya que todo hace apuntar a que dicha mujer fue la amante de Manuel Godoy y posteriormente su esposa, Josefa Tudó, y que perteneció a su colección particular hasta que fue requisado por Fernando VII, pero esto ya entra en otra rama de la historia.
Es importante anotar que la Casa de Alba, en la actualidad, posee 25.000 hectáreas de terrenos, de los que obtiene una ayuda de la CEE de tres millones de euros anuales, algo que parece estar fuera de toda lógica pero legítimo pese a pensamientos e ideas trasnochadas de ‘izquierdas’ que no son capaces de ser iguales de firmes ante los pagos del PER, algunos conscientemente de ser falsos en ocasiones, que son votos cautivos de los labradores, algo muy difícil de solucionar, uno por el derecho legítimo a la herencia, aunque esta pueda ser más o menos de honrada procedencia pero prescrita y ya legal, y otro por el oportunismo y el golfeo de ciertos ‘políticos’ (los asalta supermercados de forma gansteril) que dan más vergüenza a la democracia que hacerla digna y deseada por todos.
Extracto de un discurso contra los arrendamientos de dilatadas posesiones en una sola cabeza. De Mr. Le Chev. Alessandro Capra, Miembro de la Sociedad Real de Agricultura de Turín y Coronel del Regimiento de Tortone, en el Piamonte, fecha 16 de enero de 1786
Desde los soberbios y ricos panteones en que las frías cenizas de los Soberanos parece que imponen todavía respeto á su dignidad, oigo salir una voz benéfica que anuncia á los Monarcas que no tienen que buscar la verdadera grandeza en el sangriento campo de la batalla, ni en medio de hacinados y mutilados cadáveres; que no la hallarán en el confuso bullicio de las aclamaciones de un triunfo, ni en los suntuosos monumentos erigidos para perpetuar la memoria de su gloria; sino en el campo de la paz, en la abundancia que ésta proporciona y en la felicidad que procura; sino distinguiéndose por una sabia legislación, por una general beneficencia, por un carácter amable de justicia y de moderación y en suma por una feliz disposición para mirarse como padres de los pueblos, amarles, interesarse en su suerte, y extender por todas partes la riqueza y felicidad. Tales son las virtudes en que debéis fundar vuestra grandeza y vuestra gloria; tales las prendas, que dando al esplendor de vuestra fama aquella entidad que le asegura la solidez y extensión, harán que, muchos siglos después de vuestra muerte, venga la posteridad á derramar tiernas lágrimas sobre la tierra que pisasteis, y á eternizar de unas edades en otras los ecos de vuestra veneración.
No penséis, señores, que ignoro ser estas verdades la base de la conducta de los augustos Monarcas que la providencia ha colocado sobre los brillantes tronos de Europa, ni dejo de conocer los inestimables frutos que en dulce paz recogemos tantos años ha bajo los auspicios de un Rey que posee un trono bien asegurado, rodeado del mayor respeto y amor de sus vasallos; y de unos ministros sabios, cuya vigilancia y celo no tiene otro fin que el honor del Príncipe, y el interés del pueblo. ¿Y qué época mejor pudiera encontrarse para proteger al arte creador y alimentador de todos los demás?
Un gobierno tan ilustrado no puede dejar de fomentar los esfuerzos de esta Sociedad, dirigidos á levantar la agricultura del estado lánguido en que se halla, al más alto grado de perfección. Y yo como miembro de un cuerpo tan recomendable por la importancia de su objeto, comenzaré á contribuir á tan saludables designios, tratando de los arrendamientos de grandes posesiones.
La costumbre de arrendar dilatadas propiedades á uno solo, tiene sus partidarios y sus enemigos. Los primeros la defienden asegurando ser mucho más ventajoso á los ricos el poner sus haciendas en manos de un arrendador , que el encargarse ellos con sus distracciones y pocos conocimientos del cuidado de ellas. Es verdad, dicen, que pudieran encargarse las tierras á quinteros ó mayordomos; pero también son necesarias muchas precauciones contra su codicia y mala fe: en un año nulo lo pierde todo el propietario, y sino adelanta mucho dinero, se hacen mal las labores, la posesión se desmejora, y á la vuelta de algunos años no produce nada. Al contrario ofrecen las tierras muchos beneficios á la gente del campo y al estado, cuando están en manos de un solo arrendador, que si es rico, aumentará con sus haberes el producto de las haciendas, y de consiguiente el poder de la nación, porque puede conseguir producciones que no presta la tierra sino cuando se le dan labores con larga mano; y más si la escritura de arrendamiento es por muchos años y la hacienda es grande, que entonces la tratará como suya , y la trabajará con tanta más actividad cuanto sea mayor el interés que pueda sacar.
El arrendador rico hace todavía más, pues obliga á trabajar á la gente del campo con el cebo del dinero, y los hace aplicados, porque lo que ganan les da para vivir muy bien ellos y sus familias, y se multiplica la población al mismo paso que crecen las riquezas que sostienen la agricultura, y que ésta las aumenta.
Estas son las razones que se alegan en favor de los grandes arrendamientos: veamos ahora si me es posible desengañar á mi patria de un error que le importa mucho conocer.
Los arrendamientos de dilatadas posesiones hechos en una sola cabeza no tienen cuenta á los propietarios, son funestos á los cultivadores, y perjudiciales al estado.
En efecto, ¿cuál es la intención del que arrienda? (hablo ahora con todos, y respeto las excepciones que haya que hacer) comenzar á hacer su fortuna, ó acrecentar la que ya tiene hecha: conforme á este principio digo que apenas se hallará posesión arrendada, que tarde ó temprano deje de ser presa de la rapacidad de algún arrendador.
Supongo al propietario bastante despejado y listo, y que no elegirá para arrendadores sino sujetos de caudal conocido; supongo que no malgastará su dinero en aquellos caprichos y locuras en que lo suelen emplear miserablemente los habitadores de las ciudades, y que no tendrá necesidad de pedir á cuenta algunas cantidades adelantadas.
Si el precio del arriendo es bajo, se aprovecha bien el arrendador sin esquilmar demasiado el terreno; pero luego que el propietario sabe que gana, espera con ansia que se cumpla el tiempo de la escritura para subir el precio, que suele ser exorbitante á la tercera vez que se arrienda una posesión, sin reflexionar que en llegando al extremo es preciso volver atrás. El arrendador honrado no puede pagar tanto, y se retira, y entonces no faltan arbitristas, que sin reparar en el precio hacen el arrendamiento, y si no pueden sacar su cuenta de otra manera, esquilman las tierras, y dejan las posesiones perdidas: y esta es la ocasión en que el propietario, ó tiene que bajar mucho el precio del arrendamiento, ó no hallará quien le tome sus haciendas, á no ser algunos pobres infelices que nada tengan que perder.
Yo lo arreglaré de suerte dirá alguno, que el que arriende tenga siempre una ganancia decente y nada más: ¿pero cómo ha de ser esto? ¿es creíble que aunque el arrendador sea rico, dejará de procurar que toda la ganancia sea suya? y cuando no sea así , ¿no procurará indemnizarse completamente de su trabajo ? su fin no es otro que el de acrecentar más y más sus riquezas, lo cual conseguirá á costa de ir desmejorando las haciendas ajenas que cultiva.
Y no es este el mayor inconveniente: ved aquí otro mucho más considerable. Ricos propietarios que deseáis perpetuar en vuestros descendientes el fruto de vuestros afanes ó la herencia de vuestros padres, prestadme atención, y os haré ver como el opulento arrendador dirige sus veloces pasos al templo de la fama, y con mucha mayor rapidez si llega á heredar las haciendas que labra, algún joven distraído, amigo de los placeres yde gastar alegremente: en entonces el arrendador ó mayordomo es el verdadero amo que le adelantará seguramente las cantidades que pida para sus diversiones con la tácita pero infalible condición de que ha de cerrar los ojos, y pasar por todo lo que haga quien le da dinero; y éste, que será al mismo tiempo arrendador y administrador de las haciendas, no perderá de vista al propietario; tendrá buen cuidado de saber cuándo le devanean al juego, cuando intenta satisfacer los insaciables caprichos de alguna mujer, cuando desea hacer algún viaje , y entonces le ofrecerá dinero proponiéndole al mismo tiempo la tala de algún bosque de hermosos árboles, ó la venta de alguna posesión que las necias urgencias del propietario le proporcionarán adquirir á bajo precio. Así es que la facilidad de conseguir dinero conduce al inepto hacendado á su ruina por medio de gastos extraordinarios en que consume las rentas de los años posteriores, y cada vez va acelerando más su destrucción.
El arrendador enriquecido en poco tiempo á costa del propietario, se desentenderá del trabajo, dejándolo al cuidado de sus criados, y solo dará una vista alguna vez cuando sus diversiones se lo permitan. La hacienda reclama el ojo del amo, pero éste apenas pasa por ella alguna vez precipitadamente para arruinar y destruir lo que tantas fatigas había costado á sus mayores, y consumir su producto en la capital. ¿Qué será entonces de aquella magnífica posesión destruida y abandonada? ¿qué será de su amo? Se hallará sin un cuarto, y aun se tendrá por feliz, si después de haber gustado la copa de veneno del lujo destructor de lo físico y de lo moral, ha podido conservar su salud, y no va á aumentar el número de aquellos débiles, fatuos, y aniquilados por los vicios de la juventud.
Esta breve pintura hace ver como un arrendador rico viene á hacerse muy perjudicial á los grandes propietarios: ahora demostraré que este mismo introduce la desolación en la morada de la laboriosidad y de la frugalidad.
Poco importa al estado que se disminuya la fortuna de los ricos: sus pérdidas fácilmente se reparan; pero la decadencia de la medianía del pobre labrador, y del sistema que favorece la multiplicación de los que trabajan, interesa mucho á la Sociedad para que deje de merecer la mas particular atención del gobierno.
Uno de los mayores males que ocasionan á la agricultura los arrendamientos de grandes haciendas en una sola cabeza, es que apenas se apodera esta de ellas, cuando trata de hacer subarriendos de la mayor parte de las tierras; convida por carteles para arrendar las posesiones subdivididas en porciones cortas; preséntanse los labradores pobres de las inmediaciones; el precio es exorbitante, y la gente del campo, que no suele detenerse mucho en esto de cálculos, entra en ellas con el deseo de mejorar su fortuna; y lo que sucede es que por más que haga no suele sacar para pagar de unas tierras ya esquilmadas, y entonces el arrendador principal para cobrarse, se apodera de la corta hacienda que tienen y que hacían fructificar con ventajas del estado; y aquellos infelices quedan unos tristes jornaleros esclavos de la insultante opulencia del que se ha hecho rico con su trabajo, y sin propiedad alguna: ya no son ciudadanos útiles , sino mercenarios sin domicilio ni mansión fija.
Hay hacienda que dividida entre veinte arrendatarios, se ve perfectamente cultivada por manos activas que después de pagar puntualmente al propietario, mantiene cada uno á su familia con mucha decencia y si el dueño ha querido desenmendarse del cuidado de tratar con tantos, y preferido hacer el arrendamiento á uno solo, como el interés de éste no es el de ocupar mucha gente, sino emplear los métodos más expeditos y lucrativos, despide á todos los arrendadores pequeños, que por muchos años habían regado con su sudor estas tierras en paz y tranquilidad, y sustituye en su lugar jornaleros y mozos de labor. Deteriórase la hacienda por precisión, pues faltan muchos brazos que concurrían á sus labores, y muchas yuntas y ganados que la fertilizaban: y no es esto lo peor, sino que queda perdida una porción de familias por enriquecer á uno solo: ¡pérdida incalculable para el estado y origen de la pobreza de muchos labradores!.
Ahora, pues, colóquense diez grandes arrendadores de esta clase en un espacio diez leguas en contorno, y díganme después, ¿cuál será la suerte de los arruinados subarrendadores expelidos de sus antiguas habitaciones? ¿Cuál sino la de retirarse á mendigar á las ciudades ó á servir á sus principales? Entonces se verá, que lejos de ser las grandes posesiones arrendadas por uno solo el asilo de los que no tienen domicilio, en que encuentran su sustento los que solo viven de su trabajo, se verá, digo, que son el azote de los pobres que apenas ganarán en ellas lo preciso para vivir: dueño el arrendador de todos los géneros de primera necesidad, les dará la dura ley que le dicte su codicia; y esquivo espectador de la miseria del pueblo, amontonará en sus graneros todo el trigo del país para hacerle subir de precio, y con tan abominable conducta asegurar una criminal ganancia sobre el trabajo del pobre jornalero, que por necesidad tiene que conformarse, hasta que fastidiado y aniquilado por semejante opresión , hambriento con su familia en su triste hogar, solo necesita que le falte el jornal algunos días, que le sobrevenga alguna enfermedad ó gasto imprevisto para agravar su miseria diaria, y reducirle á él y á sus hijos á buscar alimento en la beneficencia pública , si ya no es que por su desgracia se arroje á los crímenes más atroces.
Estos males tienen muchas ramificaciones que nacen unas de otras: multiplicándose la clase servil de los hombres que no tienen propiedades, se sigue otro desorden; porque la población, que es la fuente de la prosperidad de un estado, y la fuerza del imperio, se irá disminuyendo visiblemente por la pobreza de tantos hombres, que, mal seguros de una subsistencia que pende de su salud, desconfiando de sus fuerzas que se ven obligados á vender, temen engendrar hijos infelices que aumenten su desconsuelo por la imposibilidad en que están de mantenerlos: y en efecto, ¿cómo podrá darles el pecho una madre consumida por el hambre y la miseria? y un padre que apenas gana lo necesario para vivir, ¿cómo les ha de sostener y alimentar en su niñez? No faltarán sin embargo algunos que se acomoden á estas tristes circunstancias sin pensar en lo venidero; pero los hijos que nazcan de tales matrimonios, sino perecen en la infancia, tendrán la misma infeliz suerte que sus padres y esto es, de alternar continuamente en el trabajo, la ociosidad y la miseria, y de morir al cabo, ó de hambre, ó de enfermedades pútridas.
Ahora bien, si el campo es el que da idea del país, y si la gente del campo es la que forma la nación, ¿que será de tal nación? ¿cual será el producto de sus tierras, cuando en lugar de mantener vasallos activos, pacientes, laboriosos é interesados en la causa pública, se hallen repartidas entre un corto número de mozos de labor, y de pocos jornaleros que han de trabajar posesiones inmensas que no miran con interés ni apego, que dejan caer los brazos sin energía ni fuerza, cuyo trabajo no alcanza para su alimento, y cuya vida es una escena continuada de aflicción y de fatiga ?
Disminuida de esta suerte la masa del trabajo nacional, será sin duda muy desmedrado el producto; porque estos pobres habrán perdido el vigor que corresponde á su estado; porque desempeñarán mal su obligación, y por consecuencia crecerá la miseria en la clase asalariada, sin que por esto crezca á proporción la riqueza de los propietarios.
Pero adelantemos mas el discurso, ¿qué será el estado de aquella nación que en lugar de nutrir en su seno amigos, sostenedores y defensores, apenas hallará en todos sus campos sino pobres miserables sin hogar, sin familia, sin propiedades, sin apego al país; que encorvados sobre la tierra que trabajan no sacan de ella sino una escasa subsistencia; que no merecen al estado ninguna consideración, y cuyos brazos de consiguiente no podrán ser jamás ni el ornamento, ni la seguridad, ni la fuerza de la patria?
Estos son, señores, los escollos contra los cuales van a chocar y destruirse todos los proyectos formados para mejorar la agricultura. ¿Acaso es nuestro intento ilustrar más y más á los que tienen grandes posesiones en arrendamiento para hacerlos más insoportables á la pobreza del labrador? ¿meditará , calculará inventará, y dará á luz nuevos descubrimientos esta ilustre Sociedad para proporcionar á los ricos que vayan á insultar con su lujo los ojos de la pobreza?
Sí, señores: con mucho dolor mío voy á destruir la mas lisonjera de vuestras esperanzas, y á llenar de amargura vuestros corazones patrióticos, al anunciaros que hasta tanto que no se ponga remedio al daño que ha recibido el cultivo de las tierras por los grandes arrendamientos y labores de dilatadas posesiones hechas por uno solo; mientras tanto que el infeliz labrador sea desconocido y extraño para una madre sobre la que derrama su sudor y consume su vida; mientras tanto en fin que se vea obligado á hacer de sí la vergonzosa confesión de que él no es nada en el cuerpo social, y que se vea abatido, oprimido y condenado á vivir y morir en los horrores de la indigencia, el mal existirá siempre, y será una prueba segura de su existencia la insuficiencia de los remedios con que pretendemos curarlo. O virtud, sublime don del cielo, si tu existes todavía escondida en los pechos de algunos mortales, de algunos que creen que su corazón está hecho para gustar del dulce placer de hacer bien, ¿por qué consientes que se arrienden veinte grandes posesiones á un solo hombre, que acaso no ha tenido jamás el menor conocimiento rural, mientras que divididas entre cuarenta cultivadores serian suficientes para hacer felices á cuarenta familias inteligentes y laboriosas? ¿Por qué enriquecer mas á un arrendador rico, que al instante saldrá de su estado para entregarse á la ociosidad y á la molicie con la ruina de tantos hombres útiles? La pobreza de un pueblo á quien debemos nuestra subsistencia y nuestra comodidad ¿no llegará á excitar alguna vez vuestra compasión? Confesemos esta verdad (que solo hace una ligera impresión en los fastos de la grandeza, dé la opulencia y de la frivolidad) el interés verdadero solo se halla en la equidad, y en el amor los hombres. Bien sé que necesitan arrendar sus haciendas aquellos propietarios que ocupan grandes empleos, cuyo desempeño exige toda su atención; pero también sé, que repartidas las tierras entre muchos pobres y honrados labradores bajo un canon moderado, le rendirían mucho más al dueño, que no entregadas á una cuadrilla de mozos de labor, asalariados y sin domicilio, ó á un hinchado y rico emprendedor de grandes cultivos que por haber adelantado algún dinero consigue reunir en su cabeza una extensión de terreno capaz de sostener á un gran pueblo, y que al cabo de su arrendamiento lo deja esquilmado, perdido y estéril.
Yo conozco que se me dirá que no es tan fácil el hallar una porción de labradores honrados y fieles entre quienes repartir la hacienda ; pero dejemos esta desconfianza para los pueblos grandes en que suelen escasear tanto los hombres buenos: la probidad, la buena fe, la honradez no anda tan retirada de entre los labradores: solo la triste y lúgubre indigencia puede producir en esta clase el desaliento, la desesperación y la mala fe. El hombre á quien la labor del campo suministra para mantenerse honestamente, jamás se entregará á aquel egoísmo destructor que por el interés personal rompe los lazos de la Sociedad, y hace desaparecer la virtud y la honradez: al contrario, contento con su suerte, y ocupado con el trabajo diario, nos proporcionará medios para pasar la vida prestándose voluntariamente, y aun con placer á suministrarnos cuanto es necesario para satisfacer nuestras necesidades, reales ó ficticias.
Ricos propietarios, si vuestro corazón no se ha endurecido por la avaricia ó por la disolución y vanos placeres, cuyo goce está tan cerca del fastidio, confesad aquí que solo por medio de la caridad y la beneficencia podréis conseguir colonos fieles y labradores honrados. Les hallareis sin duda cuando no queráis que la prosperidad reine solo en vuestras casas, y reconozcáis que vuestro bien es inseparable del de los demás hombres: les hallareis cuando las escrituras de arriendo sean dictadas por la justicia y la humanidad, y no se hagan solo con el fin de exigir del pobre labrador más de lo que debe pagar: les hallareis cuando esteís persuadidos de que aquellos infelices colonos son vuestros hermanos inteligentes y laboriosos á quienes debéis dar la mano para sacarlos de la miseria: contribuid con ellos á mejorar vuestra hacienda: exhortadles á que se reúnan con el mismo objeto: haced con ellos pactos que se dirijan al, interés mutuo: sea el más anciano, experto y juicioso el sobrestante de todo, y el que cobre el canon señalado: tengan su pobre habitación en las mismas tierras que cultivan, dividiéndolas á cincuenta fanegas por familia, que así se les ocasionará menos gasto y trabajo, y perderán menos tiempo en ir y venir del campo que .tendrán á su vista, y de consiguiente les producirá mas ayudadles á construir su reducida y rústica morada y adquirir algún ganadillo, aunque entréis a la parte en las ganancias: cuidad de que ,lo que contribuyan sea mucho menos de lo que ganan, para que poco á poco vaya creciendo su haber, y tengan la esperanza, de arraigare en el país adquiriendo, alguna propiedad: en los años que no tengan salida los frutos, no hay que fatigarles por la paga; esperad que vendan con estimación el fruto de su sudor, y si por esta razón os priváis en tanto de aquellos, entretenimientos y placeres frívolos, que cuestan tan caros, y que jamás llenan el corazón, mereceréis de vuestros colonos el tierno nombre de padres: conoced en fin que la tierra es como un niño que se desmejora mudando de nodriza, y alargad cuanto sea posible el tiempo de las contratas para que pasando de generación en generación el cultivo de vuestras tierras, hallen en ella los colonos el sepulcro de sus amados padres, y las cunas de sus hijos, y tomen cariño á un terreno cuya fecundidad saben excitar después de tan larga experiencia.
Por mi parte no me contentaría con esto: por graves que fuesen mis ocupaciones en la corte ó en la ciudad, yo les robaría todos los años en la primavera y en el otoño quince días á lo menos para ir á visitar á mis labradores, y alentarles en sus labores de que pende mi riqueza y la del estado: yo alabaría su feliz suerte, haciéndoles ver que su vida, aunque penosa, no deja de presentar la imagen de la alegría, de los placeres puros y sencillos, y de la abundancia: yo les haría comprehender las suaves delicias que se gozan en el cultivo del campo, en la esperanza de las cosechas, en la recolección de los granos, en la agradable acogida con que son recibidos en sus humildes chozas por sus fieles esposas y tiernos hijos, en sus frugales convites, en las alegres danzas del Agosto ‘junto á las hacinadas mieses; y finalmente en todas las operaciones de economía campestre: yo les haría ver cuán errada es la opinión que tienen de la felicidad de un poderoso á quien sólo ven en la calle haciendo ostentación de su riqueza, enseñándosele envuelto en la melancólica magnificencia de un palacio suntuoso con una esposa que no le ama, y que apenas ve sino á la hora de comer, y con unos hijos cuya educación tiene abandonada á mercenarios lisonjeros que les conducen conforme á los caprichos de sus mal educados padres; rodeado de criados que le roban y le aborrecen; devorado de ambición insaciable, y lleno tal vez de males vergonzosos que le arrastran al sepulcro en lo mejor de su edad. Estas pinturas verdaderas no podían dejar de dar energía á sus brazos al mismo tiempo que les hiciesen amable su estado.
Hombres opulentos favorecidos de la fortuna ved aquí vuestro verdadero interés, y el punto céntrico de vuestra felicidad: si os priváis de aquéllos objetos vanos y perecederos por los cuales suspiran vuestras pasiones, también ganareis la paz de vuestro corazón y la dicha de aquellos de vuestros semejantes que en el orden social no tienen frías favorecedor qué la compasión qué os causan y cuya subsistencia, estado y aun la vida pende de vuestra beneficencia.
Este sistema de bien público fundado sobre la equidad y justicia, sería una declaración de aquel principio constante y anterior á toda convención que quiere que se conciben los intereses de los individuos, modificando los unos y los otros: principio que si se auxiliase con el influjo que puede tener el gobierno sobre este espíritu dé beneficencia, que excitaría fácilmente dando ejemplos repetidos de ella, y señales dé su aprobación á los que los siguiesen, se verían inmediatamente los grandes progresos que harían todos los ramos de la agricultura y del comercio. No hallaríamos campos poblados por miserables, atados á la esteva y arando perezosamente tierras ajenas; porque arrendando las grandes posesiones á una porción de labradores reunidos por el interés común, y por mucho tiempo, tomarían amor á la hacienda, se aumentaría en ella la población, y se animaría Ia actividad de todos. No se quedarían solteros por el temor de ser padres; el goce de las conveniencias que se proporcionarán con su trabajo les hará nacer el deseo de repartir su fortuna con una mujer; y los hijos que de ella naciesen, llevados más bien de las ventajas que de los males de su estado, jamás dejarían la casa paterna para irse á las ciudades á aumentar la numerosa tropa de mercenarios, que inútiles, y las más veces perjudiciales al estado, viven á expensas de otros en la ociosidad y en los vicios.
Adornado de esta suerte el campo con muchas nuevas casas rústicas, y vivificado, digámoslo así, por una multitud de familias ocupadas en fertilizarle, ofrecería por todas partes un país agradable, risueño y fértil, y un pueblo virtuoso y feliz. El Señor colmaría de bendición á los grandes que introdujesen este importante método de subdividir sus tierras que protegería el gobierno por el bien de los labradores, de los propietarios, y del estado.
Y vosotros amigos míos y conciudadanos, labradores desgraciados, cuyos sudores enriquecen á la patria, y cuya sangre se derrama tantas veces por su defensa, yo he declamado en vuestro favor, la voz de mi corazón se levanta contra los grandes arrendamientos en una sola cabeza; yo sé el estado de estrechez y de pobreza á que os ha reducido la práctica contraria, y he llevado vuestras lágrimas á los pies de la generosidad pública. Consolaos que vuestros males no son irremediables, y todavía el médico puede más que la enfermedad. Aliéntese vuestra industria é ingenio con una prudente esperanza, pues por inveterados que sean los malos usos y las preocupaciones, la verdad favorecerá vuestros adelantamientos y bien estar.
Bibliografía:
Memorie della R. Sicietá Agraria, Volumen IV; Torino 1789
Klang, Daniel M.: Announcements od Capitalism and Their Reception in Eighteenth-Century: The Dispute between Diderot and Morellet in 1770-71. Canadian journal of History, vol. 33, nº 3.
Semanario de Agricultura y Artes dirigida a los párrocos, nº 209, tomo X, año 1801