El trabajo que va a leer se editó en nuestra revista madre Ciberjob.org, dentro de la sección de Cocina y en la subsección historia, hoy desaparecida, la cual segregamos hace muchos años dada su popularidad, de modo que la antigüedad habría que calcularla a los comienzos de Internet en España, cuando nos conectábamos no más de medio centenar de personas a este medio y todos nos conocíamos, porque somos pioneros en esto; después, mucho más tarde, llegaron los imitadores, que de una forma más o menos descarada fueron copiando trabajos o inventándose cosas, algunas mal traducidas de otras webs sajonas, y así está el panorama actual en lo relativo a la historia de la gastronomía, aunque esto ya es hablar sobre la historia de las historias o de los que dicen que escriben sobre ella, algunos sin saber hacer la O con un canuto, como decía mi abuela.
Resucitar el presente trabajo viene a cuento por ser, en parte, una nota aclaratoria de otro que en la actualidad estoy elaborando y que tendrá repercusión mundial, con suerte, y que verá la luz el año que viene dentro de un proyecto muy original donde intervendrán personas de varios países, siento no poder contar más pero no me está permitido.
Lo que va a leer, porque entonces la red era tan lenta que se necesitaban varios minutos para que se montaran las páginas, la publiqué en capítulos, ahora la podrá leer al completo y de corrido.
He intentado respetar el orden y los enunciados del trabajo a modo de capítulos para que no pierda la esencia, de modo que queda así:
UNA IDEA DISPARATADA
Hay una anécdota en la España romántica que se me antoja como los cuentos de hadas para niños en donde un príncipe hace aparición, por un rato, y donde los cenicientos de turno, encantados, son felices y al final todos juntos comieron perdices para más tarde despertar a sus sórdidas vidas.
La historia comienza una fría noche madrileña, en concreto el jueves 14 de enero del año 1859, cuando un grupo de amigos, jóvenes todos, sin dinero todos, holgazanes todos y llenos de ilusión se reúnen, como hacía ya mucho tiempo, en una taberna bohemia, que posteriormente tendría fama en la historia de la restauración de la capital del reino, nos referimos al mítico café Suizo.
Esos jóvenes, muchos de los cuales llegaron a ser famosos con el tiempo, eran alegres, ingeniosos, con sentido del humor y pobres de solemnidad. Estos hombres con el tiempo coronaron sus cabezas con los laureles de la gloria en las letras españolas, en la pintura y en la música.
La peña la formaban los siguientes personajes, casi todos componentes o colaboradores del periódico ‘Gil Blas’, el cual era muy crítico con la monarquía.
LOS PERSONAJES
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), el indiscutible y venerado poeta romántico, también pintor, y quizá el más leído por todas las generaciones de adolescentes españoles hasta la actualidad, culpable de la esquizofrenia y la melancolía de muchas mujercitas en una época ya esquizoide como es la pubertad y del que pocos conocen sus acuarelas hechas en comandita con su hermano Valeriano, bajo el seudónimo de Sem, y tituladas ‘Los Borbones en pelota’ en la que representan a la reina Isabel II y su marido, alias ‘Paquita Natillas’, haciendo el amor, de la forma más pornográfica imaginable, con sus respectivos amantes, todos hombres.
Los que estaban tras el seudónimo SEM permaneció en el más absoluto secreto, ya que si eran descubiertos les esperaba, como mínimo, severas penas de cárcel y que sólo fue desvelado tres días después de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, cuando salió esta esquela en el ya citado periódico ‘Gil Blas’: «Contra su costumbre, Gil Blas no puede hoy menos de consagrar un recuerdo a la memoria de quienes, en la primera época de esta publicación, ilustraron sus columnas con dibujos que llevaban la firma de Sem«.
Ramón Rodríguez Correa (1835-1894), periodista y más conocido por todos como ‘Correita’, amigo inseparable de Bécquer y al que una vez muerto este prologó la reedición de sus libros, en 1871, para ayudar a la viuda y los tres hijos del poeta a los que Bécquer dejó en la indigencia.
– Luis Rivera, periodista y actor. Escribió, entre otras, una gacetilla lírica en tres actos con música de Antón Reparaz, titulada ‘El paraíso en Madrid’ que se estrenó en El Teatro del Circo de Madrid el 21 de diciembre de 1860; ‘La luna de miel’; ‘Madrid por dentro’, un drama en seis actos; ‘La profecía’, etc.
Manuel del Palacio (1831-1906), periodista y poeta satírico e irónico, crítico con el desgobierno de una España podrida por la realeza y sus nobles, desterrado por estos versos dedicados al duque de Almodóvar del Río, a la sazón Ministro de Estado:
«Parece Grande y es chico;
fue ministro porque sí;
y en cuatro meses y pico
perdió a Cuba, a Puerto Rico,
a Filipinas y a mí«.
Un hombre que miró con lupa a la sociedad madrileña y testigo de excepción de la degradación del Imperio español y al que apodaban sus amigos ‘El Fenómeno’.
Nota al margen actual de esta revisión: ¿No les recuerda esto a lo que ocurre hoy día con los golfos y mal nacidos de ciertos políticos españoles, por no decir todos, y que son una nueva nobleza al servicio de la oligarquía? de la que deberíamos desprendernos de forma radical emprendiendo una revolución que terminara con este estado dictatorial disfrazado ya sólo con el nombre de democracia, donde si nos arruinamos, porque se llevan el dinero o por su pésima gestión, debemos pagarlo entre todos y si hay beneficios se los llevan a bancos situados en paraísos fiscales y donde se gobierna de espaldas a los que les votaron.
Julio Nombela (1836-1919), novelista fecundo, actor en sus primeros tiempos, funcionario de Hacienda, secretario de Ríos Rosas y del general Cabrera, redactor de los periódicos ‘La ilustración española y americana’, ‘El diario español’, ‘La época’, etc. De él dijo Azorín, refiriéndose a sus ‘Memorias’ que «eran el complemento obligado de las comedias de Bretón y los cuadros de Mesonero Romanos«. Fue uno de los que editaron las obras completas de Bécquer tras su muerte pese a su alejamiento del poeta en sus últimos años.
Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894), músico notable, autor de muchas zarzuelas entre la que puedo destacar como obra cumbre ‘El barberillo de Lavapiés’. Musicólogo notable, gracias a él se pudo oír, por primera vez, una sinfonía completa de Beethoven en España, la Séptima, en 1866.
–Los actores secundarios. Para no cansar más al lector ahora vienen una serie de nombres y hombres que pertenecieron a la peculiar pandilla a la que me estoy refiriendo y que con maestría enumera F. Hernández Girbal en su «De la España Romántica» y los cuales son los escritores: Carlos Frontaura, José Fernández, Pedro Morales, Santiago Infante de Palacios, Federico Luis de Henales, José Belart, Eugenio de Vera, Pedro Ramos, Manuel Martos Rubio y el pintor Cosme Algarra.
EL MECENAS
José de Salamanca, Marqués de Salamanca y Conde de los Llanos (1811-1883), hijo de burgueses acomodados de Málaga, su padre era médico en esa capital, fue un hombre que se hizo a sí mismo y que también se destruyó, llegó a ser el más rico de España y quizá del mundo y murió pobre y lleno de deudas en su palacio de Vistalegre. Estudió las carreras de humanidades y derecho en Granada; tuvo una juventud revolucionaria muy cercana a perder la libertad y quizá la vida en el reinado absolutista del nefasto Fernando VII. Fue, por este orden, alcalde mayor de Monóvar (Alicante), alcalde de Vera (Almería), representante de la Junta Revolucionaria de Sevilla por la provincia de Almería, diputado por Málaga en las Cortes de 1837, ministro de Hacienda con Pacheco en 1847, exilado en Francia volviendo en 1849, siendo a la vuelta cuando comienza su vida de negocios con el arriendo al estado del Estanco de la Sal por la que tuvo los exagerados beneficios de trescientos millones de reales en cinco años; fundador del banco Isabel II en 1844, que fue un fracaso; constructor del primer ferrocarril español, constructor y magnate que invirtió en los ferrocarriles de Estados Unidos, de hecho hay una localidad que lleva su nombre en ese país. Constructor del barrio Salamanca de Madrid; diputado por Albacete en 1875 y senador por León; recibió los títulos de Marqués de Salamanca en 1863 y Conde de los Llanos en 1864 de la mano de Isabel II.
UNA IDEA LOCA
Una vez presentados nuestros personajes de nuevo retomamos el hilo de lo que me he propuesto narrar y que, como he comentado al principio de este artículo, trata sobre una cena memorable, no tanto por lo que ocurrió sino por los personajes que intervinieron, como se preparó y como se desarrolló.
Volvemos a la noche del 14 de enero de 1859, al café Suizo de Madrid, donde estaban reunidos todos los bohemios románticos mencionados. Leían las noticias del día de un Madrid que era como un pueblo, de repente Pedro Ramos tuvo la ocurrencia de comentar la gran fiesta que Salamanca había celebrado en el palacio de Recoletos, con los manjares que se sirvieron, todo dicho con la fantasía y la ilusión de aquel que nada tiene y que pasa hambre, inventando lo que no había visto y soñando con bandejas de alimentos que pasaban por sus narices, en un momento determinado lo interrumpió Luis Rivera para decir: «Alguien debería también convidarle a él alguna vez. Tal vez un simple cocido le supiera a gloria«, a lo que le contestó Nombela: «Pero, ¿tú crees, gran cándido, que Salamanca aceptaría un convite así?«. «¿Por qué no le invitamos nosotros?«, propuso Correa; por un momento se hizo el silencio, en la cabeza de todos esa osadía corría por sus fantasías como una posibilidad más de chiquillada que una realidad hasta que Bécquer comentó: «Me parece una extravagancia«, Bremón los intentó despertar con esta pregunta: «¿Cómo se os ocurre pensar que pueda hacernos caso?«, a lo que contestó Correa: «Por la sencilla razón que no es hombre capaz de mostrarse descortés. Según he oído decir, nada le agrada tanto como una concurrencia original en la que capee el ingenio y la broma. Además su campechanía es proverbial y yo confío que si le escribimos una carta en verso, con la gracia y el desenfado que podamos hacerlo, capaz es de aceptar nuestro convite.
Debemos llevarle a un lugar modesto, a tono con nuestros bolsillos, que no sea taberna, pero tampoco hotel. ¿Qué os parece«, dijo Manuel del Palacio, “la Fonda de París en la calle del Carmen?, he oído decir que por dos pesetas dan unos banquetes dignos de un rey. Pero, ¿disponemos todos de los ocho cochinos reales?«. Ante esta crucial pregunta se creó un silencio embarazoso entre los contertulios, los hubo que no lo pensaron dos veces, no tenían ni dos reales en el bolsillo y ya se autoexcluyeron del gran festín, otros hacían arqueo tanteando discretamente en su bolsillo el dinero que llevaban y otros hacían cábalas sobre la forma de conseguir dicha cantidad de dinero para poder pagar el cubierto.
Entre el jolgorio general Manuel del Palacio espetó: «Puesto que existe mayoría, no hay más que hablar, escribiremos esa epístola invitando a comer al Mecenas, y si no acepta, tanto peor para él. ¿Con quién contamos?«.
Del grupo se descolgaron Julio Nombela, Gustavo Adolfo Bécquer, y José Fernández Bremón, quedaban doce, como los apóstoles o los generales de la Unión Liberal.
SE ESCRIBE UNA CARTA
Al punto le pusieron a Manuel Palacio delante un papel y pluma y con su facilidad, y la ayuda de los otros contertulios, escribió la siguiente epístola al más actual estilo de letrista rapero:
”Carta cariñosa y franca
que escriben con efusión
doce hombres de corazón
a Don José de Salamanca.
Nos, los abajo firmantes,
muchachos de porvenir,
que se acaban de reunir
con dos pesetas sobrantes,
viéndole pasar la vida
pródigo siempre y fecundo,
convidando a todo el mundo
mientras nadie le convida,
queremos, aunque sin blanca
nos coja el veinte de enero
gastarnos algún dinero
con don José de Salamanca.
Comidas de a dos pesetas
no son malas, don José;
habrá sopa de puré
y una entrada de chuletas.
Tenemos frito de sesos
y, entre platos no sencillos,
rábanos y pepinillos,
manteca y otros excesos.
Y porque tiemble la Unión,
a quien ya dimos que hacer,
cuando se toque a beber,
será vino peleón.
Iremos, aunque se alarmen
los que rigen el país,
a la Fonda de París,
sita en calle del Carmen.
Preséntese usted contento
ni temer una emboscada,
que nada debemos, nada,
en dicho establecimiento.
Allí, a las seis de la tarde,
el sábado nos reunimos;
vaya usted, se lo pedimos,
y el que le busque que aguarde.
No tema usted de la crítica
con nosotros se entrometa,
no es reunión de etiqueta
ni se hablará de política.
No piense que en esta acción
vaya, como en otras ciento,
detrás del ofrecimiento
oculta petición.
Que el favor que más valía
que usted puede dispensarnos
es solamente el de honrarnos
con su grata compañía.
Post data.-
Si por acaso no se puede presentar,
dénos cuenta del fracaso,
porque el paso de esperar
ha sido siempre un mal paso”.
Aquella noche Manuel de Palacio pasó a limpio, escribiendo con buena letra, la epístola y al día siguiente todos pasaron por su casa para firmarla. Los que la suscribieron fueron: Correa, Rivera, Infante de Palacios, Barbieri, Algarra, Frontaura, Palacio, Henales, Belart, Vera Ramos y Martos Rubio; de la entrega se encargaría Pablo Morales que era tertuliano de Salamanca.
LA RESPUESTA
Por contra de lo que pensaban Bécquer, Nombela y Bremón, Salamanca leyó la misiva, la cual le hizo gracia, por lo que decidió aceptar la invitación y para hacerlo saber le encargó a su amigo Ramón de Campoamor, el gran poeta, la respuesta también en verso, la cual decía lo siguiente:
“Con labios agradecidos,
cual su arrogancia merece,
a los doce consabidos
les besa la mano el trece.
Acepto con gran placer
vuestra franca invitación,
así podremos saber
lo bien que saben comer
los hombres de corazón.
Comeremos ese día
con dulce fraternidad.
Brindaremos a porfía:
Unos, por la monarquía
y otros por la libertad.
Y si el conjunto total
de esos brindis fraternales
no hace una Unión Liberal,
revelará ¡pesia tal!,
una unión de liberales.
Y a todo aquel que no acierte
cómo a invitación tan franca
corresponderé… se advierte
que avive el seso y despierte
y que estudie en Salamanca”.
Ya estando todo preparado para en gran encuentro nos trasladaremos a la tarde del sábado 16 de enero de 1859.
LA CENA
Con el nerviosismo lógico y antes de la hora prevista estaban los doce, más dos nuevos agregados, que no eran otros que Leopoldo Fernández Bremón y Pablo Morales, que si hacemos memoria fue el que hizo llegar la invitación al homenajeado. Vestidos para la ocasión, con camisas limpias y afeitados, porque entonces sólo se hacían esas cosas para festejar algo, ya que la dejadez y la suciedad eran un signo de la época.
La mesa estaba adornada con sobriedad, sólo en el centro los bustos en yeso de Lope de Vega, Quevedo, Cervantes y Velázquez colocados en forma de pirámide, algunas de sus obras esparcidas a modo de feria del libro y también algunos ejemplares sueltos del periódico ‘Nosotros’ que estaba redactado por la mayoría de los concurrentes.
A la hora justa se oyeron por la calle del Carmen los estruendosos ruidos producidos por las ruedas de un carro tirado por caballos que se detuvo frente a la fonda de París, al rato se abrió la puerta y apareció Salamanca; en ese momento tres músicos, que estaban apostados en el rellano de la escalera, a modo de francotiradores y contratados para el evento, irrumpieron a tocar una ‘desacordada’ música con sus dos arpas y un clarinete; los anfitriones puestos de pié irrumpieron en aplausos.
Se adelantó Pablo Morales para saludar al invitado y servir de embajador para presentar a todos, ya que de los presentes Salamanca sólo conocía a Barbieri por sus triunfos escénicos.
Tras un rato de charla, cada uno de los comensales tomó asiento en el lugar que le había sido asignado y donde naturalmente Salamanca ocupó la presidencia. Al rato de estar acomodados y empezando a servir la cena entró un mozo con una misiva en la mano, la leyó Manuel Palacio que al punto se levantó y dijo: «¡Atención amigos! Ahí fuera aguarda quien nos envía el siguiente memorial:
¿Por qué he de hacer reverencia
ni a qué fingir cortesía?
De comer tengo impaciencia:
de un lado está mi abstinencia;
del otro vuestra hidalguía.«
Todos casi al unísono gritaron: «¡Que entre!«, el enunciado era el redactor del periódico ‘Las Novedades’ Rodríguez Muñoz, al cual lo sentaron junto al maestro Barbieri.
Momentos después se presentó cariacontecido José Fernández Bremón el cual pidió perdón por no haber firmado la carta al dudar de la cordialidad de Salamanca para aceptar la invitación.
Comenzó la cena, donde se sirvieron las chuletas y el vino tinto de Arganda hizo el resto, al poco tiempo todos departían amigablemente y pronto se llegó al tuteo, convirtiendo esta cena en una memorable reunión de amigos.
Los brindis corrieron a cargo de Martos Rubio que dirigiéndose a Salamanca, el iniciador de los ferrocarriles, le dijo:
”Cuando el espacio devora
una audaz locomotora,
llevando con garbo sumo
cien espirales de humo
en pos de su férrea huella
parece que sale de ella
una voz que grita franca:
¡Viva, viva Salamanca!
Mas si el exceso de vino
al maquinista inquilino
que dirige el graduador
del impulso del vapor
le adormece la pupila
y el convoy se descarrila,
parece que la voz franca
grita y grita: ¡A Salamanca!”
Siento no disponer del menú exacto que se comió pero de seguro que no era nada sofisticado.
LA SOBREMESA Y LOS BRINDIS
En una sala contigua a la que se encontraban los comensales empezaron a congregarse poetas y amigos del banquero, entre los primeros se organizó una serenata para solemnizar el banquete, entre las canciones entonadas con risas estaba esta:
”Entre la fortuna y la miseria.
Comiendo juntas están
mira tú si son milagros
los de la Unión Liberal”.
Llegada la hora de los brindis de despedida, que se hizo sin el clásico champán a falta de presupuesto, y rodeados del humo de puros de a tres cuartos se levantó Morales y dijo:
”Cerca de ti, embajador,
represento a esta docena
con más gloria y más honor
que si me mandan al Sena
cerca del Emperador.
Le siguió Rodríguez Correa que levantando su copa de vino para decir:
Aquí, do cesa la pasión política
conquista un timbre de pasión ecléctica,
pues que en esta asamblea la dialéctica
bien puede resistir a cualquier crítica.
Rabien, pues, de furor el optimismo
y todos los filósofos extremos,
mientras que peleón bebemos
en honra del presente eclecticismo.
Posteriormente Rivera provocó las risas de todos con este brindis:
Soy autor de las varias chanzonetas
que margen dieron a reunión tan franca.
Desde hoy, mientras yo tenga dos pesetas,
sin comer no se queda Salamanca.
Martos Rubio, que no se quería salir de a lo que había ido brindó con estas palabras:
No vengo a brindar dispuesto;
mi obligación es comer
si he de cumplir el deber
que me impone el presupuesto.
El pintor Cosme Algarra se aventuró con esta poesía:
Señores: es mucho cuento
pero no es una aprensión;
él, con mil, gana un millón;
yo de diez mil hago ciento.
¿Consistirá en el talento?
Entonces soy un melón”.
Siguieron los brindis de Manuel Palacio, de Belart, Vera, Frontaura, Ramos, el maestro Barbieri, que cantó una seguidilla, y los hermanos Bremón, que no reproduciremos por no aburrir aún más al lector, sólo con la salvedad de la hecha por Frontaura que dijo:
”De comida tan espléndida
nunca pierdas la memoria,
que sabe Dios, Salamanca,
cuando te verás en otra”.
EL BRINDIS DEL BANQUERO
Tras los brindis de los doce, que al final fueron catorce, y antes que lo hiciera el banquero Salamanca, Manuel del Palacio hizo un juego en el que invitaba a los asistentes para hacer lo que llamaba un alarde de repentización en verso y que se desarrolló de la siguiente forma:
”Queridos amigos: dadme pies para una octava. Usted también lo puede hacer, pidió a Salamanca. Diga el primero
-¿Vale días?
-¡Claro! ¡Vengan los demás!
-Frente
-Mente
-Alegrías
-Inocente
-Mapa
-Gente
-Capa
¡Bien! Difícil me lo habéis puesto.
Y tomando nota se dirigió a Salamanca y con voz lenta le dijo:
Vendrán de la vejez los tristes días.
y surcarán de arrugas nuestra frente;
pero el recuerdo quedará en la mente
de estas puras y dulces alegrías.
Jurad sobre este líquido inocente
que aún cuando fuera os encontréis del mapa,
partiréis vuestro pan con esta gente,
como el buen San Martín partió su capa”.
Todos irrumpieron en aplausos y Salamanca se puso de pié y comenzó su brindis de la siguiente forma:
«Deseo agradecer a ustedes, muy sinceramente, desde el fondo de mi corazón, que hayan tenido el feliz acierto de invitarme a esta comida, la cual contará entre las mejores de mi vida. He pasado un rato inolvidable, de esos que a nadie le es posible comprar por mucho dinero que tenga. Les soy, pues, deudor a todos. Admiro a ustedes y aunque les sorprenda, debo confesarles que también les envidio. Sí, les envidio porque me consta que el nombre y la obra de algunos que hoy se sienten pobres vencerá al tiempo y vivirá en la memoria de los hombres, cuando los míos hayan desaparecido. Quienes movemos millones no tenemos mañana. Y es que la inmortalidad se conquista. No es posible comprarla. ¿Vieron en alguna parte que se haya levantado una estatua al hombre que dedicó su vida a crear riqueza? Nadie ha logrado hasta ahora ese honor. Ni lo logrará. El artista no ha de permitir que nada merme el gran amor que debe sentir por su arte. El oro, ante esto, nada vale. Por eso yo os pido que no le mezcléis nunca con vuestras obras. Ello os proporcionará unas emociones purísimas que el hombre, simplemente adinerado, jamás podrá sentir. Gracias por el alto honor de haberme admitido en vuestra compañía«.
Tras unos segundos de silencio todos atronaron la sala con sus aplausos y los vivas.
Lo que no sabía Salamanca, y refiriéndome a su brindis, era que el pueblo de Madrid, en agradecimiento, le levantaría un monumento en el corazón del barrio que construyó y que hoy puede verse en la plaza que lleva su nombre.
FIN DE LA HISTORIA
El hecho que el gran banquero José de Salamanca, uno de los hombres más rico del mundo, fuera invitado a comer por un menú de dos pesetas por unos ‘desconocidos’ y arruinados poetas fue motivo de comentarios en la capital de reino durante mucho tiempo, eso avivado por los comentarios personales, más o menos engrandecidos, de los comensales a tan histórico acontecimiento y que hicieron famosa aquella fonda, de la que se comentó en un periódico de la época que por ese dinero hasta opíparamente comieron.
La anécdota final tuvo ocasión días después cuando Manuel de Palacio, Carlos Frontaura y el maestro Barbieri, una noche que estaban sin blanca y con hambre decidieron cenar ‘a crédito’ en la ya famosa fonda París. El mesonero con agrado les sirvió todo aquello que pidieron y a la hora de pagar, como muy bien cuenta F. Hernández Girbal, escamado el hombre de las promesas que le hacían no quería escucharlos a lo que Frontaura, solicitando pluma y papel se puso a escribir muy afanoso y cuando terminó enseñó el papel y dijo:
«¿Qué le vamos hacer? Pagaremos religiosamente. Vosotros esperad aquí como garantía de que ese puñado de reales será satisfecho. Yo voy a llevar estos versos al diario y en cuanto cobre vuelvo«.
Se quedó mirando al fondista y le dijo:»Bueno, eso en el caso de que a este señor le interese que sean publicados. Veréis, dicen así:
A la fonda de París
fue Salamanca a comer,
y desde entonces está
a punto de fallecer.
la avaricia del fondista
le guisó, a lo que discurro,
o solomillos de perro
o infecta carne de burro.
No comas nunca jamás
en la fonda de París,
porque desde allí se está
asesinando al país.
Y si acaso no te importa
perder tu buena salud,
ve, más primero que todo
encárgate un ataúd”.
Ante aquella poesía el cantinero dijo: «No es mi deseo que llegue esto a conocimiento del señor Salamanca» y les concedió el crédito deseado.
Ni que decir tiene que la noticia llegó a oídos del banquero por boca de Correita y corrió por todo Madrid para regocijo de la competencia y para risas de todos.