Historia de la alimentación de los Caballeros Templarios, entre lo mágico y lo guerrero

Estudiando las Reglas de distintas hermandades de monjas de clausura encontré dos libros que mostraban otras, esta vez de los monjes guerreros de la Hermandad de los Templarios, que por su mezcla entre religioso y belicista, a modo de brazo ejecutor contra los infieles de la iglesia católica y la recuperación de lugares sagrados, me llamó la atención, porque a fin de cuentas lo que en ellas se dictan más bien son reglas cuarteleras más que religiosas y donde la alimentación, para mi sorpresa, tenía un valor mayor de lo esperado.

La magia que esconde dicha congregación, más novelada que real, hace que el gran público se interese sobre manera y hasta ciertos regímenes en la historia buscaran, no sólo su ‘tesoro’ escondido si no también piezas del ajuar de Cristo y herramientas de su crucifixión, llegando a encontrar en Roma hasta una iglesia consagrada, no es broma, a custodiar el Santo Prepucio de cuando le hicieron la circuncisión, o la cantidad de clavos encontrados que se puede montar una ferretería con ellos o hasta el misterioso Santo Grial, que ni se pueden poner de acuerdo que es.

Lo cierto es que estos monjes fueron  los primeros en inventar el chiringuito de los bancos, casi como lo son hoy con sus cheques, lo que llegó a hacerlos temibles, porque en su poder estaba la economía de ciertos estado europeos, de modo que por orden real fueron perseguidos y eliminados, a la manera vaticana, algunos chamuscados en la hoguera.

Como lo nuestro es la investigación de la historia de la gastronomía y la alimentación pues me voy a ceñir, casi en exclusiva, a ella.  

En un libro titulado Regla de los Pobres Conmilitones de Cristo y templos de Salomón de la Santa Ciudad de Jerusalén, en su artículo III, puede leerse la primera referencia a la alimentación un tanto extraña, como vamos a comprobar, ya que nos muestra un número cabalístico o mágico, como siempre un número primo, al que se le asigna un poder especial, algo que se repite en la historia de todos los pueblos cuando una secta o grupo de personas, dentro de unas creencias determinadas, normalmente religiosas, forman un mundo paralelo para aquellos que están iniciados, desvelándoles secretos que les están vedados al resto de los mortales.

Dicho artículo trata sobre qué debe hacerse tras la muerte de un templario, ordenando que los hermanos que allí estuvieren, compañeros del finado, debían rezar por el alma del difunto durante siete días cien Padres nuestros, porque “el número siete es número de perfección”, ordenando igualmente que “así como cada día se le daba a nuestro hermano lo necesario para comer y sustentar la vida, esa misma comida y bebida se de a un pobre hasta los cuarenta días”.

El siguiente capítulo, el IV, hace una distinción entre ellos y los servidores de la iglesia católica, diciendo que a los capellanes tan sólo tuvieran, según su clase, comida y vestido, pasando todas las limosnas que se les dieran a su cabildo o comunidad.

El capítulo V hace referencia a la muerte de un  soldado o ayudante de los guerreros, en cuyo caso se le debería dar de comer a un pobre durante siete días.

El capítulo VIII y siguientes ya se centran en la cotidianidad de la comida diciendo que en el refectorio si alguna cosa faltare o tuviese necesidad de ella, en el caso de no poder pedirla por señas, debía hacerse de forma silenciosa, añadiendo: “y así siempre que se pida algo estando en la mesa ha de ser con humildad y rendimiento, como dice el apostol: «come tu pan con silencio» y el salmista os debe animar diciendo: «Puse a mi boca custodia a silencio» que quiere decir: deliberé no hablar, y guardé mi boca por no hablar mal”.

Como en todas las congregaciones era obligado, mientras comían, que le leyeran las Sagradas Escrituras, de ahí el tener que guardar silencio.

El artículo X ya era más explícito con respecto al tipo de alimento, en concreto la carne, de la cual decía que “en la semana, sino es en el día de Pascua, de Navidad, Resurrección, o festividad de nuestra Señora, o de todos los Santos, basta comerla tres veces o días en ella, porque la costumbre de comerla se entiende es corrupción de los cuerpos”, añadiendo que los martes que fueran ayuno se pasaría al miércoles y que sería más abundante. Los domingos se darían dos platos en honra de la Santa Resurrección, tanto a los capellanes como a los caballeros y atentos a la apostilla que se hacía porque no tiene desperdicio: “los demás sirvientes se contentarán con uno y den gracias a Dios”.

Sobre la forma de comer los caballeros templarios decía que sería de dos en dos, para que con cuidados se proveyeran unos a otros, de forma que se fomentaba la sociabilidad, añadiendo que a ambos se les debería dar iguales porciones de vino.

Sobre los demás días, o sea, los lunes miércoles y sábados, bastaba dar dos o tres platos de legumbres u otra cosa cocida, de modo que pudieran elegir, así que imagino que esos días, por la noche, habría concierto de viento.

En el capítulo XIII especificaba que había que comer los viernes de la siguiente forma: “El viernes comerá sin falta de cuaresma toda la congregación, por la reverencia debida a la pasión, excepto los enfermos y flacos; y desde todos Santos, hasta Pascua, a excepción del día del nacimiento del Señor, o festividades de nuestra Señora o Apóstoles, alabamos al que no comiere más que una vez al día; en lo restante del año sino fuere día de ayuno hagan dos comidas”.

 Después de las comidas, en todas, tanto fueran almuerzos o cenas, estaban obligados a dar gracias a Dios y se daban a los pobres las sobras de ellas, guardando los panes que habían quedado enteros, para en el siguiente capítulo, el XV, que todos los días se diera al limosnero, para que lo repartiera entre los pobres, el diezmo de todo el pan que le dieren, pero de la carne y sus guisos no decía nada, que tontos no eran.

A la puesta del sol todos tomaban una colación que estaba compuesta al capricho del Maestre, estando permitido beber agua o vino aguado, terminando así: “más que no sea con demasía, que también los sabios vemos desdicen de su conducta y comportamiento con el uso extremado del vino”.

Termina el apartado dedicado a los alimentos diciendo que se debería repartir estos equitativamente, dando a los monjes soldados igual cantidad y que deberían conformarse con dicho reparto, sin que hubiera envidias o disputas.

Continúan dichas interesantes ordenanzas dictando reglas para con el vestido, que debía ser negro o blanco; la forma de vestir de los servidores de dichos soldados, con capa blanca; el uso de pieles de corderillo o carnero y nunca pieles preciosas; dar los vestidos viejos a los escuderos; que aquel que quisiera ir mejor vestido se le diera el peor para quitarle la soberbia; que el encargado de dar vertidos lo haga a la medida del monje; La longitud del cabello, sobre todo los que no estaban en campaña, que debería ser “cortado con igualdad y con el mismo orden”, al igual que la barba; sobre las trenzas y copetes que quedaban prohibidos; del número de caballos que debían tener y de escuderos; la prohibición de castigar a su escudero sin salario; cómo se debían recibir a los que querían servir en la Orden por un tiempo señalado; la obediencia absoluta, prohibiendo que ninguno obrara según su propia voluntad; la prohibición de sin licencia del Maestre no anduvieran por ahí, salvo para visitar el Santo Sepulcro y “demás lugares piadosos” y nunca solos; no procurarse objetos o cosas para su propio bienestar; sobre los frenos de los caballos, petos y las espuelas que no deberían mostrar lujo de ningún tipo, sin cubrirlos de oro o plata; prohibía que las lanzas y los escudos tuvieran guarniciones; la potestad que tenía el Maestre para repartir a su conveniencia caballos y armas a los monjes; nadie podía tener cota y maletas en propiedad; la prohibición de recibir correspondencia de nadie, incluidos los padres; la prohibición de hablar de su vida pasada con nadie; si algún monje recibiera dinero o cualquier otro objeto valioso debería darlo al Maestre o al despensero y no quedarse con él; prohibía ir a cazar de cetrería; que ninguno matara a las fieras con ballesta o arco; que siempre se mataran a los leones; cumplir lo que dictaran los jueces en caso de querellas; se permitía a los monjes, de forma individual, tener tierras y vasallos; la obligatoriedad de cuidar a los enfermos; que ninguno enojare a otro; la forma de recibir a los nuevos guerreros que estuvieran casados y obligaciones que debían cumplir; prohibía que hubieran monjas; la prohibición de tratar con excomulgados; la forma de recibir a los soldados seglares; la no obligatoriedad de llamar a todos a las juntas secretas; el rezar sin hacer ruido; tomar juramento a todos los que sirven; los menores no podrían ser religiosos hasta cumplir la edad; respetar a los ancianos; que los caballeros Templarios posean diezmos; sobre los pecados mortales y veniales; los delitos por los que podían ser expulsados; que desde Pascua hasta todos los Santos debían vestir con camisa de lino; tener lo preciso para sus camas; evitar las murmuraciones; prohibición de cualquier contacto con mujer, incluidas las madres y hermanas, así como de los halagos de otras ajenas a la familia.

Hasta aquí la historia de la alimentación de los Templarios.

BIBLIOGRAFÍA

  • Bastús, V. Joaquín: Historia de los Templarios. Imp. Verdaguer. Barcelona, 1834.
  • López, Santiago: Historia y tragedia de los Templarios. Imp. Viuda e hijo de Aznar. Madrid, 1813.

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