Hambre y enojo en el motín de 1692 (México)

«¡Señor, tumulto!» Abrí las ventanas a toda prisa y, viendo que corría hacia la plaza infinita gente, a medio vestir y casi corriendo, entre los que iban gritando. «¡Muera el virrey y el corregidor, que tienen atravesado el maíz y nos matan de hambre! (Don Carlos de Sigüenza y Góngora)

Introducción

Para comenzar este escrito vale preguntarse qué relación se da entre una crisis agrícola y un movimiento armado, entonces, recuerdo mis clases de historia económica y la explicación dada por mis profesores sobre cómo los precios del maíz en México, el hambre del pueblo y la especulación de los comerciantes se conectaban para dar como resultado un alzamiento popular en contra de la mala política gubernamental. Específicamente en la guerra de independencia de 1810 o en la revolucionaria de 1910 había habido previas crisis agrícolas.

Cuando dicto la cátedra de rebeliones indígenas, particularmente las campesinas del siglo XIX mexicano, me encuentro con el problema de definir el término rebelión puesto que viene acompañado de otras voces como motín, sublevación, tumulto, alzamiento, insurrección, revuelta, por nombrar algunas de ellas. Durante el comienzo del curso, al revisar los movimientos de resistencia indígena y de otros grupos étnicos del período colonial como antecedentes inmediatos, es frecuente hallar la referencia a diversas luchas indígenas en regiones del occidente de la Nueva España como La Nueva Galicia, el actual Estado de Jalisco, o del sur, como Oaxaca. En el caso particular de la ciudad de México, la antigua Tenochtitlan, los tumultos se dieron particularmente en el siglo XVII como, por ejemplo, el de 1624 y el de 1692. De este último es del que trataré de escribir para explicar la crisis agrícola, qué la ocasionó y sus consecuencias sociales.

En el motín de 1692 participaron principalmente los indígenas inconformes, particularmente los de Tlatelolco, que lanzaron piedras y prendieron fuego a las casas del cabildo, el palacio virreinal y los cajones de telas que había en la Plaza de Armas. Don Carlos de Sigüenza y Góngora, un criollo intelectual, coordinó las labores de rescate y salvó de la quemazón a los documentos de los archivos de esos sitios que se incendiaban. El daño provocado al palacio virreinal, que entonces era de dos pisos, se puede observar en un óleo de Cristóbal de Villalpando que realizó en 1695, tres años después del siniestro, en el que se ve que falta un costado del lado izquierdo del palacio. En el fondo se observan los volcanes Popocatépetl e Iztaccihuatl, cubiertos de nieve, cosa que ahora el cambio climático impide desafortunadamente. En nuestros días, esa pintura forma parte de la colección de Lord Methuen en Corsham Court, Inglaterra. Sigue leyendo

Historia de las frutas en la Baja Edad Media en Sevilla: Comentario botánico-cultural

ainaartiJuan de Aviñón podía ser un (¿buen?) galeno, pero no era científico—más que nada, porque tal concepto ni siquiera se había inventado por aquel entonces.

Por ello, como invitada de Carlos a comentar los pasajes relacionados con los vegetales, mi intención es arrojar un poco de luz sobre lo que nos dice la ciencia (y la historia de la ciencia y la medicina) respecto a las frutas comentadas por Juan de Aviñón en su libro.

Los números coinciden con los del primer trabajo y que ponemos de forma independiente para no hacer más farragosa la interpretación del primer texto.

Las fuentes generales que me han servido para más de una fruta están listadas al final del artículo; las fuentes específicas relativas a cada vegetal, colocadas al final del espacio dedicado a cada fruto concreto.

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La historia de la alimentación en la Baja Edad Media en Sevilla, capítulo I

Carlos AzcoytiaExiste un libro que por ser poco conocido, algo que nunca he llegado a comprender, merece un estudio en profundidad ya que nos muestra un momento histórico excepcional en el terreno de la alimentación en España, años antes de la llegada de los españoles a las tierras americanas, donde podemos conocer los alimentos que se comían y la relación que tenían con la salud de la población, cuestión esta importante para llegar a comprender la influencia de estos como elementos químicos, dependiendo del tipo de persona, que sirvieron para la sanidad. Si a eso le sumamos que se circunscribe a un área reducida y puntual, la ciudad de Sevilla, nos puede ayudar a comprender un poco mejor el triunfo o no de los productos americanos en el continente europeo, ya que dicha ciudad fue el epicentro del comercio, de la exportación e importación de todo tipo de mercancías y donde se estudiaban los vegetales desconocidos que llegaban desde Las Indias Occidentales.

El libro en cuestión lleva el largo título, entonces era así, de ‘Sevilla medicina. Que trata el modo conservativo y curativo de los que habitan en la muy insigne ciudad de Sevilla, la cual sirve y aprovecha para cualquier otro lugar de estos reinos’, obra escrita entre los años 1418 y 19 y que permaneció inédita hasta el año 1545 que la publicó a sus expensas el muy notable médico Nicolás de Monardes Alfaro, al que hago muchas referencias cuando trato de los alimentos traídos de América, ya que fue el que se dedicó a estudiarlos y aclimatarlos en su huerto que estaba situado en plena calle Sierpes, en el corazón de la ciudad, y del que en su momento utilicé en un experimento en el que demostraba la fragilidad de la información que existe en Internet donde el copiar unos de otros puede hacer que se de cómo ciertas las informaciones erróneas o sesgadas, que de todo hay, llegando a tanto qué hasta los cicerones que enseñan su tumba en un convento de Sevilla la dan por verdadera, refiriéndome en este caso concreto a la historia del tomate, donde explico toda una trama que demuestra lo que digo, algo que sentó mal a los mismos copistas (que jamás hacen referencia de las fuentes y así les va) y a otros rebuznantes que no ven más allá de unos milímetros de sus cortas entendederas y que llegaron a confundir un experimento con una burla, allá ellos. Sigue leyendo

Historia de la gastronomía de Tacubaya (México)

Actividades económicas realizadas por la población indígena novohispana de Tacubaya: una reflexión

Tacubaya es una zona de la Ciudad de México que actualmente se ubica en parte de las Delegaciones Álvaro Obregón y Miguel Hidalgo, es un conjunto de colonias (barrios) populares, de clase media y clase media baja, y uno que otro conjunto residencial de gente adinerada. Ahora poco se puede apreciar de su antiguo esplendor, éste ha sido ocultado por las construcciones que se amontonan, el mercado, las estaciones del metrobús y del metro Observatorio, Tacubaya, Patriotismo o Juanacatlán. Nadie se podría imaginar que lo que ahora es asfalto y concreto alguna vez fue un hermoso paisaje arbolado con ríos y caídas de agua. Tampoco se pensaría que este sector de la ciudad fue un pueblo de indios durante el período colonial perteneciente al Marquesado del Valle, y ni por asomo se supondría que su historia es mucho más lejana, mítica, porque allí se guarecieron los aztecas (mexicas) luego de su derrota en Chapultepec en el año 5 técpatl (1276 d.C.) y allí tomaron el átlatl, es decir, aprendieron a usar el lanzadardos según la información que se desprende de la lectura del Códice Aubin y de la Tira de la peregrinación (Rivas y Durán, p. 4).

Asimismo, la otra manera de encontrar a Tacubaya representada en los códices es como un cántaro rebosante de agua, esto se aprecia en el Códice Mendocino, y es precisamente el que se ha usado más frecuentemente como referente de Tacubaya puesto que el emblema que aparece en el metro para indicar la estación de Tacubaya es precisamente la representación de un cántaro repleto del vital líquido (García Parra y Bustamante Harfush, p. 14). Sigue leyendo

Chilacayote, un nombre náhuatl, un dulce rico

Martha Delfin GuillauminHace unos días, al leer uno de mis artículos para esta revista, una amiga colombiana me preguntó que qué son los chilacayotes y las tortillas de maíz azul, claro, yo lo expresé en español mexicano, es decir, usando términos en náhuatl que sirven en mi país para referirse al cereal y a diversos vegetales o frutos. Esa es la razón por la cual ahora trato de escribir este texto para hacer un breve comentario acerca de los referidos vocablos, o sea, chilacayote y maíz azul.

En mi escrito sobre Caltzontzin aparece, en una de las fotografías que tomé en esa ocasión que celebraban una feria gastronómica p’urhépecha en noviembre del 2008, una de las señoras cocineras que amasaba maíz azul en un metate. El maíz azul es una de las diversas variedades de este magnífico cereal que hay en México. Vale la pena aclarar que es un producto de la tierra americana, pero no en todas partes del continente se da de ese color, por ejemplo, en Mendoza, Argentina, no existe esta variedad y estando allá, cuando me casé y fui a vivir por un tiempo a esas hermosas tierras cuyanas en noviembre de 1987,  yo extrañaba las exquisitas tortillas de color azul que comía aquí en el centro de la República Mexicana. Precisamente en la Feria del Maíz y otras semillas nativas, celebrada el día 8 de marzo pasado en la Comunidad Vicente Guerrero, del Estado de Tlaxcala, pude comer quesadillas azules con huitlacoche, el hongo del maíz, bañadas con salsa picante. Fue entonces que mientras las comía bebí una rica agua de chilacayote. Sigue leyendo