En general, acostumbramos a fiarnos del diccionario.
También tendemos a pensar que los significados de las palabras que contiene han permanecido más o menos intactos desde el albor de los tiempos hasta nuestros días.
Y la tercera cuestión, de gran importancia al hablar del mundo natural, es que solemos tener la impresión de que los nombres comunes que empleamos para referirnos a los vegetales (por poner un ejemplo) reflejan una realidad biológica.
Oséase: que existe algo en el mundo vegetal que se corresponde exactamente con lo que llamamos rosa, o acelga, o menta.
Pues bien.
Siento aguaros la fiesta, pero tendré que echar por los suelos estas tres ideas, que a menudo tenemos bien enraizadas en nuestro interior —¡aun sin haberlas nunca pensado!—, y que tanta seguridad suelen darnos.
Porque, al menos en lo que a los vegetales se refiere, no funcionan.
1 | El diccionario se equivoca. No lo hace a propósito, pobre; creo que se debe, sencillamente, a que los que redactan las definiciones referidas a entidades naturales no son científic*s… y claro, si ya entre profesionales se arman unos líos fenomenales, para los no expertos el cacao lingüístico puede ser aún peor.
2 | El diccionario, y la relación entre significantes (palabras) y sus correspondientes significados, evoluciona en el tiempo y en el espacio. Que una palabra usada actualmente aparezca en una obra del s. II aC, no quiere decir automáticamente que su sentido entonces, coincida con el que hoy posee; puede ser, sencillamente, que tuviese un significado distinto que luego perdió.
3 | Las lenguas no están ‘hechas’ para ser precisas a nivel botánico (ni zoológico, ni lógico, ni ná de ná).
Y dejadme que lo ilustre tomando un ejemplo curioso, que es el del plátano.