De pequeño, cuando algunas veces acompañaba a mi padre al campo, y de mayor, cuando era ya un profesional, observaba en los linderos de las propiedades o en los bordes de los caminos de tierra una planta que siempre me llamaba la atención, una mezcla de arbusto y planta que más de una vez me hizo sentir el escozor que produce el pinchazo de sus púas al clavármelas, de hecho aún conservo una pequeña marca de una de ellas que me clavé haciendo un levantamiento topográfico en un pueblo muy cerca de Sevilla, en concreto en Castilleja de la Cuesta; también recuerdo como vendían por las calles de mi cuidad, Sevilla, sus frutos unos hombres, a todas luces labriegos por su indumentaria, que las llevaban en carritos y cestos cubiertas con trozos de hielo, en una España de hambre y posguerra, y que con una navaja las abrían y las vendía a precios muy módicos, que eran el regocijo de los niños, también de los mayores, y de la que mis padres me decían que no comiera muchas porque me producirían estreñimiento.
Historia de la chumbera, opuntia, nopal o tuna y los higos chumbos
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