A mi amiga Yolanda Sola
Hablar del café en Europa es también hacerlo de una bebida social y socializante, es parte intrínseca de la democracia del Continente porque es una infusión que no distingue de clases, es estimulante para el que hace trabajos intelectuales y para aquellos que utilizan su fuerza, no se entendería la Europa moderna sin el café, sin los cafés y su influencia en su historia, desde mi punto de vista sobrevalorado, quizá porque aborrezco su sabor.
Dicha bebida siempre tuvo algo de clandestina porque al aroma de las humeantes tazas se han tramado conspiraciones, se han tomado decisiones políticas y ha servido de mentidero; fue centro y causante de grandes ideas, inspiración o excitación en las mentes de poetas y novelistas, intermediario de grandes negocios, cómplice de ruindades y asesinatos, estímulo para el cansado obrero para que produjera más en beneficio de los grandes capitales, en definitiva fue y es una droga que condiciona nuestras vidas, creando señas de identidad de la cultura de occidente que nos une a todos. Sigue leyendo