Solemos ser parte y el todo de los problemas, miramos egocéntricamente la historia y a los ‘otros’, medimos con una única regla, la de nuestra experiencia y desde nuestro presente, como si el tiempo fuera intemporal cuando queremos comprender ciertas cosas, generalizamos a los otros cuando deseamos ser únicos y distintos, uniformamos, clasificamos o minimizamos otras vidas, otros momentos, lo comprimimos y deformamos hasta lo imposible, lo de ayer es viejo y ser viejo es como estar enfermo en esta sociedad, sin darnos cuenta que en el camino, a cada paso, nos vamos alejando cada vez más de la idolatrada juventud.
Quizá es excesivo este prólogo, tanto en el fondo como en la forma, pero no se me ocurría nada mejor para hacer comprender la generalización que se hace en la historia, se escribe y se cuentan las cosas como si fueran de una única pincelada y eso no hace un cuadro, he concedido muchas entrevistas a los distintos medios de comunicación como para saber de la simpleza en el razonamiento de muchos profesionales o aficionados y donde no voy a dar nombres por ser algunos de ellos importantes, de todas formas no los daría aunque fueran de personas ignoradas.
Preguntas que dejan sorprendido por su simpleza a un investigador gastronómico, cómo qué se comía en la Edad Media en España o, aún peor, que comían, por ejemplo, los romanos, toda una debacle mental porque se esperan encontrar respuestas de hoy a problemas del pasado, sin tener en cuenta la ecuación espacio/tiempo y me explico:
Hasta casi el siglo XX la humanidad, en su explosión demográfica, estuvo constreñida por una serie de factores que inexorablemente la iban frenando, siendo la primera de ellas la libertad del pensamiento y donde poderes fácticos anulaban el desarrollo de las ideas, llegando a la aberración de cometer crímenes de estado institucionalizados en nombre de una religión o de ciertas familias que se perpetuaban en el poder, una oligarquía hereditaria donde unos pocos, muy pocos, anulaban el pensamiento de todos. Sigue leyendo