Siguiendo con la serie dedicada al hambre en Europa y la expansión por todo el continente de las ideas del conde de Rumford, en especial de la sopa que llevaba su nombre, nos vamos a detener en su llegada a Suiza y los efectos tanto beneficiosos como perjudiciales que produjo y su adaptación a la gastronomía de dicho país.
Pese a la miseria que pasaba el pueblo, con verdaderas hambrunas y un paro galopante, no tuvo desde sus comienzos buena acogida entre los más menesterosos, ya que al igual que el intento de introducir las patatas en la alimentación en Sevilla en 1573 o las sopas de sobre en 1779 para alimentar los ejércitos en Francia pocos años antes, casi crea revueltas populares al considerar, equivocadamente, que dicha sopa era agua sucia y poco sustanciosa y así encontramos lo que se decía en 1801 sobre ella y contra la finalidad con la que estaba siendo distribuida entre la población en los medios impresos: “Se pensó en introducir en los cantones más empobrecidos por la guerra la sopa económica; pero lo impidieron varias circunstancias, no siendo la menor dificultad la que oponía la falsa idea que de ella se tenía de que era clara y de poca sustancia. Los mendigos fueron los que principalmente se reunieron para declamar contra ella, como que su establecimiento les quitaba la vida vaga, licenciosa, ociosa y criminal en que se hallaban”. Sigue leyendo