La historia de la enfermedad del escorbuto, la forma de tratarla en distintas épocas y consecuentemente su forma de curación definitiva, a mi parecer, fue la más vergonzosa historia de la investigación médica de occidente, tan egocéntrica y soberbia, donde se demostró la deficiente formación en el razonamiento y la deducción de unos galenos que durante siglos no progresaron de forma significativa en los conocimientos de la medicina, entendiéndola más como casi mágica y duramente influenciada por la religión, algo que chocaba con la casi mesiánica labor que ejercieron la mayoría de ellos al estar en contacto no sólo con la enfermedad sino también con las miserias humanas.
Es cierto que no todos están obligados o pueden tener la imaginación y la fantasía para desarrollar una teoría de lo absurdo que al final puede terminar en una genialidad, algo que cuando escribía este trabajo pude comprobar: cayó en mis manos una publicación norteamericana que, como mínimo, me sorprendió por lo arriesgado del método de teorización y de investigación y que entra dentro de la antropología como una explicación causal de algo que posiblemente no llegue a ser ni tan siquiera a eso, pese a que lejanamente tiene lazos con el tema que nos ocupa; el trabajo al que aludo fue un ensayo de dos grandes economistas actuales, Steven D. Levitt y Jhon J. Donohue III[1], los cuales tuvieron la extravagante idea de proponer que la causa más importante en el descenso en números de delitos cometidos en EE.UU., en la década de los noventa del siglo XX, fue consecuencia de la legalización del aborto, todo un anatema para algunos que no deja de tener un razonable punto de veracidad pese a que otras muchas variables pudieran influir en el resultado, algo que razonaban diciendo que al ser las madres, en su mayoría, adolescentes de la clase baja de la sociedad americana no estaban preparadas, ni económicamente ni culturalmente, para educar a sus hijos y que los abocaba a la delincuencia desde la infancia. Si puede parecernos extravagante dicha teoría, algo parecido ocurrió en el pensamiento de los galenos de entre los siglos XVI y XIX que, salvo excepciones pese a que no podían intuir algo más allá de su cotidianidad o realidad y que no les dejaba ver el bosque, no supieron o no pudieron desarrollar teorías revolucionarias dentro de su conocimiento técnico. Algo que se desarrolló no hace tanto, en la Era Industrial, donde hasta entonces el conocimiento de las enfermedades y de la química estaban basadas en lo que la naturaleza ofrecía y no en la agresividad de las medicinas sintéticas como ocurre en la actualidad o el principio de autoridad que, por suerte, va desapareciendo gracias a la globalización y las comunicaciones, aunque aún hoy sigue teniendo un gran peso en muchos campos académicos para desgracia de todos y lo borreguiles que son muchos profesionales. Sigue leyendo