HISTORIA DE LA ALIMENTACIÓN EN LOS BARCOS DURANTE LOS VIAJES A AMÉRICA EN EL SIGLO XVI
Estudio
de
Carlos Azcoytia
Agosto 2010
Gracias a mi amiga Teresa Villagrán por la ayuda que me prestó.
El escribir sobre los viajes trasatlánticos y la conquista de las tierras americanas por los españoles es narrar la mayor epopeya del ser humano en toda su historia, nunca, hasta el día de hoy, un pueblo, con tan reducido número de habitantes, consiguió tantos logros, criticables muchos de ellos, y llevaron a otras tierras, miles de veces más grandes en extensión que su país, su cultura y su idioma, ni ninguno pasó tantas calamidades, tanta hambre y tantas desgracias, pocas veces recompensadas, como aquellos primeros emigrantes que, engañados o no, pusieron sus ilusiones en comenzar de nuevo en otro mundo inexplorado y donde todo les era ajeno. Sus aventuras y desventuras comenzaban antes incluso de embarcar en las naos, barcos que por su extensión y calado eran menores y más inseguras que un barco de pesca actual, es ahí, en estos barcos donde comienzo mi narración de la historia de la gastronomía o del hambre, que es más justo llamarlo así, de aquellos desdichados que perseguían el sueño de vivir en mejores condiciones de las que les brindaba su patria.
La composición de la tripulación de los barcos estaba muy reglamentada.- En la cúspide de la pirámide de mando estaba el capitán o maestre, que normalmente era dueño, condueño del barco o hombre de confianza de ellos, su misión consistía en la de recibir los pagos de los fletes y de los servicios prestados; también era el encargado de contratar y pagar al piloto y restantes oficiales de la tripulación, siendo su misión principal la de marcar el derrotero y dirección general de la nave, sin intervenir en la navegación práctica, ya que esta era responsabilidad del piloto. Según Martínez-Hidalgo "Al piloto correspondía llevar la derrota del barco y cuanto tuviera relación con la parte náutica, en la que a veces era el único experto. Debía llevar cartas, astrolabio, aguja, cuadrante, ampolletas y sondas, y tener, además, conocimiento de las mareas. Alonso de Chaves decía que eran como el ánima en el cuerpo humano". Por importancia después venía el contramaestre que, según Martínez-Hidalgo eran "el lugarteniente del maestre, hacía cumplir las órdenes de éste y del piloto, repartía los trabajos y se ocupaba de la estiba, recorrido del aparejo, maniobra, limpiezas generales, achique de la sentina, oreo de las velas y que se apagara el fogón a la puesta del sol". Después de estos personajes estaban el escribano, cuya función consistía en levantar actas de la toma de posesión de las tierras descubiertas, llevar las cuentas de todo aquello que se cargaba y descargaba y también hacia las funciones de notario.; El alguacil, que era el encargado de la función de policía de la nave, ejecutando los castigos que se hacían a los delincuentes; El veedor, que llevaba las cuentas de los gastos y cuidaba la parte del tesoro que correspondía a la Corona, el llamado 'quinto real'; El despensero que era el encargado del cuidado y distribución de los víveres, así como de despabilar los faroles, alimentar el fogón, instruir a los grumetes en el cuarteo de la rosa y en las cantinelas de debían dejar oír al volver las ampolletas, sobre todo para tener la certeza que no se habían quedado dormidos, también eran los encargados de repartir las raciones, procurando que se consumieran antes las más averiadas, conservando siempre la llave del pañol de víveres; otro de los marinos, con los que la tripulación debía tener mucho respeto, y también motivo de ira, era el tonelero, el cual cuidaba las pipas de agua y de vino, los cuales en momentos de sed extrema debían tener mucho cuidado en las medidas porque un marino con sed era capaz de matar si creía que se le daba una gota menos que a otro compañero. La alimentación y abastos de los barcos que iban a América en el siglo XVI.- El siguiente cuadro contiene la relación de abastos y pertrechos necesarios para la armada de Pedro de Roelas en la expedición de 1563 - 1564.
Total del gasto de manutención para un viaje hasta América, sólo para la marinería, ascendía a 1.033.789 maravedis. Los barcos eran como el camarote de los Hermanos Marx en la película 'Una noche en la ópera'.- Según las ordenanzas de 1552, la tripulación mínima para una nao como la que figura en el principio de éste trabajo, con un peso entre 100 y 170 toneladas, debía ser de 30 hombres; para las naves de entre 170 y 220 toneladas la marinería debía estar compuesta por 48 hombres; para las naves de entre 229 y 320 toneladas su tripulación no debía ser menor de 61 marineros. A todo esta había que sumarle los pasajeros con sus criados y esclavos que emigraban a aquellas tierras lejanas y toda su impedimenta, lo que hacía imposible la más mínima intimidad en tan reducidas dimensiones, tanto es así que fray Tomás de la Torre cuenta que "no se puede imaginar hospital más sucio y lleno de gemidos que aquel: unos iban debajo de cubierta cociéndose vivos, otros asándose al sol sobre cubierta, echados en los suelos, pisados y hollados y sucios que no hay palabra con que lo explicar, y aunque al cabo de algunos días iban volviendo en sí, pero no de arte que pudieren servir a los otros que iban malos". Según el historiador, ya fallecido, Pedro Borges Morán existían tres clases de cámaras, la ordinaria, la doble y la media cámara. La primera solía tener capacidad para seis personas y sus dimensiones, que se computaban por pies, variaban entre 9x7 (2,52x1,96 metros) y 14x8 (3,92x2,24 metros). En relación con esta cámara ordinaria, la doble solía tener cabida para doce personas, mientras que la media sólo albergaba a tres. Si eras pasajero debías encomendar el alma a Dios porque los diablos podían llevarte.- La aventura americana comenzaba antes de embarcar, ya que, según las ordenanzas de enero de 1607, dictadas por el Rey Felipe III decía: "Los pasajeros han se prevenir, embarcar y llevar todo el matalotaje y bastimentos que hubieren menester para el viaje, suficientes para sus personas, criados y familias, y no se han de concertar con los maestres de raciones, o con los demás oficiales; y esta prevención es voluntad que se haga, interviniendo el veedor de la armada o flota, si los pasajeros fueren o vinieren en la Capitana o Almiranta de la dicha flota, o en las naos de Honduras, porque no reciba fraude ni menoscabo el caudal de la Avería o el que costease estas previsiones". Tras esta lectura era evidente que cada pasajero debía de procurarse su propio alimento para la travesía, que por cierto debía custodiar en su camarote compartido en unas condiciones higiénicas deplorables, pero no todo terminaba ahí, ya que antes de zarpar, si era instruido o medio listo el aventurero, era aconsejable seguir las recomendaciones del famoso escritor del Renacimiento fray Antonio de Guevara (1480-1545), cronista de Carlos V, que, por curiosas es imposible no citarlas, para comprender la gran aventura que era embarcarse para atravesar el inmenso, peligroso y desconocido océano cuando escribió: "Es saludable consejo que antes que se embarque haga alguna ropa de vestir que sea recia y aforrada, más provechosa que vistosa, con que sin lástima se pueda asentar en crujía, echar en las ballesteras, arrimarse en popa (se refería a la hora de defecar), salir a tierra, defenderse del calor, empaparse del agua y aun para tener la noche en la cama; porque las vestiduras en galera más han de ser para abrigar que no para honrar. Es saludable consejo que el curioso y delicado pasajero se provea de algún colchoncillo terciado, de una sábana doblada, de una manta pequeña y no más de una almohada; que pensar nadie de llevar a la galera cama grande y entera sería dar a unos de mofar y a otros de reír, porque de día no hay a donde guardar y mucho menos de noche donde tender". Si creyó que con estos consejos terminaba Antonio de Guevara está equivocado porque ahora viene lo más terrible y que de seguro, por poco aprensivo que fuera el pasaje de aquellos barcos, a más de uno le metería el miedo en el cuerpo e incluso le quitaría las ganas de hacer dicho viaje por más hambre que pasara en su tierra: "Es saludable consejo que todo hombre que quiere entrar en el mar, ora sea en nao ora sea en galera, se confiese y se comulgue y se encomiende a Dios como bueno y fiel cristiano; porque tan buena ventura lleva el mareante la vida como el que entra en una aplazada batalla". Pese a esto no había terminado de meter miedo a sus lectores, que la cosa se podía poner peor, como de hecho aconsejaba: "Es saludable consejo que antes de que el buen cristiano entre en la mar haga testamento, declare sus deudas, cumpla con sus acreedores, reparta su hacienda, se reconcilie con sus enemigos, gane sus estaciones, haga sus promesas y se absuelva con sus bulas; porque después en la mar ya podría verse en alguna tan espantosa tormenta que por todos los tesoros desta vida no se querría hallar con algún escrúpulo de conciencia". Pese a que yo nunca sería amigo de un individuo tan pesimista, y posiblemente gafe, es digno de notar que viajar al Nuevo Continente no debía ser un crucero turístico como los de hoy, ni incluso disfrutar de la montaña rusa en un parque de atracciones actual, aquello debería ser como entrar en una pesadilla terrible como comprobaremos más adelante. Para terminar, el sabio Antonio de Guevara, ya en un remate de alegría y buen humor, algo que lo caracterizaba, como hemos podido comprobar, daba un último consejo para aquellos que iban a embarcar y donde en un alarde de fantasía optimista, eso sí, decía: "Saludable consejo que el curioso mareante ocho o quince días antes que se embarque procure de limpiar y evacuar el cuerpo, ora sea con miel rosada, ora con rosa alejandrina, ora con caña fístola, ora con alguna píldora bendita; porque naturalmente la mar muy más piadosamente se ha con los estómagos vacío que con los repleto de humores malos". Ese consejo me recuerda a los padres cuando viajan en coche con los hijos que siempre les dicen, antes de salir, 'venga, todos a hacer caca y pis que no pienso parar en mitad de la carretera', que hombre este, el tal fray Antonio, sería todo un santo pero a triste no le ganaba nadie.
Comer a medias con buen tiempo, abstinencia con mar picada y hambre con tormentas y huracanes.- El fogón, uno de los bienes más preciados del barco, estaba situado en el castillo de proa y consistía en una plancha de hierro sobre la que había arena y sobre ella el hogar de madera. Se encendía al amanecer y se apagaba al anochecer, con el mal tiempo, vientos fuertes, mar picada o lluvias era imposible encenderlo, por lo que la tripulación comía salazones de carne o de pescado, lo que daba más sed y hacía la vida insufrible a todos aquellos desgraciados. Para saber más recomiendo leer mi trabajo titulado 'La alimentación en los barcos en la historia'. Si ya el fogón era insuficiente para cocinar un cocido o un potaje para la marinería peor era para los pasajeros, los cuales debían congraciarse con el cocinero si querían medio comer, algo que muy bien explica Antonio de Guevara con estas palabras: "Es privilegio de galera que ninguno sea osado de ir a aderezar de comer cuando le hubiere en gana, sino cuando pudiere o granjearse, porque según las ollas o cazos, morteros, sartenes, calderas, almireces, asadores y pucheros que están puestos en torno al fogón, el pasajero se irá y se vendrá como un gran bisoño, si primero no tiene amistad con el cocinero". Mientras todos comían tirados por los tablones del barco como podían, sólo el capitán, el piloto y el escribano comían en mesa sobre la cubierta con mantel, entre el palo mayor y el castillo de proa, en los días apacibles, a la voz de un paje que los llamaba para comer con esta cantinela: "Tabla, tabla, señor capitán y maestre y buena compaña. Tabla puesta; vianda presta; agua usada para el señor capitán y maestre y buena compaña. ¡Viva, viva el rey de Castilla por mar y por tierra! Quien le diere guerra que le corten la cabeza, quien no dijere amén que no le den de beber. Tabla en buena hora; quien no viniere que no coma". A Eugenio de Salazar (1530-1602), que fue nombrado oidor de la Audiencia de Santo Domingo en 1573 y que terminó su recorrido americano siendo Rector en la Universidad Real y Pontificia de México entre los años 1592 y 1593, le debemos el saber un poco más de la vida y la alimentación de aquellos pequeños barcos que surcaban los mares y de los que decía que, como he comentado, el mantel estaba sucio, el bizcocho deshecho y en los toscos platos de madera sólo había huesos con algunos nervios mal cocidos. También comenta el desorden de los marineros a la hora de comer, ya que lo hacían donde podían o querían, describiendo la situación de la siguiente forma: "todo lo más que se come es corrompido y hediondo, como el mabonto de los negros zapes. Y aun con el agua es menester perder los sentidos del gusto y olfato y vista por beberla y no sentirla. Pues si en el comer y beber hay este regalo, en lo demás ¿que será? Hombres, mujeres, mozos y viejos, sucios y limpios, todos van hechos una mololoa y mazamorra, pegados unos a otros; y así junto a uno uno regüelda, otro vomita, otro suelta vientos, otro descarga las tripas, vos almorzáis, y no se puede decir a ninguno que usa de mala crianza, porque las ordenanzas de esta ciudad lo permite todo", y como consecuencia de lo descrito viene ahora el siguiente capítulo. Si alimentarse era difícil, el cagar era casi una epopeya y los pedos una verbena con petardos.- Lo que nadie cuenta, sin saber la razón y que siempre me pregunté, era como se las apañaban la marinería y los pasajeros para evacuar sus vientres, ya que en mis visitas a las réplicas de los barcos que iban al Nuevo Continente jamás vi unas letrinas y como todos saben la naturaleza es sabia, ya que con cierta frecuencia hace que expulsemos parte de la comida en descomposición que hemos ingerido. El dilema que se me planteaba lo pude ver solucionado gracias a las crónicas del licenciado Eugenio de Salazar, que viajó en la nao Nuestra Señora de los Remedios, cuando relata la hazaña de defecar haciendo reverencias al cielo de la siguiente forma, habiendo traducido parte de su escrito que en el original está en gallego: "Pues si queréis proveeros, provéalo Vargas, es menester colgaros a la mar como castillo de grumete, y hacer reverencias al sol y a sus doce signos, a la Luna y a los demás planetas, y emplazarlos a todos, asiros bien a las crines del caballo de palo, llega la mierda al ojo del culo, y de miedo de caer en la mar se retira y vuelve dentro como cabeza de tortuga, de manera que es menester sacarla arrastrando a poder de calas y ayudas". Con los años a alguien se le ocurrió que jugarse la vida en momento tan delicado no era justo, ya que morir haciendo de cuerpo es considerado por el vulgo de cobardes, así que se le ocurrió poner una espacie de letrina en la popa del barco, a la que llamaron 'jardín' los españoles y los ingleses 'ladies hole' o 'gunners store' y que consistía en una tabla con un agujero en medio que flotaba fuera del barco, donde al cagón debía hacer equilibrios no sólo para acertar en la diana sino, también, para no caer a la mar océano. Sobre éste ingenioso artilugio nos habla fray Antonio de Guevara, el cual, ante la falta de decoro, se quejaba de ello, sobre todo porque a las pasajeras que hacían el camino se les veía sus rotundos traseros y a los frailes les quitaban toda dignidad como representantes de Dios en la Tierra, porque no hay cosa que más deslegitime a una autoridad, sea la que fuere, que imaginarlo en posición tan humillante. De esta forma el susodicho fraile contaba la hazaña: "Todo pasajero que quisiere purgar el vientre y hacer algo de su persona, esle forzoso de ir a las letrinas de proa o arrimarse a una bellestera, y lo que sin vergüenza no se puede decir, ni mucho menos hacer tan públicamente, le han de ver todos asentando en la necesaria como lo vieron comer en la mesa". Ya inmersos en el mundo escatológico que mejor qué terminar con los clarines que anuncian la llegada del rey, me refiero a los pedos, a los que también aludía fray Antonio de Guevara, que le debían ir esas guarrerías, ya que no se han encontrado más referencias a estas cosas en otras crónica y que fue prudentemente obviada por todos, pese al hacinamiento que existían en aquellos barcos del siglo XVI: "... y si por haber merendado castañas o haber cenado rábanos, al compañero se le soltase algún... ya me entendéis, has de hacer cuenta, hermano, que lo soñaste y no decir que lo oíste". Estoy seguro que alguien de los lectores estará pensando que mejor lo podían hacer en un cubo y después tirarlo por la borda, eso es que no han viajado en barco por alta mar porque de seguro todo caería en la borda y eso habría sido demasiado, y también porque no había intimidad en aquellos barcos. Creo cerrado uno de los enigmas de la historia de los viajeros que iban a América, incluida la marinería. Entre piratas, naufragios y enfermedades de milagro llegaban personas vivas a o de América.- El hacinamiento, la suciedad y la falta de alimentos fresco producían muchas enfermedades entre los embarcados, tales como infecciones de todo tipo, tanto intestinales como epidérmicas, escorbuto por falta de vitamina C, tiñas e incluso peste como consecuencia de convivir con las ratas que también fueron emigrantes y compañeras en todos los viajes. Después estaban los piratas que acosaban a las naves en busca de riquezas y de productos para vender y donde las tripulaciones y los pasajeros les traían sin cuidado, aunque los que les parecía que eran personas ricas los secuestraban para después pedir rescate y a las mujeres para satisfacer sus instintos más bajos o como cuenta Philip Gosse (1810-1888): "Tan pronto como estos piratas han aprestado cualquier barco, lo primero que se esfuerzan en hacer es en desembarcar los prisioneros, reteniendo sólo algunos para su ayuda o servicio, a quienes también libertaban pasados dos o tres años". Por último estaban los naufragios, desde mi punto de vista una de las más terribles muertes por el terror que deben de dar los últimos minutos antes de morir. En el recuadro de abajo verá una tabla con los barcos que salieron en dirección a América en el siglo XVI, que no fueron tantos como los que cuentan, y las pérdidas de éstos, que, pese a los cascarones que eran, fueron relativamente pocas, tan sólo un 1,56% o uno por año de media, todo un triunfo de los armadores españoles y de la marinería. De entre todos los naufragios hay uno que roza lo grotesco o lo humorístico, pese a la tragedia que se cernía sobre aquellos pobres hombres, me quiero referir al que padecieron unos frailes, según cuenta fray Tomás de la Torre, del que ya hablé, y en el que murieron 32 personas, algunas buenos nadadores como comenta. De entre los que se salvaron, según cuenta, había un comerciante de unos setenta años muy grueso y como en una película cómica cuenta: "Allí estuvo con el agua a la garganta y después queriendo los que escaparon subirlo en alto no podían, y decíales: 'Señores, asidme de esas barbas y tírenme y no me habéais duelo', así lo subieron de las barbas y los cabellos". Relación de números de barcos que partieron hacia América y sus naufragios en el siglo XVI
No todos podían viajar a América.- España es un país mediano/pequeño, con una población no muy extensa, sobre todo en el siglo XVI, de ahí que, para que no quedara despoblada, se tuviera que reglamentar la emigración hacia las nuevas tierras, dejando marchar a personas que tuvieran oficios muy necesarios o aquellas que fueran reclamadas por sus familiares, independientemente de los seglares que debían evangelizar a tantas almas y que de alguna forma pusieron orden a los posibles desmanes de los militares y la población civil que en principio se hacían contra los aborígenes, hasta que Carlos III, el rey ilustrado, dictó la Real Orden en la que todos los habitantes de las tierras conquistadas tenían el estatus de ciudadanos del Reino de España, con las mismas obligaciones, deberes y privilegios.
Entre los emigrantes, por regla general,
primero iba el padre de familia para probar fortuna y una vez establecido
los reclamaba, como es el caso de Ignacio Robaina el cual en 1774 escribía
a su esposa la siguiente carta, que obra en el Archivo de Indias de
Sevilla: "Amada esposa, muy
querida y mi más estimada:
Celebraré goces
de buena salud, junta con la de madre y demás personas de obligación, la
que poseo por la presente, gracias al Cielo, es buena para servirte.
Juana, respecto
que Dios me concede facultades en ésta para poder vivir con algún descanso
y mantenerte con alguna decencia, graduo conveniente el que te vengas a
ésta para vivir en buena unión y compaña. Y así, mediante a que mi
hermano José Robaina sale para esa con ánimo de restituirse pronto a ésta,
te prevengo deliberes venirte en su compañía, pues ya le he dado comisión
de que te traiga y, juntamente, para que te suministre los reales que sean
necesarios en caso de no alcanzarte ciento y cincuenta pesos fuertes que
por el mismo te remito, para que te equipes de ropas y vengas como mujer
de honor, y que pagues hasta donde alcance, que luego acá yo abono todo lo
más que causares.
Y cuidado no se
te ponga inconveniente para la venida, porque de no seguir con dicho mi
hermano ahora, a mi comparecer luego no sé si Dios proporcionará otra
ocasión tan buena. Y en esta suposición quedo esperando verte al recibo de
mi hermano a ésta.
La Habana y
septiembre de 1774
Ignacio Robaina También existieron los llamados soldados colonos, como cuento en mi trabajo dedicado a Nueva Orleans, pero esto ya escapa a la finalidad del trabajo que me había propuesto hacer.
BIBLIOGRAFÍA: Basallote Muñoz, Francisco: 'Pasajeros a Indias de Conil (Siglos XVI al XVIII)'. Documento en línea. Fray Tomás de la Torre: 'Diario del viaje de Salamanca a Ciudad Real'. Gosse, Philip: 'Historia de la piratería'. Macías Isabelo y Morales Padrón: 'Cartas desde América'. Martínez-Hidalgo, José María: 'Las naves del descubrimiento y sus hombres' y 'Pasajeros de Indias'. Taller de Cultura Andaluza, cuaderno 10. Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía.
|