Artículo de Miguel Krebs
Febrero 2009
Este conflicto bélico que duró nada menos que 80 años, conocido como la Guerra de Flandes, comenzó en 1556 y finalizó en 1648 en el cual diecisiete provincias de los Países Bajos trataron de independizarse de España. Paralelamente entre 1618 y 1648 se desarrolló la Guerra de los 30 años en la que estuvieron involucrados además, Francia, el Sacro Imperio Romano Germánico, Suecia y Dinamarca, conflictos que finalizan con el tratado de Münster y la paz de Westfalia en la cual se reconoce la independencia de Holanda además de producirse importantes cambios en las fronteras europeas. Con esta síntesis cabe hacer un análisis de la situación por la que atravesó el ejército de Flandes en materia logística, particularmente en lo referido a la provisión de alimentos y los problemas que esto generó tanto en los tercios españoles como en las milicias alemanas, italianas y otras nacionalidades. El permanente estado de iliquidez por el que pasó la corona de España durante todo el período al que nos estamos refiriendo, se origina en el siglo XIV con la llegada al trono de España (1500) de Carlos I y V del Sacro Imperio Romano Germánico. Ferviente católico se creyó predestinado a defender la religión a sangre y espada frente al avance del protestantismo, cuyo impulsor había sido Martín Lutero, involucrando a España en una guerra que no era de su incumbencia dilapidando todas sus riquezas además de las que recibía de América. Nada de lo que había dejado como enseñanza las legiones romanas fue tomada en consideración para este conflicto, no por un problema económico, sino por que las motivaciones por las que se debía luchar no estaban arraigadas en la mente de los combatientes. Distinta será la actitud de los españoles a la hora de independizarse de los franceses. Los soldados del Ejército de Flandes recibían una paga que estaba sometida a las fluctuaciones del mercado y costo de vida (herencia que hemos recibido) pero que aún así no cobraban regularmente, produciéndose atrasos hasta de años. El problema más acuciante fue la falta de alimentación, las miserables condiciones de vida sometidas muchas veces a la tiranía de los superiores siendo frecuentes los insultos y castigos. “El soldado raso en la Europa moderna era de este modo despreciado por sus oficiales, odiado por los civiles y por ambos, ultrajados.” (2) El soldado debía comprar su alimento diario con el dinero que recibía de su paga o sueldo que casi nunca llegaba con regularidad endeudándose así, con el vivandero y muchas veces con el capitán que manejaba un dinero de “caja chica” para situaciones puntuales. El oficial terminaba transformándose en prestamista con dinero del tesoro militar, pero cuando llegaban las partidas, el mismo capitán hacía figurar en la lista de deudores a reclutas recién incorporados como soldados veteranos que, por supuesto, percibían un sueldo mayor. Fue una manera de estafar a la hacienda pública que con el tiempo descubrió la maniobra y quitó esa potestad para hacer el pago directamente a los proveedores de víveres y otras provisiones, previo descuento de un 50% del salario a cada soldado y el resto le era entregado en mano. Recién a partir de 1601 se estableció una cadena burocrática para poder alimentarlos durante su desplazamiento evitando maniobras fraudulentas por parte de los capitanes. El Gobernador de los Países Bajos autorizaba el envío de dinero del Tesoro al Gobernador de la zona y este a su vez nombraba a un Delegado General para el aprovisionamiento de las tropas en su sector, que recibía el dinero para contactar con los proveedores de género o vivanderos que de acuerdo a la calidad y cantidad de provisiones previamente acordadas, percibían el pago en presencia de público y de un Oficial designado por el Capitán General, el que certificaba que la operación se había realizado en tiempo y forma evitando cualquier sospecha de fraude. El envío de tropas y dinero desde España a los Países Bajos por mar, se convirtió después de 1568 en un asunto extremadamente riesgoso y como el aprovisionamiento de los ejércitos europeos por tierra era primitivo, todo lo que necesitaban los soldados se requisaba en el mismo lugar por donde pasaban las tropas. Acampaban donde les venía en ganas, exigían de los pobladores que los alojaran y alimentaran gratis, de manera que resultaba tremendamente dificultoso a las familias dar de comer a tanta gente cuando ellos mismos no tenían y por otra parte, era difícil encontrar poblaciones que pudieran dar satisfacción a la demanda de tan numerosas tropas. Se optó entonces por llegar a Flandes, siempre por tierra, a través del Camino Español, camino ya utilizado por comerciantes pero el que más se frecuentó para el abastecimiento militar. En 1550 apareció la “étape” un concepto empleado desde hacía varios años por comerciantes franceses pero ahora adaptado al ámbito militar, una suerte de parada donde se almacenaban provisiones y se acampaba, siendo algunas de estas fijas y otras se montaban provisoriamente conociendo la ruta por la que se desplazarían las tropas. Estas étape se organizaban con antelación y en un principio se hizo bajo la misma administración militar, pero posteriormente pasó a manos de asentistas, algo así como reclutadores militares, intermediarios entre el ejército y el candidato reclutado, a los que preparaba y ponía a punto cada vez que se necesitaba enviar tropas al frente de batalla. Al llegar a la étape, los soldados eran alimentados por una cantidad de proveedores o cantineros que previamente habían hecho los arreglos en cuanto a la calidad, variedad, precio y forma de pago de los alimentos, que por supuesto salía de la paga o sueldo de los propios soldados y que administraba el asentista. Lo mismo ocurría con el alojamiento, si lo había, porque en general pernoctaban al aire libre o en pequeñas barracas. En cambio, la oficialidad se alojaba en la ciudad o pueblo más próximo. En estas étapes que no siempre estaban bien organizadas, los soldados podían encontrarse después de una jornada agotadora de marcha forzada, con que no había suficientes alimentos o que sencillamente habían desaparecido, con lo cual generaba un gran malestar dentro de la fuerza. Al principio el pago de los alimentos lo hacían los mismos soldados en el lugar de abastecimiento y era frecuente amenazar con no pagar el precio pedido por el proveedor o con cualquier excusa, armar bataholas para robar género del carro de provisiones. Este sistema se modificó en parte haciendo que un oficial de cada compañía recogiese el pedido que luego repartiría entre sus hombres, dejándole al proveedor un vale, que luego presentaba a la tesorería del ejército, donde se le pagaba (a veces) y en ocasiones, el pago se hacía al contado al retirar las vituallas. Cuando las tropas estaban acantonadas, el soldado podía comprar sus provisiones directamente a los vivanderos que obligatoriamente debían disponer de carne en salazón, garbanzos, lentejas, vino, vinagre, aceite, pescado seco, sal y cereales. Cuando el hambre arreciaba en las zonas de conflicto, a veces los vivanderos debían ser escoltados por soldados para evitar que fueran asaltados en el camino y por dicha protección, estaban obligados a pagar un impuesto llamado, alcabala de desplazamiento. Si la situación empeoraba y la hambruna se hacía sentir de manera contundente, las provisiones se repartían equitativamente entre los comerciantes y eran custodiados por el ejército para evitar peleas, quedando los vivanderos exentos de pagar dicho impuesto. Hubo también aprendices de soldado, chicos de corta edad que recorrían los campos de las inmediaciones de conflictos en busca de alimentos para las tropas ya sea cazando, pidiendo o robándolos. Sobre el final del siglo XVI hubo en los Países Bajos Españoles un notable descenso del índice demográfico a causa de una terrible epidemia de peste negra que afectó a casi toda Europa y a España en particular, se le agregaron las malas cosechas, haciendo que el hambre afectara a grandes sectores de la población repercutiendo notablemente ambos factores en el reclutamiento para sus ejércitos. Como queda dicho, el alimento principal fue siempre el pan de cada día o pan de munición, que se hacía con dos terceras partes de trigo y una tercera parte de centeno y cuyo peso oscilaba entre una, dos o tres libras (1 libra = 453,6 gr.) según su destino y si bien esta provisión se hacía en circunstancias normales, dadas las características de esta guerra, con frecuencia estos panes solían hacerse con terrones de yeso, bizcochos rotos y harina sin moler, originando graves problemas de salud. Todas estas circunstancias hacen pensar que la logística del ejército de Flandes en materia de avituallamiento no fue precisamente su fuerte y la prueba está en los 43 motines acaecidos desde 1596 a 1606, todos por escasez de alimentos y falta de pago de los sueldos. Posteriormente a la publicación de este estudio tuvimos acceso a un trabajo de Michel Morineau, que obra en ‘Crecer sin saber por qué; estructuras de producción, demografía y raciones alimentarias’ obrante dentro de un estudio dedicado a ‘De la cristiandad a la Europa de los Estados (siglos XV-XVIII)’, donde nos refiere la ración media del soldado holandés en el año 1648 y que según dice era la siguiente:
Nota: La carne y el bacalao no se comían juntos todos los días, sino que se alternaban, dato a tener en cuenta. Referencias: 1: Comentario del capitán Fontibre aparecido en la antigua revista española La Esfera, de 25 de marzo de 1916. 2: El ejército de Flandes. Geoffrey Parker |