HISTORIA Y EVOLUCIÓN DE LA ALIMENTACIÓN MILITAR EN EUROPA DURANTE LOS SIGLOS XIX Y XX (TERCERA PARTE)
Artículo de Miguel Krebs
Junio 2008
LOS TOMMY´S (1) SE QUEJAN A partir de la finalización de la guerra Franco Prusiana, Europa comenzó a discurrir por una etapa de paz sin conflictos armados importantes que alteraran su normal desenvolvimiento y sin embargo, por debajo de esta aparente quietud, los alemanes se estaban preparando para la guerra ante la hipotética agresión de Francia, que se había quedado con la sangre en el ojo al tener que ceder Alsacia y Lorena en 1871 y Rusia, por su integración a la 'Entente Cordiale' (2) firmada en 1904 entre Gran Bretaña y Francia. Ante esta situación el Jefe del Estado Mayor alemán Alfred von Schlieffen elaboró una estrategia para invadir Francia cruzando Bélgica, Holanda y Luxemburgo en un ataque sorpresa para llegar a París suponiendo además, que Rusia y Gran Bretaña demorarían su intervención dándoles tiempo para fortificar el frente en Prusia Oriental una vez capturada la capital francesa, pero este plan sufrió algunas modificaciones cuando Helmuth von Moltke se hizo cargo del Estado Mayor en 1906. Al estallar la Primera Guerra Mundial el 2 de agosto de 1914, el Imperio Alemán llevó a cabo la operación prevista sin tener en cuenta que los belgas opondrían una dura resistencia, permitiendo durante ese lapso el ingreso de las tropas inglesas al territorio francés, aunque por desgracia su bautismo de fuego les ocasionó considerables bajas. El 1º de julio de 1916 los ejércitos franceses y británicos en un plan conjunto, trataron de quebrar el frente alemán que abarcaba 40 kilómetros de trincheras al norte y sur del río Somme dando origen a una de las batallas más sangrientas que finalizó el 21 de noviembre dejando tendidos en los campos de batalla 310.500 muertos para avanzar tan solo 8 kilómetros. En más de tres años, las tropas británicas compuestas por miembros de la Commonwealth (Comunidad Británica de Naciones) padecieron, como sus aliados y enemigos, el problema de la alimentación, particularmente en las trincheras, que al momento de su incorporación, la ración asignada por día y por soldado consistía en (3):
Sin embargo esta ración que las fuerzas armadas pretendían llevar a 3.574 calorías, cifra sugerida por los expertos en alimentación militar, era solo papel mojado por cuanto que los soldados en las trincheras no dejaban de quejarse por la poca cantidad y mala calidad de la comida. Como ya quedó especificado, la ración de hierro (iron ration) era una ración de emergencia para ser consumida en caso de que los canales de aprovisionamiento habituales quedaran interrumpidos y solo se podían hacer uso de ella con la autorización de un oficial superior y en ese caso se encontrarían con: · 1 libra (453 grs.)de conserva de carne · 12 oz ( 340 grs.)de galleta · 5/8 oz (17 grs.) de té · 2 oz (56 grs.) de azúcar · ½ oz (14 grs.) de sal · 3 oz (85 grs.) de queso · 1 onza (28 grs.) de extracto de carne (2 cubos) Al aumentar el número de tropas británicas en el frente de batalla y como consecuencia del bloqueo ejercido por la marina alemana a la provisión de alimentos y materias primas para Gran Bretaña, la ración de carne disminuyó notablemente llegándose a distribuir en las trincheras una sopa de guisantes en lata con algunos trozos de carne de caballo. El pan corrió la misma suerte por el racionamiento de harina que fue reemplaza parcialmente por nabo desecado. Pero teniendo en cuenta la cifra oficial de alimentos suministrados a las tropas inglesas, calculadas en 3.240.948 toneladas durante los 51 meses que duró la guerra y considerando que de los 8.904.467 movilizados murieron 908.371, nos permite calcular rápidamente el promedio aproximado para cada soldado británico estimado en 264 gr. para una ración diaria, lo cual nos hace sospechar que los 7.996.096 soldados que sobrevivieron a la Gran Guerra fueron artistas del ayuno. Imágenes captadas por un camarógrafo de guerra en una trinchera inglesa nos muestra a siete soldados formando fila esperando turno para que un suboficial les deposite en sus marmitas una ración de guiso que extrae con un cuchillo de mesa de una lata que minutos antes se calentó al Baño María. El lector solo debe imaginar la cantidad de guiso apelmazado que puede caber sobre la hoja de un cuchillo de mesa para dar crédito a mi teoría, de que efectivamente los “Tommy´s” eran una especie de faquires. Una cosa era la ración de combate utilizada publicitariamente para calmar a la población civil, haciéndoles creer que los soldados estaban bien alimentados y otra era la realidad en las trincheras. Hubo un momento en que unos 200.000 soldados elevaron sus quejas por carta al Ministerio de Defensa tras conocer la noticia de que los soldados británicos recibían dos comidas calientes diarias, versión que se difundió para ocultar al enemigo la escasez de alimentos. Sin embargo, como en todos lados cuecen habas, los oficiales de alta graduación, como en los demás ejércitos, casi siempre gozaron de la buena mesa. Entre los alimentos que llegaron a consumir los ingleses estaba el famoso Maconiche, un guiso con rodajas de nabos y zanahorias, fabricado por la Maconiche Brothers, cuyo sabor era tolerado cuando había posibilidad de calentarlo en la lata, porque comiéndolo frío era mortífero. Al igual que los alemanes, la comida era distribuida desde las cocinas rodantes ubicadas en lugares de la retaguardia convenientemente alejados, en ollas de cocina denominadas dixie, en latas de gasolina o viejos frascos de mermelada para ser llevadas hasta las trincheras por soldados que tenían específicamente esa misión y que casi siempre llegaba fría. Para que nos vamos a engañar; los ingleses nunca se destacaron por tener una buena cocina. ¡SALUD COMPAÑERO; POR VERDUN! Desde lo alto, la bengala lanzada por los alemanes iluminó un vasto sector en la tierra de nadie y disminuía su intensidad a medida que la luz se alejaba penetrando en el campo enemigo donde cinco poilus (4) tenían sumergidos sus rostros en el fango tratando de contener la respiración para no tragarlo. Jean Pierre Tizot uno de los “revitallieur” (proveedores) no dejaba de maldecir la tarea que les había encomendado el teniente de su pelotón que días atrás había enviado a otro grupo para recoger la comida de la cocina rodante distante a varios kilómetros y nunca lograron regresar a la trinchera. Cuando iban camino a la cocina rodante, haciendo el mismo recorrido que sus camaradas, encontraron sus restos esparcidos dentro de un enorme hoyo que había dejado una bala de obús. Tizot sabía que no era agradable pero el hambre obliga y en medio de la mortecina luz de la luna, que por momentos perforaba las densas nubes de una tormenta que no amainaba, registraron los cadáveres en busca de algún resto de comida o alguna cantimplora que contuviera algo de pinard o agua, pero no encontraron nada, todo estaba destrozado. Y volvió la oscuridad. -¡Arriba, continuad! – fue la orden en voz baja del cabo Bonnard que comandaba el grupo mientras recogían latas, marmitas, recipientes y todo lo que pudiera contener la comida caliente que estaban aguardando los famélicos soldados del Regimiento 137 de Infantería en las trincheras de Verdun. Esta ciudad, ubicada en el nordeste de Francia, había sido capturada por los alemanes en la guerra Franco Prusiana y para poder recuperarla, Francia tuvo que pagar una elevada suma de dinero en concepto de reparación de guerra, recuperándola tres años más tarde. En los campos de Verdun murieron entre el 21 de febrero y el 19 de diciembre de 1916, alrededor de 700.000 soldados entre alemanes y franceses. Como en tantas otras batallas, hubo soldados que tenían la peligrosa misión de buscar la comida para las tropas allí donde estuviera la cocina rodante porqué las raciones de hierro hacía tiempo que se habían agotado. En el caso de los franceses la ración estaba compuesta por 700 gramos de pan, de 300 a 500 gramos de carne o vianda cocida, acompañada de arroz o de macarrones que carecía de patatas, frutas, verduras y legumbres, motivo suficiente como para que los soldados estuvieran disconforme con la alimentación. Cuando el 'cuistot' (cocinero) encargado de la 'cusine roulante' (cocina rodante) o 'la papote', como también se la solía llamar, se establecía en un terreno relativamente cercano a las trincheras de primera línea, estaba al corriente para cuantos soldados debía cocinar y por lo tanto contaba casi siempre con vituallas suficientes como para alimentarlos. Los soldados que estaban en las trincheras de reserva tenían la posibilidad de comer doble ración, debido a la cantidad de bajas que se generaban en muy pocas horas, como en el caso de Verdun, Marne o Somme lo que no deja de ser un hecho dramático y macabro al mismo tiempo, teniendo en cuenta que algunos aprovechaban la comida que otros tuvieron que dejar por fuerza mayor. La población civil, particularmente en los pueblos alejados de la ciudad por donde transitaban las tropas, ayudaron dentro de lo que podían, a la alimentación de los combatientes y algunos de ellos recibían con alguna frecuencia paquetes con comida enviada de sus familias. - ¿Que diablos estoy haciendo aquí, embarrado, maloliente, cubierto de piojos arriesgándome a que en cualquier momento vuele en pedazos?. ¿Como pude ser tan estúpido y dejarme engañar con ese cuento del patriotismo, de los bárbaros alemanes que le amputan los brazos a los niños y violan a las mujeres? Tizot no llegó a concluir sus existenciales interrogantes cuando de pronto escuchó el silbido agudo de un proyectil de obús que se acercaba velozmente. - ¡A tierra, carajo! – fue nuevamente la ronca voz del cabo y todos se zambulleron en el fango sin saber si esa sería su última acción sobre este mundo. Una tremenda explosión levantó a varios metros de altura una enorme cantidad de tierra que cayó sobre la patrulla y la larga vara de madera con las hogazas ensartadas quedó afortunadamente clavada en el barro sin que el pan se bañara de lodo. Por un momento Jean Pierre Tizot quedó como atontado por la detonación pero tras unos segundos de silencio volvió a recuperarse con la intención de reunirse con el resto del pelotón que trataba de recoger los recipientes que soltaron cuando se tiraron al suelo. El único que no se había incorporado todavía, era el cabo Bonnard. Jean Pierre cogió su casco que estaba a un palmo de su cabeza y se incorporó chorreando barro. La ristra de rebanadas de pan ensartadas en un alambre que llevaba a modo de bandolera quedaron totalmente enlodadas e inútiles. Algunas botellas de vidrio estaban rotas por el impacto de las piedras regando el suelo con pinard, ese vino barato pero tan preciado por los franceses, que como describe una canción popular: es mediocre y de poco sabor, pero es un vino cargado de recuerdos “en el que el soldado encuentra la huella de su hogar añorado desde el frente de batalla.” (5) El lodo aprisionaba las botas remendadas de Jean Pierre y a duras penas logró llegar hasta el cabo Bonnard que yacía inmóvil boca abajo, junto a una de las marmitas con un guiso de legumbres, patatas y trozos de una carne indefinida, que por milagro no se había volcado. Al darlo vuelta comprobó con horror que se había ahogado con el barro que aun tenía en la boca y en los ojos que quedaron abiertos, se reflejó el resplandor de un relámpago mientras la tenue lluvia que caía sobre su rostro embarrado, fue formando pequeños surcos de agua. Durante el resto del camino los soldados del pelotón se fueron turnando para llevar el pesado cuerpo del cabo Bonnard y poco antes de llegar a la trinchera, una ráfaga de ametralladora silbó sobre sus cabezas sin que nadie fuera herido. El hambre de los soldados obvió el cuerpo de Bonnard para abalanzarse como buitres sobre la comida y recién cuando sus tripas dejaron de rugir, se enteraron de lo sucedido. Un soldado sentado sobre una bolsa de tierra que usaban de parapeto, mientras escarbaba con el dedo los últimos vestigios del guiso que quedaban en su lata, verbalizó lo que muchos de ellos estaban pensando. - Uno menos para alimentar. – dijo el poilu terminando de chuparse el dedo - ¿Que tal si nos jugamos a una carta la ración que le tocaba a Bonnard? Ferdinand Gilson, soldado francés que combatió en la primera guerra mundial recuerda a sus 106 años en un documental, realizado en el 2004 por la West Deutsches Rundfunk (WDR) y el canal Arte, las vivencias que aun mantiene claramente en su memoria. “No solamente los piojos maltrataron a los soldados, había ratas en las trincheras. De noche no se las veía, pero cuando dormíamos en barracas o tiendas de campaña, paseaban sobre nosotros en busca de comida. Nos cubríamos con una manta o lo que tuviéramos a mano, pero las percibíamos caminando sobre nuestras espaldas. A veces teníamos perros para espantarlas pero les era imposible luchar contra ese ejército que se multiplicaba permanentemente y que se alimentaba de restos de comida si los había o de cadáveres. Si por casualidad aparecía un gato en la trinchera, a los quince minutos era una liebre. La decapitábamos con un golpe de bayoneta y la asábamos. ¿Gatos?, no habían gatos en las trincheras. A los 20 años, sin probar bocado durante cuatro días, era terrible. Teníamos que sacudir las conservas para quitar los gusanos. En el verano la carne se descomponía y había que taparse la nariz por el olor nauseabundo que despedía, pero algo teníamos que comer aunque siempre teníamos para beber, porque enviábamos a unos compañeros para que llenaran nuestras cantimploras con pinard. Creo que fue el pinard quien nos ayudó a ganar la guerra, no era un buen vivo pero sin él no hubiéramos mantenido en alto nuestra moral. Si no había pinard, no había hombres.” Efectivamente, el vino estaba fuertemente arraigado en la cultura y la sociedad francesas, a tal punto que en la retaguardia había enormes depósitos donde se apilaban centenares de barriles con pinard. En la guerra de trincheras un soldado podía permanecer desde una jornada hasta un máximo de dos semanas en la primera línea, dependiendo del sector de lucha, pues hubo situaciones en las que tuvieron que permanecer varios meses para luego pasar a las trincheras de reserva donde corrían un riesgo menor, rotando de esta manera los puestos de combate, así que en ciertas ocasiones podían acudir al playón de toneles para llenar con pinard las cantimploras de sus camaradas. 100 RECETAS 100 Estados Unidos de Norteamérica es probablemente el país que más incapié haya hecho en materia de alimentación militar, no solo desde el punto de vista de la provisión adecuada de comida para sus tropas, sino en su constante investigación y desarrollo de nuevos alimentos aptos para los distintos cuerpos militares y en diferentes situaciones de combate. Esto se hace patente sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial continuando hasta nuestros días. El 14 de junio de 1775 el primer Congreso Continental crea el Ejército Continental a las órdenes de George Washington para enfrentar a los británicos que habían incursionado en Massachussets, regulando las raciones y contenido, modalidad que permanecerá más allá de los ocho años que duró la lucha por la independencia. Estas raciones conocidas como 'Ración de Guarnición' se componían de : “Una libra (453, 6 gr.) de carne de vaca, o 3/4 de una libra de cerdo o de una libra de pescados, por día. Una libra de pan o de harina por día. Tres pintas (2.25 l) de guisantes o de habas por semana o vegetales equivalentes, a un dólar por el celemín (4,5 l) para los guisantes o las habas. Una pinta (0.75 l) de leche por hombre y día. ½ pinta de arroz o una pinta de la comida india (alimentos a base de maíz) por hombre y por semana. Un cuarto de galón de cerveza spruce, (Cerveza fabricada por la melaza fermentada y otros azúcares con el exudado de una especie de abeto y a veces con la malta.) o de sidra, por hombre y por día, o nueve galones de mollasses (melaza) para una compañía de cien hombres”. En 1856, Gail Borden Jr. que ya fuera mencionado en la segunda parte de esta historia, inventa la leche condensada, que sería solicitada en grandes cantidades por el ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión (1861-1865), en la que se enfrentaron los estados del norte con los estados esclavistas del sur. Durante el mismo período de la guerra civil, surgió una conserva a base de carne de cerdo y frijoles producido por la empresa Van Camp que logra formalizar un contrato con el ejército de la Unión para abastecerlos con este producto y en 1863 el mismo Ejército del Norte, incorporó la patata en la ración de combate en una proporción de 30 libras (13,600 kg.) por cada cien soldados. Hacia finales del siglo XIX cuando comienza el enfrentamiento contra España por la posesión de la últimas colonia españolas, el problema de la alimentación se tornará difícil debido a las grandes distancias que separaban a EE.UU. de las tropas combatientes, en particular las que peleaban en Filipinas, haciendo muy dificultosa la provisión de alimentos, que por otra parte, debido a los bajos estándares de fabricación de las conservas, muchas veces se consumían en mal estado, provocando más muertes por intoxicación que por los combates. El problema logístico fue una constante en todos los tiempos y para todos los ejércitos y causa principal para que los soldados estuvieron mal alimentados a pesar del esfuerzo por mejorar sus raciones. En 1902 el ejército de los EE.UU. establece la primera escuela de cocineros militares y en el mismo año, la marina, publica un manual con 100 recetas de cocina. Dado los primeros avances en materia de nutrición hacia principios del siglo XX, las raciones incorporaron proteínas, grasas e hidratos de carbono para llegar a 4.000 Kilocalorías diarias durante la Primera Guerra Mundial, en la que sin embargo había una ausencia de vitaminas por falta de verduras frescas y frutas. YANKEES GO TO EUROPE La marina imperial alemana hundió, en 1915, frente a las costas de Irlanda al buque de pasajeros inglés Lusitania que había partido del puerto de Nueva York rumbo a Liverpool y en el que murieron 1.198 personas, entre las que figuraban 124 ciudadanos norteamericanos. Para algunos historiadores este terrible suceso tuvo un trasfondo intencional, dado que Inglaterra tenía interés en que los EE.UU. entrara en el conflicto bélico aun cuando la población norteamericana quería mantenerse al margen de esta guerra. Sin embargo no lo hizo hasta 1917, cuando es torpedeado el buque norteamericano Aztec, motivo por el cual los Estados Unidos de Norteamérica rompe su posición de neutralidad y se involucra en esta Primera Guerra Mundial enviando tropas al Viejo Continente. Estas circunstancias fueron una buena razón para proteger sus intereses en Europa dentro de sus planes expansionistas que habían comenzado con la guerra Hispano-Cubana y la posesión de Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam. Para entonces el ejército ya había diseñado tres tipos de raciones con los que alimentar a sus tropas, a pesar de la enorme distancia que había entre América del Norte y el continente europeo, conocidas como Ración de Reserva, Ración de Trinchera y Ración de Emergencia. La primera era una ración que transportaba el soldado para su consumo diario, cuando las condiciones de alimentación en las guarniciones o campamentos no eran posiblen, e incluía una libra (453 gr.) de carne envasada tipo Corned beef, dos latas de 8 onzas de pan (226 gr.), 2,4 onzas de azúcar (68 gr.), 1,12 onzas (31gr.) de café tostado y molido, y 0,16 gramos de sal. Estas provisiones con sus envases pesaban alrededor de 1,240 kg, contenían unas 3.300 calorías aproximadamente y toda la comida venía envasada en unas latas cilíndricas que resultaron ser poco prácticas y nada económicas. La Ración de Trinchera se diseñó especialmente para cuando se hacía difícil alimentar a las tropas en las zonas de combate. Estas raciones estaban compuestas de carnes enlatadas y pan duro del tipo “Kommisbrot” de los alemanes y podía ser consumida en caliente o fría según las posibilidades de cada soldado ya que entre sus provisiones había pastillas de alcohol solidificado. Se completaba con café soluble y cigarrillos. Pero si bien tenía la ventaja que su perfecto sellado protegía a los alimentos de los gases venenosos, estos envases de hierro galvanizado eran demasiados pesados para su transporte, su contenido de poco valor nutricional y el hecho de que las latas quedaran abiertas con restos de comida que luego volverían a consumirse, trajo aparejado graves intoxicaciones. La Ración de Emergencia tenía la misma utilidad que la Porción de Hierro de los soldados alemanes, pero a diferencia de aquella, esta contenía una mezcla de carne en polvo disecada mezclada con harina de trigo y compactada en forma de galleta y tres barras de chocolate de una onza (24 gr.) cada una, envasada en latas ovoides que entraban fácilmente en el bolsillo del uniforme. La experiencia recogida por el ejército norteamericano acerca de estas raciones, permitió modificar su contenido en calidad y variedad llegando a su punto culminante en 1936, cinco años antes de que volvieran a involucrarse en otra contienda mundial.
(1)
Tommy´s era el apelativo que le daban los alemanes a los
soldados británicos y Fritz el apelativo del soldado alemán. |