BARBEGAL (FRANCIA): EL MAYOR MOLINO DE TRIGO JAMÁS SOÑADO DEL IMPERIO ROMANO Carlos Azcoytia La construcción de grandes ciudades obligaron a los romanos a crear las infraestructuras necesarias que aseguraran el abastecimiento de alimentos y agua potable suficiente como para garantizar el bienestar de esas concentraciones humanas y para ello debieron crear una aceptable red de caminos y puertos, así como acometer obras de ingeniería que hicieran fácil el abasto de mercancías de aquellas metrópolis y también crear las fábricas que manufacturaran todos aquellos alimentos susceptibles de hacerlo. Esta tremenda red compleja de ingenios forzaron a los romanos a idear formas de producción a nivel industrial que nunca antes se habían planteado, entre los que se encontraba la producción de harina para la elaboración del pan que era el alimento esencial y básico de toda la cultura mediterránea. En un principio, y hasta el siglo I a.C., se utilizó la mano de obra, que obtenían de los esclavos, y la fuerza animal, como fue el asno o el caballo, para mover molinos de piedra, pero era evidente que aquello no era suficiente, ya que la producción era escasa y cara, por lo que los ingenieros estudiaron la forma de utilizar la naturaleza a su favor y ¿que mejor que aprovechar la fuerza del agua en sus propósitos?, la cual ya habían ‘domesticado’ haciendo conducciones de muchos kilómetros en sus afamados acueductos, construyendo así los molinos hidráulicos, cuya técnica se mantuvo casi intacta durante casi dos mil años. La única referencia sobre la construcción de estos molinos nos llegó de la mano del ingeniero y arquitecto Vitrubio, del que poco se sabe, pero sí que fue ingeniero militar con el emperador Augusto, el cual en el año 25 a.C., seguramente en las postrimerías de su vida, escribió un tratado titulado ‘De Architectura’ compuesto de diez libros dedicados a la ingeniería y la arquitectura donde, en su libro X, explica la forma y teoría de su funcionamiento. Tan importante considero este libro que no me resisto a copiar sus capítulos IV y V del ya citado libro X para que el lector se haga idea de la forma y funciones que podían tener estos ingenios: “Libro X capítulo IV Pasaré a explicar ahora los órganos que se han ideado para extraer agua, así como los diversos tipos en los que se han clasificado. En primer lugar, voy a tratar sobre el «tympano» (o tambor) (en el sentido de rueda hidráulica). Ciertamente no eleva el agua a gran altura, pero sí saca un gran caudal de agua en breves momentos. Se fabrica un eje con el torno o con el compás, reforzando sus extremos con láminas de hierro. Rodeando su parte central se coloca un tambor hecho con tablas ensambladas entre sí, que se encajará sobre unos troncos con sus puntas protegidas con láminas de hierro, debajo de los bordes del eje. En la parte hueca del tambor se instalan ocho tablas transversales desde el eje hasta la circunferencia del tambor, que dividan al tambor en espacios iguales. El frente exterior del tambor quedará cerrado mediante unas tablas, dejando unas aberturas de medio pie por las que accederá el agua a su interior. De igual modo, a lo largo del eje se dejan unos orificios que se correspondan con cada uno de los espacios. Se dejará todo bien embreado, como se hace con las naves, y se hará girar por unos hombres pisando encima. Así el agua entra por los orificios abiertos en el frente, va a parar a las aberturas del eje y se vierte sobre un barreño de madera, colocado debajo, mediante un canal que lo conectará. Así se suministra agua abundante para el riego, o bien para licuar la sal en las salinas (se necesita agua dulce para eliminar el fuerte sabor de la sal marina). Si se tuviera que elevar el agua a mayor altura, se pondrá en práctica un método análogo. Se construirá una rueda en torno al eje, del tamaño que se adecue a la altura exigida. En el perímetro circular de la rueda se fijarán unas cubetas, protegidas con pez y con cera. Cuando la rueda comience a girar por la acción de los hombres que la voltean con sus pies, las cubetas llenas de agua, elevándose hacia lo alto y descendiendo hacia la parte más baja, derramarán en el depósito la cantidad de agua que hayan recogido. Pero, si se tuviera que suministrar agua a lugares más elevados, se colocará en torno al eje de la misma rueda una doble cadena de hierro, que llegue hasta el nivel más bajo, y se colgarán en la cadena unas cubetas de bronce, con una capacidad de un congio (equivale aproximadamente a 3´3 litros). Así, al ir girando la rueda enrollará la cadena en torno al eje, lo que provocará la elevación de las cubetas hacia lo alto, y cuando alcancen el eje, forzosamente se darán la vuelta y derramarán en el depósito el agua que hayan elevado. Libro X capítulo V Siguiendo un proceso parecido se fabrican unas ruedas fluviales, tal como lo hemos descrito. En torno a su parte frontal, se fijan unas paletas, que, al ser empujadas por la corriente del río, inician un movimiento progresivo provocando el giro de las ruedas; sus cubetas van sacando el agua que la eleva hacia la parte mas alta, sin la presencia y el esfuerzo de operarios; sencillamente, al girar por el impulso de la corriente el río, suministran el agua que se necesite. El movimiento de las norias (molinos de agua), se basa en los mismos principios, excepto en que llevan un tambor dentado en un extremo del eje. El tambor está colocado verticalmente y gira al mismo tiempo que la rueda. Junto a este tambor se halla un segundo tambor mayor, colocado horizontalmente a lo largo del anterior con el que esta engarzado. Así, los dientes del tambor ajustados al eje, al empujar los dientes del tambor horizontal provocan el movimiento circular de las muelas. Si colgamos una tolva en esta maquina, suministrara trigo a las muelas y, gracias a este mismo movimiento giratorio, obtendremos harina”.
Como hemos podido comprobar es la primera fábrica totalmente automatizada donde la mano del hombre es escasa. Tal invento tuvo que producir un gran regocijo entre las gentes ya que se vislumbraba un atisbo de era industrial en la que las máquinas trabajarían para los hombres y prueba de ello son los versos de Antípater de Tesalónica, poeta latino, que escribió en el año 85 a.C. las siguientes estrofas: “Dejad de moler, oh mujeres que trabajáis en el molino; seguid durmiendo aunque el canto de los gallos anuncien el nuevo día. Porque Demeter ha ordenado a las ninfas que realicen el trabajo de vuestras manos, y ellas, saltando sobre el tope de la rueda, hacen dar vueltas a su eje, el cual, con sus gigantes rayos, mueven las pesadas y cóncavas nisirianas. De nuevo tomamos los goces de la vida primitiva tomando los productos de Demeter sin trabajar”, hago la aclaración que Demeter era la diosa griega de la agricultura y que los romanos llamaron Ceres, de cuyo nombre deriva la palabra cereal. ¿Quiere decir esto que con este invento se dejó de moler a la forma tradicional?, ciertamente no, siguieron los molinos con tracción animal y con esclavos para las industrias familiares, como se comprobó al desenterrar la ciudad de Pompeya, destruida por una erupción del Vesubio en el año 79 d.C., donde se encontraron en las excavaciones al menos cuarenta panaderías que seguían utilizando en método tradicional o llamado ‘mola asinaria’.
Esta impresionante obra de ingeniería es de autor desconocido, el cual introdujo una variante respecto a lo ideado por Vitrubio y que fue el de poner las ruedas en vertical y no de aletas, lo que la hace innovadora y rara porque los molinos múltiples no eran frecuentes en la época romana. Los restos de este molino quedaron en el olvido hasta que en el año 1940 fueron estudiados por Fernand Benoit. Los estudios recientes sobre una realidad de producción de este molino teniendo en cuenta el flujo del agua del acueducto, el tiempo muerto de moler por la carga de las tolvas, mantenimiento y otras interrupciones se calcula que daría harina para alimentar a unos 12.500 individuos al año, exactamente la población de que debió tener la próxima ciudad de Arelate, la actual Arlés.
Se sabe de la existencia de al menos otros dos molinos
múltiples que no son tan ambiciosos como el descrito, el primero de ellos
estaba situado en El Chemtou en Tunez y el otro en Israel cerca de la ciudad
de Cesarea. Para
el investigador A. Trevor Hodge 'Ninguna de las dos instalaciones se
han estudiado completamente, pero juntos siguen siendo los únicos paralelos
de Barbegal'. |