Historia de las
almadrabas y los salazones en el sur y levante de España entre los
siglos XIII y XX |
Trabajo de
Carlos Azcoytia |
Diciembre 2011
Pesca del atún, dibujo original
perteneciente al archivo del Ducado de Medinasidonia
Advertencia:
El trabajo que va a leer forma parte de mi libro 'Salazones y
ahumados, una tradición milenaria' editado por la Consejería de
Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía (España) en el año 2008, con Depósito Legal SE-4254-2008.
Este estudio se amplía aquí con otros
lugares de España también dedicados a la pesca del atún y su
manufactura en salazones.
LOS DUQUES DE MEDINASIDONIA: UN MONOPOLIO DE CUATROCIENTOS AÑOS DE
LOS SALAZONES EN EL SUR DE ESPAÑA
Cuando los cristianos llegaron a las costas del sur peninsular
durante la Reconquista no se encontraron con una industria
salazonera floreciente, dada la costumbre árabe de consumir el
pescado fresco, ya cocinado en guiso o preferentemente frito, salvo,
claro está, la manufactura para obtener el almorí, del que hablé en
la elaboración del garum. Para comprender mejor esto quizá
deberíamos recurrir al ‘Tratado Nazarí sobre Alimentos’ escrito por
Abú Bark ‘Abd al-‘Aziz Arbüli en el primer cuarto del siglo XV y
que, refiriéndose al pescado salado, dice: “El pescado salado
estimula el apetito y limpia el estómago de flema. Si se abusa de él
produce prurito, sarna y da mucha sed. Ayuda muy bien a provocar el
vómito y, en definitiva, se parece más a un medicamento que a un
alimento”.
Bajo esta primacía de su uso, más como medicina que como alimento,
no es de extrañar que le encontraran propiedades curativas tales
como la de antiséptico para limpiar las heridas infectadas, sanar
dolores de cadera, de ciática y de coxalgia, sirviendo de igual modo
para desecar los humores y las heridas supurantes gracias al poder
antiséptico de la sal.
Curiosamente en este tratado, en el apartado dedicado a los peces
que capturaban en el mar de la Península, no se habla del atún y sí
de especies como el bonito, la caballa, la melva y la sardina,
además de otros muchos pescados.
Siguiendo con el cometido de éste capítulo, y haciendo una
cronología de la ocupación cristiana en la villa de Medina Sidonia,
fue la orden de Santa María la primera en disfrutar del reparto de
las nuevas tierras conquistadas y cedidas por Alfonso X ‘El Sabio’,
cuyo nombre, me refiero al de la villa, intentó cambiar por el más
cristiano de Estrella en el año 1268, no haciendo en este privilegio
mención a ningún tipo de almadrabas en la zona.
Desaparecida la orden de Santa María, la localidad pasó a manos de
otra orden religioso-militar en el año 1285 junto con los castillos
de Alcalá y Vejer haciéndose la cesión a los Caballeros de Santiago
por decreto de Sancho IV y en donde ya sí se hace mención a los
derechos de pesca (almadrabas de Conil y Zahara), explotación de la
sal (las mismas que hoy se aprovechan de Manzanote en Barbate) y la
utilización de un puerto, que estuvo situado en la desembocadura del
río Barbate. En concreto se especificaba: “Almadrabas de los
atunes e con derechos del puerto de la mar, e con pesquerías e con
salinas”.
Alonso Pérez de Guzmán o Guzmán ‘El Bueno’ llegó a estas tierras en
la Baja Edad Media e intervino tanto en la lucha contra los
musulmanes como en la guerra civil del rey Sancho IV contra su tío,
el infante Don Juan, donde se da la heroica defensa de Tarifa. Todo
ello le hizo acreedor, verbalmente, del Señorío de Sanlucar, donde
se incluían los poblados de Sanlucar de Barrameda, Rota, Chipiona y
Trebujena, merced concedida definitivamente por Fernando IV, hijo
del anterior rey, y que se hizo efectiva en el año 1297.
Posteriormente amplió sus territorios con la compra de tierras o
permutas de estas (a aquellos interesados en el tema remito a los
archivos de la Casa de Medina Sidonia).
En el año 1299 recibió la merced de explotar almadraba en Conil y en
1303 en Chiclana de la Frontera, poblando dichas aldeas, no
existiendo constancia escrita de su disfrute, salvo la mención que
se hace en el testamento de su esposa, María Alfonso (o Alphón)
Coronel, en 1330 donde manda pagar a su criado Patricio Pérez 5.000
maravedís que le prestó para armar almadrabas.
Estos derechos de pesca concedidos por la corona al conde de Niebla,
todavía no era duque de Medina Sidonia, no le daban poder de
propiedad sobre las capturas en toda la costa andaluza, por lo que
cualquiera podía pescar atunes, algo a lo que no estaban dispuestos
los ambiciosos condes que presionaban a la corona para obtener el
mayorazgo de las almadrabas y, por tanto, sobre la pesca del atún.
De hecho obtienen sucesivas albalá en los años 1379, 1380 y 1396
encaminadas a tal fin. Pero fue como consecuencia de la concesión
del título de duque Medina Sidonia en 1445, gracias al apoyo que
hizo al rey Juan II en la guerra civil contra Enrique de Aragón,
cuando consigue la propiedad de “todas las almadrabas que ahora
son y será, desde aquí adelante, desde Odiana hasta toda la costa
del Reino de Granada... Si se ganaren algunos lugares en que
almadrabas pueda haber, que no las pueda armar ni haber otra persona
alguna, salvo vos el dicho conde e los que de vos vinieren, en que
sucediere la dicha vuestra casa e mayorazgo quier estén en lugares
de señorío, quier de realengos”.
Con estas aquiescencias de la corona los duques de Medina Sidonia se
convertían, junto a sus otros familiares, los Rodrigo Ponce, en los
mayores terratenientes de Andalucía, amos de vidas y haciendas y con
poder económico casi ilimitado, ya que proveían al resto de la
Península de aceite, trigo, carne y pescado en salazón.
El primer duque estableció limosnas perpetuas en especias de atunes
a favor de la iglesia; los que salieron mejor parados fueron los
sacerdotes del Monasterio de Guadalupe que recibían anualmente doce
docenas de atunes, a recoger en Conil. También recibían su parte los
jerónimos de San Isidoro del Campo, el Hospital de San Lázaro de
Sevilla y otras instituciones eclesiásticas. Igualmente regalaba los
dos primeros atunes al convento de la Victoria de la localidad y al
pueblo, que lo consumían en romería. Para terminar, al finalizar la
temporada, se rescataba, a cargo de los beneficios obtenidos, a dos
cautivos que estuvieran en tierras de berbería y en caso de no
haberlos, que normalmente sí los había, se liberaban a los más
desgraciados de cualquier parte.
Con la cesión por parte del rey de los privilegios sobre la pesca
comenzaban cuatrocientos años de explotación como monopolio de todas
las almadrabas del sur de la Península en régimen feudal que, de
forma irregular, dependiendo de los tiempos y de la pericia o
dedicación del duque de turno, marcaron la historia de las
almadrabas y evidentemente de las gentes que habitaban las costas de
Andalucía.
Si algo bueno se puede sacar de esta historia pasada es que al
concentrarse el poder en un único dueño (en este caso se puede decir
que era el amo), la racionalización del trabajo y las
infraestructuras para el desarrollo de la industria de la
manufactura de los salazones requerían menos esfuerzos y tenían más
efectividad que si hubieran estado en manos de varios patrones. De
hecho las redes y cuerdas se hacían en Niebla con esparto y cáñamo
traído de Alicante; con madera de alcornoque y encina de Bollullos y
de Doñana se reparaban y construían los remos, los parales y las
barcas en Sanlucar de Barrameda; de Las Rocianas se traían las ramas
de sauce para hacer los flejes de los arcos de las vasijas,
apareciendo los de hierro en el siglo XVII; los toneleros preparaban
las duelas para las botas, los barriles y los cuñetes con madera de
haya importadas de Vizcaya o Inglaterra.
En cuanto a la intendencia, tanto para personas como para bestias de
carga, se almacenaba el trigo y la cebada en los graneros de
Sanlucar de Barrameda y Vejer, de igual forma que los ajos, cebollas
y legumbres para alimentar al personal; el ganado para carne corría
a cargo de un pastor que obtenía beneficios por el tráfico y la
taberna para esparcimiento de los trabajadores que estaba situada en
Zahara de los Atunes, obtenía el permiso a cambio de señalar las
ausencias del personal en las almadrabas en época de pesca, haciendo
el tabernero la función de listero.
La alimentación corría a cargo de la empresa, y como es lógico con
distintos menús dependiendo de la especialización y cargo de la
persona o gremio, de forma que el capitán de la chanca y los
oficiales de la contaduría comían a la carta, los atalayas y
oficiales de cada gremio tenían doble ración y, por último, cada
empleado raso, todo el resto en definitiva, recibían por jornada un
cuartillo de vino y un pan, así como libra y media de carne de vaca
o ternera por semana (casi 700 gramos), la cual se adobaba con las
ya mencionadas cebollas, ajos y legumbres, a todas luces
insuficiente. Para estos trabajos se contaba con una cocinera
auxiliada por varios mozos así como con un panadero con sus
amasadores y con un carnicero con sus ayudantes.
El alojamiento también corría a cargo de la empresa en el llamado
‘hotel La Estrella’, todos al cielo raso en la playa salvo los
oficiales que lo hacían en la chanca y a cubierto.
La diversión corría a manos de un surtido grupo de prostitutas y
tahúres que hacían las delicias de todos. Las primeras descargaban
las tensiones de los hombres que permanecían todo el día en la playa
bajo la solana como si fueran modernos turistas sajones, unas veces
inactivos y expectantes y otras en plena faena cuando se presentaba
un cardumen de atunes. Los lugares de citas clandestinas estaban
situados en apartados rincones de los arenales adornados de ramajes
en lugares reservados, siendo famoso el enclavado a orillas del río
Cachón en Zahara, por lo romántico de sus cañaverales y lo apartado
de las miradas indiscretas, y que hizo famosa la frase de ‘estar
de cachondeo’, una expresión muy andaluza, o estar,
cachondo/a, como signo inequívoco de tener ganas de juerga
insana o sana, dependiendo de quien lo diga o haga. Por otra parte
estaban, como ya he indicado, los tahúres, profesionales de los
juegos de azar, que aligeraban las escuálidas bolsas de los
pescadores y que sin piedad y con malas artes se llevaban lo que
tanto sudor había costado ganar.
Estas almas caritativas debían desaparecer de la playa de inmediato
cuando el atalaya llamaba a los hombres a sus puestos, por lo
que algunos debieron de dejar, más de una vez, los deberes amorosos
sin terminar, con el desgaste psicológico que eso acarreaba.
El organigrama de la empresa, así como los recursos humanos, era
ciertamente complejo, manteniéndose sensiblemente estable a través
de los siglos, y donde se daban profesiones tan curiosas como la de
pregonero y tamborilero, que precisamente no estaban para ir al
Rocío con las carretas, ya que recorrían la playa transmitiendo las
órdenes del capitán, y pregonaban en voz alta los nombres de
aquellos que habían sido pillados robando para exponerlos a la
vergüenza pública. También hubo épocas en las que se les
administraba a los ladrones latigazos como castigo, todo a
discreción del talante del duque y sus administradores.
La sanidad corría a cargo, al menos para los pescadores de Zahara,
de los Franciscanos de Vejer, los cuales tenían un hospital en el
convento y los de Conil en el monasterio de la Misericordia.
Evidentemente se daban pocas bajas laborales pero sí hubieron
epidemias muy graves, enfermos venéreos terminales y heridos por
arma blanca en las innumerables reyertas que se producían. En caso
de fallecimiento del trabajador, y a falta de herederos directos, el
dinero del finado pasaba a manos de estas comunidades religiosas,
las cuales hacían sufragios por sus almas y le procuraban un
entierro.
Los llamados armadores tenían la misión de cuidar y tener a
punto las redes de pesca, así como la de dirigir a los ventureros.
La recientemente fallecida duquesa de Medina Sidonia cuenta que
estos hombres eran profesionales y conocidos que se presentaban en
la almadraba con 10 días de antelación y se ocupaban de remendar las
redes y ponerlas a punto, siendo el mayor el que hacía que
las recogieran y tendieran cada noche, con ayuda de los paralelos,
facilitando a los cabeceras la tarea de plegarlas a la
mañana.
Existía un gremio, de no más de una docena de personas, llamado de
los breviones, los cuales eran dirigidos por un capitán
o arraez, que tenían la misión de servir de enlace y servicio
a los atalayas y a los oficiales.
El de los paralelos era el segundo grupo más numeroso,
compuesto por entre 80 y 120 hombres, divididos en dos grupos, los
de Levante y los de Poniente, dirigidos por sendos capitanes.
Su misión consistía en la de botar y varar las barcas, cargar la
sal, el atún y todo aquello que ordenase el veedor del mar,
siendo imprescindible para esta profesión saber nadar.
El gremio de los ventureros, la mayor parte de los
trabajadores, estaba compuesto por presos, esclavos y todo aquel que
fuera desertor, fugitivo de la justicia o escapara, por alguna
razón, de la familia, acreedores y maridos furiosos, ya que en esas
tierras había impunidad absoluta ante la justicia y además nadie
preguntaba nada; su trabajo consistía en tirar de las cuerdas de las
redes, ayudar a los paralelos, limpiar la chanca y hacer todo
tipo de trabajos auxiliares. Una verdadera chusma difícil de tratar,
según la última duquesa de Medina Sidonia, y que se ajustaba
habitualmente en Sevilla. Estas contratas se hacían por medio de
banderín de enganche, al igual que se hacía con el personal que se
enrolaba en los ejércitos, aunque en el siglo XVI llegó a nutrirse,
ante la falta de voluntarios, de presos de la cárcel de Sevilla
reclutados por el capellán de la misma, el padre León, que los
liberaba en provecho de los duques y quien sabe si propio. Así era
la justicia entonces. Esta costumbre se prolongó en el tiempo, hasta
bien entrado el siglo XIX y así por todos los señores andaluces,
como, por ejemplo, los marqueses de Ibarra en el Puerto de Santa
María, en lo que hoy es Puerto Sherry, utilizaban a los presos como
mano de obra barata o gratuita picando piedras que después eran
vendidas para las obras públicas, en especial haciendo dados de
rompeolas y piedras de batey.
Esta mano de obra no especializada, compuesta por la flor y nata de
las clases marginales del país, algunos, presos por el simple hecho
de no tener trabajo, debían ser embarcados en el puerto de Sevilla y
transportados directamente a las almadrabas sin escalas, ya que la
experiencia dictaba que llevarlos por tierra dejaba un reguero de
robos, ultrajes y fugas, o al menos eso decían. Aunque parece más
sensato pensar que no debía ser prudencial que el pueblo viera las
cuerdas de presos tratados como animales, muchos de ellos familiares
o conocidos.
El gremio de los carreteros, cuya misión consistía en
transportar los atunes desde la playa a la chanca, era el más
conflictivo laboralmente hablando, ya que estaba compuesto por
vecinos de la localidad que debían aportar obligatoriamente sus
carretas y bueyes; eso sí, cobrando por su trabajo que en parte era
en especie, dos fanegas de trigo diarias (111 litros) para dar de
comer, a partes iguales, al carretero y a los bueyes.
Conscientes los carreteros de que sin ellos pocos negocios
podían hacer los duques aprovechaban la menor ocasión para hacer
plantes, interponer demandas y pedir aumento de sueldo.
Los derechos y deberes de los trabajadores dependían, sin sindicatos
que los defendieran, del capricho del patrón, el cual imponía sus
leyes de forma arbitraria, de forma que la explotación de mano de
obra esclava, aunque incentivada, estaba permitida.
Los contratos, leoninos por cierto, incluían entre sus cláusulas el
poder hacer registros a cualquier hora del día o de la noche
buscando ladrones de atunes, siendo estos castigados con cien azotes
y su nombre pregonado como escarnio. En 1558, tras la muerte de Juan
Alonso de Guzmán, su nuera gobernó los intereses de la casa hasta
que su hijo, heredero, fue mayor de edad; en este tiempo se dieron
ordenes, que si bien no eran extraordinarias en aquel momento, sí
pueden parecer hoy como mínimo jocosas, ya que prohibían todo tipo
de juegos de azar y el comercio de la carne; así mismo se castigaba
la blasfemia, ya que la Sra. Duquesa regente pensaba, como buena
católica, que el cielo se encargaría de multiplicar los atunes por
ser costumbre de Dios dar ciento por uno. Los capitanes de las
almadrabas no se atrevieron a hacer cumplir estas órdenes, aunque es
cierto que de ello nunca llegó a enterarse la patrona. El quitar a
los hombres, que pasaban muchas horas ociosos en la playa, las
distracciones terrenales habría producido su desbandada y no pocos
altercados, así que se continuó con el cachondeo, esta vez a
escondidas, en las riberas del río Cachón, naturalmente.
No contenta con todo esto, y seguramente en su afán de instruir y
evangelizar a sus trabajadores, instauró misas, sin pensar que los
atunes aparecerían cuando mejor les viniera en gana y no tras los
santos oficios, que en eso Dios no se metía. De modo que entre
propagar la fe y ganar dinero, optó por esto último, llegando a un
acuerdo con los curas para celebrar las misas a orillas del mar
mientras los hombres masacraban a los túnidos, seguramente
blasfemando. Toda una comedia surrealista.
Y como no hay dos sin tres, a esta pía señora se le presentó una de
piratas, que hasta entonces habían respetado, más o menos, las
almadrabas, ya que el difunto duque lo mismo rezaba la Biblia que el
Corán, como así consta en su testamento, para contentar a todos. En
1559 desembarcó en la playa de Conil el más temible de todos los
corsarios, conocido como Alí, alias ‘El Orejón’ o Aligur, el cual se
llevó a 10 pobres desgraciados, entre los que se encontraba una
mulata de Sanlucar de Barrameda y su hija de dos años que debió
pasar por allí o trabajaba en el río Cachón, ya que no tenía nada
que ver con la empresa. Tras arduas negociaciones se rescataron a
todos, incluida a la mencionada y a su hija, al ‘módico’ precio de
10.000 maravedís por cabeza.
Debió ‘El Orejón’ pensar que éste era un negocio rentable y fácil ya
que el 19 de mayo de 1562 desembarcó de nuevo con sus hombres y
mientras cargaba su barco de infelices, en total 49, se dedicó a
destrozar todo lo que encontró a su paso, dejando maltrechas las
almadrabas que se quedaron sin acémilas, barcas y redes, así como
sin la iglesia que con tanta devoción e ilusión había construido la
duquesa dentro del castillo de Zahara, pese a las suplicas de los
sacerdotes teatinos, que no fueron tomados como rehenes porque no
valían nada. También esta vez, entre los rehenes, había una mujer y
su hijo que nada tenían que ver con el negocio, al menos de forma
directa, ya que era la esposa del mesonero de la posada del Sol de
Zahara, el cual vio como se los llevaban escondido tras unas peñas.
Con sus barcos cargados con la carne humana motivo de reventa se
encaminaron a la barra de Sanlucar de Barrameda y allí ‘El Orejón’
negoció el rescate, que por cierto no le salió tan bien como la vez
anterior, puesto que cedió todo el lote por 22.831 maravedís, más 19
varas de paño refino de Segovia y 3 de palmilla turquesca.
No fueron éstas las únicas veces que los piratas hicieron una visita
a las almadrabas, ya que en 1645 se presentaron de nuevo, pero con
tan mala suerte, que no pilló a la población desprevenida, siendo
rechazados por el capitán que, con gente armada, salió a su
encuentro, matando a dos de ellos, los cuales fueron enterrados en
la misma playa ante el temor de que estuvieran infectados por la
peste negra. Ese año todos tenían la psicosis de nuevas invasiones y
hasta un barco de cristianos fue cañoneado al ser tomado por
berberisco, pudiendo salvarse gracias a la mala puntería de los
artilleros.
Al año siguiente, el 23 de junio, terminada la temporada de pesca y
recién abandonada la defensa del Palacio de las Pilas, en el que
sólo se quedó un guarda llamado Antonio Almanza Valiente, se
presentaron por la noche los bucaneros que treparon fácilmente al
techo del salero, ya que ni se habían molestado sus habitantes de
limpiar la arena acumulada en las murallas antes de su marcha.
Campearon a sus anchas los moros hasta que intentaron entrar en la
torre de Levante, donde dormía placidamente su guarda y, haciendo
verdad el refrán de que ‘la realidad supera muchas veces a la
ficción’, tuvo toda la noche en jaque a los piratas, haciendo
disparos de mosquete y arrojándoles piedras y hasta, supongo, que
cambiando de voz para hacerles creer que no estaba solo. El engaño
duró hasta el amanecer cuando los atacantes se dieron cuenta del
ardid. Al saberse burlados cosieron a puñaladas al pobre Valiente,
que murió haciendo honor a su apellido.
En 1741 los Medina Sidonia vuelven a reclamar en la Chancillería de
Granada los privilegios de pesca que tuvieron desde siempre, ganando
el pleito en 1743, pero la sentencia les obligaba a pescar desde las
costas de Huelva hasta las de la frontera entre el reino de Granada
con Valencia, algunas tan escasas en atunes que hacían el negocio
ruinoso. Tanto que en 1773 se vieron obligados a ofrecer al rey la
renuncia del privilegio de las almadrabas a cambio de una pequeña
cantidad de dinero, cosa que fue rechazada por lo que tuvieron que
seguir armando pesquerías.
Existen varias anécdotas dignas de mención, como la de un invento
realizado en 1775, que consistía en fabricar peces espada de madera
con la intención de manipular y asustar a los atunes para que
entraran rápidamente en las redes. Dicha manipulación fue un fracaso
ya que consiguió el efecto contrario, los espantaba hasta el punto
de casi pierden las capturas de esa temporada. También en el mismo
año, ante la falta de ventureros, se recurrió a otro
“invento”, el de reemplazarlos por bueyes que tiraran de la red, lo
que terminó en fracaso y aumentó las quejas de los pescadores. Estos
tras el descontento general, en el año 1776, destrozaron las redes
de Zahara una noche, agravándose todo como consecuencia de un
pequeño seísmo que hizo que todos huyeran despavoridos, ante la el
temor de un maremoto, dejando plantados en la playa al capitán y los
atalayas sin ni siquiera recoger las redes.
LAS ALMADRABAS EN LA OBRA DE MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA O LA
PRIMERA HUELGA PROVOCADA POR UN LIBRO DEL AUTOR DEL QUIJOTE.
También se hicieron famosas las almadrabas gracias a la pluma de
Cervantes, el cual en su obra ‘La Ilustre Fregona’ dice lo
siguiente: “En fin, en Carriazo vio el mundo un pícaro virtuoso,
limpio, bien criado y más que medianamente discreto. Pasó por todos
los grados de pícaro hasta que se graduó de maestro en las
almadrabas de Zahara, donde es el finibusterrae de la picaresca”.
Todo concuerda con la fama que tenían estas tierras en cuanto al
juego.
Lo más sorprendente de esta novela, y que muy pocas personas
conocen, es que llevó a las almadrabas a la primera huelga de brazos
caídos de su historia. Los ventureros, sintiéndose atacados
al conocer la obra de oídas, en el año 1641 se negaron a trabajar en
señal de protesta por como los definía Cervantes.
Fue un capitán de marina que pasaba por allí, reclutando hombres
para la leva, el que levantó la moral de todos arengándolos con un
discurso en el que los comparaba con Jesucristo y su pesca en el
lago Tiberiades, haciendo el teatro de tirar simbólicamente de las
cuerdas. Esto les debió llegar al alma a aquellos pobres hombres que
se pusieron a trabajar de nuevo. Eso sí, desde ese momento, y para
que no se les identificara con la novela, cambiaron el nombre de su
oficio por el de paralelos.
Pero no termina ahí la novela porque hace también referencia a los
piratas cuando cuenta: “Pero toda esta dulzura que he pintado
tiene un amargo acíbar que la amarga, y es no poder dormir sueño
seguro, sin el temor de que en un instante los trasladan de Zahara a
Berbería. Por esto, las noches se recogen a unas torres de la
marina, y tienen sus atajadores y centinelas, en confianza de cuyos
ojos cierran ellos los suyos, puesto que tal vez ha sucedido que
centinelas y atajadores, pícaros, mayorales, barcos y redes,
con toda la turbamulta que allí se ocupa, han anochecido en España y
amanecido en Tetuán. Pero no fue parte este temor para que nuestro
Carriazo dejase de acudir allí tres veranos a darse buen tiempo. El
último verano le dijo tan bien la suerte, que ganó a los naipes
cerca de setecientos reales, con los cuales quiso vestirse y
volverse a Burgos, y a los ojos de su madre, que habían derramado
por él muchas lágrimas. Despidióse de sus amigos, que los tenía
muchos y muy buenos; prometióles que el verano siguiente sería con
ellos, si enfermedad o muerte no lo estorbase. Dejó con ellos la
mitad de su alma, y todos sus deseos entregó a aquellas secas
arenas, que a él le parecían más frescas y verdes que los Campos
Elíseos. Y, por estar ya acostumbrado de caminar a pie, tomó el
camino en la mano, y sobre dos alpargates, se llegó desde Zahara
hasta Valladolid cantando Tres ánades, madre”.
Y para terminar escribe de estas tierras: “Lo
mismo me parece a mí que es -respondió Avendaño- considerar un don
Diego de Carriazo, hijo del mismo, caballero del hábito de Alcántara
el padre, y el hijo a pique de heredarle con su mayorazgo, no menos
gentil en el cuerpo que en el ánimo, y con todos estos generosos
atributos, verle enamorado, ¿de quién, si pensáis? ¿De la reina
Ginebra? No, por cierto, sino de la almadraba de Zahara, que es más
fea, a lo que creo, que un miedo de santo Antón”.
NO TODO FUERON GANANCIAS: EPIDEMIAS, IMPUESTOS, GUERRAS Y
DESASTRES
En el año 1590 se desata una epidemia de malaria o paludismo, tan
terrible que se llenaron los hospitales de Conil y Vejer y el duque
tuvo que pedir a la población que, por caridad, acogieran a los
enfermos sus casas, incluso él mismo la padeció. Al año siguiente la
enfermedad rebrotó en los infectados, por lo que 1591 fue mal año de
pesca; sin hombres válidos que supieran del negocio se emitieron
partidas de salazones a Madrid que llegaron en mal estado y, como
siempre hay que buscar un culpable, el San Benito le tocó al
carretero, al que se acusó de tardar más de lo normal en llegar a su
destino (veinte días) además del calor que ese año asoló las tierras
andaluzas.
Desde el año 1640 el paludismo dejó de ser una epidemia gracias a
los jesuitas que trajeron desde las colonias de Perú un remedio que
se obtenía de la corteza de un árbol llamado cinchona, ya que
contenía el alcaloide quinina.
En el año 1599 se desató una epidemia de peste que duró un año y por
consiguiente, de nuevo, se llenaron los hospitales. El duque,
contagiado, cayó enfermo. Tan grave estaba que testó al pensar que
perdería la vida. Las epidemias de peste se repitieron en los años
1649 y 1650.
En 1601 todo parecía que iría mejor. Habían quedado atrás las
enfermedades, pero las orcas hicieron su aparición en la costa y
espantaron a los cardúmenes de atunes, que para no ser comidos
hicieron el paso del Estrecho por las costas marroquíes. Esto mismo
ocurrió también en 1615 y en 1713.
Fueron tres años de desgracias que terminaron al año siguiente, en
1602, debido a la guerra contra Francia e Inglaterra que hizo
imposible la pesca del bacalao; por ello el atún se revalorizó y se
vendió a buen precio. Pero al ser año de bonanza había dificultad en
conseguir ventureros y los que llegaron de Sevilla eran
gentes de muy mal vivir por lo que se tuvieron que agravar las penas
para los ladrones de atunes con azotes y, como regalo, el castigo de
ir a galeras durante dos años, lo que debió poner muy contento al
rey que estaba escaso de personal para la Armada.
En el año 1605 le salió un competidor al duque al arrendar un
alemán, llamado Conrado Hez, la almadraba de Hércules a la corona,
algo que le molestó sobremanera. Sin pensárselo dos veces, el duque
hizo correr el rumor de que este hombre no era buen pagador, de esta
forma le quitó la mano de obra al contratar a 382 hombres que ni le
hacían faltan, sólo con el fin de arruinarlo, lo que finalmente
consiguió.
Una anécdota digna de contar es la que aconteció con los monjes del
monasterio de Guadalupe, que como ya sabemos eran beneficiarios de
una donación anual de atunes, y que en el año 1613 no se presentaron
a recoger su limosna al haberse desvalorizado a la mitad el precio
de los salazones. En concreto se pasó de 30 reales la pieza a 17. El
duque, hombre confiado, pensó que lo hacían por deferencia ante las
pérdidas que tenía la empresa, algo que agradeció en su fuero
interno, pero para su sorpresa, al año siguiente en el que el precio
de nuevo subió a 37 reales, reclamaron su parte con carácter
retroactivo o su equivalente en dinero. Al negarse a pagar, por lo
que de fraude tenía la operación, los monjes se metieron en pleitos
que ganaron. Ni de los hombres de Dios se podía uno fiar en lo
tocante al dinero.
En 1646 un grave incidente estuvo a punto de malograr la pesca de
ese año al ser castigados con azotes, sin ser cierto, varios
paralelos acusados de robo de atunes. Estos se rebelaron y, por
la noche, 150 de ellos formaron un pequeño ejército armados con
garfios, con bandera y capitán a la cabeza fueron al encuentro del
capitán de la almadraba que los recibió con escuderos a caballo.
Frente a frente ambos ‘ejércitos’, en un ambiente de máxima tensión,
optaron por parlamentar en una tienda de campaña que se montó en
tierra de nadie y donde se reconoció el error cometido negociándose
las compensaciones pertinentes. Las tierras donde no existe la
justicia son campos abonados para los justicieros.
La ausencia del duque en las almadrabas, en principio por motivos
políticos al estar involucrado en la conspiración independentista de
Andalucía de 1641 y por la que tuvo que vivir en el exilio, hace que
las dejara en manos de incompetentes que arruinaron el negocio tan
importante en esos momentos de desgracia ante la corona, y donde
tuvo que ceder Sanlúcar de Barrameda y pedir préstamos con los que
pagar dádivas e impuestos, sobre todo el de la sal, que le llevaron
a la ruina. Los oficiales de las almadrabas tenían desinterés por el
trabajo y se regalaban con buenos vinos y banquetes a diario,
ahorrándose el pago de sus criados al inscribirlos como
ventureros. Los encargados de contratar remeros o
almocadenes colocaban a parientes y amigos que ni sabían remar.
Los atalayas tampoco eran los idóneos. En concreto el que
servía en Conil, era un hombre mayor y casi ciego, de modo que
difícilmente podía divisar los cardúmenes de atunes.
El gran terremoto que asoló la Península Ibérica, conocido como el
de Lisboa por ser esta la cuidad más dañada, ocurrido el sábado 1 de
noviembre de 1755 sobre las 10 de la mañana. Fue seguido de un
maremoto que ahogó al guarda de la chanca de Conil y a su familia,
llevándose artes y barcas. Alfonso Cabrera, administrador y
gobernador de los duques de Medina Sidonia, en un informe cuenta los
efectos del terremoto en Cádiz de la siguiente forma: “Empezó
en Cádiz a las 9 ¾ con sol claro y Mar sereno: duró 10 minutos
causando algunas ruinas en Templos y Casas. A la hora en punto se
levantó el Mar en torbellinos, chocando en la punta de San
Sebastián, a quien cubrió en un momento derribando todo el lienzo de
Muralla que corria desde la Caleta hasta el Castillo de Santa
Catalina: entrose el agua por todo el Barrio de la Viña, hasta la
Calle de Capuchinos, donde ahogó algunas personas. El mayor estrago
de estas fue en el Arrecife y puerta de tierra, donde se juntaron
los dos Mares, anegando a quantos huyeron de la Ciudad, y
transitaban a la sazón por dicho Arrecife, cuya antiquísima obra
quedó enteramente deshecha. Percibiose el temblor en la misma Bahía
a bordo de las embarcaciones, y la gente de un Navío que venía de
Caracas y surgió en ella el día 8 de dicho mes, aseguró, que
navegando por la altura de las Yslas Terceras, como a 150 leguas de
Cádiz, estuvo el Vajel por 3 veces a pique de naufragar a la misma
hora del terremoto, del improviso levantamiento del Mar, de modo que
aviendo calado la sonda se hallaron en solas 4 brazas de agua, por
lo que estuvieron para arrojar el Piloto al Mar, creyendo que avia
errado el rumbo, y no hizo poco este en desengañarles de lo que era”.
LOS COMPRADORES
Las almadrabas estaban, como dicen los castizos, en una esquina del
mundo y de nada servía pescar muchos atunes si no había compradores.
Por ello el duque debía buscarlos y agasajarlos.
Las ventas principales estaban en el abasto de barcos que surcaban
los mares y que iban al Nuevo Mundo, en la Armada o en el ejército
para sustentar a las tropas diseminadas por Europa, ya que los
salazones, al ser menos perecederos, eran el alimento ideal e
indispensable para la intendencia de las tropas y la marinería que
tantas calamidades alimenticias padecían.
En 1534 aparecen los primeros compradores extranjeros, destacando
entre todos un flamenco, Juan Malfute, que compró una importante
partida de atunes al precio de 2 ducados el quintal.
En 1542 aparecen comerciantes florentinos y en 1549 otro florentino,
Luis Pecorí, compra por adelantado todo el atún que se pescaba en
Conil.
Comprendiendo el duque que debía, para la buena marcha de su
negocio, hacer cómoda la estancia de estos clientes, inauguró,
previa publicidad, en Zahara el ‘Mesón del Sol’ en 1554, que supuso
un éxito, ya que se presentaron compradores de Andalucía, Levante,
Castilla, Italia y Flandes. En esta especie de feria del atún se
presentaron nuevos productos, como el atún ‘dulce’ y el ‘refino’.
Todo un triunfo de su ‘departamento de I+D’, donde se consiguió
aprovechar todo el pescado, incluida la grasa que se depositaba en
el fondo del salazón ya que se utilizaba para engrasar los ejes de
las carretas y los cascos de los barcos.
En tiempos del VI duque, en la primera mitad del siglo XVI, se
exportaba atún embarrilado a Flandes, Italia, Barcelona y Valencia
en barcos propios, negocio que dejó de existir a su muerte, acaecida
en 1558.
En 1582 apareció por las almadrabas un comerciante catalán llamado
Baltasar Polo, de origen judío y residente en Berbería, que compró
medio bol y que simpatizó con el VII duque. Como buen catalán vio un
negocio en la venta de excedentes de los salazones, por lo que dos
años más tarde embarcó con los barriles de atún consiguiendo
venderlos en Valencia, formando desde ese momento parte del
departamento comercial de las almadrabas que tanto bien hizo a las
ventas.
Cuando Baltasar Polo dejó el negocio se ofreció a reemplazarlo un
tal Delfino, hombre poco preparado, que provocó su ruina al vender
como bueno el atún en malas condiciones al olvidársele reponer la
salmuera que perdían las barricas.
Pero aún así habían excedentes a los que se debía dar salida por lo
que se buscaron por toda Europa compradores, siendo de los primeros
un francés que en 1604 compró 8.000 atunes en Conil al precio que
saliesen en la primera subasta.
Llegó a ser costumbre que los compradores se pusieran de acuerdo y
las pujas fueran únicas para después, entre ellos, hacer un reparto
en puja privada abaratando el precio de los atunes sin que nada
pudiera hacer el duque. Incluso llegaron a comprar atunes robados a
escondidas a precios muy bajos.
LAS JÁBEGAS Y TODOS CONTRA LOS DUQUES
Un arte tradicional de pesca, tan importante como lo fue la
almadraba, era la jábega, que se utilizaba principalmente para la
pesca de la sardina y el boquerón en toda la costa sur y este de la
Península. Su cala era relativamente sencilla, como muy bien definió
el Comisario Real de Guerra de Marina Antonio Sañez Reguart en 1791
en su libro ‘Diccionario Histórico de los Artes de la Pesca
Nacional’ y que magníficamente ilustró el biólogo Juan Bautista Bru
de Ramón y que dice: “Se
cala con una barca, de mayor o menor tamaño según las playas. La
maniobra es sencilla: se dexa uno de los cabos de los dos calones en
tierra, bogan los remeros hacia el mar y van largando el arte hasta
formar un semicírculo volviendo la barca su rumbo hacia la misma
orilla hasta largarle todo, donde atraca con bastante distancia del
punto primero en que dexó el primer cabo. Se desembarcan sin
detención los marineros, y unidos con la gente de tierra, empiezan a
tirar por ambos cabos hasta sacar el copo, cogiendo enormes
cantidades de todas las especies, y con singularidad de Sardina y
Boquerón”.
También en dicho libro de Sañez se recogen las ordenanzas de la
pesca de las jábegas que constaban de 57 artículos,
relativos al sorteo de lances, normas, sanciones y personal (patrón
o arraez, sotoarraez, proel, remeros y gente de tiro), así como las
obligaciones mutuas entre armador y pescadores. Dichas ordenanzas,
adaptadas a cada playa estuvieron vigentes hasta bien entrado el
siglo XIX, y constituyen el precedente inmediato del Reglamento de
jábegas de Conil de 1920.
Pero yendo más atrás en el tiempo podemos encontrar la primera
ordenanza redactada en Conil, con fecha 19 de febrero de 1688,
titulada ‘Ordenanza
y costumbre que guardan los pescadores de Conil en la pesquería de
la sardina y otros pescados, que executan con sus Javegas’ que
fueron presentadas ante el alcalde honorario Francisco Ramírez
Moreno por tres armadores de éstas, cuyos nombres eran Bartolomé
Guerrero, Cristóbal de Messa y Francisco Jiménez, los cuales
deseaban terminar de una vez por todas con los conflictos que
pudieran surgir entre ellos, comprometiéndose a pagar una multa de
diez ducados en caso de no cumplirlas y que textualmente dice: “Primeramente
es costumbre que si a una Jávega le toca la primacía puede calar el
lance que quisiere en Poniente, ô en Levante, ô en medio. Y que la
segunda Jávega le sigue al primero calando donde quisiere, después
que cala el primero. Y que el tercero después que calan ambas, pueda
hechar el lance donde quisiere. Y consecutibas todas las demás
Jávegas que hubiere.
Item que la Jávega que estubiere en el momento varada alquitranando
todos los alares tenga su primacía para pescar primero.
Item que en el lance de las fontanillas, que es lance aparte, la
primera Jávega que diese en él la panda pescando â la cala aquel
día, todo es suyo. Y el día siguiente lo aya de tener el lance la
Jávega que estuviere, y amaneciere allí sobre Parales.
Item que no se presten unos â otros calas, porque si se prestan,
aquel que prestare pierda la primacía, con declaración que se
entienda de la cala que necesitaren en la Playa, salbo si la tiene
en su casa sobrada que no le sirva en su Jávega.
Item que el que no le tocare hechar el lance, y lo echare, por el
mismo caso todo el pescado que matare sea para aquel a quien tocara
dicho lance, saliendo con su Jávega â la mar con obligación de
haverse de avisar unos â otros, y preguntarse en dónde quieren
calar.
Item que si dos Jávegas ô más fueren de regata en seguimiento de
alguna, o algunas paradas de Pescado, aquella que tuviere dada la
panda, y hechare primero el calón â el agua, si calare, tal pescado
sea suyo.
Item que el que estuviere de revés con el que estubiere de derecho,
tenga la primacía de ser suyo el pescado de aquel que estubiere de
derecho”.
Durante el siglo XVIII, al desarrollarse la actividad, el Estado fue
regulando sus diversas modalidades elaborando, a partir de los
acuerdos y reglamentaciones gremiales de carácter local, unas
Ordenanzas generales.
Importante es dar a conocer la relevancia de las jábegas porque sin
ello no se entenderían los encontronazos que existieron entre el
duque y los pescadores y que fueron en definitiva el detonante que
desencadenó el principio del fin de los privilegios de los nobles en
las pesquerías del sur de España.
Los abusos de los duques durante siglos en detrimento de los
pescadores que debían tributar por sus capturas un 8% y la
prohibición de pesca, una vez estaban caladas las almadrabas hasta
concluir la temporada, hizo que la población pleiteara e incluso se
rebelara harta ya de tanto despotismo que empobrecía la zona y los
hacía cautivos del amo para poder subsistir.
El primer juicio que interpusieron los propietarios de las jábegas
contra los duques fue en el año 1769 y estaba fundamentado en la
exención del impuesto ya mencionado del 8%, que por cierto
perdieron, pero este fue el primer paso para la abolición de los
privilegios de los nobles. No es descabellado afirmar que desde ese
momento comienza el principio del fin de las prerrogativas que hasta
entonces habían tenido los duques de Medina Sidonia, pese a ganar
otro contencioso relacionado con el cobro de impuestos en el año
1787 y donde intervino el Tribunal de Marina en un juicio que bien
podría aclarar los razonamientos de ambas partes y la mentalidad de
la época.
Por un lado el duque adujo los privilegios inmemorables que tuvo la
casa, aportando documentos y ejecutorias, ante las cuales los
marineros se defendieron con quejas de que en la época de la pesca
del atún les estaban prohibidas las capturas con “cordel y
anzuelo por zotavento de la Almadrava; pero que concluida la
temporada el parage quedaba allí libre al uso de la pesquería de
redes y de todos géneros de artes sin contribución alguna a Su
Excelencia” y que el pago del 8% nada tenía que ver los dichos
privilegios.
En el juicio fueron oídos los más viejos del lugar, así como peritos
en la materia, poniéndose de manifiesto el abuso de poder que
ejercían los duques, desde tiempos inmemoriales. Aunque de nada
sirvió. Perdido el juicio, se notificó a los 13 matriculados de
Conil, dueños de jábegas, la obligación de pagar dicho canon.
Otra batalla estaba perdida, pero no así la guerra que se había
desatado, ya que en 1790 el Intendente de Marina de Cádiz, Joaquín
Gutierrez de Ruvalcaba, informó que “es un absurdo que desde
Ayamonte a Almería no han de poder pescar los matriculados en
tiempos de almadraba, sin perjudicar a cuatro o seis puntos en que
el duque de Medina Sidonia las suele calar”, hecho esta inusual
y, seguramente, consecuencia de las tremendas presiones que debió de
soportar el informante.
LAS LEVAS
Las levas, que hasta entonces habían respetado las tierras de los
duques, se convirtieron en algo habitual como consecuencia de la
guerra contra los ingleses que demandaba hombres de mar, ya que
debían nutrir de marineros a los barcos que al final nos llevarían a
la derrota y a la pérdida de la hegemonía en el mar en la batalla de
San Vicente el 14 de febrero de 1797. Tras el descalabro pocos
hombres útiles quedaron en los puertos para la pesca, lo que llevó
en 1802 a la promulgación de una Real Orden en la que se declara: “que
los pescados de pesquerías españolas sean por punto general libres
de derechos de alcabalas y cientos, y que continúe hasta nueva
Providencia la absoluta libertad de toda clase de arbitrios y demás
gabelas...”
Es interesante saber el acoso al que se vieron sometidas las
distintas almadrabas y que llevaron al final de las pesquerías en
régimen de exclusividad, tal y como las tenían los duques.
Las primeras levas se presentaron el 21 de junio de 1780, de forma
sorpresiva, cercando la enramada soldados de caballería al mando de
un oficial de marina. Los que pudieron escaparon como Dios les dio a
entender, aunque 20 hombres fueron aprendidos.
En el año 1782 se contrató a gente de Manilva y Estepona, pero nada
más llegar a la playa se corrió el rumor de la llegada de las levas
y todos escaparon a la sierra dejando todo por hacer.
En 1793, año que por cierto parecía bueno para la pesca del atún, se
presentaron faluchos con 300 soldados que rodearon la chanca y
obligaron a las embarcaciones a regresar a tierra, llevándose a 150
hombres.
En 1796 se vio a lo lejos un bote con la enseña del gobernador del
castillo de San Pedro, lo que provocó el pánico entre los pescadores
que salieron de estampida. Al día siguiente, al no haber novedades,
se presentaron de nuevo en su trabajo para pedir la cuenta, a lo que
el capitán se negó por no haber terminado el mismo. Pese a ello los
180 hombres se marcharon al día siguiente para volver más adelante,
con la idea de cobrar lo que se les debía. A eso de las tres de la
tarde, cuando se les estaba pagando, aparecieron los soldados que
estaban cercando Conil, que registraron casa por casa llevándose a
20 hombres.
Tras la derrota de la armada española en 1797, los que se
presentaron ese año fueron unos 70 hombres, que eran o demasiado
jóvenes, o tullidos y viejos. Pese a todo se botó la almadraba de
Conil, no así la de Zahara, aunque al estar las aguas turbias no se
pescó. Desde esa fecha los duques, en previsión de que las levas
dejaran vacíos los puestos de trabajo en plena temporada, tomaron la
decisión de regalar atunes a las autoridades marítimas
(administrador de la isla de León, comandante de la Carraca y al
Auditor General del departamento de Marina entre otros). La
corrupción estaba a la orden del día y parecía que funcionaba porque
durante años no se vieron pasar por allí soldados, por lo menos
hasta el año 1809, en el que la mano de obra era portuguesa. Al
enterarse los soldados que el duque estaba ‘exento’ de dicha leva
pidieron disculpas y se llevaron a 10 hombres que nada tenían que
ver con las pesquerías para justificar así su trabajo.
FIN DEL ANTIGUO RÉGIMEN
Tras la promulgación del Real Decreto, con fecha 20 de febrero de
1817, donde se abolían las sociedades estamentales que habían regido
hasta ese momento, desaparece la exclusividad de las almadrabas,
concediendo su explotación a los llamados matriculados, a los
que se entregaban estas mediante subasta pública.
Queriendo continuar con el negocio familiar el XVII duque de Medina
Sidonia, Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo, se matricula como
pescador, obteniendo concesión de sitio para poner almadrabas,
pescándose regularmente hasta los años 70 del siglo XIX en las
playas del Terrón, Zahara y el Coto de Doñana, momento en los que se
abandonan las pesquerías como consecuencia del desorden que se
produjo en la pesca debido a sabotajes, etc. que nada rentables
hacían a las almadrabas.
Desde la década de los 80 del siglo XIX comienza un nuevo y crucial
camino en el negocio almadrabero en la provincia de Cádiz que llega
a su madurez en los años 20 del siglo XX, alcanzándose cifras de
exportación históricas. Cuatro grandes empresas: Viuda de Zamorano,
Serafín Romeu, José Ramón Curbera y Compañía Almadrabera Española
aprehenden casi la totalidad de los atunes del sur de España,
alcanzando, entre los años 1919 y 1928, capturas que oscilaron entre
los 50.000 y 80.000 atunes por año, llegando estas empresas a crear
auténticas colonias industriales dotadas de servicios como escuelas,
hospital, economato, alojamientos, etc.
El 20 de marzo de 1928 la dictadura de Primo de Rivera constituyó el
‘Consorcio Nacional Almadrabero’ en un intento serio de racionalizar
el sector, tanto en las pesquerías como en las conservas. La orden,
en principio, creó recelos entre las empresas pero al final
adoptaron una actitud realista y constituyeron el ‘Sindicato
Nacional Almadrabero’ formado por Ramón de Carranza como presidente
y Serafín Romeu, Arsenio Martínez de Campos, Tomás Pérez Romeu,
Bartolomé Galiana Vaello y José Vázquez Correa como vocales. Quedó
fuera del consorcio José Ramón Curbera por razones económicas y
enemistades con la dictadura.
La constitución del reglamento fue muy irregular, como reconoció la
Junta Central de Pesca al año siguiente: "Fue aprobado por Real
Decreto de 14 de diciembre de 1928 y, pensando bien, sólo pudo serlo
con ausencia de todo informe de las Juntas Locales y Provinciales de
pesca, de las Comandancias de Marina y de la Dirección General que
tuvo a su cargo los servicios de pesca marítima". Claro está que
estos logros fueron gracias a las amistades de algunos de los
almadraberos con la Corona. Para silenciar el escándalo Serafín
Romeu y otros, significativos almadraberos de tendencia monárquica,
compraron los diarios ‘El Sol’ y ‘La Voz’ de Madrid para
contrarrestar, ante la opinión pública, la campaña republicana
contra semejante desafuero.
En el año 1929 se compra parte de la península de Sancti-Petri por
225.000 pesetas, donde el Consorcio pretendía montar sus factorías,
y no es hasta el 23 de abril de 1942, siendo alcalde Rafael Rupoldo
Rivera, cuando pasa a ser pedanía de Chiclana. Durante años, en
concreto hasta 1946, las únicas construcciones eran chabolas
dispersas, la almadraba, un botiquín y la caseta de Obras Públicas.
Desde la fecha antes mencionada se comienza a construir el poblado
con casas o pisos de tres dormitorios para los empleados fijos en la
empresa y de uno solo, con cocina, para los temporeros. Todo esto
gracias a la magnífica labor de Joaquín Pérez Lila, administrador de
la empresa, el cual urbaniza toda la zona dotándola de dos colegios,
una iglesia, un bar, un cine y una lonja de pescado.
Algo a destacar era que el Consorcio pagaba a un hijo de cada
familia que trabajaba fija los estudios con los que podía aprender
un oficio.
Las infraestructuras no puede decirse que fueran buenas, ya que el
agua estaba racionada a 10 litros diarios y se traía en un carro.
Igualmente, pese a haberse pensado en la iglesia, el cine, etc. se
olvidaron hacer una panadería por lo que hasta mediados de los años
50 el pan debía traerse a diario de Chiclana.
Las prácticas empresariales y la contratación masiva de personal
portugués la convirtieron en una asociación enormemente impopular y
prueba de ello la tenemos en este comentario incluido en el Informe
de las actividades del Consorcio dirigido al Ministro del ramo en
junio de 1930 y redactado por Eladio Egoechea, presidente de la
Federación Regional de Pósitos Marítimos de Andalucía Occidental: "...con
un desprecio inadmisible para la mano de obra española, utiliza
obreros portugueses, en una proporción del 50%. Obreros portugueses
que trabajan a bajo precio; que comen basofia (SIC), que
viven hacinados en las playas. Únase a esto que, en las almadrabas,
no rijen (SIC) las leyes sociales; que no existe la jornada
legal de ocho horas; que los salarios son los mismos cualesquiera
que sea la jornada algunas veces de diez y ocho y veinte horas, que
no se practica la ley del descanso dominical; que se ha suprimido el
regalo de atún de calderada, por una exigua cantidad en metálico;
que se prohíbe el aprovechamiento de residuos, de espina y cabeza;
que una gran parte del personal no está matriculado".
La disolución del ‘Consorcio Nacional Almadrabero’ se ratifica en el
Consejo de Ministros del 21 de marzo de 1972, tras informe del
Delegado del Gobierno, Ignacio Cuvillo y Merello, en el que hacía
mención a las deudas contraídas con los bancos Español de Crédito y
Vitoria que ascendía a 212 millones de pesetas.
La liquidación de los bienes del Consorcio por parte de la
Delegación del Gobierno y del principal acreedor, el banco Español
de Crédito, se puede, como mínimo, tachar de irregular, ya que no se
convocó subasta pública para su venta, existiendo un oscurantismo
para aquellos que intentaron comprar las instalaciones. Entre ellos
estaba José Vázquez Sáez, el cual, en representación de un grupo de
inversores, hizo una oferta razonable el 16 de octubre de 1972 y que
a la larga terminó en pleitos. En su primera puja, que por cierto
fue de algo más de 40 millones pesetas sin la maquinaria, razonaba
su oferta, entre otras cosas por lo siguiente: “Deseo que tengan
en cuenta mi calidad de chiclanero empelado en el engrandecimiento
de mi pueblo, deseando servirle para que pueda desarrollar lo más
rápido posible en la creación de puestos de trabajo para cubrir el
vacío que con la desaparición de esa factoría tenemos. Queremos que
la vida que le han dado durante medio siglo a esta zona no se desvíe
hacia otro lugar”.
Pese a las buenas intenciones de José Vázquez y llegar a la puja
final con la mayor oferta, que ascendía a 165 millones de pesetas,
contra los 160 de su oponente, es rechazado en el último momento por
el banco ante una supuesta insolvencia que a todas luces era
injustificada, ya que Vázquez estaba respaldado por una empresa
londinense de solvencia. El adjudicatario de los bienes fue Fomento
Centauro S.A. entre cuyos socios estaban Rafael Pérez Escolar,
vinculado a Banesto y, posteriormente, incurso en el escándalo del
banquero Mario Conde y Juan Arespacochaga y Felipe, senador,
Director General de Turismo y ex alcalde de Madrid, entre otros
ilustres adeptos al régimen. Así que el lector saque sus
conclusiones y recuerde el dicho popular que por entonces circulaba
de boca en boca entre los mal denominados ‘rojos’: ‘En la España
de Franco el que no roba es manco’.
No fue hasta el 18 de enero de 1973 cuando se hace efectiva dicha
disolución del Consorcio Almadrabero que dejaba en el paro a 219
trabajadores. El desalojo de dichos operarios y sus familias del
poblado se puede decir que fue dramático y aunque se intentó
reubicarlos en la barriada de Fuente Amarga hubo quienes no querían
dejar sus viviendas por el desarraigo que les producía. Ante esta
situación la nueva propietaria, Sancti-Petri S.A., respondió con la
fuerza al cortarles el agua y el suministro eléctrico, lo que hizo
que desistieran de la idea por agotamiento, sin llegar a ser su
resistencia numantina.
Haciendo una reflexión sobre estos hechos, que ya pertenecen a la
historia de los salazones, habría que preguntarse si no podría
haberse salvado la empresa si por la cabeza de sus directivos
hubiese pasado la idea de una reconversión de la fábrica, que
contaba con maquinaria moderna traída de Japón, y hubiese
manufacturado verduras en conserva (tomates, pimientos, etc.) en
invierno, fuera de la época de pesca, a no ser que en unos tiempos
de urbanismo salvaje y de destrucción del paisaje, en favor del
turismo, primara más el utilizar esos terrenos como urbanizables.
Tras estos acontecimientos comienza una nueva época, la actual, en
la industria almadrabera y conservera en el sur de España.
¿SÓLO EL SUR DE
ESPAÑA ERA Y ES ALMADRABERA Y SALAZONERA?.-
Son varias las razones
por las que de forma generalizada se hable de salazones en el
Estrecho de Gibraltar, la primera de ellas es que esa zona es el
paso obligado de los cardúmenes de atunes en su entrada al
Mediterráneo, excepción hecha de los años en los que las orcas o los
peces espada los acechan y los espantan, haciendo entonces el
recorrido de entrada por el norte de África; también los desastres
naturales obligaron a los atunes a cambiar su migración para
reproducirse, en concreto tras el llamado terremoto de Lisboa en
1755, donde estos animales cambiaron su recorrido.
Al ser, como he
comentado, zona de paso casi obligatoria y un estrecho, de no más de
30 kilómetros, es donde más concentraciones de ellos se han dado y
se dan, independientemente de que a su entrada su cuerpo es más
grasiento y su carne mucho mejor, lo que no implica que se pescaran
desde la más mota antigüedad en las costa del norte de Marruecos en
la zona del Atlántico, leer mi trabajo titulado
Lixus (Larache, Marruecos): La más alejada factoría de garum y
salazones de Roma
Independientemente de lo dicho hay que sumar la
gran información que posee la Casa de Medinasidonia, la mayor de
toda Europa en manos de un particular, y donde existe todo el
histórico de las almadrabas desde su fundación tras la reconquista
de dichas tierras a los árabes..
La migración del atún en el Mediterráneo comienza
en las costas de Tarifa para seguir por todo el Levante español,
Marsella, Sicilia y terminar en las costas griegas y turcas, de
hecho en prospecciones arqueológicas efectuadas por el arqueólogo
Gaston Cros en la ciudad de Tello (entre Bagdad y Basora) en
Mesopotamia cuenta: "La tierra negra de la que está formado el
suelo se encuentra entrecortada aquí y allá, y como rayada
horizontalmente en largas placas amarillentas, de cuatro o cinco
centímetros de espesor, en las que he reconocido con sorpresa
pescados (los había incluso de gran tamaño, como, por ejemplo,
atunes...), prensados los unos sobre los otros, de los que podía
distinguir todavía, casi todas sus partes, los esqueletos e incluso
la piel y las escamas. No se trataba por tanto de desechos de cocina"
(1), lo que da idea de la importancia que tenía dicho pez y su
salazón en todo el Mare Nostrum.
En las costas del Levante español han quedado
importantes referencias de la pesca del atún, aunque todas
posteriores a las existentes en los mencionados archivos de los
duques de Medinasidonia, lo que no quita importancia al hecho de
dicha industria pesquera de la zona.
A finales del siglo XVI y comienzos del XVII,
Gaspar de Escolano (1560-1619) describió la pesca en el litoral
valenciano, refiriéndose a las almadrabas de Benicasim, Denia, Jávea
y Alicante, que se mataban de trescientos a cuatrocientos atunes
diarios entre los meses de junio y julio, así como que "el orden
que se guarda en pescarlos es artificioso. Porque se ponen seis o
siete barcos en arco, algo desviados unos de los otros, dos de estos
están hacia tierra con las redes gruesas para sitiarlos: y el barco
más apartado le dejan a cuatro leguas. Lo atunes se vienen bogando
hacia la costa y antes de que lleguen al puesto, los descubre desde
una atalaya, tan claro por el aguaje que hacen que los puede contar.
En las emboscadas que les tiene puestas en las almadrabas de Denia
por ser fundado con tan buena estrella este pueblo que no sólo su
dueño se ve favorecido por el Rey, pero también enriquecido por un
Emperador. De manera que por este indirecto gozamos en nuestro mar
de Valencia de atunes y emperadores".
Doscientos años más tarde se seguía pescando de
la misma forma si nos atenemos a la descripción de José Castelló en
1786 y que atestigua en 1791 el Comisario Real de Guerra Antonio
Sáñez Reguart y que también supo dibujar en dicho libro Ramón Ronda
Cantó y donde Castelló cuenta: "También se coge crecido número de
atunes particularmente en las almadrabas de Denia y Benidorm: el
modo de pillarlos es muy singular: se disponen algunos barcos en
forma de arco, guardando entre sí cierta distancia, dos de ellos
están hacia tierra con redes, para sitiarlos y encerrarlos: vienen
los atunes muy arrimados a la costa, y ante que lleguen al matadero,
los descubren desde una atalaya tan claramente que casi se dejan
contar: descubiertos se hace la señal, y se empiezan a tender las
redes, de suerte que en breve tiempo les ciñen y acorralan, sin que
osen escaparse por ser en extremo medrosos, y sorprenderse de
cualquier cosa por chica que sea que vean en las aguas: luego los
pescadores algunos desnudos dentro del agua, y otros con
barquichuelos los matan con chuzos y otros instrumentos y los
recogen. Cuando es abundante la pesca, es tanta sangre que arrojan
los atunes, que tiñe el agua a una distancia considerable...".
El momento de matar al animal queda perfectamente
descrito por el botánico y naturalista valenciano Antonio José
Cavanilles y Palop (1745-1804) cuando comenta: "Causa admiración
que un animal tan corpulento como es el atún tema pasar por entre
cuerdas distantes entre sí unas varas; pero también es admirable el
tino de aquellos pescadores, que dan al atún de tal modo, que le
obligan a que el mismo salte al barco, aprovechando sus postreras
fuerzas para quedar muerto a los pies de quien lo hirió".
En un informe elaborado por Felipe de Orbegoso el
9 de julio de 1803 para el Ministerio de Marina (2) describe las
almadrabas activas en dicho año y que eran las situadas en:
1.- Cabo de Creux. Esta almadraba pertenecía al
conde de Lalaing, que anualmente gastaba en ella para reparación de
útiles, jornales y demás, mientras permanecía calada, de 100 a
120.000 reales de vellón, y que en el expresado cabo de Creux, en el
Hospitalet y cabo Saluo, "donde antes de ahora se caló varias
veces", produjo siempre grandes pérdidas a su propietario, por
no corresponder lo pescado a los gastos. "He sabido
posteriormente que en este año se halla calado en la Selva del mar,
y que en los cuatro meses que lleva en esta disposición, también son
las resultas infructuosas".
2.- Rosas. Pertenecía a los herederos de José
Madeval, médico de cámara que fue del rey. Anualmente se necesitaban
40.000 reales para gastos de su calamiento y demás atenciones y que
se evaluaban las ganancias anuales en 80.000 reales.
3.- Palmar. Perteneciente al duque de Medinaceli,
"quien la tiene arrendada por cuatro años a una compañía de
sujetos terrestres, reconociéndole el dominio de señorío, y una
contribución muy corta de cantidad determinada del pescado que en
ella se mate; pero con la condición de costear ellos de su cuenta el
importe de todo el armamento y demás gasto". Indica que en el
primer año dicha compañía había invertido en el calamiento de 7 a
8.000 pesos, los cueles perdió, excepto unos mil pesos que fueron el
producto de la pesca.
4.- Calpe. También del duque de Medinaceli, que
las tenía arrendadas a los mismos de Palmar por unos 3 o 4.000 pesos
anuales, siendo a cuenta de estos los gastos, estimándose que los
cubrían e incluso sacaban algunos beneficios.
5.- Benidorm. Igualmente del duque de Medinaceli,
que las tenía arrendadas a varios particulares a razón de 8 o 9.000
pesos anuales. "Parece ser que escasamente ha producido su pesca
en el tiempo que ellos la tienen, que será unos tres o cuatro años,
para cubrir todos los gastos, y que los veinte años anteriores que
un francés tuvo de su cuenta esta empresa, se hizo poderoso con más
de 20.000 pesos que ganó en ella".
6.- Escombrera. Pertenecía a la compañía mayor de
pesquera de Cartagena y que pagaban a la Corona la mitad de los
beneficios. "En los cuatro meses que existe calada cada año, que
es desde marzo a junio, trabajan en ella 200 hombres, entre quienes
se reparte la utilidad, que después de la ración diaria de pescado
que cada uno toma, y cubrir unos 50 o 60.000 reales que cuesta la
reparación y compra de útiles necesarios, puede graduarse que cada a
cada hombre, al fin de la temporada de 20 a 40 pesos de utilidad".
7.- Mazarrón. Perteneciente al pueblo del mismo
nombre, que la tenía alquilada a algunos sujetos de Cartagena por
7.000 reales anuales y de la anticipaban 70 o 80.000 reales que
costaba su calamiento y los jornales que costaban los treinta
hombres que se ocupaban de todas las faenas, estimándose que
obtenían un beneficio de 14.000 reales anuales.
8.- Cope. Pertenecía a la ciudad de Lorca y
estaba arrendada a personas de la misma localidad en unos 18 o
20.000 reales anuales, "debiendo graduarse las demás
circunstancias lo mismo que llevo dicho de la de Mazarrón".
9.- Agua Amarga. Pertenecía al marqués de
Villafranca, como duque de Medinasidonia. "No se caló en cinco o
seis años, porque sus arrendatarios perdieron mucho por haber sido
muy escasos los productos de la pesca; pero en el año pasado de 1802
se volvió a calar por unos sujetos de Cartagena, que entraron en
ella por unos 2 0 3.000 reales, y sin embargo de que para el
calamiento y demás operaciones gastaron más de 100.000 reales,
ganaron más de otros 200.000 líquidos".
10.- Cabo de Gata. Del mismo marqués de Agua
Amarga, lo tenía arrendado un patrón de Vera por la cantidad de
25.000 reales anuales, creó dicho patrón un consorcio con otros
catorce o quince que aportaron barcos y redes, yendo a partes
iguales en las ganancias y que no se consideraban importantes.
11.- Balerma. Del mismo marqués, que la tenía en
arrendamiento, por ocho años, a varios patrones que pagaban 2.600
reales anuales y que según decían no les reportaba beneficio alguno
y que la tomaron por no ver en sus costas pescadores forasteros.
12.- Tarifa. Igualmente del Marqués de
Villafranca. No se calaba desde 1796 por Real Decreto de fecha 6 de
septiembre de dicho año que decía: "Que en lo sucesivo no pueda
la parte del duque armar ni establecer la pesquera nombrada del
Sedal o Almadrabilla de Carboneros, en que no se pesquen atunes, ni
impedir a los matriculados que pesquen en todo aquel paraje con
barcas y redes que no sean atunarias". Como no era posible armar
en aquel paraje otra clase de almadraba que no fuera de sedal,
resultaba inútil al duque de Medinasidonia.
13 y 14.- Zahara y Conil. Ambas almadrabas, al
igual que todas las del litoral andaluz, eran propiedad del duque de
Medinasidonia, siendo estas las más productivas hasta entonces de
todo el Mediterráneo y sólo igualada de cerca, aunque sin llegar a
ser tan productiva, por la de Colibre en el Rosellón. Su propietario
ponía los aprestos y los útiles necesarios, con las fábricas para la
salazón y custodia del atún, gastando en ello anualmente 4.000
pesos, a lo que habría que sumar los jornales de los casi mil
hombres que cobraban entre 3 y 10 reales diarios diarios en época
pesca y que se extendía entre principios de mayo y 24 de junio. La
utilidad líquida que daba la almadraba de Conil, haciendo un cálculo
prudencial del último quinquenio, era de 40 a 50.000 pesos anuales y
la almadraba de Zahara producía 20.000 pesos anuales, utilizando la
misma media quinquenal.
La demarcación de los límites de ambas almadrabas
se fijaron en 1797, a consecuencia de la Real Orden ya mencionada en
la de Tarifa de 6 de septiembre del año anterior, y donde se
señalaron para cada una cuatro leguas barlovento, una a sotavento, y
otras cuatro a la mar, para que ningún matriculado pudiera pescar,
en el tiempo de las faenas, en aquella zona.
15.- Tula o Terrón. Se calaba, al igual que las
anteriores, a expensas del duque de Medinasidonia, desde el 13 de
junio al 15 de agosto. Se empleaban en ella de 80 a 100 hombres a
jornal, suponiendo que su gasto era de 13.000 pesos, siendo el
producto del atún de 25.000 y la utilidad anual de 12.000.
Pese a todo lo contado ya no era rentable el
negocio de la pesca del atún y los salazones por una serie de
razones que se intentaba en aquellos tiempos estudiar y que
básicamente consistían en:
1. Las artes utilizadas y conocidas como del bou,
que destruían y ahuyentaban, al ser de arrastre, a las sardinas y
los jureles, alimento de los atunes.
2. La mala organización de los gremios.
3. Al subido precio de la sal, que fue gravada
con grandes impuestos, siendo monopolio estatal.
4. La inseguridad que ofrecían los contratos de
arrendamiento por el corto tiempo de duración de aquellos.
5. Los procedimientos y condiciones de las
subastas.
6. La escasez de atunes.
7. La ineficacia de los reglamentos, ya que los
antiguos dueños entorpecían en normal desenvolvimiento, en el Nuevo
Régimen, de la actividad pesquera.
Aún con todos los razonamientos expuestos se
propusieron armar nuevas almadrabas en lugares que nunca antes
habían estado, encontrando solicitudes como las siguientes:
1859. Vicente Boronat, para establecer una
almadraba de monte y leva en el cabo Ifac o Ifach en Alicante.
1860. Francisco Morales Cifuentes, instalar
almadraba en Torre de Castilnovo, entre Conil de la Frontera y El
Palmar (Cádiz). Esta almadraba estuvo en funcionamiento en la
antigüedad en el siglo XVI, junto a la torre vigía que fue destruida en el terremoto de
Lisboa.
1860. Miguel Ors y Bayona, almadraba de monte y
leva en la ensenada de Arenilla en Tarifa (Cádiz).
1862. Pedro Llorca, almadraba en Villajoyosa
(Valencia).
1863. Ladico Hermanos solicitan almadraba en la
costa sur de Menorca.
1863. Rafaela Pascual de Bonanza solicita permiso
de alzar almadraba en la isla de Tabarca ( a 22Kms. de Alicante).
1863. José María Albanés, almadraba en Cabo Roig
en Tarragona.
1864. Diego Ureba, almadraba en Bahifora, Rota
(Cádiz)
Evidentemente ninguna prosperó durante mucho
tiempo porque desde entonces la pesca del atún en el Mediterráneo
está casi en fase de extinción, algo que merece otro trabajo más
adelante.
(1). Nouvelles fouilles de Tello, editado en
1910, pág. 81.
(2). Cesáreo Fernández. Reglamento de las almadrabas de 1866.
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