LEYENDA CHIBCHA DE LA PRINCESA DE LA LAGUNA DE GUATAVITA

Carlos Azcoytia
Noviembre 2006

Cuando el invasor español Jiménez de Quesada conquista, que no descubre, el pueblo chibcha que habitaba en la laguna de Guatavita en el departamento de Condinamarca, a tan sólo 80 Kms. de lo que hoy es Santa Fé de Bogotá en Colombia, allá por el año 1537, descubre una leyenda de amor y muerte que daría origen a otra leyenda basada en la ambición, la del Dorado, que eclipsaría a esta.

Este pueblo chibcha estaba regido por un zipa o cacique, el cual tenía su palacio en la ciudad de Guatavita, famosa por ser la plaza mejor fortificada de su tiempo. Sus habitantes eran inteligentes e industriosos y estaban considerados los mejores orfebres del reino. Eran quienes tallaban las mitras de los jeques, los que hacían las diademas de oro engarzándolas con las hermosas piedras verdes traídas de Muzo y Somondoco para los reyes.

El cacique de estas tierras llamado Sua tenía una esposa favorita a la cual mimaba con las galas más ricas, pero su afición a la chicha, cerveza de maíz de los indios, y a las orgías, hacía que descuidara sus obligaciones de amante, ocasión que fue aprovechada por uno de los guerreros del poblado que tenía puesto sus ojos en esta bella mujer. La cacica no fue insensible a los requerimientos de este hombre, de cuyas orejas y nariz pendían magníficos aros de oro y su frente estaba adornada de vistosas plumas de papagayo y esmeraldas, signo inequívoco de su nobleza.

Una noche, mientras reinaba la animación y el bullicio en el palacio, este hombre le dio a Sua una vasija de totuma rebosante de chicha y luego otra y aún otra más, hasta que la embriaguez lo venció. El vasallo no había probado el alcohol, sólo contemplaba a esta bella mujer, y cuando estuvo seguro que su señor estaba dormido se acercó silenciosamente a su amor, la cogió entre sus fuertes brazos, la llevó a su bohío y dejó caer la cortinilla de juncos que tapaba la entrada.

Lo mismo ocurrió durante tres noches seguidas, pero a la cuarta, una vez caída la cortina de juncos tras los amantes alguien los estaba observando, la más antigua de las mujeres del cacique, que era también la más vieja y celosa de la hermosura de la muchacha infiel. No tardó mucho en correr junto a Sua para informarle con el fin de que se vengara de los dos amantes.

En un principio el cacique quedó agobiado por el dolor, pero después se irguió furibundo crispando su mano derecha en la empuñadura de su cuchillo. La cólera cegaba sus ojos y con un grito llamó a su guardia y allí mismo dictó órdenes tan severas que hasta sus fieros guerreros quedaron petrificados.

Al amanecer todo el pueblo fue testigo de la venganza del marido burlado. Atado a un poste pintado en rojo estaba el amate, rodeado de soldados y frente a él, sujeta por dos esclavos, la esposa infiel que era obligada a presenciar el castigo.

Con ojos desencajaos y llenos de terror vio como cortaban a su amante las orejas, los labios, la nariz, le sacaban los ojos y le cortaban el pene, después le abrieron el vientre y la sangre le salpicó la cara. Arrancaron su corazón que aún palpitaba, lo asaron allí mismo y le obligaron a comérselo.

Pero la venganza y el castigo no terminó ahí y Sua ordenó, para que sirviera de escarmiento a todas las mujeres, que en todas las fiestas se relatara el delito y el castigo de la adúltera.

Terrible venganza que se perpetuaba en el tiempo, al cantar los trovadores bajo su ventana cada noche el suplicio de su amante, para que no olvidara jamás la afrenta.

La princesa no pudo resistir mucho tiempo la humillación y una noche mientras Sua dormía cogió de la cuna a la hija que tenía con él, la apretó contra su pecho y huyó del poblado. Sin rumbo fijo, en medio de la noche, escapó hacia las montañas iluminadas sólo por la luz de la Luna. Corrió por los empinados caminos hasta que los guijarros y las zarzas fueron dejando un rastro de sangre tras ella. Como un animal acosado, sin saber donde ir llegó a lo alto de un cerro que se alzaba sobre el lago, por un momento se detuvo, sintió el frío de la noche en sus huesos, apretó más contra su pecho a su hija, miró las quietas aguas que reflejaban como un espejo la luz de la Luna y sin pensarlo saltó. La caída hasta el lago fue lenta, como en un sueño, hasta que las aguas se abrieron para dar cobijo a aquella desgraciada, dejando como único rastro una serie de olas concéntricas que besaban la orilla y los juncos.

Entretanto el cacique se había despertado y al ver que su esposa no estaba junto a el dio orden que la buscaran, pronto el poblado se llenó de luces de antorchas y voces. Fue un sacerdote el que dijo que había visto la silueta de una mujer con un bulto en brazos como saltaba al lago desde lo alto de unas peñas. 

Pronto todos se dirigieron a la orilla, los sacerdotes hicieron una gran hoguera intentando romper la ceguera que imponía la noche mientras, entre conjuros, arrojaban piedras a las llamas hasta que se ponían al rojo; después uno de los jeques se quitó las vestimentas y se lanzó al agua despues de haber tirado las piedras al lago.

El tiempo pasó tan despacio para Sua, que todavía seguía enamorado de esa mujer, que parecía que los latidos del corazón se paraban, hasta que de nuevo el enviado salió de las aguas. Se presentó ante su señor y le contó que había visto a la princesa y a su hija en lo más profundo de las aguas, que eran felices viviendo en un palacio rodeado de bellos jardines y que por mandato del dios vivirían allí, desde donde se ocuparían de remediar las necesidades de su pueblo.

Desde entonces, de todo el reino Chibcha, venían peregrinos en romería al lago Guatavita trayendo dádivas al genio de la laguna para que los amparara en su vida o para pedir que sanara a algún familiar enfermo o simplemente para que sus cosechas fueran generosas en el estado de subsistencia en el siempre vivieron los indios y los sacerdotes contaban que en noches luminosas, como aquella donde la princesa se había suicidado, esta se aparecía entre las aguas anunciando la muerte de los príncipes o prediciendo hambres y epidemias a su pueblo.


                                                                                                             Leyenda sacada de un relato de la escritora Bárbara Viu y otros lugares de Internet

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