Libros sí,
hamburguesas también
Nota
aclaratoria: Este
artículo fue publicado el sábado
18 de
enero de 1997
en el programa de radio CAMPAMENTO
LITORAL, emitido por Radio Universidad, ciclo en el que la escritora
colaboraba con un micro semanal
Para ver el curriculum de
Graciela Pacheco mire aquí
Este
largo y caluroso enero santafesino sirve como puesta en valor de muchas
cosas. La peor: confrontar los planes que elaboramos durante todo el año
lectivo sobre cómo aprovecharíamos las vacaciones para que sean tales,
pero también para hacer lo que durante todo el año laboral no podemos...
y la realidad del termómetro que nos pone ante la evidencia de que el
calor apenas nos permite el esfuerzo mínimo. Durante todo el año nos
proponemos una cosa, pero el verano decide otra.
En estos
casos asoma a mi memoria la genial poesía “Mujer en borrador”. Lo cierto
es que decidí “pasarme en limpio” y cumplir con lo que por trescientos
sesenta días me prometo: entrar a saco y espada en mi biblioteca y
arreglarla. ¡¡Al fin arreglarla!!
Así que
reuní las briznas de disciplina interior que apenas me quedaban, junté
hilachas de decisión, alguna que otra hebrita de mis mejores intenciones,
hice con ellas un atadito miserable y poniendo la escalera que mi marido
guarda en su “P.U.M.” (la Pieza de Usos Múltiples) (el cuartito de las
herramientas, ¡bah!) allá me trepé para alcanzar los estantes que la
altura defiende.
Pero
hacer precario equilibrio allá arriba, mientras ridículamente encaramada
leía, no fue lo peor. No, lo peor vino después y fue elegir. Toda
elección significa ejercicio de la voluntad. A Sartre le dolía tanto
tomar decisiones que escribió “estoy condenado a ser libre”. Y condenada
al ejercicio de mi “libero arbitrio” yo debía elegir y condenar muchos
papeles al exterminio. “Elegir, siempre es renunciar a algo”, escribió
Ingenieros.
. .
.éste sí, éste no, éste tampoco... éste menos. Elegir,
eso sí que fue difícil. Como
fue difícil darle lugar a todo lo que fue quedando. Libros, carpetas,
fichas y recortes periodísticos que sobrevivieron, se apretaron, se
apretaron... mis libros aumentan y los metros cúbicos de la habitación,
no. Fue como guardar un elefante, ingresándolo por la ventana. Pero ahora
está. Por fin las carpetas derechitas, los recortes en cajas etiquetadas,
los libros ordenados y enriquecidos con noticias de sus autores que les
guardo adentro. Todo ordenadito y etiquetado. Menos yo.
Debe ser
ésa la causa (el menjunje) para que me atreva a escribir sobre asuntos
que me son ajenos, como el l60º aniversario de un personaje famosísimo:
la hamburguesa.
Y estas
noticias son algo que leí allá arriba, en la escalera bamboleante:
resulta que varios ases de la cocina mundial sitúan los lejanos orígenes
en las “tortas de carne” que eran muy populares en los países de Europa
Central durante los Siglos XVIII y XIX. De Alemania pasó a América, según
leo en un viejo artículo de La Nación, en el que se cuenta la sabrosa
historia de esta comida folclórica del planeta Tierra.
El
restaurante Delmónico’s de Nueva York la llamó Hamburg Steak. En la
actualidad se consumen unas 200.000 hamburguesas por minuto en el mundo.
Al principio no fueron hechas con carne picada, sino con pequeñas rodajas
de carne machacada. Hacia l920 recién fueron elaboradas con carne molida
y acompañadas con anillos de cebolla. Por estas tierras, producto de la
transculturación, coexistieron hamburguesas con albóndigas.
Nuestra
albóndiga no puede negar su ascendencia árabe. El vocablo deriva de “al
bandunga”, la avellana y dice el diccionario de la Real Academia
que consiste en “bolas que se hacen de carne o pescado picado
menudamente y trabado con ralladuras de pan, huevos y especias y que se
comen guisadas o fritas.”
Mientras
escribo esto se me ocurre pensar que ambas nacieron, tal vez al mismo
tiempo, en geografías muy distantes y debidas al ingenio de la persona
que debía cocinar en épocas de “vacas flacas” y conocía el valor del
reciclaje. Un poco de esto, un poco de aquello, más lo que quedó del
mediodía bien picadito y ¡zas!!, acabo de inventar una comida universal.
Pero
aquellos eran otros tiempos. Nuestra cibernética posmodernidad ha creado
otras recetas: la “comida chatarra”, por ejemplo.
Y como
las viejas preceptivas del relato indicaban que a las narraciones hay que
darles un final redondito, para ir terminando ésta se me ocurre que uno
redondo, redondo como una hamburguesa, será el mejor. |