Alfredo La Torre, mi profesor de Historia de la Civilización, entró al aula del Colegio Claretiano como de costumbre, a la hora exacta, nos miró de reojo a los del tercero de media, ensayó un rápido saludo, luego ceremonialmente nos dijo: “Pido toda su atención y mucho respeto” mientras nos enseñaba su delgada y vieja libreta de notas, “Hoy les voy a leer y comentar algunos párrafos del Satiricón de Petronio... tienen que poner en juego toda su imaginación para viajar por el tiempo y el espacio... pueden acomodarse al lado de mis amigos Escolpio y Ascilto, invitados principales, al más fantástico banquete de la historia romana”. Es una noche de verano del año 21... ¿Ya están todos en su sitio?... Entonces podemos comenzar a servir los entremeses, muy opíparos y variados, para cada manjar tendremos fuentes de oro con el nombre grabado de nuestro anfitrión... Trimalción el Espléndido. En ese banquete, sirvieron como entrada principal, mejillones condimentados con miel y semillas de adormidera. En el centro del recinto, en una enorme parrilla de plata humeaban diversos tipos de carnes, en los costados habían colocado racimos de ciruelas y granadas, como decoración, arregladas de modo que parecieran llamas que brotaban del carbón. Los invitados estaban degustando esos suculentos potajes, cuando de pronto sonaron las trompetas y una marcial guardia ingresó portando a Trimalción, recostado en una litera mullida con pilas de minúsculos cojines de colores, su cabeza estaba pelada al rape, había sido maquillado con sombras azules alrededor de los ojos y lucia una impresionante túnica escarlata de fuego. Como otro detalle de última moda, se limpiaba la dentadura con un mondadientes de plata, mirando al infinito con aire distraído, mientras los invitados lo recibían con aplausos. Inmediatamente después fue traída una mesa con ruedas, en realidad era un carro alegórico, encima en espectacular fuente, una enorme ave de madera batía rítmicamente sus alas abiertas, forradas de plumas multicolores, parecía estar empollando. Los esclavos se acercaron, y al dar la orquesta unos sonoros acordes, revolvieron entre la paja y sacaron huevos pintados de pava real, los cuales distribuyeron entre los comensales. Trimalción, que seguía la escena muy atento, dijo: “Amigos, había ordenado que pusieran huevos frescos, pero temo que hayan empollado” y luego pidió que con las cucharas de plata, que habían sido distribuidas y que pesaban por lo menos media libra, rompieran las cáscaras, comprobando que unos contenían sabrosas pastas y otros exóticas flores bien sazonadas con especias. La orquesta volvió a sonar y la vajilla fue retirada de las mesas por hermosas esclavas. En la confusión una pequeña fuente de plata cayó al suelo; inmediatamente llegó pisando suavemente un servidor provisto de una escoba, con la cual barrió la valiosa fuente y la arrojó en una esquina junto con los demás desechos, mientras los invitados ovacionaban entusiasmados el gesto de derroche. El acto siguiente fue un sensacional show de magia. Ingreso lentamente al salón por la puerta de tramoya, un enorme globo, color naranja, transparente y luminoso, suspendido en el aire y girando lentamente. Los invitados quedaron estupefactos, sin explicarse como habían logrado ese mecanismo. Alrededor del globo, como un marco protector, había un rectángulo brillante, con blancas esculturas de los doce signos del Zodíaco. Delante de cada figura, que estaba adornada con una joya sensacional, un cocinero hacía volar por los aires cuchillos y tridentes de oro. En la mesa habían colocado manjares alusivos a cada un de los signos: Aries: Una alegoría de fuego, adornada con una joya de rubí, presentaba una humeante sopera de garbanzos. Tauro: Diversos tipos de espadas, con esmeraldas en las empuñaduras, clavadas en un escudo traspasaban trozos de carne asada. Géminis: Los mellizos Cástor y Pólux, lucían escudos tachonados con topacios, y a sus pies fuentes con criadillas, riñones y carne picada. Cáncer: De una olla nacarada y adornada con perlas, brotaban volutas de una sopa de cangrejos. Leo: Una hermosa cabeza metálica de un felino con ojos de diamantes, las fuentes contenían, corazón de león africano, trozado y macerado en vino tinto y ajos, dorado a la parrilla. Virgo: Una estatua de una virgen, con una espiga en la mano y vestida con una túnica de coral, adornada con jade, azurita y turquesas. Las fuentes contenían vulvas de marrana de leche adornadas con flores y manzanas. Libra: Una balanza giratoria, que lucia al centro un enorme zafiro, tenia en uno de los platillos porciones de pastel y en el otro frasquitos de miel. Escorpio: Una enorme langosta roja de berilio, se movía al ritmo de un exótico compás. En las fuentes pasteles de mariscos de diferentes colores. Sagitario: Un centauro, con incrustaciones de turquesa, calamita y turmalina verde. Las bandejas lucían doradas liebres bañadas con una salsa de caracoles. Capricornio: Una cabra montesa de ámbar, en las fuentes trozos de costillar, bañados con salsa de miel y especias. Acuario: Un cántaro de oro suspendido, dejaba caer un chorro de aguamarinas, simulando el liquido elemento, en las fuentes multicolores ensaladas. Piscis: Dos impresionantes peces de plata, atados por la cola, con una cuerda de amatistas, al parecer nadando en sentidos opuestos. En las fuentes infinidad de frutos del mar. Mientras los finos vinos corrían a raudales, especialmente el Falerno Opimiano, llegaron unos criados que pusieron en los divanes fundas bordadas con escenas de caza. Los invitados se preguntaban que significaría eso, cuando de pronto entraron dando saltos unos enormes mastines espartanos, seguidos por guerreros con uniformes camuflados con ramas frescas, algunos cargaban en una especie de litera, una jabalina parada realmente inmensa, parecía viva. De sus colmillos colgaban dos cestas de palma llena de dátiles, y prendidos de sus tetas había lechoncillos simulados de pasta de almendra. Se aproximó, para trinchar la jabalina, un mulato gigantesco de gran barba, con rústica capa de cuero echada a los hombros, el cual sacó su cuchillo y lo clavó de un bárbaro golpe en el flanco de la jabalina. La carne se abrió, estalló la herida y, con un zumbido salieron volando docenas de estorninos vivos!. Varios cazadores de pájaros acechaban, provistos de unas especiales redes, muy pronto los atraparon a todos y desaparecieron tras una cortina musical. Después, unas sensuales danzarinas limpiaron el recinto, con una especial coreografía y el respectivo acompañamiento musical. Siguiendo la función, los auxiliares trajeron tres marranos vivos, con bozales y cascabeles, Trimalción preguntó: ¿Cuál eligen para comerlo?...y sin aguardar el resultado de la votación, dio orden de que se sacrificase el de mayor edad, los camareros regresaron enseguida con un enorme cerdo asado, casi tan grande como la mesa principal, los invitados se quedaron atónitos ante la celeridad del cocinero, pero Trimalción rugió: …..¡Cómo!... ¿Qué es esto?... ¡Por los dioses, este cerdo no ha sido destripado! ¡Traedme inmediatamente al cocinero!. Un joven cocinero se acercó arrastrando los pies, con cara muy compungida, y confesó que se había olvidado de limpiar al cerdo. ¿Qué te olvidaste? – Tronó Trimalción - ¿Qué te has olvidado de destripar el cerdo?, ¡Quitad a este hombre sus túnicas!... y en un instante el cocinero quedó allí desnudo y desesperado... entre dos enormes guardias, amenazantes y con la espada en alto. Los invitados, después de un breve y expectante silencio, intercedieron por él, pero Trimalción dijo: “Pues, ya que tu memoria es tan mala, puedes destripar el cerdo ahora mismo, aquí delante de todos, para comprobar tu destreza y con ella te va la vida”... el desnudo cocinero tomó un cuchillo con mano temblorosa y dio un tajo en el vientre del animal... de pronto brotaron, no las tripas, sino ¡abundantes ristras de salchichas y morcillas! Que fueron servidos por un armonioso tropel de mozos y mozas completamente desnudos, mientras los asistentes aplaudían complacidos. En un momento, el artesonado del techo empezó a retumbar como un terremoto y la sala entera vibró, varios saltaron aterrorizados, súbitamente los paneles se abrieron y por las brechas comenzó a descender pequeños aros, de los que pendían collares de oro y frasquitos de perfume, todo según se dijo, eran obsequios para los invitados a esta cena memorable... El aula del Colegio Claretiano quedo en silencio, mis jóvenes condiscípulos, estaban todavía con la boca abierta por el impacto del relato, hasta que un comentario fuera de lugar, rompió el hechizo romano. Fue el mío, que alzando mi mano izquierda, y con el signo de la “v” de la victoria, que en este caso significaba “permiso para hablar”, le dije: “Profesor... El tal Petronio es un exagerado, su historia es increíble” y Alfredo La torre, me respondió... “Jaime, eres de verdad un atrevido, tratas de enmendarle la plana a uno de los grandes de la historia,... seguramente serás ingeniero, no te importara la historia y te perderás la principal sustancia de la vida, el encanto del pasado que debería guiarte el futuro. la historia no hay que creerla solamente, hay que sentirla, pobre de ti si no la haces”... sentencio, mientras yo me sentaba y bajaba mi mano izquierda algo desconcertado. Algunas décadas después de esta inolvidable lección, yo acostumbro a preparar mi conferencia sobre “Historia de las Cenas Memorables”, recordando a mi querido maestro Alfredo La Torre, leyendo su apreciado cuaderno de apuntes, escrito a mano, con letras grandes y perfectas, que me dejó como preciada herencia. Después he leído muchas versiones sobre este episodio de la historia, las tengo archivadas todas, pero por supuesto, ningún interprete tiene la pasión y minuciosidad de Alfredo La Torre. Comienzo mi curso de Historia de la Gastronomía, comentando a mis alumnos sobre la existencia, a través del tiempo, de cientos de fantásticos personajes, protagonistas de maravillosas historias, pidiéndoles su respeto absoluto... y en este caso en particular, por ese extraño personaje que fue Trimalción el Espléndido. |
Salir de esta página |
|