LA ALIMENTACIÓN EN LAS COMUNIDADES ORIGINARIAS DE LA PATAGONIA (Segunda parte)
Estudio de
Miguel Krebs
Agosto 2010
¿QUE HACÍAN LOS INDIOS DE TIERRA DEL FUEGO EN PARÍS? Hacia mediados del siglo XIX, Europa estaba sumergida en una serie de conflictos políticos y sociales, gran parte de ellos, provocados por el acelerado avance de la revolución industrial que permitió el ascenso de la burguesía y la creación de una clase media por encima del proletariado, que provenía de las zonas rurales en busca de trabajo. Sin embargo, muchos fueron los empresarios – y no precisamente industriales o banqueros – los que se enriquecieron en muy poco tiempo, gracias a su habilidad para captar lo que la gente buscaba en materia de esparcimiento y diversión, en particular, en los centros densamente poblados, ofreciéndoles espectáculos y atracciones que los sorprendieran entre lo mágico y lo sobrenatural, entre lo exótico y lo misterioso. Surgieron así magos, ilusionistas, artistas arriesgados y embaucadores de toda laya, con el fin de atraer a un público ávido de nuevas experiencias y emociones. ¿Quiénes fueron las víctimas capaces de satisfacer la curiosidad y el morbo de este público? En primer lugar, los animales, que eran apresados por experimentados cazadores con un sólido respaldo financiero, que les permitían viajar a lugares exóticos, poco explorados y casi siempre peligrosos, con el objetivo final de vender sus presas a zoológicos y circos. En Alemania, Karl Hagenbeck fue el paradigma de los comerciantes de animales, proveedor de jardines zoológicos, además de domador y director de su propio circo. Fue proveedor de Albert Geoffroy Saint-Hilarie, director del Jardín de Aclimatación de París, creado por su padre Isidoro, que para 1866 poseía una enorme variedad de especies animales. La segunda víctima para una reducida guía del ocio del siglo XIX, fue el propio ser humano, exhibido como fenómeno etnológico, tan de moda en la Europa colonialista de aquellos años. Hagenbeck, cuando vio que su negocio comenzaba a declinar en 1870, se le ocurrió crear un zoológico humano, trasladando familias enteras de su hábitat natural a otro prefabricado, en el cual debían continuar su rutina pero limitados por un enrejado que le permitía a los visitantes “civilizados”, contemplar vida y costumbre de estos seres traídos de tierras lejanas y extrañas. Así comenzó Hagenbeck en 1874 con una muestra itinerante de hombres, mujeres y niños lapones y samoanos. En 1876 fue a la caza de nativos nubios en Egipto, que en una muestra por París, Londres y Berlín, obtuvo un éxito inmediato de público. Entusiasmado, y con el apoyo de Kart Virchow, médico patólogo, científico y político, fundador de la Sociedad de Antropología Alemana y con la colaboración del gobierno chileno, prosiguió con el rapto de 11 indios de la etnia kawesqar o alacalufes en el sector chileno de Tierra del Fuego, los que fueron trasladados y expuestos por otras tantas ciudades europeas.
En 1883-84, hizo otra tournée con un grupo de 14 mapuche pertenecientes a la araucanía chilena, siendo exhibidos en el ya comentado Jardín de Aclimatación de París. Esta costumbre de utilizar como coto de caza humana al territorio de Tierra del Fuego, la adoptaron otros extranjeros con los mismo fines; tal fue el caso del empresario belga Maurice Maitre que secuestró 11 indios, entre hombres, mujeres y niños, de la etnia selk-nam para ser exhibidos en la exposición mundial de París de 1889, con un final trágico, y un año más tarde, dos geólogos franceses, Polidoro Willems y Enrique Rousson, enviados por el gobierno francés para realizar estudios científicos en Tierra del Fuego, “tuvieron un comportamiento impropio con los indígenas”, según lo expresa el sacerdote misionero Martin Gusinde. A todos estos mercaderes de seres humanos, les cabe una frase del norteamericano P. Y. Barnum*, que bajo la misma ideología afirmaba: “Todo es válido para vender en la vida”.
TIERRA DEL FUEGO Observemos por un momento un mapa del continente sudamericano y prestemos atención a ese pequeño territorio con la forma de un pie sobre el cual se apoya toda América Latina; veremos que en la punta del dedo gordo, se encuentra la Bahía Buen Suceso; el arco, un tanto vencido por soportar todo el peso del enorme continente, es el lago Fagnano; el talón corresponde a Puerto Yatour, casi apoyado sobre la isla Dawson en el sector chileno, y el tobillo, está limitado por la Bahía San Sebastián al este y Bahía Inútil hacia el oeste, de manera que esta Isla Grande de Tierra del Fuego más la infinidad de islotes que la rodean, ocupan una superficie de aproximadamente 50.000 kilómetros cuadrados. La Tierra del Fuego estuvo habitada por tres tribus principales: los Alacalufes o Kawesqar, al oeste, los Selk-nam u Onas, septentrionales y meridionales en el centro, los Yámanas en el grupo de islas en el sudoeste, y la etnia menor, los Haush, en la punta del dedo gordo de este imaginario pie. Antonio de Herrera y Tordecillas, cronista mayor de Felipe II y Felipe III, en su obra “Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del mar Océano que llaman Indias Occidentales”, describe el trayecto que hace Fernando de Magallanes en noviembre de 1520, por el estrecho que luego llevará su nombre, y remarcando lo inhóspito de estas tierras: “Y aquí se notó bien, que era esta tierra mui áspera, y fría; y porque vian de noche muchos fuegos, la llamó la Tierra del Fuego”, porque efectivamente, el fuego fue el elemento vital para su supervivencia. LOS SELK-NAM
Todo hace suponer que los selk-nam son parientes cercanos de los tehuelches o patagones, en particular por su contextura física y altura, que cruzaron hacia Tierra del Fuego cuando esta todavía estaba conectada con el extremo sur del continente (la actual provincia de Santa Cruz.) El nombre selk-nam no tiene traducción y es así como ellos se autodenominan para diferenciarse de sus vecinos, pero la tierra que habitaban, es decir, toda la Isla Grande de Tierra del Fuego, nunca le habían dado nombre propio. El nombre Ona, es el que le dieron sus vecinos Yámanas, que significa “hombres de a pie”. Si bien se habla de los selk-nam como una sola etnia, en la práctica, estaban divididos en septentrionales y meridionales, es decir, desde el Estrecho de Magallanes hacia el Río Grande, el terreno mantiene casi las mismas características pampeanas del sur continental, con un paisaje de escasa ondulaciones, arenoso, carente de bosques, detalles que influyeron en su alimentación y vestimenta. En esta zona abunda el cururo, un pequeño roedor que vive en galerías subterráneas y de hábitos nocturnos, además de una amplia variedad de ánsares, patos silvestres, cisnes y flamencos. El principal alimento fue la carne del cururo y su piel, convenientemente tratada y cosida, proporcionaba abrigo como única prenda de vestir. Del río Grande hacia el extremo sur de la isla, el paisaje cambia rápidamente dominado por bosques, montañas, ciénagas y pantanos. A este medio, mucho más hostil para la subsistencia de los selk-nam meridionales, se agregan los fuertes vientos y las muy bajas temperaturas durante el invierno. En contraposición a los selk-nam septentrionales, el alimento básico era el guanaco, cuya piel era empleada como única prenda de abrigo, aunque ocasionalmente lograban cazar zorros y lobos marinos. Estas marcadas diferencias territoriales, condicionaban el empleo de los instrumentos de caza, porque los selk-nam del norte empleaban con mayor frecuencia la onda, en tanto que en el sur, preferían el arco, las flecha y el venablo para pescar. EL FUEGO Los selk-nam no tenían asentamientos estables porque la búsqueda de alimento basada casi exclusivamente en el guanaco, les obligaba a seguir el rastro de este animal, difícil de domesticar, muy rebelde, y según se tratara la época del año, el indio debía recorrer distintos parajes para poder cazarlos. Por esta razón carecían de elementos estables para conformar una vivienda y lo único que acarreaban en su trashumante recorrido, eran las pieles y estacas con las cuales podían armar una choza de forma cónica con troncos y cueros, o un paravientos, que se levantaba rápidamente con aquellas estacas enterradas en el suelo, cubiertas con las pieles de guanaco y sobre ellas, algunas ramas más. Pero en ningún caso, podían prescindir del fuego, elemento esencial para su subsistencia. Para encender un fuego, que siempre fue por percusión, llevaban consigo una bolsita, casi siempre confeccionada con piel de zorro, atada a la cintura con tendones de guanaco trenzados la que contenía bolitas de pedernal, un trozo de pirita, y como yesca, bejín, un hongo comestible seco, que era desmenuzado y colocado sobre un trozo de piel. Apenas caían las chispas producidas por el choque entre los dos minerales sobre las esporas, debían soplar suavemente, y con el agregado de lana grasosa de guanaco, encendían el fuego.
LA CAZA Eran muy pocos los productos vegetales con los que podían contar los selk-nam para su alimentación, razón por la cual, su único medio de subsistencia fue el guanaco y algunos peces. La pregunta que cabe hacerse aquí, es: ¿Como era posible que estos hombres causaran tanta admiración a cualquier persona que hubiera tenido contacto con ellos, resaltando su talla y contextura física, además de resistir casi sin protección las bajas temperaturas, siendo solamente consumidor de carne de guanaco? Una teoría del Juan Revenga Frauca, presidente del Colegio de nutricionistas y dietistas de Aragón, sostiene que “la talla y la complexión de una tribu está en primer término, condicionada por su herencia genética, y si estos indios eran “grandes”, se debe más a su legado genético que al estilo de alimentación. El tener una fuente importante de proteínas de origen animal (y por tanto de alto valor biológico) sería suficiente para favorecer y mantener el crecimiento de dicha musculatura.” A diferencia de los tehuelches, los selk-nam no conocían el caballo, lo que de alguna manera, les obligaba a emplear otras estrategias para cazar guanacos, aunque siempre lo hacían acompañados por perros, los que si bien no son originarios de estas tierras, seguramente son el producto del mestizaje de los descendientes de aquellos alanos traídos por los conquistadores y otras razas llevadas por los demás visitantes a la Tierra del Fuego. El guanaco predominaba al sur del Río Grande y en menor medida, en el área de los selk-nam septentrionales, pero esta carencia en su alimentación era sustituida por el cururo. El guanaco suele emigrar en primavera y verano hacia los cerros y regresa en busca de alimento a los valles cuando caen las primeras nevadas. El padre Martin Gusinde, perteneciente a la Congregación del Verbo Divino, cumpliendo con los objetivos de esta Misión, fue el investigador que con más autoridad ha estudiado la vida de los pobladores de la Tierra del Fuego. En el tomo I de su obra Los Indios de Tierra del Fuego, describe una cacería del guanaco con todo detalle, una vez que se lo ha localizado y acorralado por los perros, que lo inmovilizan hasta la llegada de su amo. “A una distancia de veinte o treinta metros dispara la flecha, a la parte superior del pescuezo del animal y la atraviesa. El animal herido nunca cae fulminado, sino que sigue corriendo cierto trecho. Lo acompañan los perros aullando y ladrando. El dolor y el miedo le hacer agachar profundamente la cabeza, mientras corre siempre cuesta abajo. Los perros lo siguen con suma facilidad saltándole a la cabeza y al cuello, le muerden la cara, se cuelgan con el hocico en los labios y las orejas del animal e hincan sus filosos dientes en su pescuezo. El cazador sigue apresuradamente los rastros de sangre y el ladrido de los perros. Hay veces que tendrá que recorrer largas distancias hasta que el guanaco se desplome; dependerá de la herida y el encarnizamiento de los perros.” Está claro que los selk-nam jamás podían prescindir del perro para obtener su alimento. Cuando la caza se organizaba entre varios miembros de la comunidad, estos se distribuían a los costados de las sendas por donde los guanacos descendían de los cerros para beber. Cuando los perros azuzan a los guanacos, estos por costumbre, toman el sendero transitado cientos de veces para abrevar en algún lago, y es allí, donde son sorprendidos por los indios que usando como parapetos piedras y arbustos, lanzaban sus flechas. En su relato, el padre Gusinde hace una descripción de la faena del guanaco: “Si el cazador ha logrado capturar un animal se aprestará a destriparlo allí mismo. Tiende el animal sobre la espalda y le abre la cavidad visceral mediante un corte longitudinal. Arroja a los perros el estómago, las tripas, el bazo y el hígado, a veces también el pulmón. Cuelga el corazón junto al fuego para que se ase, después de haber practicado algunos tajos en él. Antes había separado un trozo de tripa del largo de un antebrazo y, dándolo vuelta, lo había vaciado. Al separar el corazón y el pulmón se acumula mucha sangre en la cavidad abdominal, que se verterá en ese trozo de tripa y se atarán los extremos con dos palillos, como lo hace el salchichero. Luego el hombre cocerá en las cenizas esta codiciada morcilla, el primer producto de sus afanes.”. Como consecuencia del agotamiento, por tratarse de una cacería complicada, el indio descuartizará al guanaco en el lugar que fue abatido, pero antes, tendrá que desollarlo, y para ello necesitará ejercer mucha fuerza, ya que lo hará a mano sin utilizar ningún elemento cortante para no arruinar la piel, comenzando por el tronco, y solo en las patas cortará el tejido conjuntivo más grueso y los tendones de las articulaciones. La piel tendrá prioridad en el transporte hasta su choza porque corre peligro de pudrirse antes de ser tensada para su tratamiento. El resto de la carne, si no puede transportarla, la troceará como si fueran jamones y la dejará sobre las ramas gruesas de un árbol, cubiertas con otras más pequeñas y secas, para protegerla de los zorros y aves de rapiñada. “Después de concluir sus tareas, enciende el fuego, pero antes de acurrucarse junto a él se limpia cuidadosamente las manos ensangrentadas, con el blando contenido de las tripas del guanaco descuartizado, que contiene escasa humedad y es levemente áspero” Gusinde seguramente se refiere a lo que en España se conoce como callos y en Argentina, mondongo. La tarea de cazar queda reservada exclusivamente a los hombres y si por alguna razón, este se ausentaba por algún tiempo, la mujer ira de caza, probablemente acompañada de otras mujeres, pero totalmente desarmadas, quedando a cargo de los perros, la matanza del guanaco, para lo cual tienen gran habilidad de perseguirlo a muerte y clavarle los colmillos en las arterias del cuello hasta desangrarlo. También era tarea de la mujer en materia de alimentación, recoger algunos frutos silvestres y verduras, que por lo general eran muy escasas, y solo ocasionalmente, complementaba su dieta. Si bien los terrenos transitados por los selk-nam no resultaban favorables para la pesca, solían hacerlo en algunas lagunas y bahías como reemplazo ante la carencia de guanacos. La tarea de la mujer en cuanto a la alimentación de su familia, consistía en pescar con un venablo los peces que quedan chapoteando en lagunas y resquicios junto a las piedras cuando bajaba la marea, y en ocasiones, solía emplear una rama a la que ataba en un extremo un hilo delgado hechos de juncos, y en el opuesto, un trocito de carne sin anzuelo. Cuando el pez lo mordía, la india daba un rápido tirón y lo sacaba del agua, aunque a veces, se cortaba el hilo y se perdía la presa. Cuando la pesca era abundante, pasaba una cuerda de juncos trenzada por la boca y las agallas de manera que los pescados quedaban acomodados en una hilera muy apretados y se los ponían a secar al sol o ahumarlos.
Los selk-nam septentrionales, además de cazar coruros, se proveían de una gran variedad de aves como patos, avutardas, cisnes y flamencos, en las muchas lagunas que tiene la zona norte de la isla. Carlos R. Gallardo en su libro “Los Onas: Tierra del Fuego”, relata la manera muy particular que tenían los indios para cazarlas, que consistía en no hacerlo durante dos o tres meses, visitando la laguna con mucha frecuencia para que las aves se fueran habituando a su presencia. “ Pasado ese tiempo, y aprovechando una noche oscura y lluviosa, se dirigen a ella 25 o 30 indios e indias provistos de antorchas hechas de motilla seca la parte exterior y la interior rellenas con hojas secas, todo ligado con nervio de guanacos. La antorcha se lleva encendida pero teniendo cuidando que haga llama. Estando todo listo, los que toman parte en la cacería, rodean la laguna y recién entonces prorrumpen en una gritería infernal que hace que las aves vuelen asustadas. Ha llegado entonces el momento de hacer que las antorchas produzcan llamas, para lo cual se las agita vivamente. Las aves revolotean, se precipitan en la laguna y allí también entran los indios con la antorcha en la mano izquierda y un palo en la derecha con el cual matan a las aves azoradas, arrojándolas a la orilla”. En cambio, el cururo, (su nombre proviene del sonido que emite - curu curu - cuando se encuentra en peligro), es un roedor de costumbres nocturnas, de carne blanda y sabrosa, de piel suave y abrigada, que sale de su cueva subterránea con el ocaso, en busca de alimento. El indio aprovecha ese momento para localizar la entrada de la cueva, y con un palo de punta afilada y en el extremo opuesto, una agarradera de cuero en forma de pelota, la introduce hasta dar con el nido, que a su vez deriva en otros túneles. Con pequeños golpes sobre la tierra, el indio localiza los distintos ramales que construyó el animal y luego de escarbar con las manos sobre cada uno de los tramos, dejará una delgada capa de tierra y clavará una rama o palillo para indicar al resto de los buscadores, que esa madriguera le pertenece. “Al alba del día siguiente el mismo hombre se acerca sigilosamente a los puntos marcados y, dando un fuerte golpe con el talón, hunde repentinamente la delgada capa de tierra. El animal queda sepultado, aplastado y casi siempre muerto.” Si el animal sobrevive, el indio le atraviesa el pescuezo de un mordiscón o se lo retuerce. PREPARACIÓN DE LOS ALIMENTOS El selk-nam carece de todo tipo de vajilla y cubiertos. La carne, como único alimento, generalmente está colgada fuera de la choza y cuando le apetece comer, corta una lonja de aproximadamente de 2 a 4 centímetros de grosor, la asa o la cuece al rescoldo. Come poco y varias veces al día, razón por la cual, siempre habrá fuego encendido y brasas. Si se trata de comer un pedazo de carne jugosa, la monta sobre una estaca de madera verde, la clava en la tierra de forma inclinada cerca del fuego y la va rotando cada tanto para que se cueza en forma pareja, quedando el exterior con un aspecto tostado, y por dentro, se mantendrá tierna y jugosa, pero no es costumbre de esta etnia, comer carne cruda. Algunos solían coser a fuego lento la cabeza del guanaco para luego comer los sesos estofados. Si en alguna ocasión sus vecinos Haush los invitaban a compartir carne de ballena o león marino, aprovechaban el tocino en trozos para asarlos a fuego lento como si se tratara de chicharrón. Respecto al fuego, era lo primero que se preparaba una vez montada la choza o el paraviento y en el centro se colocaba el hogar de unos 50 centímetros de diámetro donde se acumulaban ramas secas. Los selk-nam septentrionales, tenían bastantes más dificultades para hacer fuego dado que el terreno que habitaban, carecía en gran medida de arbustos, bosquecillos o matas. Por el contrario, el sur era pródigo en materia de bosques y árboles, lo cual facilitaba enormemente superar los períodos invernales. Si se acampaba durante varios días, el fuego debía estar permanentemente encendido, y por la noche, se acercaba al centro del fogón, un tronco de madera apoyado sobre una cuña para que no quedara al ras del suelo, y a medida que se iba consumiendo, se lo acerca al centro para que irradiara constantemente calor.
GENOCIDIO DE LAS COMUNIDADES INDÍGENAS DE TIERRA DEL FUEGO La extinción de los pueblos originarios de Tierra del Fuego ocurrió en el corto lapso de tres décadas a consecuencia de las matanzas indiscriminadas provocadas por los buscadores de oro y estancieros inescrupulosos, con la anuencia de las autoridades argentinas y chilenas. En 1887, Julius Popper, un ingeniero rumano en minas, tuvo conocimiento en su viaje por América Latina, que en Tierra del Fuego se había encontrado oro. Ni corto ni perezoso, viajó hacia la isla pensando encontrar el mítico Dorado o la ciudad de los Césares, pero se topó con una realidad absolutamente distinta; aquello era un páramo. No obstante, realizó importantes estudios sobre las características del terreno y presentó en Buenos Aires, un proyecto muy ambicioso para extraer oro, logrando reunir a una serie de capitalistas que fueron convencidos por el carisma y verborrea de Popper. Es así que se instala la Compañía Anónima Lavaderos de Oro del Sud en un lugar al que bautizó como El Páramo. Popper, en su megalomanía, llegó al extremo de creerse dueño de la Isla Grande, acuñando su propia moneda, imprimiendo sus sellos postales y manteniendo un ejército privado. La noticia sobre el descubrimiento de yacimientos auríferos corrió como un reguero de pólvora, haciendo que cientos de aventureros de toda laya, muchos provenientes de Europa, convergieran en Tierra del Fuego, ignorando los derechos consuetudinarios de las comunidades originarias, empleando la prepotencia y una violencia desmedida. Pero el sueño dorado, duró lo que dura una flor, y al poco tiempo, cayeron en la cuenta que el negocio no era rentable. Cuando el 1889 la empresa de Popper quiebra, no tiene mejor idea que ofrecer sus servicios como cazador de indios, junto con otros fracasados que quedaron a la deriva. Limpiar la isla de indios era la prioridad que imponía el momento y estos facinerosos fueron contratados por estancieros y capataces, cuyo principal referente fue el asturiano José Menéndez, acusando a los indios de robar sus ovejas. La realidad fue muy diferente; el ganado lanar que comenzó a expandirse por los terrenos que ocupaban los guanacos, y que los estancieros, en connivencia con las autoridades argentinas y chilenas, usurparon a las comunidades indígenas, no les dejaba otra alternativa que robarlas para poder alimentarse, y no para comerciar, como aducían sus dueños. El capataz de los Menéndez fue un escocés** llamado Mac Lennan, más conocido por los indios como “chancho colorado”, (por su cabello pelirrojo) que llegó a ofrecer una libra esterlina por cada par de orejas o testículos que le trajesen los cazadores y hasta una libra y media, por un par de senos y media libra por un par de orejas de niño, métodos de exterminio similar al que mencioné en la primera nota sobre los indios Tehuelches. Era preferible matarlos a conservarlos como peones, porque el “chancho” consideraba muy costoso civilizar, educar y vestir a los indios. En este genocidio participaron también peones y estancieros ingleses, escoceses e irlandeses. Solo hubo dos lugares donde los selk-nam lograron refugiarse: la primera misión salesiana San Rafael en la isla Dawson, creada por monseñor José Fagnano en 1889, asentada en el sector chileno, y la estancia Harberton, próximo a Ushuaia y frente al Canal del Beagle, cuyo propietario fue el ex misionero inglés Thomas Bridges. En este último lugar, los indios trabajaban por la comida pero no recibían salario alguno. En 1893 se abrió la segunda misión salesiana, La Candelaria, donde funcionaba un hogar para mujeres selk-nam a cargo de las hermanas de María Auxiliadora, pero a pesar del buen trato que recibieron, la población indígena refugiada en estos tres lugares, lentamente fue muriendo a causa de enfermedades contraídas de los blancos y por una alimentación para la que no estaban habituados. Antes del genocidio acaecido en 1880, la población de selk-nam rondaba los 3.500 a 4.000 indios; en 1900 se redujeron a 500; en 1950, quedaban solamente 50 y en 1977, solo 1. Anotaciones y glosario:
* Phineas Taylor Barnum: Despreciable y engañoso empresario circense
norteamericano. (1810 -1891) GLOSARIO:
Ánsares:
Gansos salvajes Bibliografía Detrás de la Imagen. Los Selk’nam Exhibidos en Europa en 1889. Christian Baez & Peter Mason. Revista chilena de Antropología visual. Nº 4. 2004. Los indios de Tierra del Fuego. Los selk-nam. Padre Martin Gusinde. Publicado por el Centro de Etnología Americana. Los Onas. Vida y muerte en Tierra del Fuego. Film Documental 1977. Dirección Ana Montes Gonzalez y Anne Chapman. Los selk-nam. Anne Chapman
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