Un lugar donde no
existen perros porque sus valores se basan en la reciprocidad,
laboriosidad, veracidad y honestidad, algo que los nativos no ven en estos
animales.
Carlos Azcoytia
Octubre 2006
Fotos de Rosa María
Fernández, María José Romero y del autor de este artículo
En mi visita a la caótica ciudad de Puno, lugar donde todo es posible desde el punto de vista urbanístico y en la que parece el tiempo detenido muchas décadas atrás, y donde se pueden visitar comercios increíbles con carteles llenos de faltas de ortografía, con calles llenas de personajes pintorescos donde se puede encontrar de todo, incluso magníficos restaurantes, o admirar sus monumentos a los héroes de la patria que lucen en sus pedestales los nombres de aquellos que lo erigieron con más fuerza que los otros que dieron su vida o su patrimonio por la nación en un afán de protagonismo o de perpetuarse en la historia de esta urbe colorista y especial, mezcla de ciudad fronteriza y minera de finales del siglo XIX o principios del XX. Es desde aquí, junto al lago Titicaca, donde partí una mañana temprano en una canoa a motor hacia la isla de Taquile con una pequeña parada en las islas flotantes de los Uros, de las cuales pienso hacer otro artículo. |
Tras tres horas de viaje por este mar interior a 3.800 metros sobre el nivel del mar se llega al embarcadero de la isla que es una gran montaña que emerge de entre las aguas como un coloso con una altura máxima de 250 metros. La ascensión se hace penosa por lo empinado de su camino pese a la calzada escalonada de piedra que fue colocada por la comunidad indígena en el año 2004, y por la altitud que hace difícil la respiración, haciéndose necesaria sucesivas paradas para tomar aliento, momento que es aprovechado por una multitud de niños que intentan sacar unos soles (moneda oficial de Perú) a cambio de dejarse fotografiar junto a los turistas. Según se va ascendiendo el paisaje es impresionante, en los días despejados se llega a divisar la otra orilla del lago Titicaca y las tierras que pertenecen a Bolivia, y se pueden observar las terrazas labradas en la roca en donde, en sus bancales, se siembra de forma rotatoria el preciado alimento que a duras penas sustenta a una población que ronda los 3.000 habitantes, unas 350 familias. En lo más alto se encuentra el poblado, sus habitantes de habla quechua, vestigio de la expansión Inca en territorio Aymara, forman una comunidad que se autorregula tanto en los aspectos políticos, sociales y económicos con escasa influencia estatal. |
Pero sería importante reseñar la historia de esta isla antes de adentrarnos en su precaria economía alimenticia y la explotación de sus tierras. El nombre de la isla proviene de sus primeros propietarios españoles, los González de Taquila, que tomaron posesión de estas tierras bajo el reinado de Carlos V, manteniéndose el estado de feudalismo colonial o gamonalismo hasta bien entrado el siglo XX. En los años 30 del pasado siglo la isla pasó a ser presidio político, donde estuvo confinado el que fuera presidente de Perú Luis M. Sánchez Cerro entre los años 1930–1933, pasando a finales de dicha década a recuperar las tierras los nativos. |
Es en 1961 cuando la Junta Militar nacionalista de la época decide rescatar y relanzar los usos y las costumbres nativas, dentro de la crisis de identidad que todavía sufre el país, y es entonces cuando toma carta de naturaleza el destino turístico de la isla, que tras muchos avatares se hace realidad, a duras penas, tres lustros después, relanzándose de forma definitiva en abril de 1979 con el nombre de “Taquile puertas abiertas al turismo mundial” haciendo su presentación oficial en el Reino Unido en 1985, Estados Unidos en 1991, Francia en 1993, etc. En la actualidad subsiste gracias al turismo ecológico, no muy numeroso (sobre 40.000 visitas anuales), y de la economía de subsistencia que se obtiene de la pachamama o de la madre tierra, siendo un pueblo eminentemente vegetariano, cultivando principalmente papa, maíz pequeño, olluco, habas, cebada, trigo y quinua, aunque existen en la isla gallinas, cerdos y cuyes (conejos andinos) que se sacrifican en las grandes solemnidades, así como bovinos (yo pude contar menos de una docena de ellos que se utilizan para las labores de labranza), así como productos de la pesca representada básicamente por el pejerrey y la trucha, especies no autóctonas que están esquilmando las otras del lago Titicaca. El resto de los alimentos deben de ser traídos a la isla desde Puno, como son la sal, azúcar y coca entre otros productos, y que son subidos en fardos a espaldas de los habitantes de la isla en un peregrinar lastimoso. |
La comida en el poblado o comunidad no es la típica peruana, todo es sobrio, una sopa de quinua y un poco de arroz hervido cubierto por una capa de tortilla de un huevo a modo de montaña con media trucha y todo al precio de 10 soles, unos 2,5 euros, precio muy barato para tanto esfuerzo en traerlo hasta el plato. Después de más de quinientos años sorprende a un europeo la inmediatez y falta de previsión de futuro de los indios andinos en su forma de entender la vida y la cual debemos respetar por formar parte de su idiosincrasia, haciendo para terminar referencia al pensador peruano José Antonio Encinas Franco (1888-1958), defensor del indio, que decía: "Sostener la condición económica del indio es el mejor modo de elevar su condición social. Su fuerza económica se encuentra en la tierra, allí se encuentra toda su actividad. Retirarlo de la tierra es variar, profunda y peligrosamente, ancestrales tendencias de la raza. No hay como el trabajo de la tierra para mejorar sus condiciones económicas. En ninguna otra parte, ni en ninguna otra forma puede encontrar mayor fuente de riqueza como en la tierra", haciendo la recomendación acertada siguiente: “Las instituciones jurídicas relativas a la propiedad tienen su origen en las necesidades económicas. Nuestro Código Civil no está en armonía con los principios económicos, porque es individualista en lo que se refiere a la propiedad. La ilimitación del derecho de propiedad ha creado el latifundio con detrimento de la propiedad indígena. La propiedad del suelo improductivo ha creado la enfeudación de la raza y su miseria". |