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La historia de la humanidad está llena de injusticias donde segundones, trepadores y arrivistas se han llevado la gloria que otros por derecho propio deberían haber tenido, siendo este el caso de nuestro biografiado, el cual con poco esfuerzo, mucho oportunismo y una gran suerte consigue tener el ‘honor’ de perpetuar su nombre en uno de los continentes más hermoso y grande de la tierra, alcanzando de esta forma la inmortalidad, cuando debería de ser una persona perdida en el olvido, como otros muchos que con mayor esfuerzo permanecen perdidos en la memoria de las generaciones actuales y venideras. Este nuevo continente debería llamarse, por derecho propio, Colombia en honor al hombre que tuvo el tesón y la fantasía de llegar a sus costas y ponerlo a disposición de los reyes de España y no el de América. Antes de adentrarnos en la descripción que nos hace Vespucio de las costumbres alimenticias de los habitantes del Nuevo Mundo creo importante hacer una semblanza de dicho individuo. Nacido en Florencia en el año 1454, de familia acomodada y próxima al círculo de poder de los Médicis, parte con veintiséis años hacia París como ayudante de su tío Guido Antonio Vespucci, que era embajador de Lorenzo el Magnífico ante la corte de Luis XI, para volver de nuevo a casa tras la muerte de su padre en el año 1482 donde estuvo al servicio de los Médicis hasta el año 1491, al año siguiente marcha hacia Sevilla (España) para hacerse cargo, como ayudante, de los intereses de sus patrones bajo las órdenes de Juanoto Berardi que era armador de barcos y abastecedor de las naos que partían hacia el Nuevo Mundo, entre las que se encontraban las comandadas por el almirante Cristóbal Colón. En esta ciudad, que es la mía, trabaja como segundón hasta la muerte de su jefe acaecida en el año 1496, es entonces cuando emprende la aventura de ser expedicionario, seguramente ilusionado por las cosas que contaba el almirante Cristóbal Colón de aquellas tierras y con el cual tenía amistad. Así en el mes de mayo de 1499 partió desde Cádiz la expedición de cuatro carabelas comandadas por el gran piloto Alonso de Ojeda y en la que también iba el que sería el mejor cartógrafo del principio de la conquista, Juan de la Cosa. La ruta era la misma que antes había emprendido Colón en su tercer viaje a las Indias y de cuyo periplo tenemos una buena descripción en la carta que dirigió Vespucio desde Sevilla, el 18 de julio de 1500, a Lorenzo di Pierfrancesco de Medici en Florencia. Es precisamente de esta carta de donde sacamos la información que nos permite saber como este comerciante metido a explorador ve las costumbres alimenticias, de los todavía para él, asiáticos. El primer lugar de donde nos habla de sus habitantes es de una isla que se encuentra a diez grados de la línea equinoccial de la cual relata entre otras cosas lo siguiente: “Y encontramos que eran de una generación que se dicen <caníbales>, y que casi la mayor parte de esa generación, o todos, viven de carne humana. No se comen entre ellos, sino que navegan en ciertas embarcaciones que tienen, que se llaman <canoas> y van a traer presa de las islas o tierras comarcanas, de una generación enemiga de ellos y de otra generación que no es la suya. No comen mujer ninguna, salvo que las tengan como esclavas, y de esto tuvimos la certeza en muchas partes donde encontramos tal gente, porque nos ocurrió muchas veces ver huesos y cabezas de algunos que se habían comido, y ellos no lo niegan, y además lo afirmaban sus enemigos, que están continuamente atemorizados por ellos”. Siguiendo su recorrido por la citada isla se toparon con otra tribu de la cual cuenta: “... fuimos a tierra con el batel y encontramos que nos estaban esperando, y todos cargados con mantenimientos, y nos dieron colación muy buena de acuerdo con sus viandas”. Visto el buen recibimiento y la hospitalidad que mostraron los aborígenes decidieron no expoliarlos y partieron rumbo al golfo que formaba un gran río ya en el continente llamado por Vespucio el golfo de Parias donde fueron recibidos por otra tribu que les dio cobijo y de la cual nos cuenta: “Aquí nos dieron de beber tres suertes de vino, no de uvas, sino hecho con frutas como la cerveza, y era muy bueno; aquí comimos muchos mirabolanos frescos, que es una muy real fruta, y nos dieron muchas otras frutas, todas diferentes de las nuestras, y de muy buen sabor, y todas de sabor y olor aromáticos”. No hay duda que la bebida a la que hace referencia es la chicha, de la cual podrá tener toda la información que desee en nuestra sección Historia de los Alimentos, donde ofrecemos un monográfico dedicada a ella. Los mirabolanos o hobos, que de las dos formas se llaman, es una fruta parecida a la cereza que salvó muchas vidas de los conquistadores ya que en muchas ocasiones sólo fue su sustento por mucho tiempo, de esta fruta se tenía referencia también por Colón que la conoció en Panamá. El nombre científico de esta planta es ‘Prunus cerasifera’ y era muy usada por los habitantes de América tanto como alimento, como bebida, ya que hacían con él un aguardiente, también como planta medicinal y por último como leña. Sobre esta fruta hay muchas referencias en los escritos de los españoles. En otra parte de su carta a Pierfrancesco de Medici hace referencia a la visión general que tuvo de los nativos americanos los cuales no salían bien librados ya que los tacha de promiscuos, salvajes, asesinos y caníbales y como muestra transcribo, ya que estamos en un apartado gastronómico, el siguiente pasaje: “Esta es cosa verdaderamente cierta, pues se ha visto al padre comerse a los hijos y a las mujeres, y yo he conocido a un hombre, con el cual he hablado, del que se decía que había comido más de 300 cuerpos humanos, y aún estuve 27 días en una cierta ciudad, donde vi en las casas la carne salada y colgada de las vigas, como entre nosotros se usa colgar el tocino y la carne de cerdo. Digo mucho más: que ellos se maravillan porque nosotros no matamos a nuestros enemigos y no usamos su carne en las comidas, la cual dicen ser sabrosísima”. Más adelante fantasea, por no decir que se inventa las cosas, sobre la longevidad de los nativos a los cuales les asigna una expectativa de vida de 150 años, también habla sobre la lujuria de las mujeres, que claro está sólo estaba en su podrida mente calenturienta. De igual forma cuenta lo siguiente de los pueblos de la costa y su costumbres pesqueras: “Se deleitan pescando, y aquel mar es muy apto para pescar, porque es abundante en toda especie de pescados. No son cazadores, pienso porque habiendo allí muchas generaciones de animales silvestres y máxime leones y osos e innumerables serpientes y horribles y deformes bestias, con selvas grandísimas y árboles de inmenso tamaño, no se atreven a exponerse desnudos, y sin defensa alguna ni armas, a tantos peligros”. Después de leído todo esto me parece que el tal Vespucio no bajó a tierra en casi todo el viaje atemorizado por las historias que le contaban sus compañeros, me lo imagino escondido en la sentina del barco como una ‘nenaza’. Sobre la flora dice lo siguiente: “Se producen allí innumerables especies de yerbas y raíces, de las cuales hacen pan y óptimas viandas, y tienen muchas simientes absolutamente disímiles de éstas nuestras”. Para terminar transcribo la descripción que hace de un animal que no puedo reconocer, pero que puede ser un caimán o yacaré, por lo que imagino que debe de ser otra de sus muchas invenciones, veamos como lo cuenta: “Nos llamó la atención un animal que estaban asando, muy semejante a una serpiente, sólo que no tenía alas, y al parecer tan rústico y silvestre que causaba espanto. Caminando adelante a lo largo de aquellas mismas barracas hallamos muchísimas de estas serpientes vivas, atados los pies y con una especie de bozales a la boca para que no pudiesen abrirla como se suele hacer con los perros y otros animales para que no muerdan; pero es tan feroz el aspecto de semejantes serpientes que teniéndolas por venenosas no nos atrevíamos a tocarlas; son tan grandes como un cabrito montés y de braza y media de longitud. Tienen los pies largos, muy fornidos y armados de fuertes uñas; la piel de diversísimos colores; el hocico y el aspecto de verdadera serpiente; desde las narices hasta la extremidad de la cola les corre por toda la espalda una especie de cerda o pelo grueso, en términos que verdaderamente parecen serpientes aquellos animales; y, sin embargo eso, los comen aquellas gentes”.
A modo de despedida en este artículo diré que Americo Vespucio fue un usurpador de los descubrimientos de otros, limitándose sólo a explorar tierras ya conocidas por los españoles, pero la suerte, o las malas artes, de este hombre hicieron que en el año 1507, dos años después de la muerte de Cristóbal Colón, se incluyera en la obra del humanista alemán Martín Waldesmüller que publicó las "Quattuor Americi navigationes" y su propia "Cosmographiae introductio" como anexo al "Atlante" de Ptolomeo y donde, equivocadamente razona que Colón sólo había descubierto algunas islas y que la persona que por primera vez había pisado tierra firme del continente era nuestro biografiado, escribiendo el alemán lo siguiente: “Ahora que estas regiones han sido exploradas con más extensión y que se ha descubierto por Américo Vespucio otra parte del Mundo, la cuarta, como puede verse por las adjuntas cartas, creo muy justo que podría denominársele |Amérigen, es decir, tierra de Américo ó América, por su descubridor”. Con el tiempo, al darse cuenta de su error intentó arreglarlo, pero ya era demasiado tarde porque el nombre se popularizó y el continente que debería haberse llamado Colombia, Isabélica o Atlántida llevó el nombre de un usurpador, mal comienzo para toda una historia.
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