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Calikun y Las Palomitas de Maíz Jaime Ariansen Céspedes Muy cerca de la hermosa ciudad de Andahuaylas, en pleno valle del río Chumbao, se encuentra la mágica laguna de Pacucha. El guía me llevó hacia un promontorio donde se podía divisar en todo su esplendor la impresionante y multicolor vegetación que hacía marco a las miles de aves que anidaban en el entorno de la laguna: garzas, gaviotas, huallatas y un sinfín de patos. “Aquí es Ingeniero”, me dijo Agustín, señalándome un hoyo en la tierra forrado perfectamente de finas piedras de río. “En este lugar se sentaban los niños de la región a escuchar las historias del gran Calikun, el mágico guerrero chanka y a comer palomitas de maíz, eso que llaman los gringos popcorn, pero mejor siéntese mientras recupera el aliento y se lo cuento todo”. La mañana del primer día de la Epoca de las Flores de 1,427 fue hermosa y expectante. En las cercanías había una multitud jubilosa, nunca había estado tan alegre la capital del gran imperio chanka. ¡Qué duda había! Sus guerreros eran los más valientes. Llegaban los héroes, los que habían ganado una nueva y trascendente batalla contra los waris, que se habían atrevido a desafiarlos. ¡Qué tal lisura! Como si no supieran quiénes eran los más fuertes y fieros guerreros de todo el antiguo Perú. La laguna de Pacucha estaba más diáfana que de costumbre, reflejaba con absoluta nitidez todo el impresionante conjunto de la cordillera de Andahuaylas, e iluminaba con sus rayos verde esmeralda la zona más hermosa del valle del río Chumbao, que crepitante se sumaba a los actos del festejo. Desde muy temprano se comenzó a distinguir en el horizonte la marcha triunfal del ejército, a la cabeza vendría su capitán Calikun, el Gigante Guerrero, el Puma de los Andes. Lo esperaba con más emoción que nadie su hermosa y joven esposa Hualina, que se había adornado la cabellera con una guirnalda de azahares como a él le gustaba. Era una forma de decirle lo mucho que lo había extrañado, tenían seis meses de casados y dentro del vientre la mejor noticia que Calikun podía recibir de bienvenida. Pero no todo fue felicidad en ese día histórico. Calikun regresaba en una litera, postrado, con una rodilla destrozada por la macana de un feroz enemigo. Su desconsuelo era enorme, sabía que nunca más podría caminar y esta invalides le impediría guerrear, que era lo que él sabía y hacía mejor que nadie.
Los siguientes meses fueron para Calikun de una depresión creciente, casi no comía y se las pasaba solo frente a la laguna, postrado en esa misma piedra “donde está usted sentado” me indica Agustín, mientras yo trataba de comprender y nutrirme con la trascendencia de la historia a través de esa silla perfectamente labrada en una mole de granito. Un buen día, cuando a Hualina se le habían acabado las lágrimas y no tenía más plegarias para los Apus del lugar, decidió que había llegado el momento de un cambio de táctica y se enfrentó a su taciturno esposo, le plantó una sonora bofetada, y le dijo con total decisión: “Es el colmo que el más valiente guerrero de la historia no sólo deje morir su cuerpo sino su alma y con ella arrastre a todos los jóvenes que comparten tus tristezas y desaliento, tienes que sobreponerte y demostrar que la fuerza está en tu corazón, tú que has viajado por todas las comarcas, desde el mar hasta la selva, explícales qué es lo bueno y lo malo, cuéntales cada una de tus victorias y que sirvan de ejemplo para que exista no sólo un gran Calikun, sino muchos y tú puedas vivir nuevamente en cada uno de ellos”. Las palabras de Hualina dichas con firmeza y amor causaron la debida respuesta, a los pocos días Calikun convocó a los jóvenes del lugar y los invitó a sentarse alrededor de este hogar, que Agustín señalaba, mientras recorría lentamente todo el contorno de ese gran agujero. Y prosiguió. Mientras Calikun contaba sus historias iba arrojando al fuego un especial y pequeño maíz, que por arte de magia se iba convirtiendo en diminutas y blancas palomas que saltaban del rojo brillante de la llama de la historia hacia el azul infinito de la fantasía y en las nubes de la imaginación, cada uno de los asistentes podía ver con clara nitidez las escenas de las aventuras que les narraba el héroe chanka. “La próxima vez que vaya al cine, mi querido ingeniero, cómprese una bolsa de popcorn y recuerde que hace casi 500 años, los peruanos tuvimos un precursor de Spielberg”. Y así lo hice, semanas después, en Lima a mi regreso, tuve la oportunidad de ir al cine y ya instalado en una cómoda butaca, justo cuando se apagaba la iluminación y saboreaba las primeras palomitas de maíz, pude ver en el centro del escenario la figura del gran Calikun, que con gran elegancia me hacía una reverencia de saludo, que por supuesto respondí emocionado. |