Esta serie dedicada a la historia del café es consecuencia de las investigaciones que estoy llevando a efecto y que servirán de base para mi conferencia en los Cursos de Verano de la Universidad de Cádiz que dictaré el próximo 1 de julio del presente año.
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No estuvo mucho tiempo el café permitido, que como en todo las religiones, si ven que las personas disfrutan de algo o consideran que es bueno de inmediato anatematizan y condenan a aquellos con la intención de medrar en las conciencias, metiéndose en nuestras intimidades, gustos e incluso en nuestras camas para reprimir todo lo que pueda ser placentero, consiguiendo de esta forma la sumisión de los pobres de espíritu y llegando a asesinar, en nombre de sus dioses, a todo aquel que no se amolde a sus exigencias y pese a todo esto hay millones de seguidores, por lo que deduzco que el ser humano es masoquista por naturaleza.
En efecto, en el año 917 de la Hégira, 1511 de la Era Cristiana, dos hermanos, doctores y oriundos de Persia, llegaron a persuadir al emir Khaïr-Beg Mimar sobre que el café era una bebida embriagante que daba lugar a diversiones prohibidas por las leyes de Mahoma; el emir convocó una asamblea de doctores y médicos para deliberar si era cierto y este fue el resultado de dichas consultas: Unos declararon que los cafés públicos eran contrarios a la fe mahometana, otros que dicha infusión era perjudicial para la salud y los testigos que se presentaron, supongo que ya amañadas sus confesiones, dijeron, unos, que les había sido perjudicial para la salud y, este es el toque de humor de dicho juicio, hubo un tonto, que siempre los hay, que aseguró que el café embriagaba tanto como el vino, algo que hizo soltar una carcajada de aquellos auditores que contestaron que si lo sabía era porque había bebido vino, es cierto esto que narro y que está recogido en el libro de Rossignon, por lo que lo interrogaron, a saber de qué forma, hasta que confesó su pecado por el que fue castigado a recibir 80 palos en sus lomos, que se lo tenía merecido por cretino y por hacer una acusación tan falsa.
Inmediatamente Kaïr-Beg solicitó un decreto del sultán que prohibiera la venta de café en La Meca y, sin encomendarse ni a su dios ni a su diablo, dictó una orden provisional de prohibirlo en los establecimientos públicos. De repente se convirtió el café en una bebida contestataria y de lucha contra el orden establecido, algo parecido a lo que ocurrió cuando se prohibieron las drogas en occidente o la Ley Seca de Estados Unidos de América, y todos aquellos cansados del sistema se hicieron adictos al café.
Enterado el emir de que un ciudadano lo tomaba, pese a su decreto, lo castigó con rigor y lo hizo pasear vestido de negro, como el color de café, montado en un burro por las plaza y calles de la ciudad, así son aquellos que se creen en posesión de la verdad y tienen poder, véase el caso de la persecución de fumadores en lugares públicos en España, que por cierto, de forma sospechosa de estos corruptos, no se tendrá en cuenta en el casino de juego que se abrirá en Madrid.
Pero la ‘jugada’ no le salió bien al emir porque el sultán, que residía en el Cairo, contestó diciendo que los doctores en el islam de allí, mejor preparados que los de La Meca, habían reconocido que era una bebida inocente, por lo que ordenó que retirara dicha prohibición, no sabemos si al pobre castigado le pidieron perdón, lo que dudo porque encima de mal nacidos esos dictadores son soberbios.
Si pensó que con este suceso ya se permitió el café está muy equivocado, ya que en el año 932 de la Hégira el scheik Sidi-Mohammed Ben-Arrak tuvo conocimiento que donde se tomaba café se producían hechos criminales y decidió cerrar todas las cafetería, sin prohibir su consumo en las casas, edicto que se llevó a efecto hasta su muerte, tras una vez ‘fuera de combate’ de dicho censor se volvieran a abrir.
Un hecho gravísimo ocurrió en el año 941 de la Hégira, 1534 de la Cristiana, cuando un fanático exaltado, supongo que con muy mala leche, clamó en la mezquita con tanta fuerza y odio contra el café y los cafés que los parroquianos excitados por las palabras del predicador salieron a las calles entrando en los cafés, rompiendo los muebles, las cafeteras, los vasos, las caras de los consumidores y terminaron apaleando a los vendedores. Tras estos actos vandálicos la ciudad se dividió en dos bandos o facciones, los procafetistas que afirmaban que era un brebaje puro, de uso saludable, que excitaba la alegría, facilitaba el canto de las alabanzas de Dios y los ejercicios de devoción; por el contrario los intransigentes que se metían en los gustos y vidas ajenas lo consideraban una bebida vedada, que no ponían límite en sus palabras y censura los que la tomaban y de nuevo llegaron a afirmar que era una especie de vino, por lo que los hacían proscritos, incluso llegaron a decir que el día de la resurrección, que era poner la cosa a largo plazo, los bebedores de café tendrían las caras más negra que el fondo de los vasos en los que se preparaba dicha infusión.
Ante tamaña revolución y enfrentamiento, el scheik convocó a todos los doctores, que insistieron en decir que ya sobre ese tema se habían pronunciado a favor de su consumo, así que, por una vez, sin que sirviera de precedente y de forma sabia, hizo preparar café en su casa y se lo sirvió a toda la asamblea, lo que hizo que desde ese momento fuera más requerido y popular que nunca.
Expansión del consumo del café.
No fue hasta el año 962 de la Hégira, 1554 Cristiano, bajo el reinado de Solimán II ‘el Grande’, que no se conoció el café fuera de los países islámicos, siendo Grecia y Constantinopla los lugares donde se abrieran las primeras cafeterías en el año 1555 por un damasquino llamado Schems y un alepense (de la ciudad de Alepo) llamado Hekem; los dos locales estaban adornados con sofás y desde el primer momento se convirtieron en lugares de reunión de la crema y nata de Constantinopla, siendo frecuentados por jueces, profesores, derviches, dignatarios y todo aquel que deseara estar a la moda y tuviera dinero, llegando a ser conocidos dichos cafés con el nombre de ‘Escuelas de sabios’.
En el furor de dicha moda se hizo tan popular y requerida que se llenó de los llamados kawha-kanés donde se servía el preciado líquido; allí acudían, como es de imaginar, todo tipo de personas, entre los que estaban los ociosos y las prostitutas más o menos disimuladas, que bajo el pretexto de bailar, divertían a los consumidores con sus cantos y movimientos de caderas lascivos, a estas bailarinas y cortesanas se les conocía con el nombre de almeas y ghawasié.
Como era de esperar de nuevo los sacerdotes musulmanes pusieron el grito en el cielo pretextando que se abandonaban los templos por los cafés, algo que no se podía consentir, el que les quitaran tan pingües negocios, y dijeron que el café tostado era carbón y que todo lo que tenía relación con el carbón estaba prohibido por Mahoma, así que el muftí prohibió los establecimientos que tuvieron que cerrar, aunque dicha orden duró poco tiempo.
Abundando en el tema sobre el conocimiento del café en Europa hay que decir que los venecianos, que era la única nación que comerciaba con el Imperio Otomano, debieron de conocerlo e importarlo, aunque no se tenga certeza de ello.
Bajo el mandato del sultán otomano Murad III (1546-1595) otro muftí se enfadó por el mentidero en que se habían convertido los cafés y ordenó el cierre de estos, sin prohibir su consumo, otra medida que de nada sirvió porque al poco tiempo, de nuevo, volvieron a abrir y esta vez en mayor número.
Durante la guerra de Creta o de Candia (1645-1669), que esos dos nombre tuvo, bajo la minoría de Mahoma IV, el gran visir Kuprugli cerró todos los cafés y entonces ocurrió que disminuyeron las recaudaciones de los impuestos que estos negocios tributaban, hasta tal punto que fue la última vez que ocurrió esto, que el dinero para el estado es básico y hasta ahí podían llegar.
Se llegó a tal punto en lo referente al aprecio por el café que en el matrimonio era motivo de divorcio el hecho de que un marido no proveyera de café a su esposa, no sé si esta costumbre sigue vigente.
El próximo capítulo estará dedicado a la historia del café en Europa y sus antecedentes.
Bibliografía:
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– Borrero y Echavarría, Estéban: El café. Apuntes para una monografía. Edit. Imprenta, librería papelería y encuadernación O’Reilly, núm. 54. La Habana 1880.
– Desmet-Grégorire, Hélène: Le commerce du café avant l’`ére des plantations coloniales. Edit. Michel Tuchsherer. El Cairo, Institut Français d’Archeologie Orientale, 2001.
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– Lee Allen, Stewar: Le breuvage du Diable. Edit Noir sur Blanc u Petite Biblioteque Payot, 2009
– López y López, Matías: Breve narración y apuntes acerca de la utilidad y preparación del café. Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra. Madrid 1870.
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– Ramos Santana, Alberto: Historia de Cádiz. Edit. Silex. Madrid 2005
– Rossignon, Julio: Manual del cultivo del café, cacao, vainilla y tabaco en América española y de todas sus aplicaciones. Edit. Librería de Rosa y Bouret. París 1859.
– Vilardebo y Moret, José: El tabaco y el café, su historia, su acción fisiológica y propiedades medicinales. Edit. Establecimiento tipográfico La Antilla. La Habana (Cuba), 1860.