Como en los capítulos anteriores comenzamos con un cuento o leyenda, que lo mismo nos da el nombre, donde contaban como en Arabia no dejaban salir las semillas del café si no estaba torrefactado o tostado, para de esta forma tener el monopolio de su venta, algo que según estamos viendo no encaja demasiado bien en el puzle de la historia del café. Sea como fuere, y ante la imposibilidad de vigilar a todos los peregrinos que viajaban a la Meca, un avispado, de nombre Baba Budan, a principios del siglo XV, pudo sacar las semillas y se cuenta que las plantó en las montañas de Mysore, en un poblado llamado Chik-Maglur en la India.
Hasta aquí lo que considero cuento o ficción, que enlaza ya con la historia, porque la gente, sólo algunos, cuentan muy bien las mentiras y saben novelar la historia.
Lo único cierto y contrastable es que los comerciantes holandeses llevaron, desde un lugar impreciso, las semillas del cafeto a Ceilán en 1658 donde se reprodujo satisfactoriamente, algo muy importante porque medio siglo después, gracias a ellos, pudo llevar Francia la planta a América.
Efectivamente, en el año 1706 se plantaron los primeros esquejes del cafeto y se aclimató en el Jardín Botánico de Ámsterdam, antes hubo un intento, en el año 1679, en Dijon (Francia) pero fracasó, siendo estas plantas holandesas las madres de todas las que posteriormente se plantaron en América como veremos en el capítulo dedicado a la historia del café en dicho Continente.
Enlazando ya con Francia y las plantas del cafeto, sólo me resta decir que el gobiernos francés mantuvo negociaciones con el Ayuntamiento de Ámsterdam por la que consiguieron que el burgomaestre de esta ciudad enviara a Luis XIV, en 1714, una planta joven, que el rey recibió en su castillo de Marly como si de un embajador se tratara, siendo traslada al día siguiente al Jardín de las Plantas en París, la cual fue recibida por su encargado Antoine de Jussie, comenzando aquí, o un poco después, una de las mayores odiseas recientes del café.
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