HISTORIA DE LOS PRIMEROS BARES DE BARCELONA, UN CAMBIO EN LAS RELACIONES SOCIALES

 Estudio de Carlos Azcoytia
Abril 2010

                                                        A mi amiga Rosa Gonzalez Argelaga, catalana de pro, valiente y excepcional mujer   

Hoy día asumimos los establecimientos que denominamos bares como naturales dentro del paisaje urbano, como algo que siempre debió de estar ahí, porque cumplen una función social y de recreo que difícilmente podemos disociar de la sociedad donde vivimos, pero nada más lejos de la realidad, la invención del bar, o la proliferación de ellos, es algo relativamente moderno, ya que es una idea importada de los países sajones, más como un acto esnob o como sitios llenos de modernidad, que comenzaron su actividad a finales del primer tercio del siglo XX y que no caló, en sus principios, en los gustos de los españoles. Su nombre, el de bar, procede del inglés barra, como muy bien define la Real Academia de la Lengua Española y que con el tiempo se fueron adaptando a los gustos y necesidades de los parroquianos que lo visitaban y visitan, dependiendo del lugar donde se viva y de la vista comercial de cada propietario que lo regenta.

Sus orígenes están íntimamente ligados a la explosión industrial y los nuevos métodos de trabajo impuestos tanto por el economista Frederic W. Taylor y por Henry Ford, sí el de los coches, a comienzos del mencionado siglo XX, para ampliar esta información y hacer comprensible lo que cuento le recomiendo leer mi trabajo sobre la comida basura si presiona aquí.

Rebuscando en mi biblioteca encontré un casi incunable de la cocina y de las relaciones sociales de un país del que muchos ya ni saben que existió y que otros, los más ancianos, quieren olvidar, me refiero al de la cocina de la posguerra civil española, escrito por el gran cocinero Ignacio Doménech, el cual cuenta de forma detallada como eran y que clase de público visitaban estos establecimientos , así como la oferta alimenticia y licorera que hacían, muy lejana al concepto norteamericano para el que fueron concebidos, ya que aquí, en aquellos años, el paro, casi como ahora, desdibujaba la utilidad de estos lugares donde se comía de pie a modo cuartelero.

La definición que da Doménech de estos primeros bares barceloneses, que creo que se pueden extrapolar a los de toda la geografía española, es la siguiente: "Empezaré por la definición del vocablo <Bar>, desde que se empezó a usarlo. Se indicaba a unos pequeños establecimientos modernos, que al comenzar tendría en aquella época en querer reemplazar a los cafés y también a las prosaicas tabernas.

El ornato más esencial de estos establecimientos consistía en una alta mesa que a un tiempo hace de mostrador, circundado de una barra de metal niquelado, con el color contrastado del mostrador y anaquelerías.

Arrimados a este mostrador figuran unos altos taburetes en donde se sienta la clientela, que generalmente consiste en gente joven, en hombres y mujeres bonitas, apoyados unos y otras en el barrote que circunda todo el mostrador. Así, en esta postura, ayudándose con unas pajitas largas de refrescos, absorben cócteles o bebidas más o menos alcohólicas o refrescantes, comen bocadillos, etc,, etc.".

Esto me recuerda a los primeros Pub's o bares ingleses que se abrieron en mi ciudad, Sevilla, allá por los años sesenta, donde se pagaba por una cerveza el doble o el triple que en un bar corriente y donde la gente joven, con cierto poder adquisitivo, se reunía casi en un ambiente pseudo bohemio, siendo el primero de ellos, 'El Peacock' o 'Pavo real', que regentaba mi amigo Michel, un francés afincado en estas tierras ya fallecido, en la avenida de la República Argentina, .

Siguiendo con estos primeros bares barceloneses, Doménech pone en boca de una de sus cajeras la definición del ambiente que se respiraba allí como pegajoso, superficial, con tanta luz y tanto barullo, que le resultaba desagradable y donde la aglomeración de gente que lo frecuentaba estaba compuesta por hombres y mujeres bonitas que iban con el sólo objeto de exhibirse, presumir y viciarse cada día un poco más. No termina ahí con la resistencia a todo lo nuevo que caracteriza al ser humano, esa costumbre que tenemos de adaptarnos a lo nuevo que rompe con las costumbres más o menos ancestrales y educacionales con estas palabras: "Esta música, ni la música en conserva, con los demás ruidos de este negocio del bar, no me gustan... Este es el motivo que nunca me haya entrado la atención de probar un combinado líquido (cocktail), para mi estas mezclas de licores es la conducción a la locura, es la borrachera elegante de la gente que viste de seda, se maquilla, toma tóxicos. Ahora que una vez embriagadas se igualan a las borracheras de los que visten de blusa; en este punto, unos y otros se transforman en seres un poco más repugnantes. Lo único que es de mi gusto, y porque es muy español y muy superior a todo lo importado del extranjero, son aquellos pocillos o tazas de chocolate, de aquellos famosos chocolates a la piedra, los chocolates de casa Doña Mariquita, que estaban acompañados  de churros, torta del Alcázar, mojicones, picatostes, o los celebrados bizcochos de soletilla".

A tanto llega que pone en boca de la cajera, a la que llama familiarmente Tinita, lo siguiente: "Para mí todas estas cosas, que gustan a tanta gente, no me gustarán nunca porque sólo sirven para destruir el organismo humano".

Si tomamos todo lo anterior como un prólogo para definir lo que significaba para el pueblo llano los primeros bares, ya es hora de detallar estos y de como paulatinamente, pese a la oposición, más o menos fundada, de los ibéricos a romper sus costumbres en aras de la modernidad y de la funcionalidad fueron calando en la vida cotidiana hasta hacerse 'casi' imprescindibles.

La fama de la que venían precedidos estos bares, pesara a quien pesara, era el preludio de una nueva forma de relacionarse de forma anónima o como lugar de reuniones más desenfadadas; eran famosos en el mundo, por su lujo y grandiosidad, entre otros, el 'Jocquey-Club' de Buenos Aires o el 'Shanghai-Club' de Shanghai, como su mismo nombre indica. Éste último tenía una barra de unos 80 metros donde podían apoyarse unas quinientas personas a la vez. Igualmente eran famosos mundialmente sus barman, verdaderos alquimistas de los combinados alcohólicos, como Lucien, del bar Fado, de París; Charlye, del Bar Champs Elysées, también de París; Robert, del bar del mismo nombre de Londres; Primo del Primo's Bar de París; Johnny, del bar Johnny's de París y así un largo etcétera.

Los primeros bares de Barcelona estaban hechos casi a imagen y semejanza de los parisinos del barrio Latino, con una barra formando un semicírculo, espaciosos, elegantes para entonces y muy bien iluminados, pero lo que más sorprende es la definición de hace Doménech de su clientela, sobre todo del público femenino, cuando comenta: "Como detalle o adorno, se hallan algunas mujeres sentadas en los altos taburetes, cruzadas de piernas y entremezcladas con los caballeros, el caso es que éstos admiran las columnas personales de estas señoritas, porque exhiben, al parecer, alguna marca de medias, ya puestas en su sitio".

Pese a no dar nombres creo haber descubierto uno de los que describe, quizá más por intuición que por otra razón, me refiero al bar Marsella en carrer Sant Pau esquina con Sant Ramon y que aún hoy continúa abierto, no sé si por mucho tiempo dada la vetustez del local. Doménech lo describe de la siguiente forma: "Está casi rozando en el distrito quinto, muy parecido al famosos barrio del parisino Montmartre. Las calles que lo circundan están llenas de animadas tiendas, librerías de lance y pensiones de estudiantes y de niñas bien de casas mal, como  nos dijo nuestro gran Benavente.

Completa el barrio la ilusión de los estudiantes y de toda la gente joven, el gran número de bares, bailes, salones de billar, es decir, todo cuanto apetece y necesita la gente alegre y bulliciosa en su modo de vivir".

Lo que no contaba Doménech era que este bar fue la reconversión de seguramente una taberna que databa del año 1820, por lo que lo convierte en uno de los más antiguos de Barcelona, y que la copa favorita de los parroquianos era la absenta, la espirituosa bebida de los intelectuales de la época, que aún hoy se sirve pese a su prohibición en Europa; pasaron por su barra personalidades como Dalí, Picasso y muchos otros.

Otros bares, que aún hoy siguen prestando servicio a la clientela que los llena podrían ser Resolis en carrer Riera Baixa, el London Bar en Nou de la Rambla o Casa Almirall en carrer Joaquín Costa, todos ellos en el Raval.

Antes de la Guerra Civil solía costar una peseta la bebida acompañada por uno o dos bocadillos, o sólo con la bebida se servían unas tapas o bien unos bocadillos conocidos por todos con el nombre de banderillas; tras la contienda militar, y gracias al racionamiento, los precios se dispararon, llegando a costar entre 10 y 15 pesetas, de ahí que comente Doménech: "Lo cierto es que a cualquier hora están llenos de numeroso público que gasta todo comiendo y bebiendo, y también son muchos los que entran y salen dándose una ración de vista ante tantos platillos, que al fin consultan la bolsa y desaparecen del local, quizá con el fracaso de que no pueden con ciertas cosas imposibles".

Para el barcelonés medio u obrero les debía parecer inconcebible que alguien pagara un real o más por una gamba guisada o cocida o qué por unos minúsculos bocadillos fríos o calientes se pagaran una respetable suma para al final quedarse casi sin comer, sobre todo teniendo presente que los platitos de estos bares, como los de ahora, tenían forma ovalada y que en una ración de aceitunas no cabían más de una docena, para concluir con la siguiente frase, que en el fondo tiene su gracia: "Si comparamos el volumen de estos bocadillos con el apetito que cada cual llevaba atrasado en aquella época, sólo se podrían hacer oposiciones a una anemia positiva, a más de quedarse sin dinero".

Abundando en el tema del elitismo de aquellos primeros bares y el agravio que debía sentir la mayoría de la población, nada mejor que transcribir las opiniones de uno de los camareros de dichos establecimientos, los cuales pasaban hambre, tanto ellos como sus familias, cobrando míseros sueldos: "Aquí nada les falta, y a las familias de los obreros les falta de todo", sentencia verdaderamente triste.

La puesta en escena de la presentación de las tapas también eran o formaban parte del espectáculo de aquellos bares, que por cierto, y para terminar de darles un toque de verdadera modernidad, estaban amenizados por una pequeña banda de Jazz, y que consistía, en un momento dado, en la presentación de los alimentos recién salidos de la cocina, que eran llevados por unas cuantas camareras, todas desfilando en fila india, las cuales sostenían en alto una bandeja repleta de platitos con los guisados calientes que depositaban en el departamento de los alimentos en caliente, contando Doménech algunos de ellos: Calamares a la vizcaína; almejas y mejillones al vapor; lentejas; arroz con bacalao; salchichitas y butifarras fritas y pescado igualmente frito. El compartimiento donde se colocaban estas viandas para que conservaran como recién salidas de la cocina era simplemente ponerlas junto a un barreño de agua caliente, que hacía la función de una especie de baño maría.

El mostrador estaba servido por entre cinco o seis camareros uniformados, más dos lindas dependientas: "Todo este personal, en pocos momentos está parado y pueda atender a toda aquella abigarrada clientela de hombres y mujeres. Taburete que queda libre, queda en pocos momentos ocupado por otro cliente".

Pero ¿que pensaban los no modernos de estos lugares?, pues la verdad que resultan jocosas sus apreciaciones, en especial el hecho de comer sentados en los taburetes o banquetas, de la que pensaban que estar sentados en esos altos e incómodos taburetes las personas más parecían como los pájaros canarios que se balanceaban en los trapecios de sus jaulas. En lo referente al desorden a la hora de la comida más parecía una locura que sólo estropearía los estómagos de aquellos comensales, en definitiva aquello era la tontería humana.

Hay un dato del cual podemos deducir la antigüedad de los bares cuando Doménech apunta: "Hace unos tres años (escribe esto sobre el año 1939) que estos bares lo frecuentaban solamente que cuatro horizontales en que hallaban ambiente para sus negocios, en unión de una docena de niños peras, que se reunían a la hora del aperitivo, es decir, estos señoritos y señoritas que no son nada entre dos platos".

Termina básicamente Doménech su explicación sobre el fenómeno bar con estas palabras puestas en boca de otro interlocutor: "Pero me gustaría saber el por qué, y a todas horas, entra tanto público atareadísimo como locos, para entrar, en ataque con todos los platitos del mostrador, ¿pero qué es lo que hacen?, ¿toman el desayuno, la comida o la cena?.

Termino este estudio sobre los primeros bares barceloneses con la satisfacción de sentir que he contribuido de alguna forma a resucitar parte de la historia de una ciudad en la que durante unos años de mi vida, cuando era bastante joven, aprendí a amar la gastronomía y en definitiva a simplemente amar.

Al ser este trabajo continuación de otro sobre la historia de los restaurantes de Barcelona, que puede leer si presiona aquí, ya sólo me resta contar, aunque sólo sea someramente, de las cervecerías de la ciudad condal, aunque no descarto, para redondear todo el trabajo, hacer otro estudio sobre las casa de comidas o figones más adelante.


Interior de la cervecería Els Quatre Gats

Si hubo una cervecería que pasó a la historia, pese a sus sólo siete años de existencia, fue la mítica 'Els Quatre Gats', pese a su mediocre cocina. Fundada en 1897 fue durante un tiempo el templo del modernismo catalán, allí se reunieron Santiago Rusiñol, Ramón Casas y Antonio Utrillo; sobre el primero de ellos,  hombre lleno de humor y cuya vida está llena de anécdotas, recuerdo una frase suya que se me quedó grabada a fuego en mi mente en mi adolescencia y que me permito reproducir aquí: "La vida es como la escalera de un gallinero, corta pero llena de mierda". Por la cervecería pasaron los importantes de la época, como muy bien cuenta el maestro Néstor Luján,: "En él estuvo toda la gente ilustre que pasó por Barcelona, desde Leonora Duse a Leopoldo Frégoli, desde la Rejane a la actriz japonesa Sara Yako. En él se codearon todos los artistas y escritores de la época".

La cervecería estuvo ubicada en la calle Montesión, su propietario era Pedro Romeu, aunque el que invirtió gran parte del capital fue el ya citado Ramón Casas, que fue el qué, a modo de relaciones públicas, supo atraer a tan distinguida clientela, algo que no supo aprovechar debidamente Romeu que, carente de experiencia gastronómica, no supo mantener dignamente el local, al menos esa es la impresión que se saca tras conocer, por ejemplo, el menú que ofreció en la noche del estreno de La Walkyria de Richar Wagner y que consistió en tortilla, filete con patatas, queso cheste, pan y dos dobles de cerveza al precio de 3,50 pesetas.

Con tan endeble oferta gastronómica el local fue decayendo paulatinamente, hasta que, como cuenta Néstor Luján, "Una tarde de domingo de 1904 vio su sala vacía y dos porteros de unos vecinos inmuebles decidieron entrar y pidieron dos dobles de cerveza y un juego de dominó, al salir estos clientes, que a Pere Romeu se le antojaron unos bultos vulgares, cerró para siempre las puertas del establecimiento".

En el inmueble se instaló el 'Círculo Artístico Sant Lluc' que permaneció allí hasta 1936. 


Picasso y sus amigos dibujado por el artista

Hubo muchas cervecerías en la Barcelona de finales del XIX y principios del XX, casi todas ellas regidas por extranjeros, debiendo hacer especial mención a 'Gambrinus', 'Old Gambrinus', Moritz y 'El Refectiorium', todas comandadas por alemanes, que por cierto ofertaban una magnífica selección de productos alimenticios de su país, como pueden ser la charcutería y una excelente dorada 'choucroute'.

Los sajones, entre ingleses y canadienses, inauguraron el 'Petit Pelayo' y los franceses 'Justin', 'Martin' y 'El Suizo'.

Toda una historia perdida y casi olvidada de una Barcelona que ya pertenece al pasado y que camina con paso decidido hacia el futuro. 

Bibliografía:

Doménech, Ignacio: Cocina de recursos (Deseo mi comida), pgas 175 a 189
Luján, Néstor: Barcelona, 1900. Gastronomía, cafés y cervecerías, pgas. 161 a 169

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