Con la esperanza de que todos los corruptos den con sus huesos en la cárcel y que no salgan nunca de ella.
En todos los tiempos, por diversas razones, la humanidad pasó hambre de forma cíclica, entre las causas más importantes estaban los cambios climáticos, tanto por las sequías como por los fríos o lluvias excesivas que arruinaban las cosechas; las guerras dejaban los campos sin plantar, sin recoger o incendiados en una táctica de tierra quemada. Las epidemias, tan recurrentes en el pasado, hacían que faltara la mano de obra para cuidar las labranzas y donde casi desaparecían las infraestructuras básicas para abastecer a los núcleos urbanos o faltaba el personal necesario para el trasporte o la manufactura de alimentos. Por último, otra de las causas, eran las plagas, como la langosta, que arrasaban todo.
Aquel estado de cosas, que se reflejaba en la idea o creencia de achacar todos los males a los castigos divinos en la Edad Media, donde se plasmaban en un cataclismo total en la conjunción de todos ellos, ‘los Cuatro Jinetes del Apocalipsis’, hicieron que se radicalizaran las religiones hasta extremos insospechados para una persona de nuestro tiempo. Fue la falta de pensadores con una visión racional, amplia y razonada del entorno la que dio lugar a atrocidades y auto culpabilidades o exculpaciones, inexistentes en la mente de un contemporáneo. La ignorancia de la mayoría, sabiamente aprovechada, pudo hacer que los pueblos vagaran por la senda de la barbarie o se cohesionaran en torno a aquellos que los manipulan y les hacían ver que eran diferentes, estando entre ellos las religiones, el idioma o el color de piel, todo lo que podía diferenciar el ‘nosotros’ del ‘ellos’ de forma clara.
Ante esta visión empobrecida y egocéntrica, donde nacieron emblemas, enseñas y banderas bajo el paraguas del gregarismo, es interesante el estudiar su resultado en lo más primario, el acto de nutrirse y el mundo que le rodeaba, y donde la experiencia adquirida se fundía con la superchería o la sacralización de los alimentos como un regalo de los dioses, sin llegar a entender que somos astronautas que vamos en una nave llamada Tierra vagando por el universo y donde todos debemos estar unidos si queremos sobrevivir. Esta apreciación por mi parte, aunque pueda parecer fuera de lugar, creo que es clave para entender o diferenciar lo macro de lo micro en el concepto histórico, poniendo como ejemplo actual el caso de Cataluña, que en los miles de años de su existencia como tierras pobladas, tan solo 300 de ellos a lo máximo se puede decir que gozó de una cierta autonomía propia, consecuencia de la Reconquista, como toda la España cristiana, perteneciendo alternativamente a distintos pueblos invasores y hoy se llega a la esquizofrenia de querer segregarse o desgajarse del país para querer seguir perteneciendo al gran proyecto europeo, donde todo hace indicar que se convertirá en los Estados Unidos de Europa, de modo que la barbarie subconsciente llega al paroxismo de algunos en momentos puntuales de la historia, sólo hace falta leer los razonamientos de algunos políticos impresentables que juegan en interés propio y a favor de la ilógica, sin importarle las nefastas consecuencias que pueden producir en un corto espacio de tiempo a todos.
Pese a todo, porque nada es unívoco, hubo personas, al margen la mayoría de las veces de sus sociedades, que aplicando sus conocimientos fueron dejando sus observaciones y estudios en beneficio de sus congéneres, sin distinciones, y como sus talantes altruistas fueron incomprendidos o perseguidos, en algunos casos por sus coetáneos o simplemente silenciados y relegados al olvido, aunque más adelante, con suerte, fueron rehabilitados, creo que no haría falta poner ejemplos con nombres y apellidos, aunque el caso más claro fue el de Galileo.
Estos héroes de los que hablo, porque para mí no son héroes los que en batallas arrebatan las vidas a otros, sino los que abnegadamente, sin aplausos de sus semejantes, han salvado las de muchos o han hecho su existencia más placentera y donde están los científicos y estudiosos que no han puesto su sapiencia al servicio del mal, como fueron esos agrónomos, médicos, químicos o simplemente hombres y mujeres observadores de la naturaleza que han tenido conciencia de la raza humana y de su entorno como un todo y no han sido partidistas, discriminadores o defensores de tribus porque se han sentido ciudadanos del mundo, librepensadores comprometidos con la naturaleza.
Entre ellos hoy quiero destacar a dos de ellos, para los cuales hice otra presentación que adjunto a este trabajo y donde hago una denuncia contra estos que nos mandan y que no nos gobiernan:
Sevilla, la ciudad en la que vivo, es proverbial por su ignorancia y su capacidad de olvido, algo que tras este estado que dicen que es democrático se permeabiliza a la Administración, me refiero, por ejemplo, a la oficina que propone los nombres a los que la ciudad dedica sus calles y donde, si repasamos el callejero, encontramos nombres de ilustres fascistas o personas que casi no tuvieron que ver con esta urbe, caso de un acordeonista granadino que tocó en una única actuación, a una hora intempestiva en un teatro, pero eso sí, su nieto, por casualidad, trabaja en una oficina municipal. El despropósito intelectual del sur es digno de un libro de humor por lo descabellado y donde los fieles jefes de Servicio se mantienen agarrados a sus sillones en pago a las fidelidades políticas o el servilismo mercenario.
Sevilla, por su pasado, estuvo llena de hombres ilustre de los que nadie se acuerda o no quiere recordar pero, por el contrario, se le dedican plazas, calles y avenidas a políticos de tres al cuarto, a cantaores, a tonadilleras, a toreros, a miles de vírgenes cuando la madre de Jesucristo, si existió, fue sólo una y de nombres de Cristos para que contar, que más parece que eran legión, siendo todo esto lícito dado el fervor irracional de algunos, siempre que exista un orden y una lista de prioridades para honrar a los grandes hombres y mujeres que dieron todo, incuso sus vidas, por el país, ingrato país que no tiene ni cementerios donde descansen aquellos que dejaron sus vidas y su honra por la patria o sus ideales.
Estos meapilas municipales que hacen las propuestas de nombres de calles carecen de lo básico: la cultura y lo que digo lo puedo demostrar con creces, punto por punto, con nombres y apellidos, siendo este estado de cosas, con la anuencia de los politicastros de turno, vergonzoso porque deprecian a la vista del mundo una ciudad llena de historia.
Aparte de lo contado, para que el lector se sitúe, y que hasta asco me produce lo dicho, voy a contar la biografía de dos sevillanos ilustres que dejaron constancia de su paso por este mundo con estudios agronómicos que los hicieron inmortales, pese a quien pese y a los roznidos y sus ecos que se pierden en los pasillos consistoriales.
Biografía de Abu Zacaria Iahia
El primero de los biografiados, del que me estoy volviendo especialista de su obra, es Abu Zacaria, un sevillano cuyo nombre completo fue Abu Zaccaria Iahia Be Mohamad Ben Ahmad Ebn el Awam.
Nuestro hombre, que debió vivir en la capital sevillana a comienzos del siglo VI de la hégira, el equivalente al XII de nuestra cronología, poseyó tierras en la zona conocida como Tablada y el Charco de la Pava, en la parte baja e inundable de los cerros del Aljarafe, colindantes con Sevilla, lo que forma el campo de la feria y el barrio donde vivo, Los Remedios, pertenecía a dicha zona inundable y donde se plantaron los primeros arrozales en España y del que tiene un esplendido estudio, del que dimos cuenta en el trabajo titulado ‘Historia del primer arroz que se plantó en Europa’ allá por diciembre de 2011. También poseyó tierras en las faldas y altos de dichos cerros del aljarafe sevillano donde igualmente experimentó con todo tipo de plantas (ver fotogrametría de Google donde superpuesto se indican los lugares).
Poco se sabe sobre su vida, sólo que escribió uno de los mayores libros de agronomía de España, mucho más detallado y completo que el que fue referencia agrícola en nuestro país desde su publicación en 1513 hasta la Guerra Civil en 1937, escrito por Gabriel Alonso de Herrera, considerada la obra cumbre de la agricultura española.
El libro de referencia, titulado ‘Libro de agricultura’ es un exponente tardío del Siglo de Oro de la literatura árabe, según el sacerdote maronita Miguel Casiri (1710-1791), que floreció en oriente en los califatos de Ben Rechid y Almamon, y en España en los reinados de los Abdo-Rahmánes de Córdoba, siendo en nuestra península donde por más tiempo que en el oriente permaneció el estudio de las ciencias útiles como la agronomía.
Abu Zacaria en el prólogo de su libro hace referencia a que leyó o estudió los autores geopónicos antiguos y de su época, de los que había tenido noticia, sobre todo el titulado ‘Agricultura nabatea’, libro importante para comprender la base de la agronomía árabe, donde se recopilaron las máximas de los geopónicos antiguos y donde la tradición decía que sus enseñanzas provenían de tiempos de Noé e incluso desde Adán; el original de dicho libro fue escrito en lengua caldea, traducida al árabe por Ibn Wahsjija.
Otra de las obras base para su libro fue ‘Almokna’ o ‘La suficiente’, escrita en el año 1073 por Abu Omar Aben Hajáj, que a su vez había recopilado de una treintena de autores antiguos y modernos las enseñanzas geopónicas de los autores africanos y europeos occidentales.
Se apoyó también en otra obra no menos apreciable, titulada ‘Almokna’ o ‘La suficiente’, compuesta el año 466 de la hégira o 1073 de la nuestra por Abu Omar Aben Hajáj, en la que recopiló la doctrina de treinta autores antiguos y modernos. Estos dos libros de Ben Hajáj y de Zacaria debían contener lo mas de cuanto se había escrito de agricultura en el oriente y en el occidente, de manera que Zacaria resumió los tratados de los escritores geopónicos orientales, y Aben Hajáj los de los africanos y de los europeos occidentales. Fuera de estas dos obras de agricultura leyó Abu Zacaria otros muchos libros de la misma materia, no solo de españoles como Mohamed Ebn Ibrain, Ebn el Fasel, Abu el Jair sevillano, el Haj granadino, Aben Náser cordobés etc., sino también de persas como Kastos (seguramente este sea copiado de otro agrónomo llamado Ebs-Háj); de griegos como Casiano Dionisio Uticense, Macario y Aristóteles; y de africanos como Magon y Anatolio, por lo que llegamos a la conclusión que dedicó toda su vida al estudio no sólo de la agricultura, sino también en materias pertenecen al gobierno y economía de la casa de campo, tales como la cría de los animales que se emplean en las labores y abonos de las tierras como fueron el ganado vacuno y lanar, los mulos, los asnos, los camellos y los caballos, así como la granjería con la cría de las aves, como son las palomas, los ánades, los patos, los pavones, las gallinas y las abejas; terminando con un tratado sobre el destilado de aguas olorosas, todo ello adaptado al clima de Sevilla, diciendo en el prólogo de su libro que ninguna sentencia establece en él que no hubiese probado por experiencia propia muchas veces.
A modo de prólogo, en lo referente a la biografía de Abu el Jair, contaba Zacarias que en años calamitosos se hacía pan de arroz, el cual alimentaba poco por carecer de sustancia y viscosidad, haciendo referencia a Rasis que decía que se convenía en la buena práctica de no comer dicho pan si no era con cosa salada, mucha grosura, leche o ajos; añadiendo también el azúcar, la miel y el arrope de uvas y de dátiles, por ser una de las cosas que lo hacían de más alimento y de mejor calidad, facilitando así mismo la salida o excreción.
Para hacer pan de arroz daba la siguiente fórmula: «Ha de molerse muy bien y heñirse parte por parte con agua, que para este efecto debe de haberse calentado. El que lo amasare debe de hacer con paciencia esta operación por lo que contribuye a la mejor calidad del pan, sin dejar de rociarle poco a poco con aquel agua hasta que habiendo empezado a tomar forma de masa, se le infunda algún aceite de ajonjolí; después se pone a cocer en horno poco caldeado, colocando el panadero en él juntos los panes que ya antes han de haberse sumergido en aceite«.
Biografía de Abu Omar Aben Hajáj:
Este agrónomo fue sevillano, pues alegándose una máxima suya en la primera parte de la de Ebn el Awam (c. 7 pág. 234) en que cita una sentencia de L. Junio Moderato Columela sobre la plantación de los olivos, se explica de este modo: «Esta máxima de Columela tengo por verdadera, pues en nuestras tierras de Sevilla en el monte del Aljarafe… no he visto otra cosa que muchísimos acebuches entre los pequeños árboles…» Y en el capítulo VII pág. 358 dice: «Vemos entre nosotros (ó en nuestros países) higueras plantadas entre las vides… en nuestros campos vecinos al rio grande (Guadalquivir)»; y poco más abajo: «Jamás he visto en los montes del AIjarafe…”.
De los autores, cuyas máximas se citan en su obra, unos son latinos como Varron, Columela y Paladio; otros griegos como Demócrito, Theodoro o Diodoro Atico y Casiano Baso Escolástico (del que tenemos muchos trabajos en nuestra web): otros africanos y cartagineses como Annon, León el Negro y Anatolio; y algún otro persa como Sidagós el de Hispahan.
Es verosímil que los libros de que se sirvió Aben Jatib Abu Omar Aben Hajáj para la composición de su obra, como que son de autores de naciones e idiomas diferentes, estuviesen traducidos al árabe. De otra suerte sería preciso persuadirse que Aben Hajáj tenía conocimiento e instrucción de muchas lenguas, no solo de las que son dialectos del árabe, sino también de la griega y de la latina para poder aprovecharse de los autores que respectivamente escribieron estos idiomas. Pero sea que el libro del gaditano Columela estuviese traducido al árabe, o que Aben Hajáj no ignorase la lengua latina para poderle consultar y servirse de su doctrina, él o el autor de la traducción debía tener un conocimiento más que mediano para entender a un autor del siglo de Augusto, que había tratado de materias rústicas con tanta pureza y elegancia de estilo. Es constante la exactitud y fidelidad en la traducción arábiga de las muchas máximas de Columela que se citan o extractan en esta obra. Es a la verdad presumible que el mismo Aben Hajáj tuviese algún conocimiento de la lengua latina, pues se advierte que en muchos de sus preceptos aunque no cite para ellos a Columela u otro autor latino, usa con frecuencia de nombres romanos para expresar los meses solares del calendario rústico.
Hasta aquí todo lo que pude recopilar de dichos autores y que servirá para citarlos en otros trabajos y ayudar a saber de ellos a los lectores.