Historia de una revolución en la alimentación y el hambre de los soldados en Baviera (Alemania) a finales del siglo XVIII y el conde de Rumford

Como prometí en mi primer trabajo dedicado a la biografía del conde de Rumford continuaré, hasta terminar un gran monográfico, escribiendo sobre la figura de este hombre hoy olvidado por casi todos en la historia de la gastronomía y su lucha contra el hambre y al que mucho le debe la civilización occidental porque fue uno de los que pusieron las primeras piedras que hicieron posible la Revolución Industrial a finales del llamado ‘Siglo de las Luces’, humanizando y socializando a una sociedad dividida entre la nobleza, el ejército y el pueblo llano con barreras, hasta entonces, infranqueables que se caracterizaban por abusos de poder que ahogaban todo signo de progreso.

Para no ser repetitivo, ya que aconsejo leer en primer lugar su biografía, daré por informado al lector sobre el momento que le tocó vivir en una Baviera que era el reflejo de toda Europa y donde el hambre era moneda común para todos, lo que llevaba a enfrentamientos y recelos entre la población civil y la militar que con sus razzias esquilmaban los graneros y enfrentaba a toda la sociedad.

La idea puesta en práctica estaba basada en la que los españoles e ingleses habían llevado en su conquista americana, del soldado colono, pero adaptada a la mentalidad y necesidades europeas de una forma verdaderamente ingeniosa, incentivando con comedores para pobres a la sociedad civil y con trabajos agrícolas y de infraestructura a los militares en tiempos de paz en un intento de reconciliación entre ambos grupos como iremos viendo a lo largo del monográfico.

En sus memorias el conde de Rumford dice al respecto refiriéndose al apartado que ahora nos ocupa: «Parecerá acaso extraordinario que un militar emprenda un trabajo tan extraño a su profesión como el de formar y ejecutar un plan para el alivio de los pobres, y por esto he creído del caso hacer una relación sucinta de los motivos que me han estimulado a formar esta empresa antes de detallar el resultado de mis operaciones«, para continuar, a modo de prólogo con estas palabras: «Habiendo tenido S. M. Británica la bondad de permitirme entrar en el servicio del Serenísimo Señor Elector Bávaro Palatino en 1784, fui empleado por S. A. en diferentes partes del servicio público, y particularmente en la administración de los negocios militares, introduciendo entre sus tropas un nuevo sistema de orden, de disciplina y de economía: para ejecutar esta empresa he tenido siempre a la vista esta importante verdad, que ningún arreglo político podía realmente ser bueno mientras que no contribuyese al bien general de la sociedad. Procuré pues en todo el curso de mis operaciones unir el interés del soldado con el de la sociedad civil, y hacer la fuerza militar provechosa al bien público aun en tiempo de paz«.

La idea en sí estaba pensada para sacar provecho en un amplio espectro militar y político difícilmente imaginable en aquellos momentos, abaratando considerablemente el mantener una gran fuerza castrense en tiempos de paz en un lugar tan convulso como eran aquellas tierras, frenar posibles rebeliones o revoluciones del pueblo, como la que padeció Francia, y facilitar el crecimiento económico de la zona a niveles hasta entonces impensables, evitando deserciones y levas tan temidas por el poder y el pueblo respectivamente. Para ello era necesario hacer de los soldados paisanos y así evitar el menor perjuicio a la población, alejando la perversión de sus costumbres sin perjudicar a las fábricas y a la agricultura.

Para facilitar tan importantes objetivos lo primero que se hizo fue aumentar la paga del soldado, los vistieron adecuadamente y se les permitió toda clase de libertad que no fuera incompatible con el buen orden y subordinación. Se simplificaron los ejercicios militares, haciendo su instrucción corta y fácil, se cuidó de que los alojamientos de la tropa estuvieran limpios e incluso se remodelaron las fachadas de los cuarteles para que fueran agradables a la vista. Se establecieron escuelas para que los soldados aprendieran a leer y a escribir: admitiendo en ellas también a sus hijos y los vecinos del los pueblos cercanos sin cobrarles dinero por dicho servicio, incluso se les proveyó, a expensas del estado, de libros, plumas, tinta y papel: también se crearon las que llamaban ‘escuelas de industria’ donde se enseñaba a trabajar a los soldados y a sus hijos en diversas obras, suministrándoles las primeras materias para trabajarlas por su cuenta y cómo Rumford cuenta en sus memorias: «Como nada es más perjudicial a las costumbres, principalmente en la plebe, que la ociosidad, se emplearon los medios posibles para introducir la industria en la tropa: se procuraron todos los estímulos para que se utilizasen del tiempo que tenían de descanso cuando no estaban de servicio; y entre los varios que se emplearon para excitarles ha sido el mas eficaz el de concederles la plena y entera libertad de disponer sin dar cuenta del producto de su trabajo. También se les dieron vestidos para estas faenas, que consistían en pantalones y sobretodos de lienzo a aquellos que se alistaron para trabajar: se les permitió guardasen sus uniformes viejos para el mismo objeto, y se cuidó de asegurarles un salario ventajoso siempre que estuviesen empleados«.

Los soldados recibían de paga tres reales de vellón por su trabajo, aparte de estar alojados y vestidos, independientemente de recibir libra y media de pan y su paga militar de cinco cuartos que se mantenía en los días de guardia, un día de cada cuatro, permitiéndoles trabajar para sí fuera del regimiento, en cuyo caso no se les daba la paga, aunque sí el pan, y se mantenía gratis el alojamiento.

Con esto se conseguía, según cuenta Rumford: «Siempre están ocupados los soldados en las obras publicas, como hacer y reparar caminos, secar  pantanos y lagunas, componer los diques para la conservación de los ríos y canales; y en todos estos casos se cuida de su bienestar y recreo, preparándoles alojamientos cómodos, una comida sana, abundante y barata, y asistiéndoles en sus enfermedades» y cosa curiosa, que parece un invento reciente, cuando el trabajo era mucho, los músicos tenían órdenes de tocar algunas sonatas y se les obligaba a que fueran a divertirse los domingos y días festivos, ya bailando, haciendo ejercicios corporales o de diversión.

Para mantener la armonía y el buen orden entre la tropa que trabajaba en las obras civiles existía un cuerpo de oficiales y sargentos que vigilaban la convivencia y al mismo tiempo hacían las funciones de capataces, por cuya razón se les pagaba.

Lo más sorprendente, relacionado con la aproximación entre lo castrense y lo civil, en su gran psicología social, es: «Además de permitirse a los soldados trabajar mediante una recompensa en los pueblos de guarnición, o formar una compañía para tomar a su cargo algunas obras públicas (lo que se concede al instante a los que lo solicitan, en cuanto lo permite el servicio de la guarnición), se anima a los naturales del país permitiéndoles ir a ver sus parientes, amigos, y cuidar de sus negocios, faltando del regimiento durante el intervalo de unos ejercicios anuales a otros, o lo que es lo mismo en los diez meses y medio. Este arreglo es muy favorable a la agricultura, a la prosperidad de las fábricas, y aun a la población (porque se permite a los soldados que se casen); y de este modo se consigue establecer una paz inalterable, y mutuas relaciones de amistad entre los militares y paisanos, lo que proporciona hacer muchos reclutas«.

Otra de las medidas de hacer la vida del soldado tranquila y agradable fue la de proporcionar un lugar estable para las guarniciones cercanas a las inmediaciones de su domicilio razonándolo de la siguiente forma: «Esta providencia no seria prudente en un gobierno despótico u odioso al pueblo, porque en un estado donde la autoridad del Soberano debe ser sostenida por el terror de las armas, toda relación de sociabilidad y unión entre los soldados y paisanos es peligrosa; pero en un gobierno bien arreglado no pueden menos de proporcionar grandes ventajas estos enlaces«, con lo que se conseguía que al ser los reclutas del distrito que rodea la zona estaban cercas de sus casa, a las que accedían en sus licencias temporales fácilmente andando y, esto es importante, podían reunirlos casi de inmediato en caso necesario.

En la mayor parte de Baviera la mano de obra en el campo, ya fuera por las sucesivas guerras que pasó o por las enfermedades, los jornaleros del campo eran escasos lo que hacía sumamente útil la medida antes mencionada para poder tener las tierras cultivadas.

En sus consideraciones hace un revelador informe sobre lo que se plantaba en aquellas tierras cuando dice: «Aunque la agricultura haya llegado a un cierto grado de perfección en alguna parte de los Estados del Elector; sin embargo, en otras muchas, y particularmente en la Baviera, está muy atrasada. Un gran número de beneficios útiles, como la adopción de plantas extranjeras, el cultivo del trébol, de los nabos de Galicia, la sucesión regular de las recolecciones, etc. no se conocían en la práctica general del país: la patata, una de las producciones mas útiles, se consideraba como una planta extranjera«, muy importante la apreciación sobre la patata para completar la historia de dicho tubérculo en Europa y que para introducirla en la dieta y en el cultivo creó en todas las guarniciones, excepto en Dusseldorf y Hamburgo, jardines militares que no eran otra cosa que pedazos de tierra situados en los mismo pueblos y a corta distancia que eran cultivados por los sargentos y soldados de los regimientos. Por lo general se dividía el terreno en distritos de los regimientos, batallones, compañías y escuadras de las que había cuatro por compañía, siendo la de la escuadra lo suficientemente grande como para que cada sargento o soldado que la componía tuviera para su uso un cuadrado de trescientos sesenta y cinco pies. Dicho trozo de tierra pertenecía exclusivamente al soldado mientras continuara sirviendo en el mismo regimiento, gozando de plena libertad para cultivarlo a su gusto y de disponer sobre su producción cómo si fuera propia, teniendo como única obligación la de mantenerlo cultivado y limpio de toda mala hierba y si no lo hacía así se les quitaba para dárselo a otro compañero más laborioso.

Las divisiones de estos jardines militares estaban señaladas por calles anchas y cortas, cubiertas de arena, bien limpias; y para que todos fueran testigos de esta escena tan industriosa como interesante, se hicieron las calles principales bastante capaces para formar un paseo público. El efecto que produjo este establecimiento desde su creación (ocho años antes de su publicación) fue maravilloso, ya que superaron todas las expectativas puestas en la idea por Rumford. que decía: «Los soldados, que eran antiguamente los mas perezosos de los mortales, y que carecían de los conocimientos necesarios para conservar los jardines, se convirtieron en cultivadores de los más inteligentes e industriosos; y les gustan en la actualidad tanto los vegetales, principalmente la patata, que esta producción útil y sana forma una parte de su comida diaria. Estos Ensayos de cultivo se han extendido prontamente entre todos los labradores y colonos del país«.

Asombra la inteligencia de Rumford si la sabemos situar en su contesto histórico, ya que con esa iniciativa cambió para siempre las costumbres alimenticias de los alemanes y donde «Apenas hay un soldado que cumplido o con licencia se regrese a su casa sin llevar consigo una porción de patatas o semillas de hortalizas para plantarlas y hacer su provisión. Y así no dudo que a vuelta de pocos años se verá la patata tan cultivada en la Baviera como en otros países, y que los vegetales formarán una parte de los alimentos de la plebe. Ya he tenido la satisfacción de ver en muchos parajes jardines pequeños; y espero que pronto todos los labradores de la Baviera destinarán un terreno para este uso«.

Todo no terminaba ahí, ya que para ayudar a los soldados en el cultivo de sus pequeños huertos se le proveyó de los utensilios necesarios gratuitamente, así como de vez en cuando abonos para las tierras y semillas y comenta: «pero aun no se contentan con estos socorros: los mas industriosos recogen de las inmediaciones del cuartel y de las calles las substancias propias que encuentran para beneficiar la tierra de su jardín y donde hallan las semillas de que necesitan: y para ponerlos en estado de sacar partido de las yerbas y vegetales desde la primavera, tiene cada una de las compañías una choza destinada al intento«.

Para unir aún más a los soldados a esa corta propiedad se les daba toda la comodidad, destinando a cada compañía una barraca donde guarecerse en tiempo de lluvia o para descansar cuando se fatigasen.

Y para terminar sólo resta decir que se ordenó a todos los oficiales de los regimientos que dieran los socorros posibles a los soldados para el cultivo de sus tierras, prohibiéndoles, bajo las penas más severas, de que aprovechasen la menor parte de la producción o que recibieran parte de ella por su producción.

Si le pareció lo comentado y citado una gran novedad no se pierda el próximo capítulo dedicado a los comedores  de caridad, la historia del maíz o la famosa en su tiempo sopa, más conocida como de Rumford.

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