Hay veces que la historia se cuenta sin rigurosidad, atendiendo más a intereses de estado que a la finalidad que se persigue, ya sea por omisión deliberada o simplemente repitiendo una mentira hasta que se convierta en una verdad muchas veces vergonzosa y vergonzante para aquellos que la cuentan, como es el caso que nos ocupa.
Siempre que se habla del triunfo de la patata en Europa se le regala la paternidad a Antoine Parmentier, hombre al que se le debe mucho aunque no por ese hecho, ya que lo que hizo fue simplemente trasladar a la Corte Francesa, tras su cautiverio en los campos de concentración alemanes, lo que ya en dicho país era un alimento de masas como veremos a continuación y lo mismo ocurre con los comedores económicos donde se alimentaban a los pobres de las ciudades que como casi todo se lo quieren arrogar los franceses.
En primer lugar tendríamos que saber quien fue el conocido como conde de Rumford para empezar a comprender toda la historia de un momento crucial de la humanidad y donde se pusieron los cimientos de lo que sería la Era Industrial, que sin una infraestructura sólida no se habría producido.
Entre los estados norteamericanos septentrionales de Nueva Hampshire y Massachuset existe una pequeña isla que en otros tiempos se llamó Rumford; su situación, antes de la Guerra de la Independencia, era disputada por ambos estados que ocasionaron enfrentamientos, pese a pertenecer y ser colonias de Inglaterra. Cómo dicha situación no podía enconarse llegaron a un acuerdo y en conmemoración de la paz entre hermanos pasó a llamarse isla de la Concordia.
Pues en la isla mencionada nació en el año 1751 un niño de padres ingleses, pertenecientes a unas de las primeras familias que se establecieron en América por parte sajona, al que llamaron Benjamín Thompson, desde ahora para identificarlo lo llamaré Rumford, el pequeño quedó huérfano siendo muy niño por lo que lo enviaron a Nueva York para que siguiera sus estudios, casándose, o casándolo, a los diecinueve años con una prima suya que murió poco tiempo después y de la que tuvo una niña, que ya tenía mala suerte el hombre con tantos fallecimientos, y la que no volvió a ver hasta que ella tuvo veinte años y porque fue a visitarlo a Munich.
Gracias a un cura anglicano, que fue su profesor durante algunos años, nuestro hombre se aficionó a las ciencias físicas, las que abrazó como su verdadera profesión hasta su muerte, pese a que ya cuando se casó era coronel de un regimiento de milicia, en unos momentos donde ya se manifestaban los primeros movimientos de emancipación de la metrópolis. Cómo en toda guerra fratricida tuvo que tomar partido por uno de los bandos y nuestro hombre, por los vínculos de amistad que mantenía con el Gobernador de su provincia, decidió ser leal a la Corona Británica lo que le acarreó el exilio tras la independencia de esa nueva nación que llamaron Estados Unidos.
Durante dicha guerra Rumford aprendió que no todos los hombres son patriotas, ni todos tienen madera de héroes, muy al contrario de las novelas, y con desesperación vio como muchos de sus hombres desertaban y ahí comprobó que de nada valía fusilar ‘in situ’ a aquellos desesperados que estaban cansados y agotados de aquello, así que ideó la forma de humillar a aquellos que lo hicieran, comprobando que la psicología era más eficiente que la fuerza bruta, así que los montaba en carros como si fueran animales salvajes, en lo que el llamaba carruajes para llevar el cuerpo de los desertores, y así los paseaba cuando sus tropas iban de marcha, algo que surtió efecto porque el número de fugitivos disminuyó de forma significativa.
Cómo las cosas no iban bien en 1779 fue llamado a Inglaterra para que informara sobre el estado de las colonias y también oír de sus labios que podía hacerse para proseguir dicha guerra con buen éxito; debió dar algunas soluciones porque poco tiempo después lo enviaron con el empleo de Vicesecretario de Estado a la provincia de Georgia y también, por los servicios prestados, fue agregado a la Sociedad Real de Londres, a la que comunicó sus experimentos sobre la pólvora y el estudio de un nuevo método para determinar la rapidez de los proyectiles.
Pese a todo, y como sabemos, en 1783, tras el Tratado de París, se proclamó la independencia de Estados Unidos y Rumford cogió camino del exilio, pese a que los amotinados ingleses, ya patriotas de un nuevo estado, le ofrecieron formar parte de la recién creada Sociedad de Ciencias de Filadelfia, que en eso los norteamericanos son inteligente al no dejar escapar a sus hombres válidos, algo que rechazó.
Ya en Europa y sin trabajo, viajó por el Continente cómo observador, o mejor dicho siendo turista desempleado en busca de oportunidades para ser realistas, visitando Francia y parte de Alemania, encontrándose en Strasburgo con el Príncipe Maximiliano, sobrino del Elector de Baviera. Debió causarle muy buena impresión porque lo recomendó a su tío y éste le confió, en el año 1784, la dirección de su establecimiento militar.
Es desde ese momento cuando Rumford comienza a pasar a la posteridad por sus innovadoras reformas de todo tipo gracias a su pragmatismo a la hora de aplicar conceptos y fórmulas de la física y la psicología de masas a la vida real.
En primer lugar propuso la reforma total del ejército bávaro, llevando a la práctica una innovadora fórmula, que ya estaba experimentada por los españoles y los ingleses en el Nuevo Mundo, que consistía en reconvertir a los soldados en colonos en tiempos de paz, siempre adaptándolo de forma magistral a la mentalidad europea, y que consistía en síntesis en el establecimiento, sin perjuicio de la población, de una fuerza militar permanente y estable que no interfiriera en las costumbres del pueblo, ni fuese dañosa a las industrias, las manufacturas y la agricultura del país.
Lo primero que debía evitar eran las deserciones, materia en la que era experto, y que hasta entonces se pretendían evitar acantonando las tropas en ciudadelas, convirtiendo aquello casi en un campo de concentración para los soldados con la finalidad de que no escapasen, algo que a duras penas podía conseguirse; para ello y cortar el mal de raíz propuso y llevó a efecto el ofrecer a la soldadesca, con el menor gravamen para el Elector el endulzar las condiciones militares dándoles mejores alimentos y una vestimenta adecuada, mejorando la limpieza de los cuarteles reformando hasta sus fachadas para que fueran más agradables a la vista.
No sólo permitió a los soldados dedicarse a todo tipo de trabajos en los días que no estaban de guardia, sino que también se los facilitó para de esa forma dejarlos ser dueños del fruto de sus trabajos. Se mandó que en tiempos de paz las guarniciones fueran permanentes y señaló suertes de tierras a cada cuerpo, subdividiéndolas entre los regimientos, los batallones, las compañías y los escuadrones y donde unas calles de árboles separaban las suertes entre ellos, de forma que los suboficiales y la tropa recibían el usufructo de su trabajo y haciendo que los paisanos del entorno fueran proclives a engancharse para servir en el ejército, llegando el momento en los que había más peticiones para servir que puestos se ofertaban.
Uno de los primeros problemas que tuvo que solucionar Rumford fue la de saltarse la ley que no permitía a ningún protestante ejercer cargos públicos, algo que solucionó el Elector dando órdenes a los magistrados para que obedeciesen sus deseos cómo si dimanasen de su propia persona, algo que lo situaba al nivel de un Primer Ministro.
El siguiente fue el de erradicar la mendicidad, que tras las sucesivas guerras se había convertido en una lacra social y donde, según contaba, todos los niños de las clases menos favorecidas se dedicaban a ella, llegando a escribir Domingo Agüero y Neira en una publicación de la Real Sociedad Económica española en 1800 lo siguiente refiriéndose a los mendigos de Baviera: «Formaban estos una especie de cuerpos que tenían sus leyes y sus usos; se distribuían puestos, y acosaban metódicamente al publico. A veces empleaban los medios más reprehensibles para excitar compasión: robaban los hijos a sus padres, y a veces también mutilaban los miembros de estas miserables criaturas para mover a las gentes a lastima. Algunos de estos monstruos exponían sus propios hijos desnudos y hambrientos en medio de las calles, con el fin de que por sus clamores y por el modo con que expresaban su miseria ganasen la suma que tenían que llevar a sus padres, so pena de ser castigados«.
Para combatir tal estado de degradación social llevó a efecto una serie de iniciativas que atajaran tales cosas, creando talleres y comedores sociales donde creó un hito en la historia de la alimentación y la gastronomía, que pienso desarrollar en otros trabajos.
Tan agradecidos quedaron los bávaros que por suscripción popular le erigieron un monumento.
En 1786 publicó en sus ‘Transacciones Filosóficas’ sus experiencias sobre las propiedades conductivas del vacío y de diferentes cuerpos con respecto al calor.
Al año siguiente publicó sus experiencias sobre la cantidad positiva y relativa de humedad atmosférica absorbida por diferentes substancias en las mismas circunstancias.
En 1792 dio cuenta de sus investigaciones sobre la facultad conductiva de los cuerpos que sirven para vestidos, las cuales probaban que los cuerpos son tanto peores conductores del calor; y por consecuencia que conservaban tanto mejor el calor animal cuanto más aire encerrado retenían.
Ese mismo año, el 9 de mayo, le es concedido el título nobiliario de conde
En 1794 dio a conocer su método para medir la intensidad de la luz que arrojan diferentes lumbreras, y que consistía en hacer que cayera la luz de dos cuerpos luminosos sobre la misma superficie. Se interponía entre las luces y la superficie un cuerpo opaco que proyectaba dos sombras; después se alejaba o se acercaba una de las dos lumbreras hasta que las dos sombras fueran de igual densidad. Es evidente que la cantidad de luz que arrojaban era proporcional al cuadrado de la distancia de las lumbreras..
En 1798 volvió a Londres y hizo investigaciones sobre las causas del calor producido por la frotación.
En 1799 hizo investigaciones sobre ‘la pesantez atribuida al calor’, y halló que no producía ningún efecto sobre los pesos aparentes de los cuerpos’.
Inventó la calefacción central por medio de radiadores de agua caliente aprovechando los cañones de las chimeneas, calor que aprovechaba en su casa de Londres y que le servía igualmente para cocinar.
Su faceta de filántropo de las ciencias le llevó ofrecer premios a los investigadores más sobresaliente en el estudio del calor y sus aplicaciones industriales, llegando a fundar la Institución Real, ser Vicepresidentede la Sociedad Real de Londres, e Individuo de casi todas las Sociedades científicas de Europa, entre las que se encontraban el Instituto nacional de Francia, la Sociedad de Fomento y la Sociedad Económica de Madrid que lo distinguía como Socio de Mérito.
Pese a todo lo que la ciencia le debe sus contemporáneos no supieron reconocer sus méritos y murió casi abandonado de amigos en París en 1814 a consecuencia de unas ‘fiebres nerviosas’.
En sucesivos trabajos iremos mostrando sus logros tanto para la elaboración de los alimentos con los hornos de las sopas de las cocinas económicas, sus recetas y su lucha para combatir el hambre.
Nuestros trabajo relacionados con el monográfico dedicado al Conde de Rumford: