Este trabajo mes una actualización de otro de fecha julio de 2008
Debieron pasar más de ciento cincuenta años desde su invención por el monje Perignon en el año 1688 para que el champán fuera un vino ‘casi’ aceptado en España, pese a la fama que ya había adquirido en toda Europa, en especial en Francia y Reino Unido. Baste con hacer referencia a la primera vez que se tiene constancia de su consumo en la Corte española en el año 1818, siendo rey Fernando VII, en el que se suministran tan sólo cuatro botellas con ocasión de la celebración del Jueves Santo, de las cuales no se sabe marca ni procedencia pero sí el precio que costó cada una de ellas y que fue de 48 reales. El encargo fue hecho por Antonio Miranda, Jefe del Ramillete del Rey, y se le adeudó a Josef Pascual Cavañas, según consta en el Archivo del Palacio Real, caja 92. Hay que decir que el pedido constaba de 160 botellas de distintos vinos, incluidas 6 botellas de ‘cerbeza’ (sic) a 10 reales la unidad. Desde ese momento no vuelven a encargar más vinos espumosos en la Casa Real hasta el reinado de Amadeo I de Saboya, por lo que puede deducirse que no gustó a los paladares de los Borbones ni de los nobles.
Creo que sería bueno hacer referencia de los gustos por los vinos y licores en la Corte en esa época y nada mejor que echar un vistazo al suministro del proveedor al Real Palacio en el año 1839, en donde no figura el champán entre los de esta provisión, que estaba compuesto por: Pajarete blanco y tinto; Moscatel de Jerez; Jerez dulce; Sanlúcar; Jerez seco; Jerez abocado; Guinda; Malvasía de Sitches; Lágrima; Moscatel; Montilla; Tintilla de Rota; Manzanilla; Amontillado; Alicante; Generoso rancio; Fondelló; Pedro Ximenez; Málaga; Peralta; Tudela; Rueda; Valdepeñas.
En la lista de licores figuran los siguientes: Marrasquino; Noyó; Midaya; Anisetes; Curasao; Arqueme; Placca de Damas; Leche de viejas; Cuatro frutas; Perfecto amor; Aceyte de Venus; Cicrado; Crema de moca; Aceyte Luisa; Menta; Estracto de café; Crema de vaynilla; Crema de quina; Bergamota; Ajenjos; Rosa; Licor de oro; Licor de plata; Crema de guinda.
Entre los aguardientes: Ron de Jamaica; Del Reyno; Aguardiente de cañas; Pura de Bayona; Andaya; Coñac; Ginebra; Francia; Seco; Anisado; Cinchón; Quin Vayrer.
Y los vinagres: De París; Marsella; Destilado; Yema; Estragón.
Datos obrantes en Archivo del Palacio Real, Sección Administración, Legajo 923 (los nombres son tal cual están escritos).
Lo mismo ocurre en la relación de vinos y licores existentes en la Cava de Palacio que se efectuó en el año 1869 (Archivo del Palacio Real, Sección Administración, Legajo 891), donde tampoco figura el champán pese a la larga lista existente, y donde también se incluyen los vinos procedentes de regalo y cuya lista está nutrida por miles de botellas de todo tipo de bebidas alcohólicas.
Llegados a este punto me veo obligado a discrepar con el prestigioso investigador sobre este tema, el historiador Emili Giralt i Raventós, cuando afirma que el champán llegó a España por tres caminos diferentes, el primero de ellos fue por la divulgación que hacían los franceses que vivían en Cataluña de este producto, el segundo por los técnicos catalanes que habían viajado a Francia para perfeccionarse en el conocimiento de la viticultura y la vinicultura, los cuales se habrían encargado no sólo de traer algunas botellas sino incluso recetas y maquinaria para intentar imitar su fabricación y por último por la especialización creciente de los fabricantes del distrito industrial corchero-taponero de la Selva en la fabricación de tapones para las principales casas elaboradoras de Reims y Epernay. Algo que no tiene en cuenta Giralt es que para introducirse en el mercado nacional en esa época, dentro de los gustos elitistas de la nobleza y la burguesía, era necesario que fuera aceptado por la Casa Real, a la sazón imagen a imitar por todos y que imponía las modas y costumbres, de ahí que poco se hable sobre el tema en la Estadística General de Comercio Exterior de España y no sea hasta el quinquenio 1876-1880 cuando realmente se conozca que el 36 por 100 de todos los vinos espumosos importados tuvieran su entrada por Barcelona, unas 385.600 botellas, y tiene su explicación ya que no se tiene constancia en los Archivos Reales del consumo del champán hasta la llegada de los Saboya que trajeron los gustos de la nobleza de Italia, hecho constatado por el primer suministro que se efectúa nada más llegar a la Corte en el año 1871 en el que se hace un pedido a Pierre Chabanneaux, propietario y negociante de Perçis, director de las Cavas de la Maison du Grand_Hotel de París, donde figuran champán de primeras marcas Yve Cliquot a 10,50 francos la botella; Louis Roederer al mismo precio; Mûme a 9 francos y Moët et Chandon también a 9 francos la botella. Igualmente sirve un champán ‘bonne marque ordinaire’ al precio de entre 5 y 6 francos. De Burdeos se envía a las bodegas reales en 1876 la importante cantidad de 1.000 botellas de champagne Moët Chandon entre otros.
Sólo se tiene constancia en España, antes de esta fecha, del experimento que hicieron, sin finalidad comercial, de la elaboración de vinos gasificados por parte de los vinateros Andrés Ansaldi y Juan Naully y Cia.
Conociendo los fabricantes de vinos el nuevo comercio y gustos por el champán pronto se apresuraron a fabricarlos ellos mismos y, según Giralt, en Reus dos comerciantes de vinos, Francesc Gil Borrás y Domingo Soberano Mestres, fabricaron y comercializaron un tipo conocido popularmente como ‘Champán de Reus’ el cual presentaron en 1868 en la Exposición Universal de París y que pasó sin pena ni gloria por los paladares de todos.
No es hasta el año 1877 cuando Gil Borrás consigue el nombramiento de ‘Proveedor de la Casa Real’, distinción que le abría las puertas del comercio nacional. Seguramente se deba esta distinción a la ‘gran comida’ celebrada por el Rey Alfonso XII y su Augusta Madre Isabel II en Bayona el 23 de enero de 1877, donde se consumieron 1.000 botellas de champagne y 2.000 de Burdeos, según se desprende del Archivo del Palacio Real, Sección Administración, Legajo 870. Ese mismo año se encargan para la Cava de Palacio 600 botellas de champagne Montevelo a 8 pesetas la botella y en el año 1879 se compra 250 botellas de champán de la misma marca a 6 pesetas la botella. Como puede apreciarse el destierro de Isabel II influyó en los gustos por los vinos franceses y en especial por el champán.
Los catalanes, buenos comerciantes, tomaron la antorcha del negocio del vino espumoso y ese mismo año de 1877 un indiano procedente de Cuba llamado Agustí Vilaret i Centrich, hijo de un panadero, que volvió a su tierra, Blanes, orienta su actividad a la fabricación de vinos espumosos naturales, siendo el origen de las cavas Mont-Ferrant, produciendo el primer año, según declaró, 10.000 botellas, bajo la dirección de Luis Justo para al año siguiente crecer hasta las 12.000.
Paralelamente a lo narrado, en fecha imprecisa, aunque todo hace indicar que fue en 1872, Joseph Raventós i Fatjó, heredero de las bodegas fundadas hacia mediados del siglo XVI por Jaume Codorníu, decide elaborar estos vinos espumosos tras visitar la región de la Champagna francesa utilizando las variedades de uvas Macabeo, Xarel-lo y Perellada, así como Miquel Esquirol en Vilanova i la Geltrú. La vida hay veces que nos parece difícil pero el destino nos puede deparar sorpresas, digo esto porque Joseph Raventós escapando de la Tercera Guerra Carlista se había refugiado en Barcelona donde asistió a las clases que impartían en el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro, sociedad que agrupaba a los principales terratenientes catalanes. Es allí donde se conocen Raventós y Esquirol y de esta amistad nace la necesidad de poner en práctica las enseñanzas adquiridas en el Instituto, para lo cual inician la fabricación de champán en la casa de Raventós, excavando una pequeña cava en el patio de la casa y donde se criaron las primeras botellas.
A decir verdad no creo que hubiera fructificado esta unión si no hubiera sido gracias al ingeniero madrileño Luis Justo Villanueva, profesor del Instituto Agrícola, encargado del laboratorio y quien estimuló y asesoró en la fabricación de los vinos espumosos según el método champanois, incluso intervino en los experimentos realizados en la pequeña cava del patio de Raventós. Luis Justo trabajó posteriormente como director técnico en las cavas de Agustí Vilaret i Centrich en Blanes, Gerona, experimentando con uvas Pinot y Chadornnay procedentes de Champagne, así como con otras uvas nativas.
No iba a durar mucho esta sociedad ya que años más tarde, en la segunda mitad de los años 1870, Esquirol se lanza a comercializar estos vinos, incluso se adentró en el terreno de la publicidad publicando en 1881 un tratado titulado ‘Elaboració dels vins espumosos’. Por su parte Raventós, a la vuelta a su finca de San Sadurní d’Noia, incorpora a su producción la del champán junto con las mistelas que elaboraba, es en esos momentos cuando nace una industria que llega hasta nuestros días y que sin lugar a dudas tiene fama mundial.
El futuro de las bodegas de estos dos pioneros corrieron distinta suerte ya que Miguel Esquirol falleció súbitamente en 1890 a la edad de 50 años dejando tres hijos en edad adolescente, que no estaban capacitados para seguir con el negocio, por lo que la empresa tuvo que cerrar; por contra a la muerte de Joseph Raventós en 1885 su hijo Manuel se hizo cargo de la finca, el cual decidió apostar fuerte por el champán, dedicando todos sus esfuerzos en exclusividad a la crianza de estos vinos por el método tradicional, mal momento para el negocio ya que en 1887 la filoxera arruina todos los viñedos del Penedés, algo que no lo amilana y que solventa, como casi todos los viticultores, con injertos de plantas inmunes a la enfermedad gracias a Marc Mir i Capella, productor de Sant Sadurní d’Anoia que descubrió que era posible injertar las vides con rizomas americanos. Al año siguiente, 1888, se le concede la Medalla de Oro en la Exposición Universal de Barcelona por sus espumosos Codorníu. Esta distinción hace que se disparen las ventas hasta alcanzar las cien mil botellas al año en 1897, momento en el que decide abrir nuevas bodegas, gracias en parte al apoyo de la Casa Real al otorgándole en el año 1895, por orden de la Reina Regente Dª María Cristina, el codiciado título de ‘Proveedor de la Casa Real Española’ que le daba un marchamo de calidad.
Como buen negociante, y aprovechando el momento, Manuel Raventós inicia las primeras exportaciones a Cuba Y Argentina, donde había una muy importante colonia hispana. Se presenta ese mismo año a las Exposiciones Universales, que afloraban como amapolas, de Amberes y al año siguiente en la de Burdeos donde obtiene también sendas medallas de oro.
Otro hecho afortunado favoreció a los vinos espumosos nacionales al entrar en vigor el llamado arancel Canovas de 1891 y donde Codorníu sale beneficiada al liderar la sustitución de los vinos franceses por los nacionales, gravados hasta con 1,50 pesetas por litro. Esta protección, que fue una respuesta al arancel francés, hace que se pare, incluso descienda drásticamente, las importaciones de los espumosos franceses en beneficio de los vinos nacionales, de forma que Codorníu consigue, por primera vez, en el año 1893 un incremento en sus ventas del 9,36%, ganando en el periodo comprendido entre los años 1891 y 1911 un crecimiento medio anual del 28,8 % en las ventas, llegando al final de ésta década a superar todas las importaciones de espumosos extranjeros (286.420 botellas contra las 272.405 importadas). Atrás quedaron las penurias comerciales de unas ventas casi insignificantes del año 1892 de tan solo 984 botellas de cava.
A la sombra del paraguas de Codorníu nacen otros productores, en total seis, repartidos entre las comarcas de Badalona, Sant Sadurní d’Anoia y Reus que tímidamente compiten en el mercado. Otros quedaron en el camino como fue Blanes Agustí Vilaret al cesar en la actividad como consecuencia de la decisión de su hijo de no continuar en el negocio al ejercer la profesión de médico y el ya mencionado Miguel Esquirol.
Desde mediados de la década de 1880 los fabricantes de Anís del Mono, los hermanos Joseph y Vicenç Bosch, que a la sazón eran también importadores de vinos y licores franceses, comenzaron en 1888 a ofrecer a sus clientes vinos espumosos galos, llegando a facturar en 1890 un total de 7.427 botellas, de las cuales 4.870 eran Moet & Chandon, que por aquellos tiempos era un champán de mediana calidad. Estos hermanos se asociaron en el año 1894 con el mallorquín Mariano Fuster Fuster para en el año 1890 entrar a producir vinos espumosos aprovechando las infraestructuras que tenían con su cartera de clientes y de las facilidades que tenían gracias al arancel Canovas antes mencionado.
En 1895 la sociedad de los hermanos Bosch y Fuster concurren a una exposición de la patronal catalana, el Fomento del Trabajo Nacional, exhibiendo su espumosos marca ‘Sport’, pero mejor es contar la historia de esta sociedad que terminó en fracaso por lo interesante que nos pueda parecer.
Esta historia de desengaños comienza en 1892, cuando la sociedad decide el método para hacer vinos espumosos, al optar por el sistema que había patentado en Alemania un inventor llamado Adolf Reihlen, que consistía básicamente en hacer la segunda fermentación en tinas cerradas herméticamente para embotellar posteriormente cuidando que no se perdiera el gas. A tal efecto envían en el verano de 1892 a Stuttgart a un técnico, Mariano Mas, para que trabaje de ayudante del citado inventor. Tras medio año de aprendizaje vuelve de Alemania con la maquinaria necesaria para su elaboración y es ahí donde comienzan el calvario de la empresa al no disponer del vino base que tuviera las condiciones necesaria sanitarias y enológicas para convertir el vino en espumoso, ya que los vinos españoles nada tenían que ver con los de Alsacia y Baden, que eran los que se utilizaban en la fábrica de Reihlen, en cuanto al grado alcohólico y acidez. Ante estos contratiempos insalvables decidieron de nuevo enviar al técnico Mas a Alemania con el fin de consultar la forma de solucionar sus problemas y es interesante lo que Mas escribe a sus patronos: “no me da más que un consejo, y es que si no tenemos los vinos vendimiados conforme se requiere dejemos de hacer champagne porque haremos porquerías”, el hombre fue sincero aunque esta opinión debió caer como un jarro de agua fría. Pero Mas no se daba por vencido y seguía insistiendo en proponer que le diera algún tipo de solución a sus problemas, lo que hizo que el sabio terminara por indignarse, debía ser un hombre de malas pulgas, diciéndole que nunca habría podido imaginar “que los españoles no supiéramos hacer vinos sanos habiendo sido los primeros en fabricarlos en el mundo”, más tajante no pudo ser este señor, dando como última solución el hacer las cosas bien hechas “escogiendo los racimos sanos o algo verdes, separando el vino de primera prensada y regularizando la temperatura de fermentación del mosto”, después de esto lo envío a tomar viento fresco a su país de origen, en definitiva a Badalona, en mi tierra se diría que lo mandó al carajo.
Totalmente desmoralizados y con pérdidas enormes siguieron intentándolo hasta que las arcas quedaron casi vacías y como no eran personas que se rindieran fácilmente optaron por el método tradicional de la segunda fermentación en la botella, pero como no tenían ni idea de cómo se hacía pues no se les pudo ocurrir algo mejor que ‘robarle’ a la competencia, en este caso a Manuel Raventós, uno de sus técnicos para que les solucionara el lío en que se habían metido. Comenzaron las negociaciones en secreto con un tal Albert Thomassin, que era oriundo de Reims, al que finalmente pudieron sumar a su proyecto, pero como en las mejores novelas de espionaje no se dieron cuenta que Raventós estaba al tanto de todo ya que no era tonto, incluso había introducido en las bodegas de éstos a un contra-espía que le tenía informado de todo lo que allí se hacía y acontecía.
Con Thomassin las cosas comenzaron a ir algo mejor y en 1896, por primera vez, las ventas de champán alcanzaron un importe razonable, pero no hay que echar las campanas al vuelo porque si nos atenemos a las cuentas, de una sociedad que se había constituido con un capital inicial de 60.000 pesetas había arrojado un balance escandaloso al tener en 1895 unas pérdidas de 34.377 pesetas, en 1896 de 9.650 pesetas, en 1897 de 25.191 pesetas (todos los datos obtenidos proceden de los Archivos Anís del Mono, libro de balances de Bosch y Fuster), lo que hizo que se plantearan disolver la sociedad de forma definitiva y donde Vicenç Bosch adquiría la parte de Mariano Fuster, la de su hermano José no hacía falta porque había fallecido en 1897, supongo que de tantos disgustos.
Hombre perseverante y con madera de héroe Vicenç Bosch siguió con su sueño de fabricar cava y después con su hijo Francesc continuó la experiencia a lo largo de los años de principios del siglo XX con nuevos y resonados fracasos, hasta que ya de forma definitiva decidieron dedicarse en exclusiva al anís que tanta fama les había dado y que continúa hasta el día de hoy. Con este acto Codorníu quedaba como líder del mercado español sin nadie que le hiciera sombra.
De la euforia de 1892 como consecuencia del arancel Canovas se fue pasando paulatinamente al desánimo hasta 1898, cuando de nuevo las ventas de champán francés se fueron recuperando, con la salvedad de que ahora los industriales catalanes eran fuertes económicamente y estaban dispuestos a hacer presión a las autoridades para que subiera los aranceles para, de esta forma, proteger la industria del cava nacional. Hay que hacer especial énfasis en la carta que le envió a Manuel Raventós su ‘enemigo’, la sociedad Bosch y Fuster, de la que he contado su dramática historia, en un desesperado intento de salvar su negocio y que decía: “Sírvase Vd. representarnos en Madrid para la gestión de obtener un aumento en la entrada de los champagnes franceses, los cuales vienen disfrutando de una tarifa de arancel excesivamente baja, no permitiendo por esta razón el desarrollo de esta industria nacional tan necesaria para dar vista a la agricultura española”, continuando con lo siguiente: “España, una de las naciones más privilegiadas por sus vinos, admite los productos franceses con un pequeño derecho como lo es el de 1,50 francos por litro que resulta a 1 franco por botella, cuando casi en todas las naciones es más elevada”, para concluir diciendo: “Por las razones expuestas creo de gran necesidad el aumento de entrada para los champagnes franceses en España pues dado lo difícil que es el acreditar marcas nuevas y lo muy arraigadas que en nuestro país están algunas casas francesas es imposible luchar con ellas durante los primeros años”.
También los hubo que hicieron la guerra por su cuenta y que pusieron anuncios en la prensa como el siguiente que salió publicado en 1894 en el ‘Diario de Barcelona’: “¡¡PROTECCIONISTAS!! Probad el esquisito Champagne Sardá DE REUS. Vino espumoso natural de R. Sardá y Montseny (sucesor de F. GIL, Reus)”, copiado tal cual lo reproduce Giralt en el año 2004.
Se llegó incluso a la picaresca de comercializar cavas como champán francés al poner etiquetas en las botellas como si fueran de ese país, falsificaciones que dieron buenos dividendos y donde la administración miraba hacia otro lado sin denunciar el fraude que se hacía al consumidor que compraba champán sin saber de su calidad, sólo por el simple hecho de estar elaborado en Francia.
Este estado de cosas llevaron a aprobar un nuevo arancel en 1906 que aumentaba el recargo aduanero de 1,5 a 2 pesetas litro, lo que hizo descender de nuevo las importaciones que hasta entonces habían tenido un aumento del 11,94% anual, lo que se incrementó con la depreciación del franco y el afianzamiento de la moneda española.
En su afán de promoción en el año 1904 la Casa Codorníu invita al Rey Alfonso XIII a visitar sus bodegas agasajándolo con un banquete y donde se reconoció a Codorníu como empresa ejemplar del momento con sus cien empleados y sus ventas que abastecían el cincuenta por ciento del mercado nacional.
El 1 de marzo de 1908 se hace inventario de la bodega real, donde, de 10.346 botellas de entre vinos y licores, hay en existencias las siguientes cantidades y marcas de champán: 186 de Pommery; 648 de Cordon-Rouge enteras; 38 de Cordon-Rouge medias; 80 de Ayala extra 1868; 380 de Ayala corriente; 91 de Ayala media botella; 117 de Albert; 681 de Tisana de Champagne; 12 de St. Marceau; 12 de Ruinart; 12 de F. Harmel; 12 de Legres Pagnon; 36 de J. J. Vegas seco; 36 de J. J. Vegas continental.
En el año 1909 se presenta un presupuesto para reponer lo consumido en la Cava del Palacio Real donde figuran 500 botellas de champagne Pommerey seco a 9,50 pesetas la unidad y 600 botellas de Tisana Champagne Perder a 3,50 pesetas. Al año siguiente se compran 200 medias botellas de Champagne Tisana a 2,50 pesetas la unidad.
Desde el año 1910 no figuran en las cuentas de Palacio más adquisiciones de champán documentadas o al menos conocidas por mi, desapareciendo en la Segunda República, en 1931, casi todas las existencias de las bodegas reales como consecuencia de los saqueos y apropiaciones de los políticos de turno.
Según al Anuario General de España en el año 1913 figuran sólo 12 empresas dedicadas a la producción de champán, todas erradicadas en Cataluña excepto tres, una en Jerez de la Frontera, otra en Madrid y la última en Barbastro (Huesca).
En 1914 Joan Sala Tubella transforma las bodegas de la familia, fundadas en 1861, en el Alto Penedés (Cataluña), y decide dedicarse de lleno a la producción de cava, saliendo al mercado con el nombre de la finca donde estaban los viñedos, La Freixeneda, que databa del siglo XIII, y que se transformó en el conocido Freixenet, instalando las cavas en Sant Sadurní d’Anoia.
La Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue el espaldarazo definitivo a los cavas catalanes, ya que ésta se desarrolló principalmente en el Marne por lo que por espacio de tres años se paró la producción de champán, momento que fue aprovechado sabiamente por Raventós, el cual llegó a escribir: “…la región de la Champagne se halla casi totalmente invadida por los alemanes, las casas más importantes han tenido que interrumpir su trabajo por falta de personal que se halla movilizado en un 90% y empieza a faltar en aquella zona desgraciada, por cuyo motivo les será imposible exportar nada”.
En 1915 finaliza Codorníu el edificio de las nuevas cavas, obra del arquitecto modernista Joseph Puig i Cadafalch, el mismo que construye la fábrica de chocolates Amatller, que puede leer si presiona aquí, y que fue igualmente cliente habitual del restaurante Maison Dorée de la plaza de Cataluña en Barcelona, para saber más presione aquí.
Como no hay bien o mal que cien años dure en 1919 y hasta 1925 se recuperaron las ventas de champán, gracias en parte a la caída de la moneda gala que llegó a su límite más bajo al depreciarse hasta un 80% respecto al dólar y que se frenó, me refiero a las exportaciones, en 1925 como consecuencia de equiparar el franco con el patrón oro, algo que pagarían caro los franceses tras la gran recesión de 1929 al mantener una moneda sumamente estable y fuerte que hacía difícil mantener sus exportaciones.
En el año 1922 se deja de depender definitivamente de los franceses al crearse fábricas de botellas de cristal resistentes y de alambres para los bozales que se importaban de Francia, la de tapones de corcho éramos exportadores desde los comienzos de esta industria.
Con la caída del franco la entrada de champán francés en España hizo que en el año 1920 se consumieran en la península la muy estimable cantidad de 556.947 botellas, cifra que fue decreciendo en los siguientes años por las razones económicas antes citadas. Ante semejante invasión de productos de todo tipo franceses en ese mismo año de 1920 el gobierno español aprueba nuevos aranceles para 132 partidas, entre las cuales se encontraban los vinos espumosos del país vecino, gravándolas con 6 pesetas por litro, impuesto que se incrementó al año siguiente en una pesetas más y que se mantuvo incluso en el llamado arancel Cambó, aprobado el 13 de febrero de 1922, lo que hizo que las importaciones de champán se desplomaran.
Este estado de cosas hizo que durante la Primera Guerra Mundial las ventas de Codorníu se dispararan, pasando de las 316.000 botellas de 1913 a las 587.000 de 1919 y desde la revisión arancelaria de 1921 y 1922 pasó de las 525.630 botellas vendidas en 1920 a las 915.035 en 1925, llegando la cifra mítica del millón en 1928, incremento que siguió hasta la mitad de los años 30 del pasado siglo.
Los estímulos arancelarios hicieron que florecieran nuevas fábricas de champán, existiendo 26 en Cataluña y en el resto de España en Guipúzcoa, Orense, Oviedo, Pontevedra y Valencia.
En 1935 el número de empresas dedicadas a la fabricación de vino espumoso ya alcanzaba la cifra de 62, 13 de ellas ubicadas en Sany Sadurní d’Anoia, esta expansión creó la necesidad de abrir mercados en el exterior, que ya anteriormente había tanteado Codorníu al empadronarse el hijo de Manuel Raventós, Jesús, en Londres para abrir mercado en dicho país.
El mimso año 1935, en plena República Española, se crea la Sociedad Anónima Fortuy S.A. para comercializar los vinos espumosos en Estados Unidos, concretamente en Nueva York y Freixenet, abre establecimiento de venta en la ciudad de Nueva Jersey (Estados Unidos) aprovechando la abolición de la Ley Seca por parte de Rooselvert.
Tras la ralentización de las ventas del vino como consecuencia, primero de la Guerra Civil española y de la II Guerra Mundial, Freixenet saca al mercado en el año 1941 el más conocido de sus cavas: Carta Nevada y en 1974 Cordón Negro.
En 1957, tras la fundación de la Comunidad Económica Europea el llamado champán español, por imperativo francés, pasa a llamarse cava ya que reclaman ese nombre por ser la de origen, algo parecido trataba España con el Jerez. En el año 1994 la expresión ‘méthode champenoise’, que se había utilizado para denominar el método de elaboración deja de ser exclusivo del país galo al estar aceptado que es algo general, aunque ahora se intente despegar de la dependencia lingüística que supone y se prefiera decir ‘por el método tradicional’, mucho más acertado aunque en el fondo no aclare nada.
Desde 1959 se crea la Denominación de Origen del Cava, que intentaba regular el sabor y la elaboración de un vino espumoso de calidad, algo que de alguna forma se volvió en contra de los vinateros catalanes ya que se apuntaron otras regiones de España como son La Rioja, Aragón, País Vasco, Navarra, Valencia y Extremadura, las cuales alegaban que hacían el cava exactamente igual que los catalanes.
Una vez instaurada de nuevo la monarquía en España en 1975, tras la muerte del dictador Franco, que Dios guarde hasta la eternidad bajo la pesada gran losa de granito que le sirve de tapamiento en su sepulcro, un muro de silencio y discreción rodea todo lo relacionado con la alimentación de la Casa Real, como podrá conocer en otro artículo que estoy preparando y que como adelanto diré qué puesto en contacto con la Casa Real se me informó de forma circunspecta sobre el que supuestamente debe de ser el secreto mejor guardado del estado, el de la alimentación de los reyes, algo que a mi juicio no hace nada bien a la popularidad de la monarquía y que tan nefastamente está llevado por la Oficina de Prensa de la Casa Real.
Es en 1986, con la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, cuando el cava toma cartas de naturaleza de calidad y fue la Comunidad la que puso paz en el conflicto de las denominaciones de origen, dictando reglas y regulaciones para poder usar ese nombre, perdiendo muchas regiones, que antes habían producido el cava el derecho de poder pertenecer a la denominación.
La denominación del cava, aparte de su nombre, debe de ser representada por una estrella de cuatro puntas en la base del corcho, esta estrella abarca seis tipos de cava que son clasificados según la cantidad de azúcar residual que tengan y que son: Extra Brut (de 0 a 6 gramos de azúcar por litro); Brut (de 0 a 15 gramos por litro); Extra Seco (de 12 a 20 gramos litro); Seco ( de 17 a 35 gramos litro); Semi-seco (de 35 a 50 gramos por litro) y el Dulce (con más de 50 gramos por litro).
En 2001 las bodegas Codorníu cumplieron 450 años de existencia y para conmemorarlo el Rey de España, Juan Carlos I, visitó las bodegas como su abuelo, firmando la etiqueta de la botella de champán más grande del mundo, la denominada Gran CAVIT Primato que tiene una capacidad de 26 litros.
En la actualidad la producción de cava es de más de 20 millones de botellas, la mitad de las cuales son exportadas, estando dedicadas 32.000 hectáreas al cultivo de las cepas, lo que hace que el vino espumoso español tenga una magnífica expectativa de futuro ya que compite en calidad y precio con los franceses, algo que se consiguió con esfuerzo y tesón.
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BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:
Archivo del Palacio Real
Giralt Raventós, Emili: L’elaboració de vins espumosos catalans abans de 1900.
Valls-Junyent, Francesc: Compitiendo con el champagne. La industria española de los vinos espumosos antes de la Guerra Civil.
Página web oficial de Codorníu
Página web oficial de Freixenet
Los felicito por tener historia muy valiosa gracias