Los gremios o uniones de profesionales se crearon o se cimentaron en la Edad Media para defender los intereses de aquellos trabajadores que tenían intereses comunes y se puede decir que fueron el germen de los modernos sindicatos y colegios profesionales, cuidando de esa forma la pureza de las especialidades, artesanas casi todas, tanto ante los poderosos como para defenderse del intrusismo, creando leyes internas que regulaban el ejercicio de la profesión y, con la unión, evitar la competencia desleal tanto de forma interna de la misma agrupación como externa.
Con el tiempo esas leyes o acuerdos se fueron degradando, ya sea por los adelantos técnicos como por el desfase que tenían con respecto a los logros sociales y técnicos y que, cada cierto tiempo, las hacían revisables.
En Sevilla, donde vivo, todavía perdura en el recuerdo los lugares donde se asentaban los gremios y que se mantienen en el nomenclátor de la ciudad desde los siglos XV y XVI y que casi por casualidad permanecen sus nombres pese a los intereses espurios de los políticos y la incultura que durante años imperó, y que no sé si sigue señoreándose, en las oficinas municipales encargadas de dichos menesteres y así más bien que mal, por suerte, encontramos calles rotuladas con los nombres ‘Boteros’, ‘Cerrajería’ o ‘Toneleros’.
Una vez hecho el preámbulo que acaba de leer, que considero útil para aquellos lectores no españoles, que son la mayoría, quiero desglosar un reglamento que cayó en mis manos que, desde mi punto de vista, forma parte del desánimo y de la sensación de agonía que se vivía en España con las pérdidas de las colonias y que culminaron en 1898 con las de Filipinas y Cuba, concluyendo así el fin de imperio y donde sólo quedaron los restos de un Marruecos y Sahara que no tenían un interés capitalista y que más arruinaba y cobra sus réditos en vidas humanas.
El Reglamento del que me ocupo es el de la Corporación de Confiteros de Madrid, aprobado por unanimidad en junta celebrada el 27 de mayo de 1871, y donde desde sus comienzos ya resulta anacrónico y pesimista porque en su parte expositiva principia de esta forma desconcertante: «Cuando parece que toda la Europa en general, y nuestra España en particular, se conmueve por los muchos y grandes trastornos que de algunos años á esta parle la viene agitando; cuando continuamente estamos viendo desaparecer Sociedades y Congregaciones que, despreciando y mofándose del objeto para que fueron creadas, concluyen por hundirse, corroídas por el mal que mina las Sociedades, no podemos menos de admirarnos y dar gracias á nuestra Patrona al ver que, después de tantos y tan largos años, el Gremio de Confiteros viene sosteniendo la Congregación que no en vano, y bajo la advocación de la Virgen, fundaron sus mayores: de admirar es, señores, que á pesar de llevar más de cuatro siglos esta reunión; que después de tantas y tan grandes modificaciones como ha habido en la Constitución definitiva de nuestras instituciones políticas; que después de los grandes arreglos por que han pasado las Congregaciones religiosas, haya llegado al estado que hoy se encuentra la nuestra; pero, ¿cómo había de zozobrar nuestra Cofradía siendo MARÍA SANTÍSIMA LA INMACULADA CONCEPCIÓN nuestra muy querida y amada Patrona? Si todos tuvieran una capitana de las condiciones de la nuestra, es indudable que auxiliados por la virginidad de su nombre, escudados con la santidad de sus hechos, rodeados con los muchos y grandes beneficios que continuamente está esparciendo á los que la llaman en su auxilio, no hubieran llegado al estado en que se encuentran, y habrían podido, como nuestra Sociedad, pasar las muchas y revueltas borrascas que sucediéndose han venido un día y otro día«.