Finalicemos esta trepidante trilogía de términos platanísticos (qué pena… si llega a empezar con T, sería una aliteración perfecta, sniff).
En episodios anteriores (que se recomienda vivamente leer, porque de lo contrario uno se arriesga a naufragar entre líneas)… Nos fijamos en la curiosa confusión nominal que rodea a la palabra <plátano>: en su origen, un frondoso árbol de sombra desde la antigüedad grecorromana; desde el s. XVI, también una megahierba cuyos frutos alargados son comestibles, Musa sp.
Y luego, recorrimos los entresijos de la historia salida de plumas europeas, para intentar descubrir de dónde salen las palabras que usamos hoy para referirnos a nuestra musácea preferida. No llegamos a muchas conclusiones, pero al parecer se atisbaba un origen africano para la palabra banana…
(Si no sientes verdadera pasión por los plátanos y las lenguas, yo me abstendría de este artículo, porque es un poco lioso. Quien avisa no es traidor)
*
En un mundo ideal, las afirmaciones de nuestros médicos renacentistas viajeros hubiesen bastado para zanjar el misterio nominal platanístico.
Si ellos nos dejaron por escrito que “en Guinea” se llama a este fruto banana, o cosas parecidas, podríamos ir a ver, y confirmar que esta palabra nos llega de África sin lugar a duda.
Pero.
Por suerte o por desgracia, no vivimos en un mundo ideal, y los lingüistas que trabajan en el continente que vio nacer a la humanidad no ven nada clara la cosa.
Y es que la situación a la que nos enfrentamos es complicada, la cojamos por donde la cojamos: por un lado, no está claro el panorama lingüístico; y por el otro, el panorama platanístico es un caos.
1 | Problemas con idiomas, plátanos y africanos.
Recordemos que García de Orta habla de “Guinea” (África subsahariana, más o menos) como si fuese un lugar bien definido y homogéneo; pero nosotros sabemos que África es un continente grande.
Ehm, muy grande.
La afirmación de Orta de que “en Guinea” se llama a los plátanos benana… es tan o más inexacta que afirmar que “los europeos beben un brebaje que llaman cerveza” (¡prácticamente nadie que viva fuera de la península concordará con esa palabra!).
De acuerdo que África sea relativamente poco diversa a nivel lingüístico, pero aún y así… hay muchísimas lenguas a considerar.
Quizás se pueda sacar algo en claro si nos preguntamos:
¿qué escalas portuguesas habría podido hacer García de Orta en África en 1534? ¿Con qué “guineos” habría podido encontrarse?
Veamos si nos sirve de algo.
A esas alturas del s. XVI, los portugueses habían establecido colonias en islas previamente deshabitadas, como Madeira, o el archipiélago de Cabo Verde; a principios del s. XVI, ya dominaban algunos puntos de la llamada Costa Dorada, o Costa del Oro, en los que habían construido plazas fuertes: Axim (1503; aumentado en 1515), Shama (que, aunque había sido un punto de intercambios comerciales desde la década de 1470, se convirtió en fuerte en 1523), y Accra (fecha desconocida).
En esta zona, al parecer, se hablaban muchas lenguas distintas (ver abajo, en el Apéndice lingüístico, para más aclaraciones).
También habían establecido cordiales relaciones con el Reino del Congo desde su primer contacto, en 1483; aunque la cosa se había deteriorado un poco durante el reinado de Alfonso I Mvemba a Nzinga, Congo era uno de los principales mercados de esclavos “guineos” para los portugueses. Esclavos que, dicho sea de paso, hablaban otra lengua, distinta de las de la Costa Dorada.
Y eso, sin contar los idiomas hablados en la costa de Senegambia (me gusta: Senegal+Gambia, imagino…).
Resumiendo: la cantidad de lenguas con las que García de Orta podría haber tenido contacto son… uff, muchas.
(Oséase: que no hemos aclarado prácticamente nada).
2 | En segundo lugar, la historia de los plátanos en África no está del todo clara.
Recordemos que en África hay dos grandes grupos de plátanos: los que llamamos en inglés plantain (AAB, almidonosos, de cocer), y los plátanos dulces que pueden y suelen comerse crudos. Aunque de buenas a primeras puedan parecernos iguales, los pueblos africanos han tenido muy claro que no lo eran, para nada. De hecho, el vocabulario para referirse a unos y otros es distinto en muchos casos.
Tampoco los plátanos son un cultivo extendido por toda África; hay indicios que nos harían pensar, por ejemplo, que desde su ‘cuna’ en Nigeria occidental-Camerún, se extendieron hacia el este y hacia el sur… pero no hacia el oeste. Así, la costa que lleva desde el Sáhara hasta Nigeria habría dependido de otros vegetales comestibles, pero no de plátanos —ni de cocer, ni dulces—.
Los portugueses hacen unos cuantos desastrillos por las costas africanas, comerciando con los pueblos locales, pero también haciendo incursiones para obtener esclavos (que después eran puestos a trabajar, p. ej., en las plantaciones de las islas colonizadas en las décadas anteriores, como Sao Tome). Con estos esclavos podría viajar, por qué no, vocabulario, conocimientos agrícolas… ¿y plantas?
Pues sí.
Los datos, que son sobre todo lingüísticos, apuntan a una introducción reciente de los plátanos en la costa más occidental de África.
¿Por qué lingüísticos?
Pues porque en muchos casos, las plantas no viajan solas (y los plátanos, ¡menos!), sino de la mano de personas que se han desplazado de una región a otra. Y, si viajan plantas y personas juntos, también viajan las palabras que estos viajeros usaban para referirse al vegetal en cuestión. Por eso, el estudio de las palabras asociadas a los vegetales puede y suele dar información valiosísima para entender cómo se han meneado por la superficie del planeta.
Fascinante, ¿no?
Pero volvamos a los plátanos, y a las palabras.
En algún sitio he hallado referencias al wolof, lengua hablada por dos millones de personas en Senegal y Gambia, como lengua de la que proviene la palabra banana. En wolof, de hecho, la palabra para hablar de los plátanos dulces es banaana. Y, siendo una de las primeras, si no la primera lengua con que se tropezaron los navegantes europeos en sus exploraciones africanas, tendría sentido que los portugueses hubiesen conocido y transportado planta y palabra desde Senegal, juntas.
Pero.
(Siempre hay un pero, ¿verdad?)
Los hablantes del wolof estaban demasiado demasiado lejos del núcleo platanístico originario en África occidental para que el vegetal hubiese llegado a sus tierras en el s. XVI por sí solo. Pues estas plantas, ni dulces ni almidonosas, no saben viajar solas.
Para más inri, el estatus y tradiciones asociadas a los plátanos dulces en África occidental, versus el de los plátanos de cocer, denota que los dulces tienen un pasado cultural mucho más breve, y por tanto serían de introducción más reciente.
(Hay otras líneas lingüísticas distintas que refuerzan esta teoría, pero como son un poco complejas, las añado al final como apéndice; si estás interesad*, las encontrarás antes de las referencias bibliográficas, en el Apéndice lingüístico).
Así, lo que algunos sospechan es que la palabra banana, con todas sus variantes, fuese de hecho introducida en África por los mismos portugueses.
(¡Sorpresa! ¿A que no te lo esperabas tres artículos y tropecientos párrafos atrás?)
Pero, alto, un momento: introducida… ¿desde dónde?
Ah, eso tampoco termina de estar claro del todo.
Hay una teoría que conectaría banana con el vocablo indio vannan, teóricamente derivado del sánscrito varana… sólo que, al parecer, tal vocablo sánscrito no existiría (siendo vanakadalii lo más parecido).
Otra teoría recogería las palabras del mismísimo de Orta y su referencia al palan en Malabar, y verían en esta voz un origen convincente para las palabras en las lenguas Mande (p. ej. Bàrandá, bàèná, bàrana, bànlándà…). Si viajaron los pequeños plátanos dulces (AA) desde Malabar hasta África occidental en buques portugueses, también se habrían llevado el nombre.
Una tercera posibilidad propuesta sería la Conexión Taiwan, lugar donde también trapichearon los portugueses en aquellos tiempos; las lenguas de Formosa parecen tener una fórmula parecida (ej. βunbun y similares), que podrían haberse exportado al África occidental.
Y, para terminar de rizar el rizo, una cuarta posibilidad… uff. Una cuarta posibilidad me ha liado tanto leyéndola, que voy a dejarla para otro día.
Pero sí puedo ofrecer el quinto (¡sí! ¡Quinto!) posible origen de la palabra banana, y que nos hace rebobinar un poco hasta atrás porque lo entroncaría con… el árabe.
¿Cómo, no habíamos quedado en que en árabe se llamaba a los plátanos musa?
Pues sí, pero la palabra árabe para referirse a los dedos es بنان , “banān”, بنانة “banāna”, de notable parecido fonético con banana. Los ‘dedos’ corresponderían a los plátanos, claro, como los dientes de ajo.
Y, aunque no hay evidencias antiguas escritas (pero que ni una…), hay quien cree que el hecho de que hablantes de árabe (tanto oriental, como magrebí) realmente se refieran a cada uno de los frutos como baanana (banaanat al-mawz: “un (dedo) de plátano”), es indicio de que por ahí anda la solución al misterio.
(Si estás pensando en el suicidio tras este caos bananil, que sepas que te entiendo perfectamente. Pero yo he resistido, y tú también puedes, te lo garantizo).
En resumen.
Podemos parafrasear a Sócrates, y suspirar:
Sólo sabemos que no sabemos nada (o, al menos, mucho menos de lo que querríamos).
– No sabemos a ciencia cierta de dónde salió la palabra <plátano> aplicada a nuestra musácea preferida (pero sí que aparece en tierras americanas bajo dominio español en el s. XVI).
– No sabemos tampoco de dónde sale la palabra <banana> (pero sí que no es de origen africano, sino probablemente asiático, y que los portugueses tuvieron algo que ver).
… tanto hablar, para esto, ¿eh?
*
Una petición…
Quizás sea un objetivo algo atrevido, pero me gustaría indagar un poco más sobre las palabras bananísticas en el mundo hispanoparlante, y las frutas (de cocer, dulces, etc.) a las que hacen referencia. Pero para ello necesitaría vuestra ayuda, lectores del mundo, que sabéis mucho mejor que yo cómo se llaman estos frutos en vuestra tierra.
Por eso, hago un llamamiento a quien quiera colaborar conmigo, para que me envíe por correo electrónico toda la información que se le ocurra sobre plátanos y bananas en vuestro país. Me interesan, sobre todo, cómo se llaman (y a qué tipo de fruta se refiere cada palabra), las variedades que tiene (y, si os apetece, también cómo se preparan para comer).
Si logro suficiente información para convertirlo en un artículo, por supuesto que ¡os mencionaría en los agradecimientos!
Apéndice lingüístico de plátanos en África
Las lenguas más importantes (¿las únicas?) habladas en la costa occidental del África negra pertenecen a uno de los cuatro grandes grupos lingüísticos actualmente aceptados en el continente: el Níger-Congo. Esta gran familia se separa en varias ramas, cada rama en tantos idiomas—algo que los portugueses notaron, sin duda alguna, al establecer contacto con los pueblos que vivían en aquellas costas—.
Ya he comentado que la primera lengua con que se tropezaron los exploradores marinos fue el wolof (perteneciente al grupo de las “Lenguas Atlánticas”), en la zona de Senegambia.
Sin embargo, no bastaba con un idioma para hacer negocios en la costa africana occidental: eran necesarios intérpretes de otras lenguas, como las Gbe (grupo “Kwa”) habladas en Ghana o Benin (de hecho, algún comerciante portugués nos dejó un vocabulario de una de estas lenguas, llamada mina, elaborado en 1480).
Si uno quería hacer negocios en el s. XV entre el Río Gambia y el Río Grande, y quería apañárselas con una sola lengua, la más útil para ello habría sido el mandekan (conjunto de dialectos ligados a uno de los grandes imperios africanos del medioevo, el de Mali; el mandekan pertenece al grupo “Mande”). Pero en la zona que más tarde se convertiría en el Imperio Ashanti (en Ghana), las lenguas eran distintas, siendo útil, por ejemplo, el akan (también del grupo “Kwa”).
Y, para comerciar con el Reino del Congo (¡marfil! ¡Esclavos!), había que cambiar nuevamente intérprete. Se desarrolló, de hecho, una lengua criolla basada en el idioma kongo (grupo bantú), y el portugués, que podéis encontrar bajo el nombre de kituba, o kikongo (entre muchos otros).
¿Que por qué digo todo esto?
Pues porque, aunque sea inexacto (no soy experta en el tema) y lioso, vale la pena dar una idea de lo enormemente complejo que es el panorama lingüístico en la “Guinea” que García da Orta despacha tan tranquilamente con una sola palabra.
Vayamos a los términos platanísticos que prometí.
Por un lado, tenemos a los términos bantú, fundamentales en cuestiones bananiles. ¿Por qué?
Porque, como ya conté en un artículo pasado, la migración intra-africana más importante jamás contada tiene como protagonistas a pueblos de lengua bantú, que se derramaron continente abajo (y al este) desde algún lugar entre Nigeria y Camerún. Y se cree que los plátanos de cocer (genéticamente bien distintos a los dulces) tuvieron algo que ver en este tinglado.
(¿Curiosidad por entender un poco mejor las diferencias genéticas entre plátanos en África? Puedes leer más al respecto, y espero que aclarar tus dudas, aquí).
Muchas lenguas bantú tienen términos para referirse a nuestra Musa cultivada de cocer AAB, que derivan de una misma raíz: #-kondo. Este término aparece en lenguas de otros grupos más occidentales, como Mande, Atlántico, o Kwa.
¿Interpretación? Pues si tenemos una palabra bantú que es incorporada en otras lenguas, para designar a un vegetal determinado… lo más probable es que el vegetal llegase junto con la palabra.
Si resulta lioso, pensadlo así: si yo cultivo trigo desde tiempos inmemoriales, y llegan los ingleses con su trigo para comerciar… ¿voy a dejar de llamarlo trigo, para usar la palabra corn?
Evidentemente, no.
En cambio, si me instalo en una tierra cuyas gentes cultivan unos frutos muy curiosos que llaman cacao, y que nunca había visto antes… ¿acaso no es más posible que acoja a la planta, y al nombre indígena que lleva, juntitos? Pues lo mismo con los plátanos. Si yo, hablante del wolof, ya cultivaba y conocía a los plátanos de cocer, y tenía una palabra perfectamente aceptable para referirme a ellos en mi lengua… ¿por qué diantres iba a abandonarla por un vocablo bantú, hablada por gentes que vienen de otros lugares de África? Ahora bien, si no había visto nunca un plátano, y los extranjeros me dicen que se llama kondo, pues me lo creo…
Y la forma más común de que estos hablantes de idiomas bantú llegasen a territorios al oeste de Nigeria, era… embarcados como esclavos en las naves portuguesas.
Prueba número 1.
Ahora, prueba, o teoría, número 2.
Existe otro término, #-boro, esparcido en bolsillos lingüísticos a lo largo de las costas africanas (aunque no sólo en zonas costeras). Hay quien considera que se trata de una palabra acuñada originalmente por hablantes de akan (los de Ghana y zonas circundantes).
Esta teoría cree que esta raíz provendría originalmente de un adjetivo, (o)boro, que podría traducirse quizás como “que viene de ultramar”… el equivalente en akan de nuestro “de Indias”, supongo. Allá donde nosotros podríamos pegarle la coletilla “de Indias” a cualquier nombre vegetal para designar a una planta desconocida (“higos de Indias”, “margarita de Indias”, “trigo de Indias”), ellos podían pegarle el (o)oboro a palabras conocidas, para referirse a vegetales nuevos.
Así, el vocablo para referirse a los plátanos de cocer AAB, oborode, podría traducirse como “ñame que viene de ultramar” (una suposición razonable, si venía montado en las embarcaciones portuguesas… si bien en realidad viniesen de “unos kilómetros más hacia el este”).
La conexión portuguesa vuelve a proponerse como buena candidata para la introducción de estas palabras, junto con los plátanos a los que hacían referencia. En los fuertes anclados en estas cosas, como es natural, había una población residente a la que alimentar, con lo cual la preocupación agrícola era máxima. Eso, sin contar a los navíos que podrían requerir aprovisionamiento en sus travesías, impulsó el cultivo de vegetales, en muchos casos no autóctonos, alrededor de estas zonas de dominio portugués.
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Referencias
Del panorama lingüístico africano, uno de los africanistas que trabajan en el tema (y que cuelgan material libremente accesible desde Academia.edu) es Blench, R. 2013. Why is Africa so linguistically universe? Exploring substrates and isolates. Journal of the Association for the Study of Language in Prehistory 18: 43-78. Se ha preocupado explícitamente de los plátanos, publicando el estudio más completo a mi alcance de términos plataniles en África (¡y libremente accesible!): Blench, R. Bananas and Plantains in Africa: Re-interpreting the linguistic evidence.
La información geográfica sobre los dominios y relaciones portuguesas en África la consulté principalmente en: Hamilton, N. 2010. Scientific exploration and expeditions: from the age of discovery to the twenty-first century. M. E. Sharpe, Inc.
En cambio, consulté en La Fleur, J. D. 2012. Fusion Foodways of Africa’s Gold Coast in the Atlantic Era. Brill, para la información relativa a la Costa del Oro y los fuertes portugueses construidos en ella. También es quien propone la teoría sobre el término (o)boro en akan.
Sobre las lenguas africanas (y para la elaboración del mapa explicando, más o menos, las zonas lingüísticas a las que hago referencia), la información proviene de Dalby, A. 2004. Dictionary of Languages. A&C Black Publishers.
Hay varios autores que se han ocupado de la introducción de cultivos en África desde tiempos de la “era de los descubrimientos” (básicamente, desde que los portugueses iniciaron a navegar Atlántico abajo… “abajo” es muy eurocéntrico, lo sé, pero concededme considerar “abajo” como sinónimo de “hacia el sur”): Alpern, S. B. 1992. The European Introduction of Crops into West Africa in Precolonial Times. History in Africa 19: 13-43.
Reflexiones interesantes sobre el avance de los portugueses en el Atlántico y en el Índico (que consulté en busca de motivaciones, así como más información, en sus relaciones con África occidental), en Wolff, R. S. 1998. Da Gama’s Blundering: Trade Encounters in Africa and Asia during the European ‘Age of Discovery,’ 1450-1520. The History Teacher 31 (3): 297-318.
Si alguien necesita la referencia sobre los ‘dedos’ de plátano, que me avise (se me ha traspapelado, pero existe, existe).
Eres increíble. Tanto te da enfundarte en una bata de científica bióloga, como adoptar una toga de lingüista o de catedrático en Historia. Me tienes aplaudiendo delante del ordenador.
Je je, tú que me miras con buenos ojos… (¡ya me gustaría a mí saber más de lingüística, o de historia!).
Es la curiosidad, que nos lleva por senderos misteriosos ; )