(Una introducción gastronómica al matooke en Uganda, en este enlace. Aquí vamos a meternos con las aventuras africanas de los plátanos, Musa sp).
NOTA: la palabra plátano se usa como término genérico “a la española/mexicana”: fruto comestible, alargado, que incluye tanto variedades dulces consumidas sobre todo crudas, como variedades almidonosas que se cuecen (p. ej. friéndose) antes de su consumo. En el presente artículo todo son plátanos, como podrían ser bananas en inglés.
*
Olvidé mencionarlo anteriormente, pero el matoke tampoco es africano.
Ahora sí, africano de adopción y miembro honorario de su cartera de cultivos. Pero en su día, también fue un extraño en la cuna de la humanidad.
¿De dónde viene, pues?
Su hogar original, el de las especies que dieron lugar a todos nuestros plátanos comestibles, se halla en el Sureste asiático y Papua Nueva Guinea (PNG); bastante lejos de tierras ugandesas, pues…
Las especies en cuestión son dos: Musa acuminata, y Musa balbisiana. La primera se encuentra fundamentalmente en PNG e islas circundantes; la segunda, en las tierras continentales del sureste asiático. Estas dos especies son bien distintas a nivel genético, y al referirse a ellas suele indicarse que la primera (M. acuminata) posee un genoma AA, y la segunda (M. balbisiana), BB.
Para aquellos de vosotros que tengáis olvidadas las lecciones de genética del cole, diré que la mayoría de organismos superiores posee dos juegos de cromosomas (siendo cada cromosoma una muy larga y empaquetadísima hebra de ADN). A cada uno de los juegos se le da una letra (en este caso, A o B); ambos contienen información sobre los mismos caracteres, pero esta información no tiene porqué ser (y, de hecho, suele no ser) la misma.
Oséase, un gen que esté situado en una posición dada en un cromosoma puede decir algo sobre cuán dulce será el fruto, pero la instrucción concreta contenida en ese gen en una planta concreta (p. ej. “muy dulce”, o “terriblemente agrio”) puede ser distinta en función del juego de cromosomas a que nos refiramos (y según la planta concreta, claro). Normalmente se hereda un juego de la madre, y otro del padre. Menos si eres una planta, como p. ej. un plátano; entonces las cosas pueden ponerse muy interesantes…
No habría ni mencionado todo esto, si no fuese por el berenjenal genético del plátano. Tras haber tocado por encima los enredos triguiles, no debería sorprenderme lo complicadas que pueden ponerse las cosas en la genética de plantas domesticadas. Pero el caso de los plátanos es un poco distinto.
Por lo visto, durante la historia de cultivo y domesticación de los plátanos, ambos genomas (AA, y BB) han contribuido a la aparición de distintos tipos de plátanos. Las frutas sin semillas que conocemos y consumimos suelen ser triploides (es decir, que tienen tres juegos de cromosomas): por lo tanto, pueden ser AAA, AAB, o ABB (no he leído nada acerca de BBBs… bueno, no, miento; algo sí, pero es tan poco poquísimo, que ni vale la pena mencionarlo).
La historia de la domesticación platanil en el sureste asiático (islas incluidas) es fascinante; implica subespecies tan finamente diferenciadas a nivel genético, que pocas veces dan vástagos fértiles al hibridarse entre ellas; saltos interinsulares a bordo de canoas con exploradores prehistóricos; hijos diploides, luego triploides; un vaivén incesante de genes, palabras, plantas.
Sin embargo, me quedé asombrada al averiguar que el plátano llegó a África hace mucho, mucho tiempo. Tanto, como para que algunos consideren su presencia como fundamental para la expansión de tribus agrícolas bantúes desde zonas tropicales del África occidental, hace unos 3000-4000 años (c. 2000-1000 BC). Estas tribus, originarias del este de Nigeria y oeste del Camerún actuales, prácticamente invadieron la mayor parte del continente al sur del Sáhara, reemplazando (o absorbiendo, por matrimonio) a la mayoría de habitantes originales.
Lo curiosos es que la expansión bantú empezó en África occidental… y los plátanos ya andaban por ahí, hace más de 3000 años. Siendo uno de los pocos vegetales de que disponían estas tribus que podían cultivarse con éxito en la selva (otros, como los cereales o los ñames, no aguantan el tipo), es posible que su presencia fuese crucial para alimentar a las poblaciones en crecimiento que se adentraron en tierras ecuatoriales. De hecho, la diversidad de algunos tipos de Musa es tan elevada en África, que el continente es considerado un centro de diversificación secundario para la especie.
Bien.
Entonces, ¿cómo se nos planta un vegetal domesticado en los archipiélagos e islas del sureste asiático en África? Y tan temprano, que tiene tiempo de evolucionar, diversificarse a niveles asombrosos, y convertirse en una base alimenticia tan esencial, que habría podido sostener la migración intra-africana más importante que conocemos.
Primer misterio.
(Añadiré, por cierto, que el intercambio de vegetales entre Africa y Asia no se limita en absoluto al plátano. Y los movimientos no son unidireccionales; nos tropezamos con sorgo y mijo, ambos de origen africano, en Asia ya en tiempos igualmente antiquísimos, ñames originarios del Pacífico aparecen en África, al igual que la caña de azúcar y el taro. No conocemos los intercambios y movimientos tan bien como yo querría…)
La mayor parte de los escenarios hipotéticos que resolverían el misterio son, a consideración de R —mi marido—, “bastante lógicos”. Es bien sabido que los habitantes de la zona indonesia eran rabiosamente buenos navegantes. Al fin y al cabo, poblaron Oceanía entera, lo cual es una hazaña nada despreciable. Sin embargo, algún rebelde debió de cansarse de navegar siempre al este, y le dio por echarse al mar hacia poniente. Y, de alguna forma, consiguió atravesar el océano Índico, y se dio de bruces con Madagascar.
Es una hipótesis posible, y hay investigadores que ven en ella una buena explicación para algunas distribuciones platanísticas en África: que estos navegantes cruzasen el Índico varias veces y, como si de Noés polinesios se tratasen (sólo que con canoas en lugar de arcas), se trajesen sus vegetales domesticados a bordo—con el plátano, cómo no, entre ellos—.
Sin embargo, mientras escarbaba en la bibliografía para saber más del matooke ugandés, me topé con un artículo que me dejó totalmente descolocada. La tesis es bastante simple, si bien sorprendente: ¿y si no hubiesen atravesado sólo el Índico? ¿Y si en realidad llegaron a bordear el Cabo de Buena Esperanza, y navegaron hasta las zonas occidentales africanas que podían acoger el cultivo de bananeros desde un buen principio? (pues no todos los climas van igual de bien a todas las tipologías de plátanos…)
Ya sé que esto puede sonar a ciencia ficción; la cara de R, de hecho, fue un poema de cejas fruncidas y miradas escépticas cuando se lo conté. Sin embargo, sí explicaría algunos hechos que, dado el estado actual de nuestro conocimiento sobre el plátano en África, no terminan de cuadrar.
Pero primero haré un pequeño paréntesis de terminología, mucho más acuciante en inglés que en castellano, pero que puede arrojar luz sobre el enigma.
En español, la palabra para referirnos al plátano es curiosa, y da lugar a confusiones que no se dan igual en otras lenguas, como el italiano o el inglés.
Originalmente, plátano se refiere a un árbol (Platanus sp; antes del “descubrimiento” de América, seguro que era P. orientalis) cuya característica más acusada es la agradable sombra que dan sus hojas en verano. Lo hemos visto en nuestras calles, puesto que se usa mucho como árbol de alineamiento; sus frutos son esféricos, secos, y bastante poco apetecibles.
Esta acepción origina un sinfín de confusiones al ir a rebuscar en la literatura, puesto que las referencias a “plátanos” en la antigüedad bien pueden referirse a este árbol.
De buenas a primeras, no se me ocurre motivo alguno que pudiese llevar a confundir el platanus del Ágora ateniense, con el plátano-bananero cuyos frutos en el supermercado nos llegan de Canarias. Teorías apuntan a la similitud entre sus hojas…
(para justificar esta teoría, luego me sueltan que ambas hojas son planas. Y se quedan tan anchos, seguramente por la cantidad de hojas cilíndricas o prismáticas que habrán visto en su vida… Pues claro que son planas, ¡lo complicado será encontrar alguna hoja que no lo sea*!)
*Excluyendo las acículas tipo pino o abeto, claro… que sin embargo estoy casi segura de que son minoría respecto a las “planas”.
La mayoría de lenguas indoeuropeas (de Europa), que no vieron el plátano (Musa) hasta mucho después de su llegada a África, usan otra palabra para designarlo: banana, y allegados. Las teorías sobre esa etimología son, asimismo, variadas… Pero de vocabulario platano-bananístico me encargo en otro(s) artículo(s), que aquí no venía a cuento, así que volvamos al grano—o al plátano, si se prefiere—.
Parece que nuestro vocablo plátano (Musa) dio origen a un término inglés de enorme relevancia para las andanzas plataniles africanas: plantain.
En español, no hay una única palabra que designe lo mismo que este vocablo, sino que puede variar en función de países y regiones.
Me consta que, p. ej. en México se diferencia el fruto dulce que se consume crudo (plátano), de otros que se cuecen (p. ej. friéndolos: plátanos macho); en Panamá se denominan guineos (dulces, crudos) y plátanos (cocidos), en Chile tenemos plátanos (dulces, más pequeños) y bananas (de cocer, más grandes)… y sin embargo, en países como Argentina, raramente se escucha el vocablo “plátano” para referirse a nuestro fruto musáceo (¡algún que otro diccionario lo consideraría un mexicanismo!).
Plantain, a nivel conceptual, está ligado al procedimiento de preparación del fruto: los plantain deben cocerse antes de poder comerse. Sin embargo, no todos los plátanos ‘de cocer’ o cocinar pueden denominarse plantains a nivel botánico-genético. Y para terminar de marear la perdiz, tampoco la biología/genética se aclara en cuanto a qué llamar plantain y cómo definirlo exactamente. La mayoría de veces que lo he visto usado ha sido para referirse a una serie de cultivos triploides de cocinar, pero con una composición genética específica: AAB.
(para quienes tengan mala memoria, ello implicaría tres juegos de cromosomas: dos de M. acuminata, y uno de M. balbisiana).
Por lo que he leído, se diferencian dos grandes ramas de “plantains” AAB: 1) las africanas, y 2) las pacíficas. Sin embargo, y pese a que en ambas ramas las letras sean iguales, las procedencias de cada juego de cromosomas son un poco distintas, lo que hace pensar en orígenes separados para cada grupo.
Bien; cerremos el paréntesis terminológico, y retomemos el hilo de la cuestión.
Aceptemos la premisa de que los plátanos AAB africanos fueron un sostén importante de la expansión Bantú.
Esto no supondría problema alguno para la teoría de su llegada a orillas orientales africanas tras un viaje trans-Índico, si no fuese por un insignificante detalle:
no hay plátanos AAB (plantains) en África Oriental.
Bueno, ahora sí hay, pero sus características, parentescos y distribución resultan más acordes con una llegada reciente, que no con la presencia ancestral que uno se esperaría de los requete-tataratatarabuelos de todos los plátanos en África.
Entonces, ¿quiere ello decir que el matoke no pertenece al equipo de los plantains africanos bantuísticos, AAB?
Pues me temo que quiere decir exactamente eso. Las variedades comúnmente llamadas matoke son, por lo que he descubierto, plátanos de cocinar con características genéticas distintas de los plantains del África occidental y central. Se conocen como East Africa highland bananas (plátanos de las tierras altas del East Africa), y no muestran aportación genética alguna de M. balbisiana: son triploides AAA.
Para terminar de arreglarlo, tenemos poquísimos hallazgos arqueobotánicos en África que nos echen una mano para dilucidar la dispersión de tanto plátano en el continente; los dos yacimientos principales, uno en Camerún (Nkang, hacia el 1r milenio aC) y el otro en Uganda (Munsa, 4º mil. aC), no nos bastan para hilvanar una historia como Dios manda—y encima, el hallazgo ugandés parece ser bastante polémico en la comunidad científica—.
(También es verdad que hay que ser cínicos para pedirles que se pongan a excavar, entre brote de ébola, hambruna generalizada, y conflictos étnicos, para tener más datos que completen el acervo de sabiduría platanil mundial).
Lo que sí me cuesta entender es por qué nadie en España, al menos que yo haya encontrado, ha pensado en buscar trazas de Musa sp en yacimientos medievales, para no dejar únicamente al análisis de textos la tarea de determinar cuándo llega el plátano a la península, o a Canarias. Aclaremos: sabemos de dónde sale, genéticamente, la variedad de plátanos que se cultivan actualmente en las Canarias (AAA, ‘Cavendish’, detectada por primera vez en el sur de China, y que empezó a plantarse en otros lugares a partir de 1820); pero no he localizado información sobre los primeros plátanos llegados a las islas, que no eran los mismos que se cultivan hoy en día…
Los textos árabes andalusíes hacen referencias al platanero Musa, que se habría cultivado en el litoral granadino en el s. X, asociado a la caña de azúcar (compañera de cultivo que tiene muy vista, al provenir del mismo lugar: PNG-sureste asiático), así como en Málaga y Córdoba. Hay menciones del s. XVI peninsular sobre musas cultivadas en Almería, pero hasta cuándo aguantaron estos cultivos, o si aún resisten, lo desconozco.
Por eso, si alguien sabe de estudios que se hayan dedicado a buscar por esa zona fitolitos* de musácea (que son muy distintivos y nos podrían dar más información acerca de la llegada de esta hierba mastodóntica a nuestras costas), que me avise, por favor, que tengo una curiosidad enorme.
*Fitolito: partículas de sílice que los vegetales, como si de pedacitos de cristal se tratase, producen en sus células vivas como ayuda para un mejor soporte estructural, así como para desmotivar a depredadores varios. Hablaríamos poco de ellos si no fuese porque son cuerpos microscópicos cuya morfología cambia en función de qué vegetal los haya producido, no se degradan fácilmente… y, al ser relativamente fáciles de recuperar en yacimientos arqueológicos, proporcionan una herramienta diagnóstica para detectar el uso/consumo/presencia de vegetales que no han dejado ninguna otro rastro que podamos identificar.
En fin, y para resumir, centrándome en el continente africano, que es el protagonista del artículo platanístico de hoy:
– Genéticamente, existen dos grandes grupos de plátanos triploides llegados al continente africano en tiempos (muy, muy) pretéritos:
a) Plátanos comúnmente llamados “bananos de tierras altas”, hijos de Musa acuminata, y por tanto con dotación genética AAA; cultivados en África oriental y central, se emplean para cocinar (como es el caso de nuestro matooke), si bien algunos cultivares se emplean para la obtención de alcohol.
b) Plátanos sin nombre único y distintivo en español, pero comúnmente apodados plantains (African) en inglés, cuya dotación genética AAB revela su parentesco con ambas especies de bananero salvaje: Musa acuminata, y Musa balbisiana. Su cultivo y uso está extendido sobre todo en África occidental y central.
No sabemos exactamente cuándo llegaron a África; suponemos que llegaron en dos momentos distintos, y se hipotetiza que siguiesen rutas distintas, pero lo cierto es que no lo sabemos aún.
– Sobre este sustrato platanístico, digamos, ‘ancestral’, se han superpuesto otras oleadas bananiles posteriores: han llegado otros plátanos AAA (¡pero distintos!) para comer crudos, y más dulces*; así como otros cultivares triploides asiáticos de cocinar ABB, más resistentes a enfermedades y a condiciones de sequía.
*como el AAA ‘Gros Michel’… “aún cultivado en East Africa en pequeñas cantidades como ‘Bagoya’”; ¿el bogoya de Liz?
Los plátanos/bananos africanos son de especial interés y relevancia, no sólo por su misterioso pasado, sino también porque, como ya he mencionado antes (…¿lo he mencionado? Si no lo he hecho, debería), en África se concentra un tercio de la producción mundial de plátanos. Precisamente Uganda es el primer productor mundial de plátanos de cocinar, cultivo que alimenta a más del 80% de la población; la región suroeste del país produce la mayoría de los plátanos de tierras altas que son consumidos en la zona central.
Quizás no sean originarios de aquellos lares, pero es innegable que su impacto en la historia africana (gastronómica, agrícola, cultural) es enorme.
Una última consideración respecto a su interés es su posible papel en las posteriores colonizaciones bananiles allende el Atlántico: Canarias, y América Latina.
En próximas ediciones, abordaremos saltos transatlánticos…
Para leer el “mismo” artículo en inglés [adaptado, con más fuentes bibliográficas], pinchar aquí; para una introducción sobre cómo y por qué he terminado escribiendo sobre gastronomía ugandesa, una explicación en inglés se hallará aquí.
Referencias&Bibliografía
Hay tantas, que es difícil poner orden y concierto en ellas. La buena noticia es que muchas de ellas son de libre acceso, así que cualquier interesado puede consultarlas tranquilamente en PDF.
Un resumen completo y accesible se publicó recientemente (2011) en PNAS; su lectura da una panorámica muy completa del estado actual del conocimiento consensuado en la evolución de Musa:
(Para explicaciones pormenorizadas en castellano con un enfoque muy biológico-evolutivo (hay cromosomas, genotipos, una enorme cantidad de nombres de cultivares, y sarcasmos militantes anti-creacionistas), que se basarían sobre este artículo de PNAS (+ otros muchos para completar), puede verse Huerto Evolutivo (10): La Fruta de Dios (¿o quizás no?). Óptima bibliografía).
Sigamos por los artículos-resumen que me introdujeron en el mundo platanil de cruces, hibridaciones, viajes misteriosos, y demás aventuras: están incluidos en el volumen n. 7 (2009) de la revista de acceso abierto Ethnobotany Research and Applications. Aunque hay nada más y nada menos que trece artículos sobre los plátanos, los que consulté para este artículo fueron:
De Langhe et al. Why Bananas Matter: An introduction to the history of banana domestication.
Para una excelente explicación pormenorizada de la historia familiar de Musa, con sus hibridaciones, saltos geográficos, las distintas oleadas de colonización… en fin, quizás si haya que leer un artículo que dé una idea general y bien expuesta de la evolución de los plátanos tal y como la entendemos hoy en día, sea este: Perrier, X. Combining Biological Approaches to Shed Light on the Evolution of Edible Bananas.
Para una discusión sobre la llegada de plátanos a África, su relevancia histórica y biológica, las distintas tesis y controversias existentes al respecto, un buen resumen es: Neumann, K. y Hildebrand, E. Early Bananas in Africa: The state of the art.
¿La hipótesis sobre la llegada de los bananos AAB a África occidental? Está, junto a un análisis lingüístico del panorama africano, en: Blench, R. Bananas and Plantains in Africa: Re-interpreting the linguistic evidence.
Un buen artículo-resumen sobre cuestiones más técnicas (a nivel genético), también de consulta abierta, es la revisión de Heslop-Harrison y Schwarzacher (2007), Domestication, Genomics and the Future for Banana, en los Annals of Botany 100:1073-1084.
Los hallazgos principales de fitolitos de musácea en África se describen aquí:
- Lejju, B. J.; Robertshaw, P. and Taylor, D. 2006. Africa’s earliest bananas? Journal of Archaeological Science 33: 102-113 (para el hallazgo ugandés, 4º mil aC)
- Mbida, C., W. van Neer, H. Doutrelepont & L. Vrydaghs. 2000. Evidence for banana cultivation and animal husbandry during the first millennium B.C. in the forest of southern Cameroon. Journal of Archaeological Science 27:151-162.
Uno de los primeros artículos que leí sobre vegetales domesticados y África, y su potencial relevancia para las migraciones bantú, fue el resumem-crítica de J. D. Farge (1961) Anthropology, Botany, and the History of Africa, en The Journal of African History 2 (2): 299-309.
Otros artículos más recientes tratan de la expansión bantú, ligada a la lengua y a los vegetales cultivados; uno de los más accesibles (y con estupendos mapas) es Diamond, J. And Bellwood, P. 2003. Farmers and Their Languages: The First Expansions. Science 300: 597-603.
En el 2008 tuvo lugar una conferencia internacional cuyo tema era, precisamente, los plátanos en África. Todos los materiales de ésta están disponibles en línea, a través del portal habilitado para ello aquí.
El documento principal es: Moorhead, A. (ed). (2012). A strategy for banana research and development in Africa: a synthesis of results form the conference banana2008, held 5-9 October 2008, Mombasa, Kenya. ISHS
Para los muy interesados en el plátano/banana, y lo que se está haciendo en la actualidad en conexión con este vegetal, recomiendo ir derechit*s a la web de la Banana and Plantain Section of Biodiversity International (http://inibap.org/); desde ahí puede accederse a la base de datos Musalit (http://www.musalit.org/index.php), una joya para encontrar publicaciones de todo tipo, tamaño y color sobre el plátano, actualizado por investigador*s que trabajan en este campo.
Otra excelente fuente de información son las publicaciones de Infomusa, curadas precisamente por los mismos profesionales relacionad*s con Musalit&demás plataformas bananófilas, y muchas de las cuales son libremente accesibles desde internet: https://www.google.es/search?tbm=bks&hl=es&q=Infomusa
El último recurso platanístico que comparto es el Crop Mapper (“mapeador de cosechas”) Spatial information on global banana production systems, cuyo objetivo es recoger y poner al alcance de todos l*s interesad*s información espacial sobre la producción mundial de plátanos en una única base de datos centralizada. Aunque las funciones de búsqueda no me entusiasman (más que nada, porque no me funcionan…), es un recurso que me encanta, estuve toqueteando un buen rato 😀
Ilustraciones
Las fotos del matooke vs los plátanos dulces, de R; las de Platanus vs Musa, de una servidora. El mapa de la Tierra está sacado de Google maps (como puede deducirse de la palabra “Google” que he dejado debajo del globo…); el resto de mapas chapuceros, esquemas, y demás desastres GIMP, son, ay, míos también.
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