Historia de la alimentación, los esclavos y la colonización de las islas Mauricio en el siglo XVIII

 A mi compañero del Grupo Gastronautas Ismael Sarmiento con afecto

Carlos AzcoytiaSi se quiere estudiar la evolución en los recursos de un sitio, así como las costumbres alimenticias y su desarrollo en un lugar determinado y puntual de la Tierra no creo que sirva mejor ejemplo como el que voy a narrar, porque en las islas Mauricio, de relativo y reciente descubrimiento, se pueden seguir todos los pasos de su gastronomía y como esta se va transformando en el tiempo y si a eso le sumamos que fue un lugar de esclavos entonces habremos matado varios pájaros de un tiro, porque existe mucho oscurantismo en la alimentación de aquellos desdichados, ya que fueron los desheredados de los que nadie habla en la historia y que más se sabe de su alimentación por la trasmisión oral entre generaciones que por datos fehacientes y contrastados.

En primer lugar habría que situar, para hacernos una idea, en  donde están enclavadas dichas islas, porque no todos sabemos ubicar las cosas, caso concreto el mío que debo de recurrir muchas veces a los mapas para hacerme una idea exacta de su ubicación, aunque la pueda tener general de su entorno.

Pues bien, aunque acompaño un mapa, dichas islas están en el océano Indico, al este de Madagascar, de la que dista 900 kilómetros o, como se indicaba en las cartas de navegación del siglo XVIII, a 300 leguas marinas y a unos 3.900 kilómetros el suroeste de la India.

Oceano-Indico

En la actualidad es una república que está compuesta por la isla en la que se centra nuestro estudio y un grupos de otras entre las que está un archipiélago con un curioso nombre para alguien que hable castellano, un grupo de 16 islas conocidas por Cargados Carajos (está leyendo bien) o rocas de San Brandón y las islas Agalega.

Las islas Mauricio fueron descubiertas, al menos que se sepa, en dos ocasiones, la primera por los árabes en una fecha imprecisa en la Edad Media, que las llamaron Dina Arobi, y en el año 1507 por los portugueses, que primero las llamaron Cirne y posteriormente por el apellido de su descubridor, Mascarehas o Mascareñas, por Pedro de Mascarehas, que ni intención tuvo de poblarlas. En el año 1598 se hicieron con el lugar los holandeses, que la colonizaron en 1638, y le pusieron el nombre de Mauricio, por el casi único conquistador y héroe de ese país, Mauricio de Nasau, del que hablamos en la historia del Azúcar. Más tarde llegaron los franceses, que encontraron el lugar con un único colono, se olvidaron de él, es cierto, porque los holandeses se fueron de allí por estar infectadas dichas islas por ratas y langostas, aparte de padecer ciclones que arruinaba todas las cosechas y de nuevo la bautizaron con el nombre de Île de France o en cristiano Isla de Francia. Finalmente las islas pasaron a Inglaterra en 1810 que la volvieron a rebautizar con su nombre anterior, Mauricio, siendo colonia hasta 1968, donde por fin se vieron libres de tantos líos de nombres y hoy es un lugar feliz y en progreso pese a no tener casi materias primas, igualito que en España que está llena de ‘primos’ que se dejan robar por los ‘mangantes’ de los políticos, los bancos, sindicatos y todo aquel que quiera (espero que me perdone el lector pero si no largo una pulla es que no me siento a gusto y me he prometido que en cada trabajo incidiré en ello aunque tenga que meterlo con calzador como es este caso).

Buscando material para estudiar la alimentación de los esclavos me topé con una carta que  envió un tal Gaudín, seguramente cartógrafo o topógrafo como yo, al Intendente de Bourges (Francia) que se apellidaba Dodars, todo un tesoro del que estoy orgulloso de redescubrir y volver a dar a la luz y cuyos datos he contrastado con los del Grefier en Jefe del Consejo Supremo de la isla de Borbon, llamado Duval, que por esas mismas fechas, unos años después, no muchos, describió aquellas islas.

La carta en cuestión tiene fecha del año 1755 y fue reproducida en una Enciclopedia metódica dispuesta por orden de materias que fue traducida al castellano en 1792, ver bibliografía.

Dodo, animal extinguido por los europeos

Dodo, animal extinguido por los europeos

Según cuenta, cuando llegaron los franceses se encontraron con una isla, la principal, cubierta de bosques, que poco años después desaparecieron por la avaricia de los colonos, de hecho Grefier ya temía que por dicha desforestación peligrara toda supervivencia en la isla de las hordas invasoras francesas, ya se habían cargado a un animalito parecido a un pollo grande, el Raphus cucullatus, nombre científico, y que los portugueses lo llamaban dodo o dronte (estúpido), así que el ave en cuestión no debió ser muy espabilada y lo cierto es que el último ejemplar fue visto por última vez sobre 1690, el resto los cazaron o mataron por diversión los pastores y sus perros y para hacernos idea de cómo era su personalidad que mejor que recurrir al historiador y viajero barón sir Thomas Herbert que dijo en el año 1634 lo siguiente: “Tienen un semblante melancólico, como si fueran sensibles a la injusticia de la naturaleza al modelar un cuerpo tan macizo destinado a ser dirigido por alas complementarias ciertamente incapaces de levantarlo del suelo”, todo un ejemplo más de los ‘civilizados’ europeos y de sus fechorías por el mundo.

La isla de Mauricio es de origen volcánico, aunque ya no estén en erupción, y como tal montañoso y los valles imposibles de labrar por las piedras, así que los nuevos amos hicieron lo que los españoles en las islas Canarias, unas especies de corrales, que llamaban los franceses habitaciones, acumulando las piedras en montículos sucesivos y dejando el suelo fértil libre de ellas a duras penas y como el terreno era tan ingrato nada mejor que se partieran los lomos otros por ellos, así que adquirieron negros africanos como esclavos y es en esta carta donde nos pone en la pista de su alimentación y de la que hablaré más adelante.

En primer lugar quiero citar lo que decía sobre el trabajo agrícola y la producción de las tierras y así leemos: “No se cultivan estas tierras como las de Europa, porque la gran cantidad de piedras que están en la superficie de ellas, no permite que la entre el arado; pero cada labrador alquila según sus facultades, una porción de negros, esclavos, a quienes ocupa en cavar su terreno; y cuando está en disposición hace su sementera, que consiste en trigo candeal, arroz, maíz y otras diferentes especies de legumbres. Para hacer las cosechas casi no hay tiempo limitado: en ciertos parajes se coge el trigo, mientras que en otros no llega a sazonarse ni en un mes. Las cosechas pierden mucho por causa de los huracanes, las langostas y ratones de que hormiguea la isla siendo esto lo que ha obligado a los holandeses a abandonarla, llamándose desde entonces la isla de las ratas. La langosta comenzó a desaparecer gracias a un ave que se llevó desde India que llamaban Martín que sólo se alimenta de insectos”, para continuar con la producción de otros vegetales y así llegamos a conocer todo lo que producían aquellas tierras: “En ella se coge algodón, se fabrica añil y el azúcar; pero no hay talento para refinarlo bien; en las habitaciones se cogen poquísimas frutas, y las que hay son piñas, naranjas amargas, cidras manzanas de guayacan, enangles, bananas, guyavas y malísimos abrideros, cuya especie proviene del Cabo de Buena Esperanza: no hay frutas de Europa, y aunque se ha querido criar manzanos no ha habido medio de prevalecer. En estas habitaciones se cría también toda especie de ganado y volatería, y se ven bastantes liebres, codornices y perdices: hállanse igualmente en los bosques el ciervo, jabalí, cabras monteses, tropas de monos, de papagayos de muchas especies, de pajarillos, tórtolas y murciélagos de una especie singularísima, pues son del tamaño de un cuervo grande, su cabeza se parece, aunque en pequeño, a la de la zorra, y el pelo es de tejón: sus alas están unidas a los pies, así como los pequeños murciélagos de Francia, pero el tejido es mucho más fuerte y duro; por lo común maman poco tiempo, y cuando vuelan de una a otra parte para buscar la comida, los llevan pegados a los pechos y vientre. Cuando están gordos los comen los indios con tanta delicia que llegan a preferirlos a la mejor caza de la isla. Hay de ellos que están tan gordos, que cuatro bastan para llenar una botella de azumbre de su manteca, de la cual se sirven con preferencia a la manteca regular de puerco para hacer sus comidas, por ser muy buena y sana”.

Sabiendo cual era la dieta proteínica de los nativos creo que debemos pasar, para quitarnos el mal sabor de boca, a las otras  que les ofrecía el mar, ya que los ríos sólo tenían anguilas, muy poca carpa y un tipo de cangrejo que llamaban ‘cabrita’. Por el contrario el mar tenía una fauna exuberante y compuesta por: “en recompensa el mar suple este defecto, dando bellísimas tortugas, el manatí, ostras, y diferentes especies de pescados en abundancia: en las orillas del mar se halla también el coral blanco, que no tiene otra propiedad que la de hacer bellísima cal para edificar. Así mismo se veía al tiempo del establecimiento de esta isla la tortuga de tierra, pero este especie se ha destruido enteramente, y en la actualidad hay precisión de enviar a buscarla a Rodrigo, que es una pequeña isla distante cien leguas de la de Francia, la cual los provee en cantidad; su caldo es muy bueno, y los escorbúticos hallan en poco tiempo con él una perfecta curación”, contando que, dependiendo de la época del año, no todos los peces se podían comer porque algunos se volvían venenosos, pensando que algunas especies de madréporas le comunicaban esas malas cualidades.

Si pensó que ‘todos eran felices y comían perdices’ está abocado al error porque los desheredados tenían un menú diferente y no tan sofisticado como podía pensarse en una mesa francesa, que son muy suyos para estas cosas, y que lo de Liberté, Égalité y Fraternité lo guardan celosamente para ellos solos o para algunos de ellos, que no estaba la cosa para derrochar.

Sin entrar en la forma de tratar a los esclavos, que debía ser lastimosa, el remitente de la carta le cuenta a su amigo de donde se nutrían de ellos y cuenta que la Compañía armaba por lo regular tres o cuatro naves al año para ir a buscar a dichos negros en diferentes países, como podía ser Madagascar, Mozambique y la costa de Malabar, nutriéndose también de los bajeles que hacían escala en Guinea o los que volvían de la India.

El precio de dichos desdichados, así como los beneficios que reportaba tan deplorable negocio viene bien reflejado cuando escribe: “ Estos negros se truecan en los parajes donde se toman por cuchillos, fusiles, pólvora, pequeños espejos, tela azul, aguardiente, y algunos doblones, por manera que cada esclavo cuesta cuando más 15 o 30 libras en el lugar de la compra”, para continuar contando que cuando se tenía una cantidad determinada de ellos, entre 500 o 600, que era la carga de cada bajel, los aprisionaban para evitar levantamientos, ya que los pobres inocentes pensaban que “están ellos en la aprehensión que se les compra solamente para comerlos”. Durante la travesía la alimentación era la misma que la de la marinería, pero no porque fueran excesivamente humanitarios, como veremos más adelante, sino porque había que cuidar la mercancía y así nos narra: “cuando los desembarcan se venden a los particulares que los compran a 200 libras los pequeños, y a 500 o 600 los más robustos”.

Una vez que llegaban o los llevaban a su infierno de por vida, las caserías, su régimen alimenticio era el siguiente: “se alimentan de cazabe, que es un arbusto, cuyo hoja se parece a la parra, pero más velluda, y menos larga; su raíz es casi tan lechera como la sacrifagia, tierna como el nabo, y muy gruesa, habiendo algunas que pesan hasta doce y quince libras. Mientras todos los negros están en el trabajo, queda en la casa una negra que se ocupa solamente en hacerles la comida, esto es, se emplea en arrancar las raíces del cazabe, las cuales raspa, muele y hace harina, formando galletas que cuece sobre una plancha de hierro, como de la que se sirven los sombrereros para tupir y abatanar los sombreros”.

Pasa enseguida a explicar y contar las cantidades de alimentos y nos encontramos con que le daban lo justo para subsistir y así contaba: “Cuando los negros van al trabajo por la mañana se les da una de estas galletas para desayuno, otra tienen para comer, y otra para cenar. Con esto comen una especie de espinaca que aquí llaman bredos, la cual hacen cocer con agua sola, sazonándolo solamente con sal, y en esto consiste todo su alimento. La compañía, como también algunos habitantes acomodados, dan dos libras de maíz, a cada uno de sus negros por día; este alimento es más nutritivo que el primero, pero según se dice menos sano, por lo que algunos prefieren el cazabe”.

Para terminar sólo me resta trascribir las sanciones que se les aplicaba y que me hacen sentirme avergonzado de pertenecer o ser descendiente de dichos hombres y su cultura que tanto despreciaban la vida de otros, porque después de condenarlos de por vida a trabajos forzados y a castigarlos a una dieta monótona, hechos que se repitieron en la época de reinado y de república, si alguno protestaba o llegaba a la desesperación estas eran las sanciones y castigos que recibían: “Cuando los negros o negras cometen algunas faltas, se les hace atar de pies y manos a una escalera, y allí se les castiga con 25 azotes por las faltas menores, llegando hasta 500 por débitos de consideración; según las ordenanzas reales no se les pueden dar más azotes, pero hay el arbitrio de tenerlos en prisión todo el tiempo que juzgue oportuno el amo a quien pertenezcan: también se les puede colgar por el menor robo, como igualmente por rebelarse contra sus señores, pero este es un abuso en que casi no dan las habitaciones; porque quieren más deshacerse de ellos a favor de cualquiera de sus compañeros por el precio de 500 o 600 libras, que entregarlos en manos de la justicia”.

Documento este de un valor incalculable, repitiéndome, que puede servir de ayuda para comprender mejor un pasado reciente y del que poco se quiere hablar y sobre todo hacer notar que ya en el siglo XVIII en África era corriente, por su baratura, el uso y abuso de ciertos alimentos americanos, que evidentemente podían o no entrar en la dieta de los amos pero seguro en la de sus esclavos, caso del maíz y el cazabe o casabe.

Bibliografía:

Enciclopedia metódica dispuesta por orden de materias. Traducción del francés al castellano por los señores Juan Arribas y Soria y Julián de Velasco. Tomo II, 1792, Madrid, imprenta de Sancha.

Para los datos geográficos Wikipedia.

Para los biográficos algunos archivos históricos y genealógicos franceses en línea.

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