Actividades económicas realizadas por la población indígena novohispana de Tacubaya: una reflexión
Tacubaya es una zona de la Ciudad de México que actualmente se ubica en parte de las Delegaciones Álvaro Obregón y Miguel Hidalgo, es un conjunto de colonias (barrios) populares, de clase media y clase media baja, y uno que otro conjunto residencial de gente adinerada. Ahora poco se puede apreciar de su antiguo esplendor, éste ha sido ocultado por las construcciones que se amontonan, el mercado, las estaciones del metrobús y del metro Observatorio, Tacubaya, Patriotismo o Juanacatlán. Nadie se podría imaginar que lo que ahora es asfalto y concreto alguna vez fue un hermoso paisaje arbolado con ríos y caídas de agua. Tampoco se pensaría que este sector de la ciudad fue un pueblo de indios durante el período colonial perteneciente al Marquesado del Valle, y ni por asomo se supondría que su historia es mucho más lejana, mítica, porque allí se guarecieron los aztecas (mexicas) luego de su derrota en Chapultepec en el año 5 técpatl (1276 d.C.) y allí tomaron el átlatl, es decir, aprendieron a usar el lanzadardos según la información que se desprende de la lectura del Códice Aubin y de la Tira de la peregrinación (Rivas y Durán, p. 4).
Asimismo, la otra manera de encontrar a Tacubaya representada en los códices es como un cántaro rebosante de agua, esto se aprecia en el Códice Mendocino, y es precisamente el que se ha usado más frecuentemente como referente de Tacubaya puesto que el emblema que aparece en el metro para indicar la estación de Tacubaya es precisamente la representación de un cántaro repleto del vital líquido (García Parra y Bustamante Harfush, p. 14).
De hecho, el mismo vocablo Tacubaya es una derivación de la palabra Atlacuihuayan, cuyo significado ha sido motivo de diversas interpretaciones. En cuanto a su análisis etimológico, el vocablo generalmente se vincula con el átlatl o lanzadardos, y con atl o agua. En la Crónica Mexicana de Alvarado Tezozomoc existe una referencia a la razón por la cual se denominaba así a Tacubaya cuando narra el episodio de la estancia de los aztecas en el lugar llamado Acuezcómac, en donde labraron/tomaron el átlatl. De esta forma, la voz Tacubaya derivada de un significado etimológico vinculado con átlatl o lanzadardos se supondría quedaría completamente aclarada. Sin embargo, al examinar la palabra Acuezcómac (Acuexcomac), que era el nombre que tenía Tacubaya antes de la presencia mexica en el sitio, vemos que éste significa “agujero, precipicio, pozo” (Remi-Simeon, p. 15), relacionado con las ondulaciones de agua, de ahí que su significado sea “en el lugar de los manantiales, pozos y barrancas ricos en agua” (Rivas y Durán, 1995, p. 7). Otra posible traducción sería “en la coronilla /cráneo/ del agua”, es decir, “el lugar donde se toma, en la boca de un jarro” (Gamiño, p. 7). Esto último se relaciona directamente con otra traducción del vocablo Atlacuihuayan, a sabe, “sacar agua del pozo”, de atl: agua, y atlacui: acarreador de agua (Rivas y Durán, 1995, p. 6), o como propone otra fuente: “lugar donde tienen agua que sacan del pozo”, “lugar donde se toma el agua” (Gamiño, p. 7).
Con el tiempo, el uso del término Atlacuihuayan se impuso sobre la antigua voz Acuezcómac que había sido empleada, como lo indica Tezozomoc, hasta la llegada de los aztecas al lugar. Sin embargo, el renombramiento de Tacubaya hecho por los mexica a partir de la invención del átlatl que supuestamente allí se dio es más bien de carácter mítico (el afán de los mexica por justificar su presencia, su linaje y vincularse con los grupos autóctonos de la cuenca de México). El átlatl o lanzadardos tenía ya muchos siglos de haberse inventado y utilizado por los habitantes de los valles centrales mexicanos (Cfr. Rivas-Durán, 1995, p. 10), pues si bien el jeroglífico topónimo de un puño sosteniendo un átlatl aparece en la Tira de la Peregrinación refiriéndose a la ubicación de Tacubaya, esto probablemente permite deducir que «fueron los mexicas los que dieron nombre al lugar donde tomaron y adoptaron el átlatl, arma que era desconocida para ellos» (Jiménez, p. 4). Considerando que en los códices Mendoza y Osuna aparece el topónimo de Tacubaya representado por una jarra con asa rebosante de agua (atlacuiuani), que el sitio era privilegiado por la presencia de pozos y manantiales de donde dicha agua se extraía, autores tales como Rivas y Durán prefieren inclinarse por la relación del término con el agua:
Como vemos, el agua ha sido el elemento y recurso natural más importante de la región de la antigua Atlacuihuayan, y el factor más relevante que se plasmó en sus diversos topónimos y que también quedó inscrito en la cartografía de tradición indígena y aún en la del siglo XVI y XVII de tradición estilística europea, pero con fuertes y profundas raíces prehispánicas (p. 10).
Durante la época prehispánica fueron varios los pueblos que se asentaron en Tacubaya, destacando las migraciones teotihuacanas, chichimeca-culhuaques, tepanecas, otomíes y mexica (Cfr. Gibson, pp. 14-20), pero para el momento del contacto se reconoce un linaje de origen tepaneca; esto se puede comprobar en la visita del oidor Gómez de Santillán realizada en 1553, cuando toma testimonio al cacique don Toribio y éste asegura que su genealogía derivaba de Epcohuatzin:
Dijo que su padre se llamaba don Nicolás y su abuelo Yzquas y quetodos proceden y descienden de Pequatle /Epcóhuatl/ que fue el primer abuelo que tuvieron de quien se acuerden, y que ha que son caciques todos ellos tanto tiempo, que no hay memoria en contrario, porque ellos fueron los primeros fundadores de este dicho pueblo y que el fundamento de todos ellos es del señor de Escapuzalco que se llamaba Tecacomucoche /Tezozómoc/, que fue el primer fundador de toda esta tierra y que así lo probará y averiguará con viejos y ancianos y por pinturas antiguas. Y que lo dicho y declarado tiene es la verdad y lo firmó de su nombre. Don Toribio Atlacubaya… (Colección de documentos sobre Coyoacán, en adelante CDC, p. 66).
Por otra parte, los estudios sobre Tacubaya en la época prehispánica se pueden realizar desde distintas ópticas, por ejemplo, el culto a los cerros como lo señala Sahagún:»el séptimo lugar donde mataban los niños era un monte que llaman Yiauhqueme, que está cabe Atlacuihuaya. Poníanlos el nombre del mismo monte. Ataviábanlos con unos papeles de color leonado» (p. 105). Además de la adoración local a Cihuacóatl y de Mixcoatl, también se relaciona a Tacubaya con el culto a las deidades del pulque; investigaciones recientes vinculan el nombre de algunos barrios de Tacubaya con el de estas divinidades. Asimismo, Sahagún en su obra nos proporciona la lista de las deidades del pulque, a saber, Tezcatzóncatl, Yiauhtécatl, Acolhua, Tlilhua, Pantécatl, Izquitécatl, Tultécatl, Papáztac, Tlaltecayohua, Umetuchtli (Ometochtli), Tepuztécatl, Chimalpanécatl y Colhuatzíncatl (p. 63). Llaman la atención los nombres de los barrios Texcacoac y Culhuacatzinco pertenecientes a Tacubaya, pues se podrían relacionar con el culto a Tezcatzóncatl y a Colhuatzíncatl respectivamente.[2]
A su vez la ubicación de Tacubaya era considerada privilegiada puesto que incluía colinas, ríos, bosques y un clima magnífico para la agricultura. Cualidades que durante los momentos de crisis, como la inundación de 1507, hicieron de Tacubaya un sitio de refugio para la población de Tenochtitlan (García Parra y Bustamante Harfush, p. 17); tal y como ocurriría un siglo más tarde, en 1629, con la inundación de la Ciudad de México en que se planteó la posibilidad de trasladar la capital del virreinato a Tacubaya, y por esa razón, una gran parte de la población española «se trasladó a las villas ribereñas del lago, especialmente a Coyoacán, Tacuba y Tacubaya, en muchos casos después de expulsar de sus casas a los caciques y nobles indígenas, o emigró a otras ciudades como Puebla, Pachuca y San Luis Potosí» (Israel, p. 183). Acerca de los cultivos de Tacubaya, es famosa la anécdota narrada por Tezozómoc que destaca la presencia de hermosos maizales y que el propio Moctezuma II no pudo resistir la tentación de tomar un par de mazorcas sin permiso del dueño de la milpa durante una visita realizada a Tacubaya (pp. 401-402). Ya para el período colonial Tacubaya es convertida en pueblo de indios y sus habitantes concentrados en barrios alrededor del convento de la Candelaria: Cihuatecpa (Xihuatecpa), Tezcacoac, Tlacateco, Huitzilan, Nonoalco, Culhuacatzingo, Tequizquinahuac, Xochihuacan y Tlacacoca.[3] Durante la época colonial Tacubaya colindaba al norte con Chapultepec; al sur con Mixcóac; al este con el pueblo de la Piedad, y al oeste con Santa Fe (Gamiño, p. 31).
Con lo que respecta a las ocupaciones de sus habitantes durante los primeros años de la época colonial existe la evidencia de que éstos se dedicaban, según se desprende de la información vertida por la visita del oidor Gómez de Santillán ya citada anteriormente, a diversas actividades económicas tales como la albañilería (Cfr. Gibson, p. 360):
Preguntado que digan y declaren qué tanta gente fue y se ocupó en la obra de la cerca del monasterio del Señor San Francisco dijeron por la dicha lengua que fueron trescientos hombres y más, y asimismo dijeron que en la obra de la fuente de Chapultepec han trabajado un día y que allá fueron doscientos maceguales y que con éstos no gastaron cosa alguna de lo que así recogieron, y que a cualesquiera obras otras que el don Antonio, gobernador de Tacuba, les manda que vayan, van juntamente con el pueblo de Coyoacán y que a las dichas obras van porque el dicho don Antonio dice que el dicho señor visorrey lo manda, y que esto que tienen declarado es la verdad.
Preguntado que digan y declaren si al presente anda alguna gente de este dicho pueblo en la obra de la casa de la moneda, dijeron que andan hasta cuatro o cinco oficiales canteros los cuales andan sin que por ello se les pague cosa alguna (CDC, p. 27).
Asimismo, por este documento se sabe que, en Tacubaya, los indígenas se especializaban en diferentes oficios:
Y después de lo susodicho en el dicho pueblo de Atlacubaya, doce días del dicho mes de mayo y del dicho año de mil y quinientos y cincuenta y tres años, el dicho señor oidor por lengua del dicho Francisco Muñoz, intérprete, mandó a los dichos alcaldes y principales del dicho pueblo de Atlacubaya que traigan y exhiban ante su merced la pintura que tienen de todos los oficiales de carpinteros, albañiles, carreteros y de todos los demás oficios que hay en el dicho pueblo y de los mercaderes y principales de él (CDC, p. 19).
Había también en Tacubaya oficiales tejedores quienes se quejaban ante el oidor porque:
dijeron que siendo ellos como son personas libres y vasallos de Su Majestad, oficiales tejedores, además del tributo que dan con todos los demás maceguales del dicho pueblo, así real como personal, el dicho don Toribio y alcalde y regidores y principales del dicho pueblo les han hecho hacer, así a los susodichos como a otros indios del dicho su oficio de este dicho pueblo, de un año a esta parte poco más o menos, noventa frazadas que cada una de ellas se vende a dos pesos y dos tomines, que piden a su merced que en el caso les haga justicia y les mande desagraviar y pagar la obra de las dichas frazadas y juraron en forma de derecho ser verdad lo que dicho y declarado tienen y que pasa así, de lo cual dieron y exhibieron una pintura [códice] por la cual parece haber hecho las dichas frazadas que dicho tienen (CDC, p. 52-53).
Por si esto fuera poco, los indígenas de Tacubaya tenían que cumplir una excesiva carga tributaria. Cada año daban por persona, 1 peso de oro común en tomines, 160 cacaos, 1/2 fanega de maíz, 1 gallina de la tierra (guajolote), 5 cargas de leña, 5 cacaos cada pascua para comprar rosas para la iglesia y 30 cacaos para obras públicas (cada vez que había alguna durante el año). Periódicamente debían dar 2 cargas de leña y 3 cargas de yerba /zacate/ (CDC, p. 29, 32, 33, 36, 49).
Volviendo a las actividades económicas desempeñadas por los pobladores de Tacubaya tenemos que en el informe de la visita de Gómez de Santillán de 1553, también aparecen referencias a los viñedos que había en Tacubaya:
los maceguales… van a labrar las viñas que tienen el gobernador don Toribio y don Pedro, principales y las de los regidores, sin que por ello se les pague cosa alguna, y que en ello no se ocupan más de un día, o día y medio, o dos días cuando más se tardan en ello…
que el dicho don Toribio envió a este testigo a las minas de Zultepeque a vender ciertas uvas, las cuales este testigo llevó a cuestas y juntamente con él fue otro indio que se dice Pablo y vendieron las dichas uvas en sesenta tomines (CDC, p. 25, 50).
Las fértiles tierras de Tacubaya fueron utilizadas para sembrar maíz, trigo, cebada, frijol, vid, olivo, y diversos frutales como peras, duraznos, manzanas, ciruelas, chabacanos, granadas, membrillos, naranjas y limones. Las caídas de agua fueron aprovechadas como fuerza motriz en los molinos de trigo [4] que surtían grandes cantidades de harina a la ciudad de México (Gamiño, p. 56-57).
Durante la década de 1530, en Tacubaya “se cultivaban olivos y se producía aceite, siendo éste uno de los productos principales de toda la jurisdicción [5] junto con los cereales y frutas variadas. Además, llegaron a establecerse varios obrajes de paño y molinos del propio Cortés” (García Parra y Bustamante Harfush, p. 24) .
En algunas ocasiones, se otorgaban licencias a los naturales para poder dedicarse libremente al comercio de ciertas mercaderías:
En el dicho día, mes y año dicho /26 de noviembre de 1591/ se dio licencia a Catalina Tracapan, natural del pueblo de Tlacubaya para que pueda vender candelas y ocote y oxite [6] y todo género de fruta guardando la ordenanza sin que se le ponga impedimento.
En el dicho día, mes y año dicho se dio licencia a Juana María, natural del pueblo de Tlacubaya para que libremente venda lo propio sin que le pongan impedimento (Ramo Indios, Vol. 6.2, Exps. 225 y 226, foja 50 anverso, AGN).
En 1746, José Antonio Villaseñor y Sánchez escribía, en su obra Theatro Americano, que Tacubaya tenía:
muchas casas de recreación y huertas donde abundaba el cultivo de olivos que producían bastante aceituna parecida a la española, por lo que se encontraban varios molinos de labrar aceite… y en toda la Jurisdicción se localizaban muchas haciendas de labor… y de sus huertas se comerciaba con la ciudad de México frutas de todas las especies de tierra fría (Villaseñor y Sánchez citado por Gamiño, p. 57).
Durante la primera mitad del siglo XVIII, don Juan Ramírez de Cartagena fue dueño del molino de Belén y también de la panadería que se hallaba en la Calle Real de la villa de Tacubaya, en la parte baja del conocido Portal de Cartagena (Fernández del Castillo, 1991, p. 157). En la actualidad, el mercado de Tacubaya se conoce con el nombre de este antiguo personaje.
A lo anterior habría que añadir que la antigua población de Acuezcomac sufrirá una transformación y recreación de su paisaje a lo largo del tiempo. No me refiero exclusivamente al hecho de que su nombre cambiará a la voz Tacubaya con todos los significados a nivel simbólico y etimológicos que encierra, sino que, pensando en el paisaje como una construcción intelectual de las colectividades humanas que lo habitan, que encierra todo un código a nivel lingüístico pero también ritual y económico, es que supongo que los habitantes de Tacubaya quedarán expuestos a las contradicciones provocadas por la conquista española y se verán precisados a padecer la transformación física y mental de su territorio. Específicamente, la gente de Tacubaya se dedicaba, entre otras cosas, a la producción del pulque, pero también, en consecuencia, en Tacubaya existía una particular adoración hacia las deidades del pulque. ¿Qué repercusiones tuvo para los naturales el hecho de que este cultivo del maguey y su transformación en la bebida ritual del pulque fuera desplazado o complementado por otros de origen europeo como la vid y el olivo para producir vino y aceite de oliva respectivamente?
Si bien, es sabido que, según las disposiciones emanadas de la Corona española, estos caldos no podían competir con los de Castilla [7], observamos que el cultivo de las vides y de los olivares fue una práctica común en Tacubaya, particularmente el cultivo de la aceituna y la producción del aceite de oliva. De ahí que en Tacubaya fueran conocidos los olivares y los molinos de aceite como el del Olivar del Conde de Santiago de Calimaya y el del cacique indio Pablo Buenavista. Según refiere María del Carmen Reyna, Juan Gutiérrez Altamirano inició la formación del olivar y pos su parentesco con Hernán Cortés y los servicios prestados a la Corona le fueron mercedadas el 31 de julio de 1528 dos aranzadas de tierra para árboles y viñas entre Tacubaya y Coyoacán; como luego estas tierras formaron parte del Marquesado del Valle, se tuvo que pagar un censo enfitéutico hasta la segunda mitad del siglo XIX a los descendientes de Cortés. En 1616 la familia Velasco Altamirano consiguió el título de condes de Santiago de Calimaya, de esta forma, la propiedad se conoció como el Olivar del Conde (pp. 81-82). Por su parte, la historiadora de Tacubaya, Celia Maldonado, especifica que durante el siglo XVIII, el cacique indio Pablo Buenavista era todo un empresario que vivía del pulque, de sus rentas y de su molino que producía “el mejor aceite de Tacubaya”. El molino se encontraba en su propiedad ubicada en la ermita, en donde actualmente se haya el Edificio Ermita, antigua residencia de los señores Mier y Pesado, intersección de las calles de Jalisco y Revolución (p. s/n).
En consecuencia, es notorio cómo desde el inicio del período colonial, los españoles introdujeron cultivos de origen europeo que poco a poco se fueron enseñoreando sobre el territorio tacubayense y que, al mismo tiempo, invadían con sus construcciones los antiguos espacios vírgenes que formaban parte del paisaje ritual indígena. [8] El espacio ritual no es exclusivo de la tradición mesoamericana, todos los pueblos del mundo de una u otra manera se han apropiado de su entorno y lo han construido intelectualmente, un paisaje simbólico que les ayuda a pensarse en los planos temporal, espiritual y espacial. En este sentido vale la pena recordar que la mitología griega cuenta la historia del olivo y del aceite de oliva otorgándoles un origen divino. En la antigüedad los jonios de Ática fundaron una polis, entonces tuvieron que elegir entre Poseidón y Palas Atenea para que uno de ellos fuera el dios tutelar de la ciudad y en su honor ésta recibiera un nombre. A pesar de que Poseidón les ofreció al caballo como presente, los atenienses escogieron a la diosa, ella les regaló el olivo, con el cual no solamente podrían alumbrarse o calentarse, sino que se alimentarían y ese don les pareció más útil y más sagrado porque además sus hojas estrechas y brillantes significaban la paz. Bautizaron a su ciudad con el nombre de Atenas y en el lugar en donde la diosa hizo surgir el primer olivo, los atenienses construyeron un templo llamado el Erecteón, dedicado a Atenea Políade, que significa “protectora de la ciudad” (Escobedo, p. 40).
Los antiguos mexicanos tenían a Mayahuel como la divinidad del pulque [9], éste tuvo una gran importancia en la vida de los aztecas “pues fungió como bebida ritual y como ofrenda ceremonial para los dioses”. El pulque se consumía en festividades y banquetes, aunque las borracheras estaban sumamente penadas fuera de ese contexto, baste recordar tan sólo la leyenda de Quetzalcoatl y su embriaguez vergonzante que le obligó a huir de Tula. En los tiempos míticos “los hombres poseían los granos que garantizaban su sustento, /pero/ carecían de otros productos que les proporcionaran placer y gozo. Los dioses acordaron darles algo que los hiciera propensos al canto y al baile. Quetzalcoatl decidió que una bebida intoxicante brindaría placer a sus vidas y recordó entonces a Mayahuel, hermosa joven diosa del maguey”. La abuela de la diosa era una tzitzimitl, es decir, un demonio celestial de la oscuridad. Quetzalcoatl convenció a Mayahuel de irse con él a la tierra, allí los dos se reunieron en un frondoso árbol y tomaron la forma de rama cada uno. Desafortunadamente, la abuela de Mayahuel, al percatarse de su huida, convocó a las demás tzitzimime para que la ayudasen a encontrar a la diosa. Cuando la localizaron inmediatamente destruyeron el árbol y la rama en donde estaba oculta Mayahuel fue quebrada; así su abuela despedazó a Mayahuel y dio las partes de su cuerpo a las otras tzitzimime, ellas la devoraron y dejaron sus huesos roídos. Cuando Quetzalcotal, cuya rama no había sido rota, recuperó su aspecto, recogió los huesos y los enterró con grandes muestras de tristeza. De ellos surgió “la primera planta del maguey, milagrosa fuente del pulque” (p. 71). Palas Atenea y Mayahuel, ambas deidades femeninas, protectoras, otorgadoras de beneficios para los mortales. Paisajes rituales que nos remiten a un origen mítico.
Como ya se mencionó, Sahagún hace referencia a los celebraciones religiosas celebradas en Tacubaya, pero como bien señalan Rivas y Durán, “lo interesante de estas ceremonias lo constituye el señalamiento de sitios específicos dentro del paisaje donde se celebraba a las deidades del agua y los mantenimientos, incluyendo a las del pulque… Por otro lado, el tocado que lleva el Yiauhqueme, es de plumas de garza y penacho de quetzal, como el de las deidades del pulque y los mantenimientos” (1998, pp. 18 y 20).
Esto no significa que hayan desaparecido los magueyales [10] y que el pulque se haya dejado de producir en Tacubaya, lo que resulta es una transformación en la manera de apropiarse de estos recursos a nivel simbólico, ya no en una relación de paisaje y ritualidad sino de paisaje y economía española que desvirtuaba su sentido original. El pulque se convirtió en una bebida sumamente apreciada y comercialmente redituable para los españoles. Inclusive se exigía una calidad en cuanto a su elaboración, tal y como lo demuestra este documento del Ramo Indios del Archivo General de la Nación, en el cual el virrey don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, para resolver un pleito entre los distintos barrios de Tacubaya, dispuso que:
Por cuanto los indios e indias de la villa de Tacubaya de los barrios de Aguatecpan, Guizilan, Colguacacingo, Xochiguacan, Nonogualco y Otzonco me han hecho relación que estando permitido a todos los indios e indias de la dicha villa por licencia expresa el beneficiar la miel blanca que sacan de sus magueyes echándole la raíz que suelen para que no se dañe con calidad de que dé la bebida blanca y cada persona beneficie hasta dos o tres reales de ella, pretenden los de los barrios de Tzcacoac, de Quisquinaguac y Tlacoteco usar de ella por sí solos impidiendo a los de los dichos barrios el gozar del efecto de la dicha licencia la cual había de ser general y no particular, pidiendo que para que cesasen pleitos y diferencias les confirmase la licencia que tenían de don Juan Altamirano que ante mí presentaron, por tanto, por la presente doy licencia a los dichos indios e indias para que por tiempo de cuatro meses primeros siguientes que corran y se cuenten desde el día de la data de esta puedan beneficiar cada uno de los dichos indios de los dichos barrios Aguatecpan, Guitzilan, Colguacacingo, Xochiguacan, Nonogualco y Otzonco hasta tres tomines de la dicha miel blanca de maguey con la raíz que se le echa para que no se dañe de suerte que quede la bebida blanca y no amarilla, lo cual mando que durante el dicho tiempo no se lo impida justicia ni persona alguna. Hecho en México a veintisiete de noviembre de mil y quinientos y noventa y seis años el conde de Monterrey (Ramo Indios, Vol. 6.1, Exp. 1166, foja 321 reverso, AGN).
Esta tradición de producir pulque y de procurar que cumpla con ciertas normas de calidad existe hasta nuestros días, ejemplo de ella lo podemos encontrar en este testimonio recogido por Yolanda Lastra de Suárez en San Jerónimo Amanalco, Municipio de Tetzcoco, Estado de México, en octubre de 1974: “Luego ya se trae el aguamiel. Si no hay semilla se compra y si alguien sabe componerla la compone en su casa hace pulque para semilla. Cuando no hay semilla se compra donde haya bueno. Luego semilla para asemillar el aguamiel. Cada tres días se lava el barril para que no se descomponga el pulque. El tanto que se le echa de aguamiel ese tanto de pulque tiene que haber para que no se endulce para que esté bueno el pulque para que no esté feo sólo bueno” (pp. 59-60). Por su parte, Francisco R. Calderón, cuando analiza la adulteración del pulque y los daños que provocaba a la salud física y al orden social, sostiene que:
Mucho se ha dicho que el consumo del pulque aumentó entre los indios sobre el ya excesivo que hacían de él antes de la Conquista, pero esto no es posible comprobarlo; lo que sí consta es que su ingestión provocaba escándalos y alborotos desde los primeros días de la colonia. Como ésta es una bebida de fácil descomposición, le agregaban entonces cierta raíz (?) [sic] que la hacía más duradera y al mismo tiempo más embriagante, pero de distinta manera: el pulque sólo producía sopor, mientras que con el aditivo de la raíz los que lo bebían se ponían furiosos, gritaban y aullaban, se excitaban carnalmente, reñían y se mataban. Estos excesos provocaron una cédula real por la que se inquiría la opinión de la audiencia gobernadora y del obispo Zumárraga sobre la conveniencia de prohibir el cultivo de la raíz de marras o en todo caso que se agregara al pulque. En nada quedó esta gestión y sólo hasta 1635 se prohibió bajo pena de duros castigos la venta de pulque amarillo corrupto ‘y otras [bebidas] nocivas’; al poco tiempo, en 1642 el virrey obispo Palafox y Mendoza aumentó los castigos a los transgresores y señaló lugares, llamados puestos, en donde únicamente había de venderse el pulque, el cual había de ser blanco, más adelante, con el virrey conde de Alba de Liste (1650-1653), observando que el pulque era menos embriagante si se consumía solo y puro y además tenía virtudes salutíferas, el pulque dejó de ser perseguido para pasar a ser reglamentado (pp. 426-427).
Retornando al tema que nos ocupa, tenemos que las aguas de los ríos y las caídas de agua fueron aprovechadas por el propio Hernán Cortés para construir el primer molino de trigo en Tacubaya, luego otros españoles seguirían su ejemplo. Asimismo, cultivos como los árboles frutales y los olivares se empezaron a dar en el pueblo. Uno podría preguntarse si desaparecieron con eso los otros productos agrícolas autóctonos como el frijol y la calabaza, pero también si se trataba de una serie de cultivos nuevos practicada exclusivamente por los españoles, y de no ser así, tratar de saber desde cuándo los indios empezaron a sembrar olivares y a producir aceite de oliva por su cuenta, una especie de proceso de apropiación cultural en el cultivo de los olivares y la producción de aceite de oliva que realizaban los naturales de Tacubaya. [11] También esto podría haber modificado las siembras, es decir, que estos nuevos productos afectaran al maguey y la producción del pulque, pero, por lo menos durante todo el siglo XIX, el pulque siguió siendo una bebida muy gustada por la gente de Tacubaya, aunque ya no se hiciera allí sino en los Llanos de Apan, en los actuales estados de Tlaxcala e Hidalgo.
Para destacar los conflictos entre los indios de Tacubaya y otros grupos étnicos que se instalaron en el poblado, vale la pena mencionar que a principios de 1713 llegaron al virrey don Fernando de Alencastre, duque de Linares, las quejas de los indios principales del barrio de Santa María Nonoalco acerca de ciertas «casillas y magueyes y tierra» que indebidamente usufructuaban unos mulatos, enfatizando:
los gravísimos daños y perjuicios que de la residencia de dichos mulatos en dicho barrio se nos siguen y que es efuxio (sic) el de decir ser suya la casilla y magueyes cuando no son originarios de dicho barrio, ni casados el conatural ni lo han sido, que era por donde podían representar algún derecho, sino advenedizos sin tratos en él y que antes debieran pagarnos así el aprovechamiento de la casilla como las utilidades que han tenido con los magueyes, y que hay algunos naturales en dicho barrio que ni casa ni un pedazo de tierra tienen en qué buscar para pagar los reales tributos de Su Majestad y demás obvenciones, debiéndolas tener y que no es justo el que estando como está prohibido el que en pueblos de indios, /radiquen/ negros, mulatos ni mestizos, los susodichos se toleren con tantos perjuicios (Ramo Indios, Vol. 38, Exp. 122, foja 158 reverso y foja 159 anverso, AGN).
En otro orden de cosas, según la información que arrojan las fuentes consultadas, es evidente que el cultivo de los magueyes y la producción de pulque no desapareció en la Tacubaya colonial, sino que se convirtió junto con el cultivo de olivares y la elaboración de aceite de oliva en una actividad económica que redituaba muy probablemente buenos dividendos a los propietarios españoles. De esta forma, en un artículo de la revista México Desconocido al hablar su autor acerca de la Casa de la Bola, situada en una de las colinas de San José de Tacubaya, nos dice que tiene una larga e interesante historia ya que:
El primer propietario conocido fue el doctor Francisco Bazán y Albornoz, quien en 1616 desempeñó el cargo de inquisidor apostólico del Santo Oficio.
En el siglo XVIII su nuevo dueño, don José Gómez Campos, invirtió parte de su fortuna en el negocio de minas, al parecer con pobres resultados, pues en 1788 no había recuperado su dinero y tal vez por eso solicitó a la Real Lotería que rifara la propiedad recién adquirida. Para realizar la rifa en 1801 se realizó un levantamiento e inventario del inmueble, sus características eran similares a las que conserva: «un patio principal; corredores sustentados por columnas de cantería; una escalera de dos tramos con dos arcos». La casa estaba rodeada de jardines, 420 olivos, 1 700 magueyes y árboles frutales de todas clases; tenía un centro productor de aceite de oliva en el patio principal; y en el segundo patio se encontraba «un molino de aceituna, de piedra de recinto» (Román Estrada y Ariño, “Las haciendas en el Distrito Federal”, p. s/n).
Los olivares y el aceite de oliva de Tacubaya cubrieron las necesidades de los españoles de la ciudad de México. Un documento del siglo XVIII así lo demuestra, se trata del proceso en contra del teniente Manuel Guijarro seguido por los principales e indios del común de Tacubaya que se quejaban de sus continuos excesos y vejaciones en enero de 1764. Uno de los testigos, don Diego de Bengochea y Andoaga, español y vecino del lugar, declaraba que Miguel Guijarro, además de ser teniente y vecino de la villa, desde antes de ocupar su cargo se dedicaba al comercio en Tacubaya, «como que administraba la tienda del notario Lima, la que siguió administrando aun siendo teniente hasta que se la quitó Lima», y después administró una botica que, al momento de su declaración, todavía mantenía. Administrando la tienda y la botica, Guijarro pudo hacer negocios cuantiosos, pero nada éticos, como el de la compra-venta de aceitunas:
con cuyo motivo y el de expender en esta ciudad /de México/ el aceite de olivo que se fabrica en ella /la villa de Tacubaya/ por algunos de los vecinos, ha tirado a estancar la aceituna precisando a los indios dueños de ella a que se las vendan y aun quitándoselas como sucedió con Lino Cruz, indio de aquella villa, en el tiempo que se encareció con el motivo de las guerras en que subió el precio el aceite de Castilla pagándoselos a menos del precio a que se acostumbraba vender en los años regulares que no había esta carestía, y se las quitó de los árboles sin llevar cuenta y razón, y aun sin embargo de varios decretos del presente señor juez, así para que no se las quitase como para que se las restituyese, lo que no tuvo más efecto que hacer maltratando al miserable indio como lo hizo con otros muchos indios sobre el mismo particular, despojándoles de la aceituna, no obstante las oportunas providencias que se despacharon a fin de embarazarle este género de tiránico comercio, para lo que le parece al que responde, solicitó el empleo pues menos que con la autoridad de la Real Justicia no le hubiera conseguido pues en esta ciudad y aun en aquella villa vendían los indios su aceituna y aceite por duplicado precio del que les pagara dicho teniente (Ramo Criminal, Vol. 137, Exp. 1, fojas 4 anverso y reverso, y 5 anverso, AGN).
Vale señalar que la condesa Kolonitz, durante su estancia en México en 1864, realizó una minuciosa descripción de la planta de maguey (Agave americana). En sus memorias señalaba que su cultivo y la elaboración del pulque se remontan a la época prehispánica; mencionaba las bondades de su cultivo ya que la planta requiere, según ella, pocos cuidados. Aclaraba que durante “tres o cinco meses el indio obtiene de ahí su alimento dos o tres veces al día y se me asegura que una planta sana puede dar hasta 16 barriles de pulque” (pp. 71-72).
Los olivares y los viñedos no estuvieron ausentes de las reivindicaciones del patriotismo criollo, de alguna manera ya Humboldt durante su viaje a la Nueva España a principios del siglo XIX lo había mencionado cuando consideraba poco prácticas y justas las restricciones que padecía la colonia para poder producir aceite y vino. Esto puede apreciarse de mejor manera en este escrito del padre fray Servando Teresa de Mier fechado el 25 de mayo de 1817:
Obstinarse en contra de la emancipación es querer forzar la naturaleza. El orden natural de las cosas es que toda colonia se emancipe en llegando a bastarse por sí misma. Así ha sucedido a todas las colonias del mundo, y aun los hijos, en llegando a su virilidad, quedan emancipados de la sagrada dependencia de sus padres naturales. Demasiado tiempo ha estado la América en las fajas de una tutela opresora que monopoliza su comercio, y no le permite fábricas, ni viñas, ni olivares (p. 95).
Uno podría cuestionarse cómo afectó esto la vida cotidiana y la percepción que de sí mismos y de su espacio simbólico tenían los indios a lo largo del período virreinal. Obviamente para este momento histórico la transformación del paisaje ritual al paisaje meramente económico se había concretado a nivel urbano, por lo menos en la población no india; sin embargo, surge la duda de que, como consecuencia de la cercanía de Tacubaya a la Ciudad de México, se pudiera distinguir un cambio de esta naturaleza entre sus moradores indígenas. En la época prehispánica la economía se hermanaba con la religiosidad del pueblo indígena, en el período colonial tardío imperaba el sentido utilitarista económico acorde con una filosofía secular dieciochesca y, en todo caso, se vinculaba con los proyectos políticos de los grupos hegemónicos que no tomaban en consideración a la tradición cultural de los pueblos indios.
Realmente sería oportuno el tratar de identificar las principales actividades económicas desarrolladas en Tacubaya por los indios durante los siglos XVI y XVII, en particular, las relacionadas con las tareas agrícolas y la distinción entre cultivos de origen indígena y de origen europeo. Averiguar a partir de qué fechas aproximadamente se empezaron a producir estos últimos, si formaron parte exclusivamente del tributo o si los indígenas percibían por ello algún beneficio. Es pertinente advertir el cambio, en cuanto a la construcción del espacio simbólico, que derivó de la introducción de nuevos cultivos de origen europeo en Tacubaya. Resultaría muy beneficioso el lograr distinguir el período en que aparecen las primeras noticias sobre los olivares y la producción de aceite de oliva en Tacubaya y saber el grado de participación de los naturales en esta actividad económica dándose algún tipo de especialización por barrio.
Por otra parte, se debería de considerar el porcentaje de habitantes indígenas que se dedicaban a la producción del pulque en Tacubaya durante los siglos XVI y XVII, y de esta manera se podría saber cuántos indios principales eran los dueños de los olivares y los molinos de aceituna para la producción de aceite de oliva y si, a su vez, eran los dueños de los magueyales. Esto es interesante puesto que hubo españoles como el conde de Santiago de Calimaya o el de Miravalle que tuvieron haciendas ganaderas y olivares en Tacubaya, así que, aparte de advenedizos en un pueblo de indios, hay que mencionar que ni nobles eran porque habían comprado sus respectivos títulos. Cosas veredes Sancho… Esto serviría para reconocer las contradicciones a nivel social que se dieron entre los indios del pueblo y las personas ajenas que se asentaron en sus inmediaciones relacionadas con el cultivo de aceituna y de maguey. Además, habría que conocer si los indígenas de Tacubaya dedicaban parte de las tierras comunales para la siembra de los olivares y si poseían algún molino de aceituna o, en su defecto, si exclusivamente se empleaban en estas tareas.
Supongo que la actividad económica de la elaboración de aceite de oliva realizada por los indios de Tacubaya coadyuvó a la pérdida de su percepción del paisaje ritual al experimentar la transformación simbólica de los usos de su antiguo territorio y la imposición de una nueva religiosidad que redefinía la relación con dicho espacio sagrado, basándose en la centralidad de la evangelización. Creo que los indios de Tacubaya se dedicaron al cultivo de los olivares y la producción de aceite de oliva como una actividad complementaria a la elaboración del pulque para resistir la competencia económica que significaba la presencia de los españoles en el pueblo.
Para acercarse al estudio de las actividades económicas realizadas en Tacubaya durante el período colonial valdría la pena consultar a diversos autores como Celia Maldonado, la cronista de Tacubaya, o acercarse a fuentes como el texto de María del Carmen Reyna, “La hacienda y molino del Olivar del Conde”, quien nos ofrece una descripción de las propiedades de la familia de los Condes de Santiago de Calimaya y esto incluye la de los olivares que ahí se cultivaban; fue tal la fama de estos olivares que, inclusive hasta la fecha, sirve para nombrar a una colonia de Tacubaya. Sin embargo, en este documento la autora no aclara qué tipo de participación tenían los indios en las tareas agrícolas en las tierras del conde, si estas propiedades contaban con capataces negros o españoles que controlaran la producción del aceite de oliva. Volviendo a la mencionada Celia Maldonado, esta investigadora estudia a dos personajes de Tacubaya en su escrito “Dos empresarios en Tacubaya: Pablo Buenavista y José Gómez Campos”, pero se refiere exclusivamente a dos personas principales, uno indígena y otro español, y no arroja información sobre el rol que tenían los indios del común en todo este asunto que se refiere al cuidado de los olivares y la producción del aceite. Sí aclara que ambos poseían olivares y molinos, de hecho, como ya se apuntó, el de Buenavista era “el mejor aceite de Tacubaya”.
Asimismo, el texto de Pedro Carrasco, en sí una excelente trascripción paleográfica de la visita del oidor Gómez de Santillán a Coyoacán y su sujeto Tacubaya en 1553, da información muy importante acerca del tributo, de la presencia dominicana en la villa, de los excesos cometidos en contra de los indios, de los linajes de sus caciques y principales, y menciona el cultivo de productos e origen europeo, pero se refiere sobre todo a los viñedos. La clásica obra de Antonio Fernández del Castillo brinda muchos datos sobre la vida económica de Tacubaya durante el virreinato, sin embargo, no especifica la importancia de la producción de aceite de oliva y la participación que los indígenas tenían en ello. Rocío Gamiño realiza una descripción general de los cultivos de Tacubaya destacando los olivares, los viñedos y los árboles frutales, pero tampoco proporciona mayores datos acerca de la participación indígena en estas tareas. Tanto ella como Fernández del Castillo describen con mayor detalle los molinos de harina de trigo y las panaderías que llegaron a haber en el pueblo.
Existe una mayor cantidad de textos dedicados a la producción de harina de trigo en Tacubaya, por ejemplo, los ya mencionados de Gamiño y Fernández del Castillo, o la obra de Adolfo Desentis y Ortega, «Molino de Santo Domingo: relación histórica», la cual ofrece interesantes datos acerca de los diversos propietarios que tuvo este molino hasta la época actual en que el casco y las trojes se han convertido en una zona residencial que, inclusive, contiene todavía la antigua capilla dominicana y parte del acueducto que venía desde Santa Fe formando parte de la decoración de algunos jardines privados. A pesar de que es un inmueble que forma parte de los monumentos y sitios históricos resguardados por el Instituto Nacional de Antropología de México, en alguna ocasión que entrevistaba al Sr. Desentis y Ortega, éste me refirió que ciertos vecinos, para fraccionar la tierra y construir una casa hace años, habían cambiado de lugar una de las lozas coloniales de piedra labrada en donde se señalaba, puesto que está grabado en la misma, que en ese lugar se separaban las aguas limpias de las marranas porque las primeras seguían hacia la Ciudad de México y las segundas para mover la rueda del molino.
Por su parte, Araceli García Parra y María Martha Bustamante Harfush, en Tacubaya en la memoria, dedican un capítulo entero a la historia de los molinos en Tacubaya: el de Valdés, el de Belem, el del Rey, y el de Santo Domingo principalmente. Leonardo Icaza Lomelí, en su artículo “Los molinos de Tacubaya”, explica la transformación del paisaje, la pérdida de control de agua por los habitantes locales, y diferencia tres tipos de conjuntos arquitectónicos asociados con los molinos: “los edificios de control y almacenamiento como las alhóndigas y los depósitos… los edificios relacionados con las vías de comunicación, como son caminos, embarcaderos, garitas, postas, puentes, corrales, para los de producción como las haciendas cerealeras, y en cuanto a los de transformación, las panaderías serían su ejemplo más representativo” (p. 73). Los molinos tendrán un edificio con maquinaria hecha a la usanza europea aprovechando las caídas de agua distintivas de la zona; esto tuvo diferentes repercusiones, no sólo en el espacio ritual sino en la legislación referente a la construcción de molinos. Por otra parte, los indios, según nos refiere Icaza, muy pronto integraron a su vocabulario el término texouani para designar a los molinos que funcionaban con agua (p. 63).
En cuestiones de mercado y comercio tacubayense se pueden revisar los escritos de Jesús López Martínez y Margarita Delgado Córdoba, particularmente el artículo “De semillas y otras menudencias: Tacubaya y su relación con el mercado de la ciudad de México, 1840-1845”. En éste abordan particularmente la primera mitad del siglo XIX y ofrecen un panorama muy ilustrativo acerca de los vínculos comerciales de Tacubaya con la capital de la República: “Tacubaya perteneció a un circuito mercantil que respondió a una distribución geográfica regional de producción y abasto, cuyo centro era la ciudad de México” (p. 176). A su vez, con los datos que brindan se puede constatar la continuidad de ciertos cultivos a lo largo del tiempo: “de sus huertos se cosecharon frutas como durazno, ciruela, chabacano, higo, pera, plantíos de olivo, cuya producción se destinaba a la elaboración de aceite o su conserva en vinagre. También fue notoria la presencia del maguey en la mayoría de las fincas […] Todas estas primeras noticias me llevan a suponer que entre los productos que formaron parte del comercio de Tacubaya con su entorno figuraron la aceituna, el aceite de oliva, el pulque, las frutas y el ganado y sus derivados […] ¿cuánto de esta producción participó en el comercio exterior de Tacubaya y cuánto en el local? Como primera impresión podemos suponer que parte de ella participó en el comercio local o que fue producción de autoconsumo. Pero en el caso de la harina y seguramente en el del aceite de oliva y la aceituna en vinagre, la situación pudo ser diferente. Por el momento sólo tenemos referencias sobre la harina” (p. 184); de esta forma, los autores ofrecen un listado de los envíos de cargas de harina mandados en el primer semestre de 1839 desde Tacubaya a la Ciudad de México provenientes de tres de los cuatro molinos principales del lugar: Molino de Santo Domingo, Molino de Valdés y Molino de El Salvador.
A nivel simbólico destaca el excelente trabajo realizado por Francisco Rivas Castro y Trinidad Durán Anda, “Toponimia y cartografía antigua de Atlacuiguayan, Tacubaya, México”, pero en él, como el nombre lo anuncia, se revisa a Tacubaya en sus aspectos religiosos y geográficos durante la época prehispánica y el momento del contacto. Obviamente la información que ofrece sobre las deidades del pulque resulta de suma utilidad para los interesados del tema. Otro enfoque relativas a las actividades económicas desarrolladas en Tacubaya a mediados del siglo XVI, pero vinculadas con cuestiones que encierran un gran simbolismo, lo otorga la autora Rebecca Horn en su artículo “Coyoacán: aspectos de la organización sociopolítica y económica indígena en el centro de México (1550-1650)”, ya que toma como base para su estudio a la organización de Coyoacán como Huey altépetl y los altépetl, tlaxilacalli y calpulli subordinados al mismo. Explica cómo estas divisiones geográficas, políticas y rituales adquieren un nuevo significado con las formas españolas de cabecera, pueblo o barrio. A través de ellos, menciona la autora, los indios expresaban “la identidad y la integridad de las unidades anteriores a la conquista” (p. 47).
Esto me hacer reflexionar sobre el paisaje ritual construido por los naturales de Tacubaya y su transformación o destrucción a nivel simbólico. Por ejemplo, la sustitución de deidades femeninas: Cihuacóatl por la Virgen de la Purificación o de la Candelaria; así como las festividades prehispánicas celebradas anualmente en Tacubaya a principios de febrero comentadas en el siglo XVI por el franciscano fray Bernardino de Sahagún, las cuales devinieron en el Día de la Candelaria del 2 de febrero en que se aglutina la gente vecina del lugar y los visitantes que bajan desde Santa Fe, el antiguo pueblo colonial fundado por don Vasco de Quiroga en 1532.
La transformación de la vida cotidiana de los habitantes indígenas de Tacubaya luego de la conquista española desafortunadamente lleva incluido el cambio en el consumo del pulque que perdió su carácter sagrado y ceremonial. El penoso asunto del alcoholismo entre la población aborigen derivado de dicha conquista es tratado por Sonia Corcuera en su obra El fraile, el indio y el pulque. Evangelización y embriaguez en la Nueva España (1523-1548), en su escrito observamos el sentimiento de caos y desesperación provocado por el despojo que sufrieron los naturales de estas tierras en manos de los conquistadores no solamente militares sino religiosos, la imposición de una nueva religión acompañada de la prohibición de practicar toda aquello considerado como idolátrico rompió con las normas y los esquemas originales provocando, entre otras cosas, que las antiguas borracheras rituales perdieran su significado religioso, y la bebida, el pulque, su carácter sagrado para ser bebido en cualquier circunstancia muchas veces con exceso.
Silvia Mesa Dávila y Martha Monzón Flores, en su artículo “El tributo en Tacubaya”, revisan desde la época prehispánica hasta mediados del siglo XVI el sistema tributario de Tacubaya, como éste se transforma acorde a las necesidades de los europeos y empieza a incluir, además de los productos de la tierra como maíz, chile y tomates, a los originarios de Castilla como sería el caso del trigo o las vides mencionadas. Asimismo, al analizar el tributo en trabajo (servicios personales para los caciques o para las obras públicas españolas), es interesante el dato que proporcionan acerca de la construcción de “tres molinos” hechos por los indios macehuales de Tacubaya como parte de su tributo en trabajo al Marqués del Valle y a sus funcionarios en 1531. Al parecer estos molinos “no sirvieron, por lo que les obligaron a hacer otros dos y un batán; para dicha obra debían llevar materiales como madera y cal; además de ello les proveían de 300 cargas de leña todos los lunes de cada semana y les trabajaban sus huertas, molinos y sementeras” (p. 27). Las autoras reflexionan en que las quejas elevadas muchas veces en contra de los abusos sufridos en manos de los españoles y de sus propios caciques obedecía a “la obvia anuencia ideológica del pueblo indígena acostumbrado a servir con mano de obra y trabajos específicos en el espacio sagrado […] de esta manera los españoles se enfrentaron con indígenas claramente involucrados en un discurso religioso con diferentes contenidos, que estaban siendo ahora trastocados por la conquista religiosa española, tan fuerte e importante como la dominación y explotación económica que empezaron a introducir los conquistadores bajo el mando de Hernán Cortés” (pp. 31-32). Las autoras en cuestión sostienen que “el discurso religioso en el mundo prehispánico alienó al sujeto al grado de someterlo voluntariamente, como resultado del ejercicio del poder y la opresión que se estableció en parte por una exigencia ideológica en el ámbito religioso, con el objeto de que la mayoría del excedente fuera circulado en el gran espacio sagrado de Tenochtitlan […] En el presente como en el pasado, la religión está íntimamente vinculada a la estructura social. El discurso religioso en Mesoamérica hace posible un mecanismo de servidumbre voluntaria y de excedente sacralizado” (p. 32).
Pienso que una investigación que podría resultar novedosa para los estudiosos de Tacubaya -y sobre los pueblos indios mesoamericanos en general-incluiría examinar, en particular, la relación que existe entre el proceso de evangelización en Tacubaya, las actividades económicas de origen español impuestas y apropiadas [12], y la pérdida del espacio ritual al ser invadido con los nuevos cultivos y los molinos para la transformación de los olivares en aceite y del trigo en harina.
Fuentes de consulta
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Biblioteca Daniel Cosío Villegas del Colegio de México (COLMEX)
Biblioteca Orozco y Berra de la Dirección de Estudios Históricos del INAH (DEH-INAH)
Biblioteca Nacional de la UNAM
Mapoteca Orozco y Berra, Ex arzobispado, Tacubaya (MMOB)
Archivos consultados
Ramo Criminal, Vol. 137, Exp. 1, Archivo General de la Nación (AGN)
Ramo Indios, Vol. 38, Exp. 122, AGN
Ramo Indios, Vol. 6.1, Exp. 1166, AGN
Libro de Bautismos No. 4, años 1667-1675, Archivo Histórico de la Parroquia de la Candelaria, Tacubaya (AHPC)
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[1] G. Rodríguez., litógrafo, México y sus alrededores, Colección de Vistas Monumentales, Paisajes y Trajes del País. Dibujados al natural y litografiados por los artistas mexicanos C. Castro, G. Rodriguez é J. Campillo. Bajo la dirección de V. Debray. Los artículos descriptivos son de los señores d. Marcos Arronis, d. Jose T. de Cuellar [y otros], México, Imprenta litográfica de V. Debray editor, 1869.
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[2] En una de las gárgolas de desagüe del claustro del convento de la Candelaria se encuentra representado un conejo que seguramente se puede vincular con Ometochtli, Dos Conejo (Gamiño, apéndice fotográfico, p. 149).
[3] Una lista completa de los barrios, acompañada del nombre cristiano que le dieron los frailes dominicos a cada uno, puede ubicarse en el Libro de Bautismos No. 4, años 1667-1675 del Archivo Histórico de la Parroquia de la Candelaria en Tacubaya.
[4] Acerca de los molinos se puede consultar a Adolfo Desentis y Ortega, «Molino de Santo Domingo: relación histórica», (publicación en trámite), México; Araceli García Parra y María Martha Bustamante Harfush, Tacubaya en la memoria, México, Coedición Universidad Iberoamericana, Gobierno de la Ciudad de México, 1999, en particular, las pp. 29 -33.
[5] Tacubaya pertenecía durante la época prehispánica al Huey Altépetl de Coyoacán, luego, durante el virreinato, Tacubaya formó parte del marquesado del Valle y seguía dependiendo jurídicamente del Corregimiento de Coyoacán bajo la autoridad del teniente de corregidor de la villa, aunque se supone que Tacubaya mantuvo la categoría de pueblo de indios durante todo el período colonial. Acerca del Huey Altépetl y la dependencia de Tacubaya hacia Coyoacán, véase a Rebecca Horn, “Coyoacán: aspectos de la organización sociopolítica y económica indígena en el centro de México (1550-1650)” en Revista Historias, No. 29, Oct.-1992-Mzo. 1993, México, DEH-INAH, pp. 31-55. Sobre Tacubaya y su relación con Coyoacán durante el período colonial, véase a Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810), México, Siglo XXI Editores, 1984, en particular, las pp. 43 y 65.
[6] Oxite, de “oxitl: Especie de ungüento hecho con trementina, que se dice fue inventado por la diosa Tzapotlatenan (Clav.)”, Rémi Siméon, Diccionario de la lengua nahuatl o mexicana, p. 367.
[7] Lucio Mijares y Ángel Sánz Tapia, en su artículo “El virreinato de la Nueva España” dicen que “tanto la vid como el olivo también tuvieron inicialmente una buena acogida por parte de las autoridades y de los religiosos, que trataron de impulsar su cultivo. El olivo, sin embargo, tras unos comienzos prometedores decayó muy pronto, en tanto que la vid tuvo un mayor arraigo, aunque no logró expandirse por la competencia que suponía para la importación de los caldos españoles, por lo que a fines del siglo XVI se prohibió la plantación de nuevas cepas. Sólo en zonas alejadas, como Parras en el norte, debido a la distancia de la capital y a la demanda de las ciudades y centros mineros próximos, los viñedos lograron subsistir” (p. 427).
Por su parte, Francisco R. Calderón, Historia económica de la Nueva España en tiempo de los Austrias, señala que “en 1531 el Consejo de Indias ordenó que cada maestre de navío llevara consigo cepas de vid y estacas de olivo para ser plantadas en las tierras recién conquistadas, pero como estos cultivos no tuvieron éxito, el aceite y el vino de Andalucía constituyeron dos de las más importantes exportaciones españolas porque los peninsulares que se trasladaban a América no podían prescindir de ellos (p. 547).
[8] Johanna Broda define este concepto como “una interpretación ideológica del espacio”, citada por Francisco Rivas Castro y Trinidad Durán Anda en “Toponimia y cartografía antigua de Atlacuiguayan, Tacubaya, México”, p. 7.
[9] Esta información se ha obtenido de la traducción que hace Elisa Ramírez Castañeda de la obra Aztec and maya myths de Kart Taube que aparece publicada en el artículo “Los orígenes del pulque” en la Revista Arqueología Mexicana, Vol. IV, No. 20, julio-agosto, 1996, p. 71.
[10] Alfonso Caso en su obra El pueblo del Sol, dice que el maguey no sólo era importante en la vida de los mexicas “por el pulque (octli) que extraían de él sino por los muchos usos industriales para los que servían las hojas y las espinas de la planta” (p. 67).
[11] En la actualidad se siguen cosechando aceitunas en Xochimilco, inclusive, existe una fiesta en torno a los olivares y el aceite de oliva que se produce en esta demarcación y en la Baja California. Conviene recordar que los olivares fueron introducidos en Xochimilco por los franciscanos en los primeros años del período colonial.
Además, en Tacubaya se conserva el nombre del Olivar del Conde en una de sus colonias, léase barrios, precisamente en donde alguna vez estuvo la hacienda de este personaje, el conde de Santiago de Calimaya.
[12] Empleo aquí el concepto de cultura ajena, apropiada y propia de Bonfil Batalla, Guillermo, Cfr. su artículo “Los pueblos indios, sus culturas y las políticas culturales” en Néstor García Canclini (editor), Políticas culturales en América Latina, México, Grijalbo, 1987, pp.