Historia de la alimentación de los niños en la España de finales del siglo XVIII

 Estudio de Carlos Azcoytia
Abril 2011
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Dentro del estudio que estamos haciendo dedicado a la historia de la alimentación de los niños en España, donde ya hemos publicado como primer trabajo bajo el título Los primeros alimentos de reyes y nobles en el Siglo de Oro en España: Las nodrizas y como segundo Historia de la primera leche artificial para niños en España, creemos conveniente completar, para comprender mejor todo este tema, la alimentación infantil y las malas costumbres que existían en el país sobre la crianza de los infantes, sobre todo en las clases acomodadas, y donde el índice de mortandad llegaba a cifras alarmantes por dejadez de las madres, que a imitación de la nobleza más cuidaba su aspecto personal y vida fácil que la de su prole, y de las que se llegó a decir que 'las que rehusaban con una obligación tan esencial, mejor que el de madres, merecen el nombre de madrastras', algo que caía en saco roto porque quizá los humanos son los más desnaturalizados de los animales.

Para este trabajo me he basado en un estudio dedicado a la medicina doméstica, en especial a un trabajo titulado: 'De las enfermedades de los niños' que se publicó el 9 de marzo de 1797 en el 'Semanario de Agricultura y Artes, dirigido a los párrocos', publicación de la que no me cansaré de recurrir por lo interesante de sus contenidos, y donde pone de manifiesto las carencias que existían a nivel agrícola, industrial y social en una España que no despegaba hacia la Era Industrial como consecuencia del régimen feudal que se aferraba al poder y que trajo  la pérdida de las colonias y el atraso científico pese a los 'visionarios' que, viéndose impotentes ante las reticencias y la dejadez de los poderes fácticos, informaban a la población de los adelantos que se experimentaban en Europa y que se podían aprovechar en beneficio de todos.

Centrándonos en el trabajo que nos ocupa es preocupante leer como de forma casi natural dice, refiriéndose a obligación de dar de amamantar a sus hijos: "Ninguna cosa es más contraria a las leyes de la naturaleza que ver a una madre abandonar este cuidado; como si no la diesen ejemplo todos los animales, entre cuya inmensa multitud no se encontrará uno que deje a un extraño la crianza de sus hijos: y así es que todos se someterán a esta ley: y yo me atreveré a afirmar que si todas las madres criasen a sus hijos, y no los confiasen a nodrizas mercenarias y avaras, no veríamos perecer la mitad desde su nacimiento hasta la edad de cuatro años". Terrible denuncia que pese a todas las recomendaciones se siguió haciendo hasta bien entrado el siglo XX y que hoy, de otra forma, se hace al dejar a los hijos al cuidado de abuelos, almacenándolos en guarderías o dejándolos al cuidado de mercenarias porque es más importante para sus intereses tener coche, vacaciones y lujos pequeños o grandes que el dedicarse a la crianza de su prole.

Ya entonces, según comenta, algunas mujeres: "En vano se excusan con que el criarle expondría su salud; aquellas que prefieren sus placeres a una obligación tan esencial, y cuyos hijos serían más felices, si hubiesen nacido de padres menos ricos: que las que tienen un temperamento débil, una salud delicada, que están muy flacas y propensas a la tisis quedan exentas de este cuidado si no quieren exponerse a perder a sus hijos, y aún su vida".

Continúa explicando la importancia de la leche materna como único medio de subsistencia de los recién nacidos, aconsejando, si la madre no lo puede criar, que a la hora de elegir una nodriza hacer una especial elección, ya que debe de ser robusta, de buenas costumbres, ancha de espaldas y sin señales exteriores de vicio de sangre, ya que si no cumplía estas condiciones previas era mejor criar al niño/a con leche de vaca o de cabra.

Opina el redactor del trabajo que la leche de las madres, o de las nodrizas, influía mucho en el carácter de los niños, que, según pensamiento de la época, sacaban regularmente el mismo que tiene la que les da el pecho, tanto que llega a decir que "si esta es áspera, grosera e iracunda, el niño contraerá estos defectos". Lo que llevando esa lógica al límite de lo absurdo es como decir que si la tomaba de cabra o de vaca el infante tomaría el defecto de o la virtud, que no es cuestión de ponerse a discutir, de tener un temperamento parecido al de dichos animales, quizá de ahí el decir popularmente que una persona está más loca que una cabra, o que ciertos individuos se comportan como unos cabrones o que tienen más fuerza que un toro, incluso que ciertas señoras parecen unas vacas, todo no van a ser comentarios serios.

La ventaja que tenían las madres que criaban, entre otras, era que jamás perecerían sus hijos por falta de cuidados y de alimentos y que "las nodrizas olvidan a veces uno y otro, dejando perecer a esas infelices víctimas de su descuido e ignorancia, por no darles oportunamente alimento, ni asearles como se requiere". A tanto llega la denuncia que dice que si el temperamento de las criaturas eran fuertes y resistentes al mal trato de las nodrizas no por eso dejaban de atrasarse en sus crecimientos y buena constitución, para proseguir, de forma machacona, lo que nos da idea del cáncer que padecía dicha sociedad, que "todos estos inconvenientes se evitarían, si las madres no fuesen sordas a los gritos de la naturaleza, y si la robustez de sus hijos las interesase como debía", para concluir, y esto es importante porque no ocurría lo mismo en el medio rural, que por fortuna los campesinos apenas conocían aquel detestable abuso demasiado introducido en las ciudades, que recibían en pago unas generaciones débiles, raquíticas y enanas en lugar de las complexiones robustas y fuertes que se lograban en el campesinado, algo que se fue solucionando dejando morir de hambre a los desheredados con las siguientes dictaduras y oligarquías medievales, llegando a degenerar tanto la raza que en los años 40, 50 y 60 del siglo XX se podía definir al español como 'un hombre bajito, con bigote y siempre de mala leche' (el exponente máximo se tenía en el dictador Franco, que tenía voz aflautada y cumplía todos los requisitos mencionados), atrás quedaron aquellos Sebastián Elcano, Pizarro, Gran Capitán, Cervantes, y casi un infinito etcétera.

Entra en otro tema ya ajeno a la alimentación pero fundamental: el dedicado a la higiene y que, si no fuera por la gravedad de la situacion y relajación de aquella burguesía, entraría casi en el terreno de lo cómico, sobre todo cuando dice: "Es muy digna de imitarse la costumbre que tienen los ingleses de lavar todos los días a los niños de arriba a abajo: práctica que han adoptado no por lujo, ni por vanidad, sino por haberse persuadido de la necesidad de ella", así que llegamos a la conclusión de que los niños de familia acomodada españolas no sólo estaban muertos de hambre sino que también se los comía la mierda, por lo que, concluye: "cada vez que un niño se empuerca, es necesario mudarle, sin esperar a cierta hora para envolverlo, pues nada les perjudica tanto como dejarles algún tiempo sin limpiar, sobre todo en verano: la acrimonia de la porquería, su calor, y el propio de la estación escorifica sus miembros, y les causa escoceduras y otros daños". Si se seguían aquellas simples reglas dice que los niños se liberarían de convulsiones, cólicos y accesos de alferecía que les sobrevendrían seguramente si los escocimientos dependiesen de algún humor vicioso y superabundante.

Creo que es bastante macabro todo lo contado, pese a querer quitarle hierro al intentar ponerle ciertas gotas de humor, pero si creyó que ya terminó el martirio que se les forzaba pasar a los ancestros recientes de los españoles en su infancia está en un completo error porque ahora viene lo peor: la costumbre de fajar a los niños.

Comienza diciendo: "La práctica de fajar a los niños es la más perjudicial al crecimiento y extensión de sus miembros" y nada más cierto porque el fajado consistía en inmovilizar a la criatura hasta tal punto que un filósofo de la época llegó a decir que las fajas causaban en el niño los mismos efectos que las ligaduras en un árbol, en el que se advertirá que la parte comprimida por ellas no dejaba paso libre al jugo, el cual se detiene más abajo, y formaba un reborde que sobresalía. Y si hay dudas nada mejor que copiar lo que dice el informante del estudio: "¡Cuantos niños han sido víctimas de las fajaduras! ¡y cuantos han quedado desfigurados, y aún jorobados, por haber sido, digámoslo así, agarrotados, desde que comenzaron a vivir!" para continuar con estas palabras: "La mayor parte de las comadres o parteras hacen consistir toda su habilidad en saber apretar bien el niño con la envoltura, que es el último extremo de la ridiculez y de la crueldad", haciendo la comparación con los que él llama salvajes que se desarrollaban de forma armoniosa y haciendo hincapié en que cortaba la circulación de la sangre, deformando algunas partes de su cuerpo, para seguir diciendo: "Añádase a esto que cuando un niño está comprimido en la envoltura procura separarse de lo que le daña, haciendo contraer a su cuerpo, agarrotado, una postura violenta, adquiere por hábito mala configuración", para terminar con la siguiente reflexión en voz alta, que no deja de ser una llamada a aquellas madres que como muy bien decía al comienzo eran madrastras, y casi dialogando con aquellos desgraciados decía: "Apenas habéis nacido, sois tratados como esclavos, y encadenados como reos de grandes delitos".

Tras escribir sobre el cordón umbilical y el meconio, primera defecación del niño, entra de lleno en las enfermedades y la alimentación de los infantes de los seis a doce meses y en primer lugar hace mención  a los cólicos y vómitos que padecen los niños como consecuencia de la acidez que les produce la leche materna o de la nodriza aconsejando no insistir en una sobrealimentación de más leche porque se les expone a mayores peligros, dando la siguiente receta: "El partido más prudente en tal caso es acudir a los polvos absorbentes, como los ojos de cangrejos, y de corales preparados, de los cuales se deslíen algunos granos en una cucharada de agua, y se les da repetidas veces, y poco a poco entre el día o también, algo que aconseja aparte, mejor es el uso moderado de magnesia o leche de tierra" y si con dichos preparados no se terminaba de matar al niño, perdón, no se conseguía quitarles las ansias de vomitar, entonces lo mejor era ayudarlos a que lo hicieran dándoles algunas cucharadas de agua con azúcar, pero si el infante persistía con el cólico y los retortijones da como última solución el purgarlos con una disolución de maná (una planta), a la cual se le añadía una o dos onzas de jarabe de albérchigos o de achicoria compuesta.

Sobre la curación de las diarreas que se producían de mamar ya se necesitaba ser un experto/a porque primero había que analizar los excrementos, de modo que si estos eran homogéneos o si eran mezclados con algunos pedazos de comida que su estómago no había podido digerir, observando también el color  y demás sustancias, entonces era fácil saber si era  por efecto de la leche o de la nodriza, que seguramente le dio alimentos sólidos a medio mascar o frutas verdes. Otras veces tal diarrea, como ocurre hoy día, como consecuencia de estar saliendo los dientes, para lo que se efectuaba una purga con "una onza de jarabe de achicoria compuesta. Los remedios estomacales y absorbentes, como  la confección de jacintos mezclados con algunos granos de polvos de ojos de cangrejos producen los mejores efectos".

Llegado a la hora del destete, que tilda como una época terrible para la salud de los niños, pues sentían por mucho tiempo la privación de la leche, hallándose los pobres inquietos, tristes, descoloridos, sin poder dormir e insoportables aun así mismos: "si ven a su madre o nodriza, lloran y se tiran a ella manifestando su ansia de mamar con movimientos de pies y manos: si se les acerca al pecho, aunque se haya puesto sebo, o alguna sustancia negra o amarga para hacerlo aborrecer, los hay tan ansiosos, que no se detienen, ni por el color, ni por la amargura: estos sienten mucho el destete, y cuando se ven enteramente privados de mamar se ponen muy flacos: este estado es para ellos muy conveniente, porque sus vasos llenos de un suco lácteo se descargan, remplazándoles una linfa nutritiva de otra naturaleza y consistencia".

El tiempo del destete, aconseja, que no debía tener una fecha fija, y que sería dependiendo del temperamento, la necesidad, la delicadeza de su constitución y de otras circunstancias, sin especificar cuales, de modo que un niño fuerte y robusto no necesitaría mamar tanto como otro endeble y delicado, que si se destetase antes de tiempo no podría sufrir su estómago otros alimentos y caería en un estado de consunción que le podría llevar a la muerte; terminando con la conclusión que el tiempo del destete sería entre los catorce a los dieciocho meses, aunque comenta que en Inglaterra "es bastante común la opinión de que no deben mamar más tiempo que el que están en el vientre de su madre, y sale bien esta práctica. Los propensos a la raquitis, se deben destetar cuanto antes, según las observaciones prácticas de un profesor de esta Corte", algo que no llego a entender. Sigue diciendo que los niños recién destetados exigen el mayor cuidado, algo que es cierto y que nadie duda, lo que parece extraño es que aconseja dar alimentos suaves y fáciles de digerir y entonces dice que lo mejor es, por las mañanas, suministrarles una sopa de ajos, ya que "este vegetal es muy conveniente para fortificar su constitución, y libertarles de muchas enfermedades", ya que, continua diciendo, nadie ignora que el ajo es la triaca y el antídoto de los pobres.

Tras la anterior serie de sinrazones parece entrar en razón cuando comenta que la fruta bien madura, de toda especie, era muy buena para hacerles olvidar el pecho, para seguir diciendo que el arroz y los fideos o sémolas era lo más conveniente a sus temperamentos, sobre todo si se les hacía un arroz bien cocido, deshecho y pasado por un colador, que entonces eran de hojalata con agujeros pequeños. A dicho alimento le llamaban sustancia de arroz. En su defecto era mejor usar sopas caldosas antes de las papillas. A pesar de todos esos medios, si el niño enflaquecía demasiado con el destete y se temía que perecieran, no había otro remedio que volverles a dar el pecho para ponerlos de nuevo en buen estado.

Termina todos estos consejos desautorizando el uso de los andadores porque están expuestos los niños a hacerse jorobados, así que habrá que imaginar como eran dichos artefactos de finales del siglo XVIII.

La conclusión que saco es que no todo tiempo pasado fue mejor y que ser niño era más una desgracia que una época en la vida de un ser humano, donde la supervivencia de la especie dependía más de la suerte que de factores congénitos, epidemias o  defectos de nacimiento, todo dependía del estatus social donde se naciera, de la responsabilidad de la madre que le tocara en suerte y de la niñera que le impusieran a aquellas infelices criaturas y donde el 40% por ciento moría por dejadez, ignorancia y crueldad, ante la pasiva mirada de todos.

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