HISTORIA DEL ARROZ EN VALENCIA

 Estudio de Carlos Azcoytia
Junio 2010

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No en vano se llama a la Ribera alta del Júcar, 'Tierra de Dios', porque tras del trigo da arroz.

 

A modo de segunda parte de mi trabajo titulado 'Una aproximación a la historia del arroz en occidente y la paella' creo conveniente, porque no existe nada al respecto, profundizar todo lo posible en la historia del arroz en España, cereal muchas veces perseguido y otras de gran peligro para la vida de los que lo trabajaban, arroceros y braceros del área del Levante español, los cuales se convirtieron, sin saberlo, en héroes forzados por la necesidad que les daba el hambre en esas regiones.

Cuando se lee, en otros lugares, la historia del arroz todo parece indicar que se habla de una industria floreciente y limpia que se expande desde el Sudeste asiático o sur de China por todo el mundo, lo que no se cuenta, quizá por ignorancia, es que su expansión fue muy lenta por varias razones, entre las que cabe destacar la de los lugares pantanosos donde se cultivaban y las enfermedades asociadas que padecían aquellos que se dedicaban a su plantación y recolección, de ahí que debieron de pasar quizá más de 5.000 años hasta que arribara en las costas españolas y de aquí su paso a las tierras americanas.

Para no ser repetitivo aconsejo leer en primer lugar mi primer trabajo, ya linkado al comienzo de éste estudio, para así conocer muy por encima la lenta historia de un cereal que hoy es la base de la alimentación de muchos pueblos del llamado Tercer Mundo y una delicia gastronómica en España.

Creo que ya nadie pone en duda que fueron los Omeyas, o mejor dicho bajo su mandato califal, entre los siglos VIII y IX, los que  trajeron el arroz a España. Se plantó arroz en Sevilla en el siglo XII, según se desprende de un tratado de agricultura escrito por el agrónomo Abu Zacharia, pero especialmente floreció, haciendo productivas unas tierras en la zona valenciana, que desde siempre habían permanecido en barbecho. Estas tierras pantanosas corrían en el siglo XIX a lo largo de la costa, comenzando en la provincia de Castellón y terminando en la de Alicante. Estrecha en su parte septentrional, ya que sólo mide 4 kilómetros, llega a su ensanche máximo, frente al valle de Cárcer, donde tiene sobre 39 kilómetros.

El terreno del que hablo está formado de sedimentos y arcillas, cruzado en todas direcciones por numerosos ríos, cuyas filtraciones, más que las aguas directas de lluvia, reaparecen en numerosas fuentes no sólo en las llanuras sino en las laderas de las montañas, siendo de importancia los de Pego, Oliva, Jaraco, Simat, Tabernes, Xátiva, Benifayó y Silla.

Los río corren por terrenos sumamente planos, con depresiones, en algunos lugares, por debajo del nivel del mar, formando lagos y pantanos, como el de la Albufera o los de Jaraco, Oliva, Pego y Almenara.

Estos terrenos, dada la impermeabilidad de la tierra, pasan de ser alternativamente pantanosos a secos dependiendo de las aguas pluviales, de modo que en los años de lluvias intensas estén encharcados, conocidos en la zona como aigua molls.

Estas especiales condiciones la supieron aprovechar muy bien los árabes, a los que tanto se les debe en la agricultura en España, los cuales hicieron, como ya he comentado, rentables unas tierras que nadie quería hasta entonces.

Después de la Reconquista los labriegos siguieron cultivando el arroz, pero pronto comenzaron las dificultades, ya que los Jurados de Valencia prohibieron dicho cultivo, prohibición que confirmó de forma definitiva el rey D. Pedro II en las Cortes de 1342. Pronto se hizo extensiva a todo el reino, llegando incluso el rey Alfonso III a amenazar con pena de muerte a los infractores, ya que se consideraba este tipo de explotación agrícola perjudicial para la salud pública.

En el año 1671, bajo el reinado de Mariana de Austria, regente hasta la mayoría de edad de Carlos II, se prohibió la entrada en 'la Albufera, sus límites y la Dehesa', incluso para la caza o la pesca.

La extirpación del cultivo del arroz tuvo funestas consecuencias para el reino de Valencia, ya que aquellas tierras feraces, que mantenían a una numerosa población, quedaron abandonadas, extendiéndose por todas partes el paludismo, llegando hasta la capital, la misma ciudad de Valencia. Ante tamaño error el rey Fernando VI, que reinó entre 1746 y 1759, autorizó de nuevo su cultivo y otros monarcas concedieron grandes franquicias y privilegios a los que volviesen a aquellas abandonadas tierras y el Cabildo y el Obispo de la ciudad otorgaron también la condonación de tributos a cuantos, restableciendo la explotación, repoblasen la comarca.

Curiosamente en Italia, los Duques de Piamonte, prohibieron su cultivo, mientras los españoles lo favorecieron, al ser tierras dominadas, en las regiones de Milán y Venecia, pero a diferencia del Levante español se inundaban las tierras, llegándose a enfrentamientos entre los científicos de la época y donde se puede leer: "Eso sucede en muchas comarcas de Italia, y si en ellas hace sentir su mortífera influencia el paludismo, antes desconocido, bien puede el simple instinto llamar maldito y pestilencial al cultivo que parece auxiliar de la muerte: en las Academias italianas, pues, se comprenden las acaloradas discusiones sostenidas entre Puccionotti, Mantegazza y otros que impugnan el cultivo del arroz, y Gregory, Besozzi y Cantoni que lo defienden o atenúan sus perniciosos efectos". También los había contundentes en el razonamiento, o más rotundos, como un tal ingeniero Zamelli que decía: "La principal higiene consiste en llenar el estómago que está en ayunas".

Curioso resulta el informe del Real Consejo de Agricultura, Industria y Comercio, de 30 de marzo de 1852, en el que se lee: "Después de este examen escrupuloso han mediado largas conferencias entre los individuos del Consejo, en las que se ha reconocido lo exagerado de las pretensiones, así de los que manifiestan que el cultivo del arroz es perjudicial para la salud en todos los casos, como los que sostienen lo contrario; la pasión que reina en las más de las memorias, informes y dictámenes dados sobre el asunto; la imposibilidad de llevar a cabo las prohibiciones dictadas con el mejor celo, a causa de que se choca con hábitos inveterados, con intereses muy crecidos y con capitalistas a quienes nunca faltan medios de corromper a los encargados de la ejecución de dichas órdenes; las consideraciones políticas que las más veces obligan a suspender el efecto de los bandos para evitar sublevaciones y convulsiones populares; la gran pérdida que experimenta la fuerza moral del Gobierno cuando dicta disposiciones que no puede llevar a debido cumplimiento, tanto por las causas indicadas, cuanto porque en los casos en el que el interés en eludir la ley es grande, inútiles son las penas más rigurosas, incluso la de muerte, que también en algunos tiempos se ha impuesto a los trasgresores de las dictadas en esta materia".

En el siglo XIX, con la experiencia adquirida y sin saber como se transmitía el paludismos realmente (que por cierto también fue el causante probable de la muerte del faraón Tutankamon, complicado con la fractura de una pierna), se llegó a la conclusión que se producía la enfermedad más intensamente en lugares donde el agua estaba encharcada, al entrar "en putrefacción las materias orgánicas, que en grande escala desarrollaba gérmenes miasmáticos, como hoy sucede aun en poblaciones donde existen terrenos húmedos no dedicados al cultivo del arroz", algo que no ocurría, al menos con tanta intensidad, en los arrozales al dejar correr las aguas y sanear los suelos, llegando en 1887 a decirse que en estas comarcas la enfermedad era menos temible que en las provincias de Madrid, Alicante, Badajoz, Cáceres, Murcia y Oviedo, afirmándose que en Alcira, por poner un ejemplo, sólo registró tres defunciones por paludismo entre 1880 y 1884. Por otra parte el descubrimiento de los fertilizantes o abonos naturales del guano, que se traía de Perú, hicieron de los arrozales un negocio productivo, siendo el primero en experimentarlo el catedrático Luis María Utor, el cual, gracias a un acuerdo entre La Sociedad Económica de Amigos del País y la Liga de Propietarios de Valencia, experimentaron en tres parcelas, dos en Alcira y una en Sueca, de las cuales se obtuvieron las siguientes cantidades de arroz: En Alcira la primera parcela, que tenía una extensión de una anegada, produjo 3 cahices y 3 barchillas de arroz en cáscara, que valieron 438 reales 75 céntimos, lo que equivalía a 78 hectolitros por hectárea y a 1.316,25 pesetas de rendimiento. En el segundo experimento de Alcira, en una anegada y media se obtuvieron 5 cahices y 1/4 de barchilla; lo que equivalía a 8o hectolitros por hectárea. Para terminar, en el experimento de Sueca, dos anegadas produjeron 7 cahices y 1/2 barchilla, lo que dio  más de 84 hectolitros por hectárea.

A continuación se adjunta un cuadro de las muertes por paludismo en la ciudad de Sueca en el siglo XIX donde nos haremos idea de la enfermedad.

  Cuando ya parecía que el cultivo del arroz se consolidaba definitivamente como un próspero negocio, en 1884 comenzó una terrible crisis en el sector, primero como consecuencia de grandes lluvias en plena siega y que una comisión creada para estudiarla en 1887 la describió así: "Grandes lluvias en el momento de la siega hicieron perder buena parte del grano a los que no lo habían recogido, perjudicando la calidad del que se salvó; y los que lo habían entrojado ya notaron otro considerable perjuicio por lo exiguo de la producción, a pesar de la pérdida parcial de cosechas; en virtud de las dos causas referidas, el mercado se presentó extraordinariamente flojo; la demanda fue casi nula; la extracción extremadamente difícil; las lluvias de septiembre aniquilaron el arroz que había en los campos o en las eras, y las de octubre inundaron toda la provincia en la parte baja. Si lo último dificultaba los transportes, disminuyendo en consecuencia la demanda, lo primero amenguaba la oferta, con lo cual se producía una compensación para sostener en el mismo punto la balanza reguladora de los precios. ¿Por qué no se vendía el arroz?. A las dificultades de extracción lo achacaron primero los ánimos sorprendidos; pero lo desmentía el hecho de que, donde la salida era fácil, se pagaban tan sólo de 24 a 27 pesetas por los 100 kilos en cáscara. Coincidió, pues, la mala cosecha, agravado ese perjuicio por la pérdida la parte de la obtenida, con la baja de precios, y aún a éstos, muchos compradores se arruinaron, sumiendo en la miseria a innumerables cultivadores la bancarrota de algunos molineros".

Si la desgracia se había cebado en los agricultores la cosa aún se puso peor al año siguiente, ya que los que no quisieron vender la trabajosa cosecha casi perdida se encontraron con que ese año aún daban menos dinero por el arroz, sólo se ofrecieron 18 pesetas y a pagar a tiempo indefinido, llegando a bajar el precio, en dos años, un 30%.

Evidentemente algo estaba mal porque a falta de producto o carencia de él, según la ley de la oferta y la demanda, el precio en teoría debía haberse incrementa y no decrementado, como fue el caso, encontrando las causas en "la competencia extranjera y la importación de arroces exóticos".

¿Pero cual era el consumo de arroz en el primer quinquenio de 1880? Según datos de la comisión encargada de estudiar la crisis del arroz se consumieron por habitante/año y regiones las siguientes cantidades: En Cataluña, Castellón y Baleares 8,8 Kgs.; En la franja mediterránea ente Alicante y Huelva 5,5 kgs.; Centro de España y Aragón 2,250 Kgs. y por último en la cornisa cantábrica 1,87 Kgs. Pero para calcular el consumo en Valencia habría que recurrir al estudio del catedrático de Física y Química Manuel Saenz y Díez, trabajo premiado por la Real Academia de Ciencias Exactas en 1873, y donde en la segunda parte de aquellas memorias trataba sobre los alimentos más importantes consumidos por los braceros en Valencia y así en su apéndice 30 se concluye que la media era de 300 grs. de arroz diarios. La población de Valencia entonces ascendía a 677.890 habitantes, de los que 558.909 eran analfabetos (¡un 82% de la población!), distribuyéndose por sexos en 260.578 varones y 298.331 hembras, así que según calculaba Manuel Saenz de esta cifra al menos 400.000 eran braceros, pudiendo hacer fácilmente una estimación de cuanto se consumía anualmente de arroz, un total de 43.880.900 Kgs. Dando por cierta esta cifra llegaban, por deducciones, a saber la producción total de arroz para el quinquenio 1881 a 1885, que era el siguiente: Salida por cabotaje: 23.200.000 Kgrs.; Salida para exportación: 1.100.000 Kgrs.; Salida por ferrocarril: 27.500.000 Kgrs.; consumo de Valencia; 43.800.000 Kgrs.; Semilla: 4.000.000 Kgrs.

¿Sólo se cultivaba arroz en el reino de Valencia?, evidentemente no, se plantaba en el término municipal de Calasparra (539 Has) y Moratalla (206 Has.) en Murcia; también, sin poder saber la extensión, en los términos de Hellín, Socovos y Férez en Albacete, así como en Tarragona en los términos de Tortosa, Amposta y San Carlos de la Rápita (11.060 Has.). Igualmente hubo arrozales en el Bajo Ampurdán; en el llano del Lobregat; Castellón; en Aragón en San Mateo e incluso en el estanque de Bernegal, cerca de Pals, pero todos estos sitios últimos se prohibieron por Real Orden de fecha 16 de junio de 1838.

Curioso resulta leer el Voto Particular de la Minoría de la Comisión encargada de estudiar la crisis del arroz de 1887, cuando en su capítulo II, dedicado al Desarrollo y prosperidad del cultivo del arroz sale en defensa de la sanidad de su cultivo con estas palabras o conclusiones: "El afán con que se han dedicado al cultivo tierras pantanosas y estériles, pues para ello se han puesto en juego dos móviles principales que impelen al hombre al trabajo, el aliciente de la salud y el del lucro.
Pugna, sin embargo, la afirmación que se hace en la primera parte de esta conclusión, con las creencias que durante cinco siglos se han profesado respecto de la salubridad del cultivo del arroz, con lo que es la verdad todavía oficial, pero no cierta, a juicio de la minoría, conforme en este punto con la mayoría de la Comisión.
La creencia universal de que el cultivo del arroz es malsano, profesada por casi todos los hombres de Estado y de ciencia de que este asunto se han ocupado, incluso el ilustre valenciano Cavanilles, no es hoy exacta por fortuna.
El cultivo del arroz, tal como hoy se hace, no es antihigiénico; pero la minoría al hacer esta afirmación la circunscribe a la época presente, no a épocas anteriores: por lo tanto, no implica esta afirmación una acusación de error por parte de los que del asunto se han ocupado.
El cultivo del arroz es sano hoy, porque se han variado sus condiciones: no lo era, como se ha practicado hasta mediados del presente siglo
".

¿Entonces que es lo que hizo que las plantaciones de arroz fueran más sanas y se evitaran las epidemias de paludismo?, la respuesta la encontramos en dicho informe cuando afirma: "Hasta que principió la importación del guano del Perú, la mayor parte del abono que para este cultivo se necesitaba se producía en los mismos campos  sembrando habas, rábanos y otras semillas, cuyas plantas se cortaban cuando estaban crecidas; luego se dejaban entrar las aguas en los campos, y se encharcaban hasta que aquellas se pudriesen".

Atentos porque ahora viene lo mejor y más curioso de este estudio de los entendidos en la materia y donde comprobaremos que eran ignorantes de la propagación de la enfermedad por medio del mosquito, al leer lo siguiente: "Hoy el uso del guano y de los abonos artificiales evita la producción de tan deletéreas emanaciones, hace innecesario que las aguas permanezcan encharcadas y se corrompan, dándoles alguno aunque débiles movimientos.
Y por eso el uso del guano y demás abonos artificiales ha sido un gran bien y ha contribuido al desarrollo y mejora de la producción del arroz, como la Comisión , por unanimidad, reconoce.
Pasaron los tiempos en que las calles de Valencia no estaban empedradas para que más fácilmente se recogieran el polvo, el lodo y las basuras en ellas depositadas, para servir de abono a los campos de arroz, como se practicaba a principios de este siglo, según afirmación de Laborde
".

Interesantísima información la leída, se llegó a supeditar el desarrollo urbanístico y la sanidad en las ciudades en provecho de la producción de un producto agrícola, que a la postre era el que sustentaba a la región, muy deprimida si tenemos presente, como hemos leído anteriormente, la cantidad de analfabetismo existente y donde más del 80% de la población estaba formada por mano de obra sin cualificar que vivía en la pobreza más absoluta.

Volviendo de nuevo a la crisis arrocera de 1884, que dio origen a un estudio por Decreto Real, creo que es el momento de contar que ocurrió para hacer más comprensible la tragedia que se vivió en el Levante español en aquellos años donde se arruinaron tanto productores como molineros, arrastrando a la miseria a casi toda la población, que mayoritariamente vivía de la agricultura.

En la primavera del año 1884, especialmente en abril y mayo, grandes lluvias entorpecieron las labores en seco de los arrozales inundando los campos: en junio volvieron las lluvias, precedidas por vendavales, lo que hizo que que se perjudicaran los plantales.

El mes de julio fue apacible, pero en agosto, cuando se realizaba la granazón de las variedades tempranas del arroz, comenzó a soplar fuertes vientos de poniente, llegando a ser huracanados, debiendo destacar los de los días 16 y 22 de dicho mes.

Como los males nunca vienen solos, se declaró una epidemia de cólera en las provincias limítrofes de Valencia, lo que hizo  que faltaran braceros para el campo y los pocos que acudieron exigieron salarios muy altos.

En septiembre, en plena época de recolección, viendo los agricultores que la cosecha era pobre y que sólo daría para cubrir gastos, se encontraron que las líneas de comunicación estaban cortadas, incluida la del ferrocarril por inundaciones que posteriormente ocurrieron, padeciendo estos efectos climáticos también las cosechas de cereales, naranja, maní, vino y demás frutos de la huerta valenciana.

Al año siguiente, 1885, los días 16, 17, 18 y 19 de septiembre, las lluvias lo inundaron todo, transcribiendo el informe que se efectuó para hacer comprensible lo ocurrido: "La estación de Venta de la Encina, último confín SO de la provincia, las vías cocheras estaban inundadas, llegando el agua a cubrir las plataformas de los carruajes; y en Fuente de la Higuera llegó el agua hasta el andén, entrando en la estación.
El puente sobre el Serpis, en la vía férrea de Gandía a Denia, quedó inutilizado, y el servicio se interrumpió en la de Valencia a Almansa, no circulando los trenes más que hasta Mogente.
Los destrozos causados en la línea de valencia a Tarragona fueron también de mucha consideración; las aguas se llevaron el puente de la Magdalena entre Benicassim y Castellón, el de Llastres, entre Hospitalet y Tarragona, el del Servol, cerca del Hospital, y el de Porquerola, entre Vinaroz y Ulldecona, por cuyo motivo el tren no pasaba de este punto.
Ocho días duró el temporal en Vinaroz; las lluvias, truenos y relámpagos no cesaban, y en especial el día 17, de ocho a nueve de la noche, en que se desencadenó un viento huracanado de tal fuerza, que arrancó muchos árboles, destruyó la mayor parte de los maizales e inundó muchas casas, poniendo en peligro la vida de los habitantes.
El 19 a la caída de la tarde, el temporal volvió a arreciar en tales proporciones, que el río Servol salió de su cauce, inundó la población, y destruyó los puentes de la carretera y del ferrocarril
".

Si esto sucedía en la parte norte de la entonces provincia de Valencia en el SE. las cosas no pintaban mejor, ya que en Oliva el temporal duró tres días, y hasta pedrisco padecieron, siendo los más intensos los de la noche del 18 y la madrugada del 19. En Onteniente el pedrisco y las lluvias de la noche del 18 arrastró las tierras, destruyendo olivares, maizales y la cosecha de vino. En Navajas, ya en la confluencia NO. de Valencia diluvió y "cayeron varias exhalaciones, una de las que mató un hombre y una mujer e incendió un depósito de cáñamo que había en la casa que habitaban en Castellnovo".

Si en el mes de octubre las lluvias fueron copiosas, mal que bien se pudieron soportar, pero lo que llevó a la ruina y la desolación a Levante fue el temporal de de agua que duró desde los días 4 al 7 de noviembre, y que descargó principalmente sobre los pueblos comprendidos entre Carcagente y Fuente la Higuera hasta el mar; la vía férrea se rompió por varios sitios, se desbordaron los ríos, la riada llegaba hasta la copa de los árboles y los tejados de las casas, impidiendo el salvamento de aquellos desgraciados, que pasaron hambre durante varios días, eso los que tuvieron suerte y no murieron ahogados. Lo mismo ocurrió en los términos de Alcira, Xátiva y Mogente.

Sería muy extenso, y fuera de lugar, el contar la lista de desastres que padeció la zona, baste sólo decir que en Albaida se vinieron abajo 177 casas y se apuntalaron 120, en Alcira se tuvieron que apuntalar 25, etc.

En lo referente al brote de cólera antes citado baste decir que de los 275 ayuntamientos que comprende la provincia de Valencia 219 padecieron la enfermedad, durando la epidemia 246 días, del 5 de febrero al 8 de octubre, siendo el primer pueblo afectado Guardamar, perteneciente al partido de Gandía. En total murieron, según fuentes oficiales, 12.788 personas (datos tomados del folleto de J. Jimeno Agius, titulado 'El cólera en España durante el año 1885') editado sobre 1886.

A lo anteriormente descrito habría que sumar la imprevisión de los colonos en el terreno económico, ya que la mayoría eran arrendatarios de las tierras y antes de las faenas del campo pedían préstamos anticipados tanto para el guano como para la adquisición de las caballerías y a los molineros, debiendo pagar posteriormente altos intereses, como muy bien describen los informantes al gobierno: "Con cuales sacrificios se habrán obtenido los préstamos, no hay que encarecerlo; sobre cuantía real se han exigido intereses desde 5 al 15 por 100, siendo de 8 a 10 los más corrientes; y eso, que es inconcebible en las normalidades económicas, ha sido natural y hasta forzoso, cuando de súbito, en país escaso de capitales, muchos lo han reclamado hasta con las desesperadas ansias de las necesidades de la vida... 
Porque el colono es, rara vez entre nosotros, un verdadero empresario agrícola. La última calificación cuadra al que cuenta con medios y capital suficientes para el cultivo en grande; pero como en pequeño se realiza generalmente en nuestro país, el colono es un jornalero, activo siempre, con más o menos inteligencia, y de seguro con escaso o ningún capital, que mediante el arriendo de una tierra asegura la ampliación de sus esfuerzos, librándose de la eventualidad del alquiler de los mismos; colono de tales condiciones, en la realización de sus cosechas espera encontrar los jornales acumulados, acaso como único beneficio; pero sobrevino la crisis,  y al recoger aquellas, las reparte entre sus acreedores, saldando con déficit, después de pagar mal o no pagar el dinero que tomó para el cultivo, el abono que necesitó para el mismo, los plazos de las caballerías que adquirió a crédito, y el arrendamiento; que, no por el peligro del desahucio, llega a ser la obligación más atendida
".

Termina la comisión con estas demoledoras conclusiones: "No hicieron los compromisos contraídos premiosa la situación mientras los rendimientos bastaron para cubrir los intereses con sobrante que permitía la holgada satisfacción de las necesidades de la vida y la del cultivo; pero las terribles inundaciones de 1884 destruyeron las propiedades, obligando a cuantiosos desembolsos para reponerlas; las mismas inundaciones arrastraron las cosechas de habichuelas; panizo y maní, que representaba valor extraordinario; y la nevada de 1885 completó la ruina con la pérdida de la naranja. Con todo esto coincidió la crisis del arroz, a la que acompañó la del maní, la de la naranja, y puede decirse que la de todas las producciones. Y es fácil comprender que, si la crisis reclamaba para hacer frente a ella robusta situación financiera, la débil y comprometida de nuestros productores no fue causa de la crisis, pero bien puede mirarse como causa, en cuanto contribuyó a su agravación".

Ante esta difícil situación ni los propietarios se fiaban de los colonos y temían a los prestamistas, los colonos recelaban de los molineros, los cuales dudaban de los comerciantes, lo que hacía que no hubiera inversión, llevando a la ruina al sector.

Es interesante un estudio editado en 'El Correo de Valencia', de fechas 12 y 18 de mayo de 1887, titulado 'Apuntes sobre la crisis agrícola de la Ribera del Júcar', escrito por R. Galvañón que muy acertadamente decía, entre otras cosas, lo siguiente: "La posición de los agricultores en nuestro país, ya sean propietarios, colonos o jornaleros, viene haciéndose más difícil cada día; no porque encuentren de menos el crédito hipotecario ni el personal, como algunos suponen, sino por la onerosas condiciones que les rodean y a que por fuerza sucumben. Si tratan de utilizar el primero, háyanlo cruzado de mil dificultades en el terreno legal hasta encontrar la documentación en la forma deseada; pero luego la cuantía del interés, plazos fatales del contrato y dispendiosísimos costes de las ejecuciones, a las que llega la mayoría de los casos, ocasionan su ruina.
Pocos son también los colonos y jornaleros que no cierran todos los años con déficit, y encuéntranse al empezar el siguiente con que necesitan dinero para pagar el arriendo de las tierras y el alquiler de la casa, el pan para el sostenimiento de la familia y el pan con el que alimentar la tierra. Validos del crédito personal, atienden a sus necesidades del invierno, para reintegrar el préstamo con el producto de la cosecha o el mejor jornal del verano, obteniendo con ello alimento para las bestias de labor, comestibles, ropa para cubrir su desnudez, y los abonos necesarios; pero todo ello a precios que suponen crecidísimos intereses, superiores en conjunto al ingreso de su presupuesto, y por tanto, no es extraño que la cuestión económica vaya degenerando en social
".

Abundando en los periódicos de la época podemos encintrar en el diario 'El Mercantil Valenciano' de fecha 13 de julio de 1887 la siguiente declaración: "...La contribución no ha sido rebajada; los abonos mantienen sus antiguos precios; se emplea la misma simiente que el año anterior, a pesar de la convicción de que está rebordonida (agotada), y lo que más falta hace, lo primero que la Ribera necesita, lo que por pronto podría aplazar el conflicto, que es tener dinero para el cultivo... La usura hace estragos; nosotros sabemos de préstamos hechos con la condición de cobrar en arroz al precio de SEIS LIBRAS (equivalente a 17 pesetas y 20 céntimos) los 100 kilos".

Este estado de cosas llevaban a que muchos agricultores no declaraban la las tierras de cultivo de arroz, ahorrándose de esta forma entre 4 y 5 pesetas por hanegada en el costo de producción, hecho este que quedó de manifiesto al calcular la cantidad de abono consumido y los hectáreas de arrozales declaradas.

El ambiente se hacía irrespirable con visos de rebelión popular que casi se lleva a efecto, ya que tras la reunión de La Liga de Propietarios de Valencia el 8 de junio, se celebró otra en Alcira el 18 de julio, esta ya tumultuosa, donde llegó a decirse: "Esperemos, que cuando las Comisiones que están gestionando se desengañen, entonces llevaremos a efecto otras determinaciones que todos sabemos". En esta reunión se exigió la dimisión de todas las Corporaciones municipales; solicitar un impuesto transitorio y subida de aranceles para los arroces extranjeros básicamente.

Las conclusiones que sacaron los comisionados de la crisis arrocera fueron las que a continuación se exponen como final de esta primera parte y que se transcribe en su totalidad:

Resumiendo todo lo expuesto en este escrito, resulta:

1.° Que el cultivo del arroz en España es un cultivo prohibido, y sólo autorizado en los terrenos pantanosos que no son susceptibles de producir otras plantas.

2.° Que el arancel de Aduanas ha señalado siempre y sostiene aún hoy, un derecho altamente protector para el arroz.

3.° Que la combinación de estos dos sistemas administrativos hace que la producción del arroz sea de hecho una industria tan privilegiada, que no existe otra en España en parecidas ni análogas condiciones.

4.° Que el cultivo del arroz ocupa una superficie de unas 500.000 hanegadas, 41.600 hectáreas y que esta superficie es superior en unas 150.000 hanegadas 12.500 hectáreas á la amillarada, con y sin pago de contribución.

5.° Que los gastos del cultivo del arroz pueden apreciarse en el reino de Valencia en 312 reales la hanegada, 936 pesetas la hectárea, incluyendo en este coste el pago de la renta de la tierra y el interés del capital.

6.° Que el producto de una hanegada puede estimarse en 3 cahíces, ó sean 72 hectolitros por hectárea, cuyo costo de producción es de 20 pesetas los 100 kilogramos, que por término medio se ha vendido de 1880 á 1884, á 27, dando un beneficio real de 35 por 100 del capital empleado.

7." Que la producción normal del arroz puede estimarse como mínimo en un millón de cahíces de arroz en cáscara, que producen unos 100 millones de kilogramos de arroz de todas clases, incluso el partido.

8.° Que la producción del comercio del arroz no ha aumentado en España en grandes proporciones en los últimos veinte años, y que la totalidad del que se produce se consume directamente en la alimentación.

9.° Que la importación del arroz limpio extranjero ha sido casi nula hasta 1876, y desde aquel año poco importante y muy anómala.

10. Que no se introduce en España el arroz extranjero con cáscara, ni el simplemente descascarado que los valencianos llaman esquellat.

11. Que el consumo del arroz, muy considerable en Valencia, es poco importante en las provincias del litoral mediterráneo, exiguo en las del Centro y casi nulo en las del Norte.

12. Que la prosperidad del cultivo del arroz ha dimanado:

a) De la naturaleza de las tierras á él dedicadas y de las condiciones en que el cultivo se realiza.

b) Del desarrollo de las comunicaciones, tanto terrestres como marítimas, y

c) De que dispone del mercado peninsular, que ha consumido siempre el arroz que se ha producido en España y puede consumir cantidades muy superiores á la producción actual.

13. Que en 1884 y 1885 se ha producido una crisis en la región arrocera de Valencia por efecto del escaso rendimiento de las cosechas, debido á accidentes climatológicos y á la epidemia colérica de aquellos años.

14. Que han contribuido á hacer más dura y persistente esta crisis:

a) La excesiva protección arancelaria que, impidiendo la importación de los arroces extranjeros, ha elevado anormalmente el precio y la renta de las tierras.

b) La falta de previsión y de ahorro de los cultivadores, que ha ocasionado la carencia de capitales y la necesidad de adquirirlos á intereses usurarios, y el empleo de abonos no apropiados al cultivo y de semillas agotadas.

c) La desigualdad en el costo de la producción, debido á que gran parte de las tierras dedicadas al cultivo del arroz no satisfacen la contribución territorial por este concepto, y á que se destinan á este cultivo tierras no acotadas con arreglo á la legislación vigente, y

d) A la baja general del precio del trigo y otros cereales y legumbres que sustituyen al arroz en la alimentación.

15. Que la importación del arroz extranjero no ha influido en la crisis, porque se ha importado poco y en cantidades anormales.

16. Que los precios y condiciones á que se ofrece el arroz extranjero, tanto en Europa como en Asia, no han influido ni pueden influir en los precios del arroz valenciano.

17. Que la calidad excelente del arroz nacional y el gusto de los consumidores españoles le aseguran la primacía en el mercado nacional.

18. Que siendo la crisis efecto de accidentes fortuitos, desaparecerán sus efectos sin adoptar medidas para conjurarla.

19. Que el interés general del país exige que no se conceda un impuesto adicional ó transitorio sobre el arroz extranjero, ni está justificada la necesidad de esta imposición.

20. Que la Real orden de 25 de Mayo de 1885, que dispuso que 'los arroces de países no convenidos, descascarados en países convenidos se considerarán como producto de estos, está ajustada á justicia y no debe derogarse.

21. Que hay motivos para presentar á las Cortes un proyecto de ley otorgando el perdón de la contribución por un año á los cultivadores de arroz que perdieron las cosechas de 1884 y 1885.

22. Que deben rectificarse los amillaramientos de las tierras arrozales y las cartillas evaluatorias con arreglo á las cuales esta producción tributa.

23. Que conviene al interés general revisar la legislación vigente relativa al cultivo del arroz y declararlo libre en toda España, y

24. Que conviene estimular esta producción adoptando las medidas que la mayoría de la Comisión, de acuerdo en este punto con la minoría, propone en la última parte de su dictamen.

Tal es, Excmo. Sr., el juicio que los que suscriben han formado, después de severo, imparcial y maduro examen, de la crisis arrocera valenciana. Creen en su conciencia que lo que afirman y proponen es lo exacto y lo justo, y por esta convicción, al dar cima á su trabajo, sólo deploran que el límite de sus conocimientos y facultades no les haya permitido desempeñar la honrosa y difícil misión que de V. E. recibieron, con el acierto y la lucidez que el país tiene derecho á esperar de todos los ciudadanos.

Madrid, 31 de Diciembre de 1886.—Excelentísimo S e ñ o r .—N a r c i s o Aparicio.-— Antonio Berbejal.—Eduardo Cuadrado.—Juan Sanz.—Juan B. Sitges.—EXCELENTÍSIMO SR. PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS.


Bibliografía:
Azcoytia, Carlos:
Historia de la paella y del arroz en España
Diario 'El Mercantil Valenciano' del 13 de julio de 1887
Jimeno Agius, J.: El cólera en España durante 1885. Edición de 1886
Periódico 'El Correo de Valencia' de fechas 12 y 18 de mayo de 1887
Gorría, Hermenegildo
: Gaceta Agrícola del Ministerio de Fomento (1874). Cultivo del arroz en el Delta derecho del Ebro.
La crisis arrocera. Actas y Dictámenes de la comisión creada por Real Decreto de 20 de julio de 1886
Utor, Luis María: La agricultura moderna (1875). 

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