HISTORIA DE LA COCINA INGLESA DE ENRIQUE VIII Y LOS TUDOR (1509 - 1547)

 Estudio de Carlos Azcoytia
Agosto 2010

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   El rey más controvertido de la historia de Inglaterra fue sin dudarlo Enrique VIII, absolutista y cruel en sus actos, supo llevar a su país al principio de su hegemonía mundial que hasta hoy disfruta. Famoso por sus bodas, unas por política y otras por amor, llegó a coleccionar seis esposas, de las cuales se deshacía de forma expedita según las conveniencias del momento.

Posiblemente heredero de una sífilis familiar no tuvo mucha suerte en su descendencia, ya que sólo sobrevivieron dos hijas y un hijo.

Con un perímetro abdominal, al final de sus años, de 137 centímetro no debía ser un hombre apetecible sexualmente, ya que, por todos los indicios, mal disfrutaba de un micro pene, según declaraciones de una de sus malogradas esposas, Ana Bolena, de la que sabemos, por medio de su amiga Jane Rochford, que comentaba lindeces tales como que la espada de su esposo había perdido su filo y ya no cortaba; que le costaba enorme esfuerzo en desenvainarla, y una vez que la empuñaba, el esgrima carnal concluían casi antes de empezar o, para terminar, decir que en lugar de una espada era un alfiler. (Comentarios recogidos de Wikipedia).

Centrándonos en nuestro trabajo de la historia de la alimentación y dejando de lado la oficial, de la que existe una extensa bibliografía, nos adentraremos en las cocinas de la corte para conocer las costumbres alimenticias de los poderosos del siglo XVI en el Reino Unido, que no es lo mismo que decir la del pueblo llano, el cual, como casi siempre, pasaba hambre, como también comentaré.    

Un día cualquiera en la vida de palacio comenzaba a las cinco de la mañana, cuando la servidumbre, como primera tarea, se dedicaba a hacer el pan que se comería al día siguiente, ya que por recomendaciones de los galenos el tomarlo recién hecho podía producir acidez en el estómago, indicio éste que nos lleva a pensar que el monarca, quizá por su glotonería, padecía del estómago. A la masa del pan se le añadían, algunas veces, pasas y/o frutos secos para realzar su sabor. 

   El rey, al contrario que muchos de sus nobles, se levantaba temprano para practicar su afición favorita, la caza. Su desayuno consistía en un bollito, fiambre frío y una jarra de cerveza. Hay que tener en cuenta que en aquella época el agua no era muy salubre por lo que todos los que podían evitaban su consumo. De hecho en palacio la servidumbre tenía permitido tomar seis pintas diarias de cerveza, incluidos los hijos de estos aunque fueran menores de edad. 

   En la lechería las mujeres batían la cuajada en cubas de madera para hacer mantequilla, la cual se metía en moldes con figura de cisnes y otros animales para darle forma. También se hacía el queso, al que era muy aficionado el rey. Por el contrario, en la cocina sólo había hombres que, desde muy temprano, se afanaban en  preparar la comida, compuesta por productos frescos de las huertas cercanas, nueces y naranjas amargas de Sevilla (España), producto muy apreciado. Se mataban y preparaban el pavo, los faisanes, los conejos y las carnes de venado y el salmón traído de los estuarios de Escocia. Todo se cocinaba con las especias traídas de Oriente.

Tenían que tener todo preparado para las once de la mañana que era la hora de la comida principal del rey. Si la comida no era servida en una recepción oficial se hacía en una pequeña cocina cercana a los aposentos del rey por personal escogido, que previamente, y por miedo a los envenenamientos, debía jurar su lealtad al rey en persona. 

   La preparación de la mesa era casi un acto religioso. Los manteles eran blancos y lo primero que se le servía al rey era pan y vino, a modo de comunión, costumbre ésta muy arraigada en todas las casas reales europeas. El primer plato siempre era carne a la brasa, hecha en su propio jugo con un poco de aceite de romero. Al hacerla con leña se ahumaba y su sabor era parecido a la carne hecha a la parrilla. En tiempos de su padre los espetones eran movidos por perros amaestrados que estaban en una jaula y que al andar hacían que ésta girara. Más tarde se cambió el método por jóvenes que los hacían girar y, al final, se adoptó un mecanismo italiano llamado girorostro que consistía en poleas y pesas que hacían que el movimiento fuera uniforme. Las carnes que se tomaban eran de procedencia muy variada: ternera, cerdo, cordero, aves, pavo real, focas, grajos, pajarillos cantores (que eran muy apreciados) e incluso ballena. La lengua de ballena era un plato obligado cuando se celebraba una comida de estado o la recepción de algún diplomático. 

   El pavo real tenía una preparación especial. Se despellejaba de atrás hacia delante, se asaba y después se le volvía a poner la piel, de modo que en la presentación el animal parecía estar vivo y crudo, costumbre que debió ser importada de la corte de Carlomagno, ya que esta forma de presentar al asado de pavo real está documentada en la coronación del emperador. 

   Como decía, la primera parte de la comida era a base de asado, principalmente pollo asado con hinojos y hierbas o pavo asado o tarta dulce de carne rodeada de higos o bien una ensalada adornada con las naranjas de Sevilla o con pétalos de rosa y caléndulas. 

   La carne era cortada por el maestro trinchador que era una figura importante, tradición que ha llegado hasta nuestros días y que llega a su cenit en el restaurante Simsons de Londres, donde el maestro trinchador Robin Easton enseña las diferentes formas del oficio dependiendo del tipo de animal. Por ejemplo, para el lomo de cordero se utiliza un cuchillo corto y con punta para poder hacer una incisión profunda a lo largo de la columna vertebral, después se da un corte a lo largo de las costillas para permitir retirar la loncha de bacón de la pieza. Para trinchar el pavo primero se retiran los muslos para que quede al descubierto la pechuga, se hace un corte por encima de donde estaban los muslos para que toda la carne sea fácil de cortar. A la costilla de ternera se le debe de  quitar, en primer lugar, la costra de grasa, de forma que quede al descubierto la carne que hay debajo, luego se hacen cortes totalmente verticales hasta llegar a las costillas. Todos los filetes de los cortes no deben de ser muy gruesos para que sea fácil de masticar. 

   Según el historiador de la cocina Ivan Day, especialista de la cocina en la época de los Tudor, los vegetales casi no se comían, algo que estaba destinado a las gentes del pueblo, por esa razón, al ser tan carnívoros, el rey Eduardo VIII padeció los últimos años de su vida la enfermedad de la gota, pese a que era un hombre que hacía mucho deporte. Los vegetales en palacio se dividían en los siguientes grupos: plantas de raíz, legumbres, hierbas aromáticas y lechugas. Debemos tener en cuenta que todavía no había llegado la patata ni el tomate.

Las especias eran muy importantes, como en casi todas las casas reales de la época, y se cuenta que se llegó a gastar en un mes cuatro mil libras, el equivalente a varios millones de euros de ahora, sólo para agasajar al rey de Francia, según cuenta Alison Sim, autora de ‘The Tudor housewife’. 

   Los vinos medicinales eran obligados en toda mesa noble, hace poco tiempo el historiador Ivan Day encontró en los archivos del palacio de Richmond la fórmula para hacer uno de estos vinos medicinales y que se hacía de la siguiente forma: a un buen vino de Burdeos francés se le añadían granos del paraíso, pimienta larga y pimienta cubeba, para hacer una buena digestión; canela, para endulzarlo; cardamomo para la flatulencia; galanga y romero para los padecimientos del corazón, y se dejaba reposar todo durante veinticuatro horas. Después se pasaba por un colador llamado ‘manga de Hipócrates’ y se servía. El nombre de este elixir se denominaba Hipocrás. 

   La dieta del pueblo llano era muy distinta y monótona, con un menú compuesto por potajes en los que se echaban productos del campo de temporada, raramente un trozo de carne salada o panceta. La carne fresca era sólo para los ricos, así que el pueblo se tenía que contentar con la matanza que se hacía en noviembre de los cerdos y salarla para que le durara todo el año. En palacio la servidumbre solía comer carne salada que acompañaban con potaje que se servía en un cuenco hecho de pan sarraceno. Hasta las clases menos favorecidas tenían su etiqueta en la mesa. Los alimentos sólo podían ser cogidos con la mano derecha, dejando para la otra mano el cuchillo o la cuchara, el uso del tenedor no existía todavía en esas tierras.

La comida principal, que solía durar unas tres horas, se componía de dos partes separadas entre ellas por un tiempo de descanso. La segunda parte era más frugal y estaba compuesta por empanadas, que también eran el alimento para los grandes viajes reales, ya que se podían conservar por dos o tres semanas al estar el contenido aislado del aire. Una de las empanadas que el rey apreciaba era la llamada ‘la tarta de los astros’ que se hacía con sardinas o ‘perochas’ dispuestas en forma de corona encima de la capa base. Después se le ponía la capa superior y se hacían agujeros para sacar sólo las cabezas y se ponía al horno. Otro tipo de empanadas eras las hechas con los ciervos que cazaba el rey. También se presentaban platos de venado salteados con cebolla, ciruelas y vino tinto. Se cocinaba el salmón relleno de puerros. Los platos en los que se presentaban las empanadas se les llamaban ‘engaños’ porque se hacían verdaderas obras de arte: castillos, lagartos o cualquier animal mitológico, como ocurría en Italia con las presentaciones hechas con polenta. 

   El postre que más gustaba al rey era la ‘Tartaleta Dama de Honor’ que estaba hecha con una base de hojaldre rellena de crema y coco. Su nombre se lo dio el mismo rey al verlo comer por primera vez a las damas de honor de una de sus seis esposas, Ana Bolena. Les preguntó que cómo se llamaban, al encogerse de hombros, la denominó así. Las gelatinas, que también se tomaban como postres, estaban hechas con cuernos de venado y pezuñas de vaca y su color dependía del componente que se le agregara. En algunos casos se le añadía orina de niño porque le daba un especial color verde, costumbre traída de Italia. 

   El queso era otro componente de la dieta, importante sobre todo porque se pensaba que la comida en el estómago se cocía y, tomando queso, se taponaba el paso al intestino, y así estaba más tiempo en el estómago y la digestión era mejor. 

   Se terminaba la comida tomando aguardiente, al que el rey llamaba ‘aguas cordiales’, por ser buenas para el corazón. El aguardiente preferido era el llamado ‘Escobar’ que estaba hecho con aguardiente, regaliz, sándalo rojo y láminas de oro que se tenía catorce días en maceración y se tomaba sin colar.  

 

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