HISTORIA DE LA VACA, EL TORO, EL TERNERO Y EL BUEY

 Estudio de Carlos Azcoytia
Enero 2009

                                    

CLAUDIO ELIANO, UNA PARTICULAR FORMA DE DESCRIBIR LA HISTORIA DE LOS BÓVIDOS

Claudio Eliano (último tercio siglo II y primera mitad del siglo III) en su obra ‘Historia de los animales’ hace unas muy divertidas referencias a los bóvidos que nos pueden ayudar a comprender la importancia, en primer lugar de los bueyes, al que le dedicaré la primera parte por lo interesante que encontraremos, y posteriormente sobre las vacas.

En su libro II, 57 ya nos anuncia la versatilidad para los humanos de estos animales y también la perplejidad con la que nos deja al final y que aclararé convenientemente; así que nos cuenta que la especie bovina sirve, o vale, para todo, ya que lo mismo es excelente para las labores del campo, para el transporte de cargas y “También es buena para llenar ordeñaderos, adornar altares, realza cualquier aglomeración de masas y faculta solemnes banquetes”; ahora continúa con lo que en un principio pueda parecernos una excentricidad o una falta absoluta de realidad cuando dice: “Un animal de éstos, incluso muerto, es una cosa excelente y digna de elogio, y esto porque de los despojos nacen las abejas, el ser más industrioso y que proporciona a los hombres el mejor y más dulce de los frutos: la miel”. Esta aseveración respecto a las abejas que nacen de los despojos de un bóvido tiene una explicación más o menos razonable, ya que a ojos de observadores superficiales confundían a la ‘Apis mellifica’ con la ‘Erastalis tenax’, cuyas larvas tienen un parecido asombroso. Este error no sólo es de Eliano, ya que lo repiten, entre otros clásicos, Virgilio en sus ‘Geórgicas’, Porfirio en ‘Gruta de las Ninfas’, Nicandro en ‘Ther’ y Casiano Baso en ‘Geopónica o extractos de agricultura’, la cual puede leer en nuestra web, donde se comenta, de forma precisa, el modo de obtener esta ‘metamorfosis’ en el estudio titulado ‘La historia de la miel hace 2000 años’. Plinio al respecto cuenta también sobre este fenómeno inexplicable para los antiguos ampliándolo a los cadáveres de los caballos.

Eliano en su libro III, 34 hace una referencia que hasta puede hacer gracia, ya que cuenta una historia referida a Ptolomeo Segundo en la que dice que se empeñaron, no dice quien, en llevarle, o regalarle, un cuerno de buey que era tan grande que su capacidad era de tres ánforas, unos 120 litros, y donde extrañado exclama: “¡Como tenía que ser el buey para que saliera un cuerno tan enorme!”.

Cuenta que las gentes de Hermíone (antigua ciudad Griega de la Argólide) hacían grandes fiestas dedicadas a la diosa Deméter (diosa griega de la agricultura) a la que llamaban ‘La fiesta de la tierra’, donde las sacerdotisas llevaban desde las vacadas hasta el altar vacas enormes, según sus palabras, donde “se dejaban sacrificar”, que remedio les quedaba a las pobres, justificando lo que cuenta al poner por testigo a Aristocles (que lo mismo pueden ser o Aristocles de Pérgamo o Aristocles de Mesina, ambos coetáneos suyo), poniendo en sus bocas lo siguiente: “Deméter dadora de grandes cosechas, tú eres ilustre tanto entre gentes de Sicilia / como entre los descendientes de Erecteo (rey mítico de Atenas). Pero en Hermíone ocurre una cosa grande / que destaca sobre todas, y que es ésta: al toro de la boyada, que no se anda con chiquitas, / y que no se deja manejar de esforzados varones, ni aunque sean ellos diez, / una anciana, que va sola lo lleva solo de la oreja / hasta este altar, y él la sigue como el niño a la madre. / Este poder se lo confieres tú, Deméter, se lo confieres tú. Sénos propicia / y que la hacienda heredada florezca en todos los aspectos en Hermíone”. Debía ser la letra de una canción por la forma como está redactado, de modo que no sólo contamos en ésta ocasión la historia de las vacas, sino que también ponemos al alcance del lector las canciones de moda del siglo II, por lo que podemos aplicar la frase de cierto humorista actual que dice: “Doble efecto, sensación única”.

Siguiendo con las romerías y eventos, Eliano, nos cuenta otra que ya podemos considerar surrealista, creo que los seres humanos siempre estuvieron locos, porque cuando lo leí rebasó mi capacidad de sorpresa. Las fiestas en cuestión se celebraban en honor al dios Apolo en el más alto promontorio o acantilado de la isla de Léucade, situada en el mar Jónico y cercana a la de Ítaca, donde se asentaba un templo dedicado a dicho dios y que los lugareños llamaban ‘Templo de la costa’ del cual cuenta lo siguiente que no tiene desperdicio: “Resulta que, cuando va a llegar la fiesta de la romería general, en la que realizan el salto” (se refiere a que, según cuenta Estrabón X,452, se tiraba al mar a un criminal, el cual, si sobrevivía, era recogido por los pescadores que los expulsaban del país. Posteriormente la leyenda popular decía que era el lugar desde donde se arrojaban los enamorados no correspondidos; conociendo las leyendas tuvieron que ser uno o ninguno, como ocurre en la ‘Peña de los Enamorados’ de Antequera, Málaga); continúa contando: “Sacrifican una vaca para las moscas, y éstas, atiborradas de sangre, desaparecen de la vista. Se ve que éstas de aquí se alejan aceptando soborno, mientras que las de Pisa lo hacen sin dejarse sobornar. En fin, las de allá, las de Pisa, son más nobles, porque hacen lo que deben en consideración al dios y no por consideraciones de carácter monetario”. Hasta aquí algo más que una anécdota que deja la mente del ser humano muy por debajo del de las moscas, que ya es caer bajo. Para aquellos interesados este pasaje lo puede encontrar en su libro XI, 8.

Cuenta Eliano una historia que acaeció en tiempos de Nerón llena de polémicas, ya que dice que un tal Crisermo, que vomitaba sangre y estaba afectado por una tisis galopante, el dios Sérapis le recetó que bebiera sangre de toro, ¿ya en esa época funcionaba la Seguridad Social?, para continuar diciendo: “Yo afirmo lo siguiente: que está demostrado que los animales son hasta tal punto queridos de los dioses que no sólo su vida es salvada por los propios dioses sino que también ellos salvan a otros si ésta es la voluntad de los dioses”, yo añadiría que este hombre no murió porque Dios no quiso, porque, con el remedio que le dieron, tenía todas las papeletas para que le tocara un decente entierro. Por otra parte, según cuentan Temístocles y Aristófanes al beber la sangre del toro se suicidó, teoría que parece rechazar Tucídides, en definitiva que nadie se pone de acuerdo, lo único cierto es que al día de hoy está muerto, tanto él como el resto de los tertulianos que perdieron su tiempo discutiendo el caso.

Que la naturaleza hace aberraciones es algo sabido por todos, baste ver al ser humano poblando toda la tierra, pero que te cuenten que hubo un  buey sagrado que tenía cinco patas, absténgase de hacer chistes fáciles, es algo sorprendente de leer pero fácil de creer, sobre todo si el que lo dice lo vio con sus propios ojos, por lo que no me resisto a transcribir su experiencia: “…que constituía una ofrenda al referido dios (se refiere a Zeus) en la gran ciudad de Alejandría, en la famosa alameda sagrada del dios, donde los árboles perséas que crecían a montones ofrecían amenísima sombra y frescor. Y allí estaba el novillo, que semejaba cera por su color y que tenía en la paletilla, de la que baja, una pata que cumplía una función superflua en cuanto a apoyarse en ella el animal, pero desarrollada del todo en lo que atañe a su complexión. Estos fenómenos parece que no están en consonancia con la Naturaleza, pero yo me he limitado a contar lo que estuvo al alcance de mis ojos y llegó a mis oídos”.

En su libro XIV,11, Eliano hace referencia a los toros salvajes de Libia, que por la forma como desarrolla lo que nos cuenta se parece a un chiste que una vez vi en viñetas y que contaré al final de comentar y transcribir este apartado.

Dice que eran tan numerosos que excedían cualquier cifra, escribiendo en romano seguro que eran más de MMMIM, o lo que es lo mismo que tres mil novecientos noventa y nueve, desde esa cifra, como no habían inventado el cero, ya se podía decir que no se podían contar de tantos como eran. Bromas aparte, aunque lo dicho esté basado en una realidad matemática, nos dice que eran velocísimos “y los propios cazadores, cuando persiguen a uno determinado, se despistan y acometen a otros distintos que están descansados, pues el toro que primero era perseguido desaparece penetrando en un matorral de hondonada boscosa (que ya es casualidad que cada vez que se va a cazar un toro siempre tenga que haber un lugar como ese), al tiempo que aparecen otros iguales que engañan a la vista”. Pero a pesar de todo, incluso de decirnos que ni con caballo era posible su caza, porque antes moriría el equino de cansancio, nos comenta a continuación que “de todas formas, todos los años son capturados y muertos gran número de ellos, pero su descendencia continúa sin mengua alguna”.

Ahora cuento el chiste, para que descanse un poco de tanta historia pasando a la historieta, y después continúo con su narración, que por otra parte se me antoja de ser un hombre de bajos sentimientos.

La historieta comienza con un chino y una hermosa rubia en una cama; cuando termina de hacer el amor, el chinito le dice que en su país, para que los dioses les den potencia sexual, deben de tirarse al suelo y rodar por debajo de la cama para salir por el otro lado. Eso hizo y nada más subir a la cama de nuevo hizo el amor, así hasta más de siete veces seguidas. La rubia despampanante, ya agotada de tanto ejercicio, se le ocurrió mirar debajo del lecho y vio a siete chinitos acostados uno al lado del otro. Moraleja: como todos nos parecen iguales, los amiguetes se iban turnando y de camino quedaban como supermanes en el terreno sexual. Por cierto que tengo una amiga china que me dijo, cuando la conocí, que a su llegada a Europa todos les parecíamos iguales también, por lo que llegué a las conclusiones de que, o esta mujer estaba mal de la vista, o en realidad solo nos distinguimos de los de nuestro entorno racial, que por cierto tienen rasgos morfológicos comunes.

Ahora, tras este pequeño descanso, continúo con los toros de Libia, que no de lidia, porque viene la parte más cruel de la historia y donde la astucia de los humanos puede llegar a límites insospechados.

Dice que las manadas son numerosas, y como en toda manada hay machos, hembras y crías más o manos desarrolladas dependiendo de la edad. Hasta aquí todo bien, hasta que dice: “Si uno captura a un choto todavía joven y tiene el cuidado de no matarlo en el instante de capturarlo, obtendrá una doble ganancia, porque puede dar por capturada también a la madre si hace lo que no resulta improcedente decir aquí: el cazador ata el ternero a un entramado de juncos, lo deja allí y se retira, mientras la madre se consume por la añoranza que siente por su hijo y se ve acometida por un ardiente anhelo, de suerte que, deseando soltarlo y llevárselo, mete los cuernos para hacer añicos y destrozar las ligaduras. Y cualquiera de los cuernos que inserte en el trenzado del entramado de juncos, le queda enganchado y la madre, una vez trabada, queda juntamente con el ternero, sin haber conseguido desatarlo, y, lo que es peor, enredada en unas ligaduras de las que no puede escapar.

Entonces el cazador, después de extraer el hígado, cortarle las ubres todavía repletas de leche y quitarle la piel, tira la carne para que sirva de comida a aves y fieras. Pero el ternero se lo lleva entero a casa, porque constituye un bocado sabrosísimo y porque, con el cuajo que aporta, permitirá cuajar la leche”. ¿A que, tras esta descripción que hace Eliano, nos cae más antipático?, con lo ocurrente que nos parecía al comienzo.

En su libro XV, 7 cuenta algo inusitado, evidentemente un cuento que se creyó, pero interesante de transcribir porque dice que en la India, en la región de los prasios, en primavera cae una lluvia de miel líquida, la cual, al caer sobre la hierba, proporciona al ganado vacuno y a las ovejas pastos estupendos, atentos porque sigue diciendo: “Y los animales se alimentan del dulce rocío más que en cualquier otro sitio, pero también los animales alimentan a su vez a los pastores, porque estos extraen, al ordeñar, leche más que dulcísimo, tanto que no necesita mezclarle miel, como hacen los griegos”, menos mal que no llovía café, porque entonces hubieran sido los primeros en probar el café con leche.

Continuando con el mismo libro y siguiendo en la India nos comenta Eliano que al rey se le ofrecían regalos, entre los que estaban dos tipos de bueyes, unos que eran muy buenos corredores y otros que eran tremendamente salvajes. Con estos últimos dice que fabricaban los espantamoscas y que eran negros en su totalidad, excepto el rabo que era intensamente blanco.

Los bueyes en la India eran utilizados, entre otras cosas, para entrenarlos en las competiciones de carreras, hasta el mismo rey y la clase alta del país hacían apuestas donde se jugaban grandes cantidades de oro y plata, contándonos como eran esas carreras de la siguiente forma: “Pues bien, los caballos corren uncidos, y los bueyes enganchados con sogas que van por uno y otro costado, y uno de los dos toca la meta”, el recorrido, según cuenta, era de treinta estadios, unos cinco kilómetros y medio.

Interesante resulta la descripción que hace del rey cuando apuesta por sus bueyes, más que nada porque me recuerda a la reina de Inglaterra y su avaricia por ganar en las carreras de caballos, y donde dice: “Si alguna vez el rey hace apuestas con alguien a favor de sus bueyes, llega a tal punto de ansias de victoria que los sigue el mismo montado en un carro y estimula al auriga. Éste hace sangrar a los caballos con la aguijada, y, en cambio, levanta la mano de los bueyes, porque ellos corren sin necesidad de que les aguijonee. Y es tan grande la codicia que rodea a las carreras de bueyes que no son los ricos y los propietarios de estos animales los únicos que contienden con importantes apuestas a cuenta de los bueyes, sino que también hacen lo mismo los espectadores, exactamente igual que también en Homero son presentados contendiendo el cretense Idomeneo y Locrio Ayax”.

Recuerda que en la India también hay otro tipo de bueyes, que son del tamaño de un poco más que los machos cabríos, los cuales de igual forma se emparejan para las carreras.

Ya en su libro XVI nos habla de unas misteriosas simas, que llama de Plutón, en tierras de los arianos, territorio que abarcaba la mayor parte de Persia, Afganistán y la India hasta el río Indo, donde se hacían sacrificios para salvarse de los maleficios y que explica de la siguiente forma: “Pues todos y cada uno de los que cogieron miedo a algún sueño o presagio divino o humano o ha observado a un ave que no está posada normalmente, arroja a su interior animales de acuerdo a sus posibilidades económicas, redimiéndose y entregando, por salvar su vida, la del animal. Las reses son conducidas allí sin tirar de ellas con sogas y sin ser empujadas de ninguna otra manera, sino que realizan el viaje a instancias propias por una especie a atracción y misterioso hechizo. Luego plantadas al pie de la boca de la sima, saltan al interior por propia decisión y ya no son vista por el ojo humano nunca más, una vez que han caído en este misterioso y ciego abismo de la tierra. Pero conste que se oyen arriba mugidos de bueyes…”.

Hace referencia Eliano al filósofo naturalista Empédocles de Agrigento (495-435 a.C. fechas aproximadas) del que dice que afirmaba que existían animales de naturaleza mixta de dos formas distintas en una sola unidad corporal y para ello copia exactamente sus palabras “Nacen infinidad de seres provistos de una cara por delante y otra por detrás (evidentemente no se refiere en sentido figurado), y de un pecho por delante y de otro por detrás. Otros con cuerpo de buey y testa de varón. Otros, por el contrario, surgen provistos de cuerpo de varón y testuz de buey: estos de dos clases, unos con cuerpo de varón, y otros con cuerpo de mujer adornado con delicados miembros”, curiosa teoría que debió estar influida por la mitología.

En su libro XVI, 31, nos habla Eliano de las vacas de Fenicia, de las que contaban los propios fenicios que eran tan altas que las personas que las ordeñaban, aunque eran altísimas, se veían obligadas a hacerlo de pie, incluso algunas tenían que subirse a un taburete para hacer dicha operación o tarea; continúa contando que, entre los libios vecinos de los indios, había algunos rebaños de bueyes que pacían caminando hacia atrás; la causa de ello era que la Naturaleza había fallado en su primer intento a la hora de crearlos o se descuidó: “como se demuestra porque sus cuernos están delante de los ojos y nos les dejan ver lo que tienen delante, y, por esa razón, la Naturaleza los hace andar reculando hacia atrás y, de esta manera, agachando la cabeza cortan la hierba”.

Sigue diciendo que Aristóteles cuenta que los cuernos y las orejas del ganado vacuno que se cría entre los neuros (pueblo eslavo que estaba situado en torno a la actual Kiev) les nacían en los hombros.

Nos dice que Zenótemis, filósofo estoico, contaba que en un lago de Peonia (Región montañosa del norte de Macedonia) existían ciertos peces que, si se echaban al ganado vacuno cuando estaban en los estertores de la muerte, se hartaban de comerlos con enorme satisfacción, pero que si estaban los peces muertos ni los probaban.  

     

Para terminar con toda esta interesante historia de los bóvidos vistos por Eliano sólo queda hacer reseña a su libro XVII, 45, donde habla de los feroces toros etíopes, también llamados ‘devoradores de carne’ y a los que tiene como los más feroces de los animales.

Sigue haciendo una descripción de estos animales, las cuales coinciden con las que Plinio hace de los toros de Libia, y que creo importante transcribir para, que el lector que llegó hasta el final de este monográfico dedicado a la historia del ganado vacuno, pueda apreciar con detalle todo lo que nos narra sobre los toros: “Son de tamaño el doble que los toros de Grecia, y rapidísimos en velocidad. Su pelo es rojo, y sus ojos más azules que los de los leones. Por lo que los cuernos concierne, el resto del tiempo los mueven igual que hacen también con las orejas, pero en los combates los levantan y, una vez que los tienen enhiestos, entonces ya atacan. Y los cuernos no se bajan, ya que permanecen enhiestos a impulsos de su furia, por un don natural admirable de veras” (más parece que habla de otro órgano del cuerpo, en este caso el reproductor, visto desde una perspectiva jocosa). “Son invulnerables no sólo a las lanzas sino también a toda suerte de proyectiles, porque hasta el mismo hierro no penetra en su piel, ya que el toro, al tensar la piel, repele el hierro que en vano lo alcanza. Y ataca no sólo a las manadas de caballos sino que también a las demás fieras. De ahí que los pastores, en su intento de tener a salvo sus rebaños, hacen sin que se noten zanjas profundas y de esta manera tienden emboscadas a los toros, a los cuales, cuando caen en esas trampas, su mismo coraje ahoga. Y entre los trogloditas este animal es considerado, y con razón, el mejor, porque tiene el vigor del león, la velocidad del caballo, la fuerza del toro y es más resistente que el hierro”.

Sobre las vacas, final prometido de este capítulo, habla relativamente poco, sobre todo si me refiero al sexo del animal, ya que como hemos comprobado habla de ellas de forma general dentro de la historia de los bóvidos, pero lo que resta creo que es muy interesante, sobre todo cuando nos habla en su libro VII, 1, de las vacas calculadoras de Susa (ciudad que existió y que está situada al sudoeste del actual Irán, a 240 Kms. al este del río Tigris), animales que sabían de matemáticas, como se dice por mis tierras ‘por un tubo’; nos cuenta, según copia de Ctesias (galeno que vivió hacia la primera mitad del siglo V a.C.), que las vacas del rey sacaban del pozo, cada una de ellas, cien arcadúces de agua para regar los jardines del palacio y ni uno más, como si fuera algo pactado por los obreros con el dueño del condominio, y ni con golpes ni con halagos se podía conseguir nada, lo que tiene su mérito ya que entonces no existían sindicatos que las defendieran.

Creo que mejor final imposible para este capítulo, ya que nos adentra no solamente en la concepción que tenían sobre estos animales hace dos mil años, sino que también nos narra los mitos y leyendas de los bóvidos.

 

Bibliografía básica utilizada en este estudio:

Eliano, Claudio; Historia de los animales. Edición José Vara Donado, editorial Akal S.A.

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